Partida Rol por web

Gustavo se aseguró de que los agentes que entraban en la tienda tuvieran a buen recaudo al muchacho. Luego se adentró, con la pistola por delante, por el pasillo de estanterías. Tras él entraba Aldara, también lista para cualquier eventualidad.

El almacén no era excesivamente grande pero las estanterías lo hacían realmente claustrofóbico. Llegaron al final del mismo sin ningún contratiempo, constatando que el almacén estaba vacío, y entonces allí encontraron una trampilla en el suelo. Era una trampilla de aluminio, como un pomo de metal y cerradura. Gustavo la tanteó tirando de ella pero comprobó que estaba cerrada con llave.

- Un almacén vacío al que el tal Durás no permite que su ayudante entre. Algo debe de ocultar... - musitó Cortés para sí mismo. - Aldara... aguarda en la puerta. Voy a subir a pedirle a Durás la llave. Está obligado a dárnosla. 

Cortés subió los escalones de tres en tres hasta llegar a dónde sus compañeros tenían retenido al propietario del inmueble.

- La trampilla del almacén... necesito que me dé la llave. De lo contrario usaremos una cizalla. 

Las palabras de Gustavo daban poco margen al diálogo. Eran contundentes y apremientes.

El hombre sonrió tímidamente ante la contundencia de Gustavo pero sacó un llavero de su bolsillo, tendiéndole la llave de seguridad.

—Hay un panel de seguridad en la escalera tras la trampilla. La clave es 2934. Quedaría un poco ridículo que saltase estando la policía ya aquí ¿no?

Gustavo recogió la llave y, sin mediar palabra, bajó nuevamente para abrir la trampilla. La llave encajó y, efectivamente, al levantar la trampilla vio una escalera de metal que descendía a un sótano de piedra. En un lateral estaba el terminal que había mencionado Durás. Desde donde se encontraba podía ver, nuevamente, una serie de estanterías metálicas. El sótano parecía bastante amplio: no tanto como el almacén pero al menos sí la mitad de éste. La estanterías contenían cajas cerradas y etiquetadas, pero desde lo alto de la escalera poco más podía distinguirse.

Gustavo buscó alrededor la existencia de un interruptor que arrojara algo de luz, literalmente, sobre la estancia a la que se disponía a entrar. Aquello ponía los pelos de punta. En esencia no era más que el sótano de un anticuario pero, tratándose de un caso como el que les ocupaba, de un tipo como Durás y, por qué no decirlo, de el hecho de que estuviese bajo llave y que ni siquiera su ayudante tuviera permitida la entrada a aquel lugar hacía que uno se esperase cualquier cosa. 

- Allá vamos... - susurró Cortés para infundirse algo de valor. Tomó el móvil en la mano y comenzó a bajar los peldaños de la escalera con cuidado, alumbrando con la aplicación de la linterna allá dónde pisaba y cuanto podía abarcarse desde lo alto.

- Aldara... intenta encontrar la luz. Y quédate en la puerta de la trampilla hasta que eche un vistazo. Si aparece un asesino psicópata con una máscara tendrás que correr a voz en grito o esta película dejará de tener interés. - bromeó.

Tentando un poco a la suerte trato de buscar el interruptor lo más próximo a la puerta posible, dado que por lógica de la estructura debería estar ahí para cuando el usuario accede a la habitación...- No estoy para bromas de ese estilo, por favor, ya habrá otra ocasión... dije diligente.

Le dieron al interruptor y una luz blanca, aséptica, lo iluminó todo. Recordaba, de alguna manera, a una morgue. Y pese a que sobre sus cabezas medio departamento de policía se desplegaba por la casa la pareja de agentes que se introducía en aquel lugar no podía quitarse de encima la sensación de un inminente peligro. Era algo más que eso: era un zumbido que se les metía en los oídos y hacía que se les erizase el vello del cuerpo.

Pero allí no había nada raro. Eran estanterías con cajas. Aldara abrió una de ellas y vio objetos de artesanía, claramente antiguos, pero ni siquiera siniestros: copas de barro, alguna cruz con joyas, material de valor histórico considerable. Gustavo llegó al fondo de esta nueva sala y se llevó una decepción. Nada raro. Nada anormal. ¿Qué esperaba? ¿Quizás otro museo de lo macabro como el que habían visto en casa de Bragante?

Y sin embargo notaban como sus corazones latían de forma intensa, incluso pasado el momento inicial de nervios antes de comprobar que aquel sótano estaba vacío de peligros. Era una sensación incómoda, como la que se tenía cuando se llevaba mucho tiempo aguantando la respiración, casi de dolor físico. ¿Sugestión quizás? Desde luego estaban sometidos a mucha presión en todos los sentidos.

