Partida Rol por web

El corazón de Caín

[ASESINO 1] Comienzan los latidos

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15/02/2017, 16:21
Director

Javier pagó su café y salió a la calle. La ciudad bullía de actividad igual que lo hacía cualquier otro lunes. La gente iba por las aceras ajena a nada que no tuviera que ver con su propia vida, sin intuir siquiera que su Realidad pudiera ser una pantomima. 

Pero él sabía demasiado. Y la noche anterior había comenzado por fin su labor. ¿Habría dejado algún cabo suelto? En su cabeza había recreado una y otra vez lo sucedido y pensaba que no, que no había manera de llegar hasta él. Por el momento. Con cada nuevo carcelero asesinado la soga se iría cerrando más sobre su cuello y, en algún momento, lo asfixiaría. Y ni siquiera tendría el consuelo de la muerte. Le esperaba una eternidad de sufrimiento. Pero lo tenía asumido. Si todo salía como él esperaba las cadenas se romperían y alguien podría liberarlo en algún momento. Si no... mejor no pensar en eso.

Se internó en la Mentira que los tenía sujetos y decidió que hoy, sólo hoy, se tomaría un breve descanso hasta que las noticias hablasen de Adelaida. 

Notas de juego

Arrancamos.

Me gustaría que me describieses la casa de Javier, su tienda y que cosas suele hacer en un día normal. ¿Quizás algún contacto con proveedores? ¿Algún vecino con el que se encuentra a diario en la calle? ¿Come en casa? ¿Restaurante? Esas pequeñas cosas cotidianas que hacen que todos, incluso los asesinos condenados o los héroes irreductibles, sean seres humanos en el fondo.

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17/02/2017, 14:45
Asesino1

Con la cabeza gacha, mirándose los pies mientras caminaba por la calle, pensaba en el día que le esperaba.

Era metódico, y no le gustaba romper su rutina. Le daba seguridad. Si podía, no se iba lejos. No probaba cosas nuevas, ya que prefería lo malo conocido que lo bueno por conocer. Le habían dicho que así podía perder oportunidades de conocer algo bueno, pero se limitaba a encogerse de hombros, y a hacer un gesto con la mano, como restándole importancia. Daba igual. No sería tan importante eso nuevo. Ni tan bueno.

Caminaba mirando el suelo. La de cosas que pisaba la gente, y apenas se daba cuenta. A Javier le gustaba mirar el suelo que pisaba. Como si fuera lo único que se mantuviera inamovible en su vida. Su casa era su punto 0 en un eje cartesiano, pero el suelo… se podían aprender tantas cosas del suelo que se pisaba.

Con el sabor a café aún en la boca, se dirigió de nuevo a la tienda. No era grande, ni pequeña. Modesta, algo polvorienta y desordenada, pero él sabía exactamente qué había en cada uno de sus rincones. De una manera que él sólo conocía de alguna forma, para él tenía una armonía perfecta.

—Disculpe— musitó más para sí que para el hombre con el que chocó. Hombro con hombro, fuerte, y casi le hizo hasta daño. El otro iba apresurado, pero a Javier no le importó el golpe. Bueno, sí le importó, pero pensó que no merecía la pena decir nada al respecto. No quería perder el tiempo en eso. No quería discutir. No era un hombre combativo. No merecía la pena.

Recuperando el paso, giró la esquina, y vislumbró el escaparate de su tienda. Los cristales no enseñaban mucho pues había apiladas varias baratijas que tenía para, sobre todo, turistas. Y se solía vender, pero no tanto como le gustaría. Eran tiempos difíciles, él lo sabía, y se limitaba a mirar el periódico, mirando cómo éste no discernía entre una guerra civil en un país cercano, y el aumento de pechos de tal famosa. El periódico era un instrumento fascinante. Cuando le interesaba alguna noticia, la recortaba con cuidado, y la guardaba en álbumes. Tenía muchos. Todo lo que le llamaba la atención, todo acerca de lo que él sabía, y que se perdía en el ordenador del aspirante a periodista. Tampoco le importaba. Sólo le importaba que él sí sabía. Sonreía de lado de vez en cuando en el momento en que recortaba la noticia, y la pegaba en el álbum. Porque él sabía, y los demás vivían una mentira de la que él había conseguido escapar hacía mucho.

