Habían llegado un poco tarde a la estación de Chamberí pero aún así el encargado del servicio dejó a los dos detectives que entrasen al lugar, cerrando ese día las visitas tal y como se había convenido en la llamada.
Ahora estaban paseando por la estación que había permanecido tapiada desde 1966. La estación/museo era como un viaje al pasado. Al haber sido tapiado se había salvado del vandalismo y los objetos que allí había se conservaban tal cual, incluída la rotulación y publicidad. Mientras sus pasos resonaban en el silencio del lugar los dos hombres avanzaban como si en un sueño se encontrasen.
Entonces sonó un teléfono.
Ambos se miraron sorprendidos. Era el timbre de un teléfono antiguo, que sacaba ecos mientras resonaba por las escaleras por las que descendían. Venía del andén inferior.
¿Era una broma?
—Pues tenía yo unos 15 años cuando cerró esto. Nunca llegué a conocer...— y con el sonido del telefono Guillermo calló súbitamente —Me cago en...—
—Bueno pues eso era lo que veníamos a buscar me temo. A ver quién está al otro lado de la línea ahora—
Montalbano bajó como pudo el último trozo de las escaleras y apresuró el paso para llegar coger la llamada.
Pues hago lo posible por llegar a responder.
En el camino, Montalbano le había puesto al día del motivo de la visita a la estación y Gutierrez no se molestó en ocultar su escepticismo al respecto con un bufido pero no dijo nada más.
Jugueteaba con un pitillo entre los dedos, dando por hecho que allí no dejarían fumar, y escuchaba rememorar los tiempos en que se cerró el lugar cuando...
- ¡Joder! - fue lo primero que soltó, mirando alrededor; si era una broma, alguien tenía que estar vigilándoles.
Asintió a Montalbano y descendió tras él.
Ambos hombres alcanzaron el andén, mirando confundidos alrededor. Allí estaba: un teléfono de cabina, de color crema, al fondo del andén. ¿Desde cuando había cabinas en las estaciones de Metro? Jamás habían visto una en su vida. ¿Acaso en los 60 era lo normal? De cualquier forma no había duda de que el teléfono estaba allí, tal como había dicho Larraiz.
Montalbano ni se lo pensó. Mientras Gutierrez miraba alrededor, como esperando encontrar allí a algún bromista, su compañero descolgó el teléfono.
Hubo un silencio inicial al otro lado. Luego un ruido de un vinilo. Un disco que sonaba. Era una canción de Ópera. Montalbano no era mucho de ese estilo de música pero conocía aquel tema porque recientemente había sido parte de una serie de anuncios. Era una furtiva lágrima interpretada por Caruso. Se escuchaba de fondo, con el clásico rayar de la aguja contra el vinilo. En primer plano alguien respiraba con dificultad.
—Debe parar....— dijo una voz masculina que parecía sufrir con cada sílaba que pronunciaba —... no están... preparados todavía... sería... terrible... él piensa que la Mentira es lo peor... pero su obsesión le ciega... lo verdaderamente malo es la Verdad.
Montalbano intentaba identificar la voz pero no le resultaba conocida.
—La tienda de... antigüedades...— la voz tomo aire de forma dolorosa, como quien intenta respirar tras recibir una cuchillada mortal —El libro... está en el sótano... de la tienda.
Guillermo maquinaba en su cabeza las palabras correctas que le permitirían conectar con su interlocutor, mientras de fondo la música le recordaba a otra época, una época de cigarrillo y moscardón.
—Usted le conoce... ¿Donde puedo encontrarle? Le ayudarémos a darse cuenta de que lo mejor que puede hacer es parar.
Gutierrez se acercó al auricular, tratando de escuchar la conversación en lo que le hacía recordar a sus tiempos de adolescente, cuando trataba de entrar en una cabina con su mejor amigo y mantener una llamada a tres con cinco pesetas.
- ¿Qué tienda? - susurró a Montalbano, intentando compensar el bajo sonido con una vocalización forzada para no interrumpir la conversación.
—Su identidad... se nos oculta... pero él os está... buscando...— la voz iba perdiendo fuerza, igual que la música, como si se alejase por un túnel hacia el vacío —Su ceguera... será la perdición de todos si le creéis...
—La tienda, la tienda. Dígame al menos donde está la tienda...
Montalbano se desespero al notar que la llamada iba perdiendo fuerza. Pensó en que no fue suficientemente previsor al venir por libre, en lugar de traer a un equipo de científica que intentasen localizar la llamada, pero en el fondo esos métodos siempre le habían parecido peliculeros.
—... Al menos dígame eso... —
Gutierrez mantuvo el silencio pero sacó su libreta y su lapicero dormido para anotar lo que fuese cogiendo de la conversación y así como las impresiones de Montalbano tan pronto terminara la conversación.
Pensó por un instante comprobar si se veía la línea del teléfono por el exterior, seguir el cableado, pero era algo que podía esperar y prefería mantenerse junto a su compañero.
—Todos bailamos... al son de la misma canción... lo importante es... no quedarse cuando termine la música...
Y precisamente en el momento en que paró la música se oyó un silencio al otro lado. No una pérdida de línea, sino un silencio hueco como si aquel teléfono nunca hubiera estado conectado a nada. Y era, precisamente, lo que sospechaban tanto Montalbano como Gutierrez al ver que no había ningún cable de ningún tipo que llegase a él.
- Joder... - fue lo único que pudo decir Gutierrez cuando comprobaron que esa cabina no debería estar funcionando, que no tenía ningún cable que le diera linea.
Mordisqueó ligeramente el lapicero mientras repasaba lo que habían escuchado.
- Joder... - repitió pero se acercó al auricular, tratando de desenroscar la tapa del mismo para comprobar si había algún dispositivo que hubiera servido para mantener esa llamada.