Sacó las llaves con un ligero tintineo, y escogió entre el revoltijo que tenía una dorada, sencilla. La metió en la cerradura, temblando un poco, y giró.

Al abrir la puerta se escuchó una campanita que sonaba cuando la puerta se abría. Miró la pequeña campana con una sonrisa nostálgica en los labios, y cerró de nuevo, acompañando a la puerta para que no diera un portazo. Manías.

Se guardó las llaves en el bolsillo delantero del pantalón, y anadeó entre los muebles grandes que había a lo largo de la tienda, mientras miraba el suelo, por si el cartero había pasado, tirando alguna carta por debajo de la puerta.

Se puso detrás del mostrador, y abrió la tapa del cuadro de luces. Alzó el botón, y la tienda cobró luz. Javier parpadeó un poco, y se sentó, resoplando por la nariz, en un taburete algo sucio por el tiempo.

Se quedó mirando al vacío durante un tiempo que no supo precisar, y parpadeó, dando un respingo. Había que ponerse a trabajar.

Comenzó su rutina diaria de un día laborable, pues tenía rutinas para días laborables y días festivos.

Sacó el libro de contabilidad, revisando las cifras del día anterior de la caja, y asintió, como si concordaran con el pensamiento. Cogió un bolígrafo para añadir una tilde que se le había pasado, y lo miró satisfecho.

Se rascó el puente de la nariz, y cerró el libro con un golpe sordo. Lo guardó de nuevo, y cogió el teléfono para ver si tenía alguna llamada perdida. No le gustaban esos teléfonos tan impersonales, tan comunes, tan vacíos. Sabía que tenía un teléfono de rueda, de los de antes por algún lado, pero sabía que no le sería de utilidad. Necesitaba saber si alguien lo había llamado. Tenía que tenerlo todo bajo control. También le daba tranquilidad y seguridad.

Jugó con los pulgares después de mirar que el teléfono no había sonado toda la mañana, y miró a la puerta.

Había días en los que no entraba nadie. Y otros en los que los que entraban, se dejaban media pensión en algún mueble o alguna figura de Lladró. Era un poco ladino cuando hablaba con los clientes, y sabía tratarlos con educación sin llegar a la falsa adulación. Se le daba bien tratar con los clientes, pese a no ser una persona muy sociable. Había aprendido el oficio de su padre, y se lo empapó bien. Lo aprendió rápido. No queda otra cuando el dinero escasea, y el estómago ruge.

Parpadeó de nuevo un par de veces, y ladeó la cabeza, volviendo a pensar en la gran mentira en la que estaba sumida las personas que pasaban por delante de su escaparate. Fue entonces cuando reconoció una cara conocida, y sonrió, haciendo un gesto con la cabeza.

—Ramón— murmuró, como si fuera a oírle en el interior de su tienda, cuando el vecino caminaba apresurado a lo largo de la calle.

Dejó de sonreír de inmediato, y sacó de nuevo los libros de contabilidad. Pensó que podía matar el tiempo poniéndose al corriente de los impuestos que tocaba presentar el mes siguiente.

El día pasó rápido, sin embargo. Un par de señoras, que eran habituales parroquianas, se interesaron por una figura de una bailarina, pero no quisieron llevarse la caja de música de principios del siglo XX, la cual Javier la tenía en una alta consideración. Javier se lo tomó un poco mal, y dio el cambio de malas maneras, dejando las monedas bailar en el mostrador deslustrado y rayado en lugar de dárselo en la palma levantada que la señora mostraba. Luego, se arrepintió de su actitud, y pensó que no debía de haberlo hecho.

Cerró de manera puntual, como siempre, a las dos, y fue a comer algo a su casa.

Subió las escaleras que tenía tras una cortina desde la tienda, y se plantó en su salón al que llegaba algún rayo de sol que se filtraba por las cortinas polvorientas.

Su casa era su imagen. Descuidaba lo que consideraba poco importante, y guardaba con celo sus más preciados bienes.

la limpieza no lo consideraba importante, por ejemplo, por lo que había algo de polvo aquí y acullá, pero el orden imperaba en su vida. Todo estaba guardado, clasificado y controlado en lo que Javier consideraba su santuario.

Se dijo que debía de ir a hacer la compra en cuanto pudiera tras ver que en la nevera apenas quedaban un par de yogures, y unos filetes de pollo.

Con paciencia, se hizo una sopa de esas que imitan el sabor al cocido madrileño, y comió en la mesa, mirando el vacío. No ponía la televisión. Aún consideraba que era pronto.

Tras comer, hojeó durante un rato unos recortes que había hecho la semana pesada, y los ordenó por fechas. Después, decidió enfrascarse en la lectura, cogiendo el libro de la pequeña mesa que había al lado de su sillón de leer, y se dejó llevar por las páginas.

A las cinco, bajó de nuevo a la tienda para abrir, y se sentó en su taburete, mirando la pared que tenía delante.

No hubo mucha clientela, y lo más memorable sería la visita de Pascual, el proveedor que le traía alguna cosa que había encontrado por Toledo. Le traía alguna espada, alhajas y alguna navaja, de esas con la banderita de España, para los turistas.

Hicieron números, se lo agradeció, y lo despidió con un gesto amable de la mano, recordándole que, si lo deseaba, se tomara un café en el bar de al lado y lo apuntara en su cuenta.

Cuando llegaron las ocho, echó el cierre en la puerta, y apagó las luces desde el cuadro, como hacía siempre.

Resoplando, subió los escalones hacia su casa, y comenzó a hacerse una cena muy ligera. No cenaba mucho, pues solía tener problemas de estómago por las noches, y no quería tentar a su suerte.

Mientras cenaba, sí que encendía la televisión. Era de esas antiguas, de las que ya no se fabrican, de esas de tubo, y que tiene que calentarse un poco antes para comenzar a ver algo. Puso un canal cualquiera de noticias, y esperó a oír alguna cosa. Algo que le hiciera levantar la mirada del yogur de fresa desnatado que tomaba, metiendo la cuchara y llevándosela a la boca de manera metódica.

Tras aquello, o bien salía algo que lo volviera eufórico, o bien terminaría su yogur, lavaría los platos, se iría al baño para prepararse para irse a dormir (le gustaba ir pronto, como los extranjeros), y esperar a que llegara el día siguiente. 

Notas de juego

Creo que está todo. Si necesitas alguna cosa más, soy toda oídos ^^

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22/02/2017, 22:51
Director

Era de noche. Estaba en su casa. A oscuras. Siempre que tenía que pensar en eso estaba a oscuras, en la salita. Como si la oscuridad pudiera ocultarle de ellos. Que absurdo. Ellos vivían en la oscuridad, la alimentaban como si fuera un animal vivo. Pero por algún motivo Javier siempre permanecía a oscuras cuando tenía que repasar su misión. Tenía que ir a por su siguiente víctima y en cuanto lo hiciese las piezas del dominó caerían aceleradas. Cuantas más víctimas más velocidad. Y cuanta más velocidad más riesgo, más errores, menos tiempo. 

Tiempo. No había tiempo para las dudas.

Pensó en su siguiente víctima. Roberto Robledo. El comisario Roberto Robledo. El hombre al que le habían encargado resolver el caso de Adelaida. Era otro de los Guardianes de la Puerta, otro de los Arcontes. Y era especialmente peligroso porque podría averiguar de primera mano lo que estaba pasando. Si Javier quería ganar tiempo debía deshacerse de él antes que nadie. Lo habría hecho antes incluso de ir a por Adelaida, pero en el caso de la vidente la oportunidad se presentó con el tema de la puerta y no pudo desaprovecharla. Ahora era distinto. Tenía que buscar la forma de acabar con Robledo cuanto antes.

Pensó en los detectives que estaban a las órdenes de Robledo. Eran gente normal, humanos, vivían en la Mentira. Seguramente pensarían que el caso era un caso de un demente asesino. No sabían que trabajaban para un Guardián. No sabían nada. Pero por su investigación ellos estarían muy cerca de la Realidad. ¿Y si lograba abrirles los ojos? ¿Y si ellos pudieran ser su legado?

Lo medito brevemente. Si tuviera tiempo...

Notas de juego

Me ha encantado la narración. Muy detallista.

Bien: empezarás tus acciones la mañana del martes. El asesinato fue el domingo, los agentes están jugando su lunes y en breve entrarán en coincidencia de tiempo contigo. Yo jugaré con los tiempos como buenamente pueda para sincronizar ambos grupos (detectives y asesino).