Su instinto le decía que no pero tenía demasiados años en la calle a sus espaldas como para dejar ese pequeño cabo suelto.
- Tienda de antigüedades y música. - gruñó mientras realizaba su comprobación. - Al menos sabemos que tiene que ser una que tenga sótano, no puede haber demasiadas en la zona.
Guiterrez examino con detalle la cabina.
Y cuanto más la examinaba más absurdo resultaba todo.
No es sólo que no hubiese ningún mecanismo o dispositivo que se la pudiera haber jugado. Era... que no había nada. Era una cabina decorativa.
Pero ambos habían escuchado la voz y la música. No podía ser una alucinación tan concreta. Era imposible.
Era una locura.
Guillermo se adelantó un par de pasos dejando caer el teléfono en manos de Gutierrz. Dejó la mirada perdida mientras repasaba mentalmente lo que habían escuchado. Detrás escuchó a Gutierrez refunfuñar mientras desenroscaba la bocina del teléfono, intentando encontrar algo de realidad en aquella pantomima que la vida les estaba jugando. No necesitaba decir nada, Guillermo ya sabía lo que iba a encontrar dentro: Nada.
—La parte positiva, es que ya no deben quedar muchas tiendas de antiguedades en Madrid— dijo con voz queda, parecía estar a cientos de kilometros de ese lugar.
—Llevó unos días intentando por todos los medios asentar esto en la tierra. Quitarle ese runrun que me recorre la cabeza que me dice que esto no es normal... habrá una explicación para todo. Ya. La habrá. Pero yo no la veo.
Se echo las manos a la cabeza y se sacudió el letargo que le había dejado la llamada. Metió mano a la chaqueta y extrajo la libretita. Repasó un par de páginas y leyó algo en voz baja.
—Bueno, pues podemos intentar averiguar algo sobre una tienda de antiguedades, preguntar a nuestros compañeros si han tenido suerte, pasar por la estación esperando reportes de avistamientos de los cabrones del carro.... ¿Cómo lo ves?
- Ya y el zumbado ese que están trayendo se pondrá a hablarnos de meigas, ¿no? - fue la respuesta con la que Gutierrez negaba la parte de su cerebro, del de todos, que susurraba que todo aquello se estaba alejando de lo terrenal, de lo mundano.
Con un gruñido de mal humor, sacó un pitillo y se lo encendió, sin preocuparse ya lo más mínimo de si le llamarían la atención o no. Necesitaba el chute de nicotina después de eso.
- Vamos a central y repasamos las tiendas de antigüedades en las páginas amarillas, por las calles que sean, podremos suponer si cabe la posibilidad que tengan sotano o no. - dio un par de caladas hondas, llenando los pulmones de humo y continuó. - De la misma, comprobamos novedades de Cortés y Seoane y de los de los reportes, ¿no?
Guillermo asintió y caminó hacia la salida meditabundo.
Ninguno de los dos habló en todo el camino de vuelta a la comisaría. Allí les informaron que Aldara y Gustavo seguían fuera. Al parecer habían encontrado algún familiar de Ablaneda vivo e iban a intentar tirar del hilo.
Los dos policías veteranos callaron, de momento, lo sucedido en la estación abandonada y se dedicaron a revisar los sistemas para encontrar tiendas de antigüedades en la ciudad. Lograron un listado sin demasiada dificultad aunque fue bastante más extenso del que se pensaron en un principio. Al menos una treintena de tiendas de distintos tipos y categorías. Revisaron los planos del catastro para cotejar cuales tenían sótano. Y la cosa se redujo considerablemente: sólo cinco tenían esa característica. No eran demasiadas pero ¿cómo identificarían a la que buscaban?
La situación se tornaba incómoda. De alguna forma hablar sobre lo que había pasado se había convertido en tabú de forma orgánica. Guillermo ayudó diligentemente con la investigación sobre la localización de las tiendas de antigüedades pero habló sólo lo necesario. Pero entonces la parte mecánica terminó, era momento de seguir adelante.
—Pues creo que ya solo nos queda visitar de cuerpo presente estas cinco direcciones— comentó de forma anodina —Voy un momento a presionar por esos reportes ¿pillas el coche?
Montalbano insiste en que le reporten por posibles avistamientos de los maleantes del coche. Esos que creemos que mataron jodieron a Spinola y de los que distribuimos sus caras lo mejor que pudimos. Aunque el reporte sea no hay nada jejejejeje... el insistirá en lo importante que es que transmitan a los patrulleros que localizar a esta gente es de máxima prioridad.
Gutierrez transformó su incomodidad en varios bocinazos en la vuelta a la comisaría, uno de ellos acompañado de un gesto bastante gráfico a un taxista que le quería cerrar el paso.
A la llegada, Montalbano comenzó a trabajar en las tiendas y él comprobó la situación de sus dos compañeros, tratando de hablar lo mínimo con su nuevo compañero. Hasta que un buen rato en el ambiente habitual pareció hacerles la situación mínimamente menos tensa.
- De más cerca a más lejos. - dijo asintiendo a su compañero mientras sacaba las llaves del coche.
Ale, cinta de "Apatrullando la ciudad" y a la tiendas de antigüedades con sótano más cercana ;)
Ni rastro del coche. Había desaparecido de la faz de Madrid y ahora ya empezaban a rastrear chatarrerías para ver si en alguna tenían referencias de que llegasen piezas desmontadas de un vehículo con esas características o incluso que alguien lo llevase a algún desguace. Pero de momento no había novedades.
Angel se disponía a empezar el recorrido de tiendas pero antes decidió llamar a sus compañeros...
Os voy a poner en la otra escena por teléfono.