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24/02/2017, 18:53
Asesino1

Ni la manzanilla que había tomado le calmaba los nervios.

Pese a que parecía tranquilo sentado en su sillón mirando las sombras que las farolas de la calle proyectaban en las paredes de la salita, estaba muy inquieto en su interior. Movía de vez en cuando la pierna derecha de arriba abajo, sin descanso. No se daba cuenta de cómo empezaba, pero sí que lo notaba al cabo de un tiempo al escuchar el sonido que hacía el talón en el suelo.

Chasqueó la lengua, impacientado, y se levantó para pasear por la habitación con los brazos cruzados, y notando una ligera presión en la boca del estómago.

—Roble…— comenzó a mascullar, y se pasó el dedo índice por debajo de la nariz, nervioso.

Se asomó por la ventana, y se rascó el cuello. Durante un par de minutos miró la vacía calle. Apenas había un par de chavales con ritmo apresurado, y una mujer sacando el perro, el cual ladraba a la dueña para que le volviera a tirar un palo. Javier gruñó por lo bajo, pensando que no eran horas para jugar el chucho, pero no dijo nada. No había tiempo.

Corrió la cortina hasta que logró que quedara con la otra totalmente pegada, y miró de nuevo la habitación, sin fijarse en nada en concreto.

Había sobrepasado la hora a la que solía acostarse, y pensó que al día siguiente le costaría despertarse, pero no le importó. Había algo más importante que dormir entre manos.

¿Cómo lo hago? Era una pregunta que le pasaba todo el rato por la mente a Javier. ¿Cómo demonios lo hago?

Y algo fugaz vino a su mente. Un recuerdo que no supo colocar, pero que lo sentía cercano. Una visión. Casi pudo verlo con claridad. Aquellos tonos azules oscuros, ese azul marino inconfundible, con ese escudo tan característico.

Sonrió por primera vez desde hacía horas. Escondido a plena vista. Esa era la clave.

Estuvo tentado de bajar un momento a la tienda para comprobar que tenía algún accesorio para su jugada, pero el sueño vino de pronto. El cansancio se apoderó de él, y notó que ya no era un chiquillo.

Con la sonrisa aún en los labios, fue hacia su habitación, mientras reprimía un bostezo.

Notas de juego

Me alegro que te haya gustado ^^

Bueno, pues aquí expongo la idea que he Javier ha tenido. Yo, particularmente, visito muchísimo el rastro. Voy un montón de domingos, y me conozco dónde se ponen los comerciantes de las diferentes categorías (el Rastro se divide así: por categorías: los que venden cachivaches por la Ronda de Toledo, por ejemplo, y los que venden ropa de toda clase por Curtidores. De hecho, los anticuarios también tienen su zona exclusiva XDXDX). Bueno, a lo que iba: en el Rastro se puede encontrar de todo, y cuando digo de todo, es absolutamente de todo XDDXD Así pues, lo que había pensado era un disfraz de policía que lo vendiera, precisamente, uno de los "anticuarios" (lo pongo entre comillas porque se ponen en la zona de los anticuarios, y lo único de antigüedad que tienen son unos bastones para andar o un cuadro de esos de nuestros abuelos XDXD). El uniforme, por supuesto, son de esos ya algo antiguos, pero los colores y las divisas no han cambiado, por lo que mi objetivo es hacer pasar a Javier por policía en un momento dado para dar caza al comisario. 

Ese sería el final del plan. Al principio, aunque sea sólo durante un día, investigar qué rutinas tiene (si es posible, claro :D). Entiendo que Javier lo conoce, tal y como hablas de su relación en el post que has escrito, y sabe en qué comisaría de Madrid trabaja. Saber las horas a las que el comisario entra y sale no creo que sea difícil, y, por ende, seguirlo hasta donde viva tampoco. El comisario es el pez gordo de la comisaría. O va en coche mega guay (siendo saludado por todo Dios mientras pasa por delante de policías de la básica y ejecutiva) o lo llevan, cosa que es mucho más fácil para los propósitos de Javier.

En fin, básicamente, para resumir, es eso: un disfraz :P

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28/02/2017, 20:27
Director

A la mañana siguiente, tras el ritual del desayuno, Javier se dirigió hasta la comisaría central donde Robledo dirigía la investigación de su propio caso. ¿Habría comprendido ya la significación del ritual? ¿Estaría alerta? Es posible que todavía no... los Arcontes tenían muchos enemigos. Incluso uno de ellos podría haber sido el culpable. Esa era la baza que mantenía las fichas de dominó erguidas todavía. Pero cuando empezaran a atar cabos... En fin. 

Encontró una cafetería con vistas a la entrada de la comisaría. Se sentó junto a la ventana y se dispuso a releer un par de periódicos mientras tomaba un café. No tuvo que esperar demasiado. A las 8:50 el comisario Robledo entró por la puerta principal. Lo reconoció porque había buscado primero algunas fotos en internet, por supuesto. Le sorprendió el hecho de que llegase a pie. ¿Indicaba aquello que vivía cerca? Era un hombre de edad madura pero se conservaba en forma. Vestía un traje negro, impecable, sobre el que llevaba una gabardina de marca. Los policías con los que se cruzaba - delante de la comisaría había mucho trajín - lo saludaban rápidamente. Él devolvía el saludo uno por uno, parándose incluso a hablar con algunos de ellos. Sonrisas, parecía un tipo cordial. Tan humano. 

Luego entró en la comisaría. Eran las 9:00 en punto. 

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05/03/2017, 12:03
Asesino1

Cuando Javier mantuvo el cartel de cerrado en la puerta de su tienda, pesó que nadie se sorprendería. A causa de abrir los domingos por el rastro (día que era de los mejores para vender, sobre todo a turistas), se tomaba un día de descanso de manera casi usual. Aquella semana había caído ese día. Y Javier estaba pletórico.

Cuando llegó a la calle de la comisaría, entrecerró los ojos debido al polvo que había. Lo podía ver a través de los rayos de luz del sol, como una neblina blanca. No tuvo que preguntarse a qué se debía. En cuanto escuchó los ruidos característicos de una obra, se dio cuenta de que la calle iba a ser movida.

Las vallas decían que estaban trabajando por su ciudad, y que disculpara las molestias. Gruñó un poco por lo bajo, y mientras paseaba por la calle, se dio cuenta de que el grueso de la obra estaba casi enfrente de la comisaría.

Contempló, curioso, lo que hacían, y fue cuando un obrero gritó un “¡adiós!”, y un se formó algo de jaleo y desconcierto. Javier, en un principio, no sabía lo que estaba pasando, hasta que se dio cuenta de que los semáforos estaban apagados, y que no había luz en toda la calle.

Aquello pensó que era un milagro. Sin luz, la comisaría parecía una boca negra, y un par de policías salieron, alertados, por lo que acababa de pasar.

Javier no se quedó a escuchar la conversación. Simplemente pensó que aquello le venía de perlas. No habría cámaras funcionando, y, por lo tanto, podía pasar a la comisaría sin que se quedara nada de su visita grabada.

Entró en la cafetería de en frente, donde también los parroquianos se quejaban de la falta de luz. El dueño le sirvió un café a Javier con cara de pocos amigos, y preguntó de manera retórica (retórica, porque no esperó a la contestación de Javier) cuándo volvería la luz, que esto era malísimo para el negocio, y que esto antes no pasaba.

Javier se limitó a sentarse en una mesa, mirando por la ventana sucia por el polvo, y el estómago le dio un vuelco al verlo. Ahí estaba. El comisario. Una ráfaga de cuestiones se presentó en su mente, pero la obvió. No quería distraerse.

Aquel día iba vestido normal, chaqueta de lana, camisa, pantalones vaqueros oscuros, zapatos cómodos. Todo lo contrario que el gran comisario, que se creía casi un secretario general del Estado.

Rumió un poco la ira, y tomó el último sorbo del café, mientras miraba cómo saludaba a los demás policías, como si fuera un padre para todos.

Como el café estaba pagado, se levantó de la silla, y musitó un “buenos días” que apenas oyó la gente a la que iba dirigido.

Salió a la calle, casi sintiendo respirar las moléculas de polvo, y fingió esperar a alguien, mientras seguía mirando la comisaría, la obra y los policías. Se dijo que estaría atento a Robledo y a sus movimientos. 

Notas de juego

Bueno, pues ya me dirás si está bien, porque he tirado de inventiva, y de aquello de poder "montar" escenario. Me he sacado de la manga una obra y un corte de luz. No sé si me he pasado, si está bien, si no, etc. ^^