Cortés aguantaba la respiración. No sabía por qué... de hecho, ni siquiera era consciente de que lo estaba haciendo pero así era. En aquel lugar algo andaba mal. Como si estuviese el ambiente impregnado por un virus o un hedor imposible de soportar. No sabía describirlo pero la sensación opresiva era real. La cabeza le bullía y, sin embargo, no había nada remarcable que puediese arrojar algo de luz sobre todo aquello.

- ¿Por qué cerrar este sitio a cal y canto...? - preguntó retóricamente para sí. - Vale que quisiera proteger estas antigüedades de manos ajenas pero... ¿una cerradura con código? Y... ¿prohibirle al dependiente que entrase? No me lo trago.

En un acto de desesperación Cortés se puso a revolverlo todo. Cajas, estantes... algo se les escapaba. Quizá una caja en concreto... quizá una pared con doble fondo. Aquel sótano tenía algo más de lo que aparentaba. De eso estaba seguro.*

- Gustavo conserva un poco la calma, es inequívoco que algo en todo esto no es normal y desde luego con la cabeza revuelta no sacas nada, reflexiona, parate y piensa, ¿qué parecería normal, pero tendría un sentido iconográfico superior en este lugar?...

Cortés revisaba aquello. Pese a lo que Aldara le aconsejaba él no se lo tragaba. Demasiado secretismo para un simple segundo almacén. Por eso quizás cuando encontró la sección de la pared que tenía una rugosidad diferente al resto no se sorprendió. Golpeó con la linterna para confirmar lo que sospechaba: hueco.

Después miró los estantes de alrededor y hayó lo que buscaba: una estantería vacía. La intentó mover y cuando la empujó hacia arriba el trozo de muro giró sobre si mismo como en una mala película de la Hammer de los años 50. Una puerta secreta. Era una maldita puerta secreta.

Lo que había a continuación era un túnel de hormigón que desembocaba en una cámara más amplia. Encendió la bombilla del techo iluminando lo que le recordó a una película de bunkers rusos o algo parecido. Al final de ese pasillo de hormigón estaba el origen de su malestar. De alguna manera intuía que lo que allí hubiera no le iba a gustar.

La pregunta era ¿se atrevería a entrar?

Estuve mirando aquella entrada con sorpresa...vamos no me jodas...- Imaginación al poder desde luego... miré aquella entrada, era un paso que solos no deberíamos darlo ...¿quieres que avise arriba?, con dos hombres sería suficiente para que veamos lo que puede haber ahí detrás, no soy una especialista de campo, tú tampoco en exceso, podría ser peligroso, y no tenemos porque ir a palos de ciego.

Gustavo se limitó a levantar el dedo como única respuesta a su compañera Aldara. Lo que ella decía tenía todo el sentido y, de verdad que Cortés la había escuchado, pero él estaba como ausente. Haber dado con aquel pasadizo le había puesto los nervios de punta. Resultaba obvio y escalofriante a partes iguales. Tan de película que no se podía negar que suponía una curiosidad morbosa y, sin mediar palabra, comenzó a caminar adentro. 

Fuera lo que fuera lo que le esperaba allí no había otra manera de averiguarlo. Había que entrar y no estaba de humor para esperar.

Atravesó aquel pasillo hasta llegar a una sala de piedra circular que parecía excavada en la roca viva. La parte más analítica de Gustavo intentaba pensar cuanto tiempo y esfuerzo le habría costado al tipo de arriba montarse esta mazmorra particular que parecía sacada de una novela de Robert E. Howard.

Pero la parte analítica pronto se vino abajo cuando descubrió los corazones. Eso era lo que le provocaba la desagradable sensación que sentía desde el otro lado. Porque en esa sala había cinco pentagramas en el suelo que Gustavo conocía bien. Eran exactamente iguales que los de las escenas del crimen, sólo que aquí había cuatro dibujados como si fueran las aristas de un cuadrado y un quinto central. Y en tres de ellos había, en su centro, unos botes de cristal de gran tamaño como los que se usaría para mantener algo en formol. En este caso no había ningún líquido en el contenedor, lo cual hacía sorprendente que los corazones que contenían se mantuviesen a media altura, como levitando. Lo peor ya no era eso. Lo peor era ver como aquellos corazones latían acompasadamente como si todavía estuvieran en el cuerpo del que los habían arrancado.

La respiración fue contenida durante unos segundos. Bastantes. Tantos que cuando el cerebro comenzó a notar la falta de oxígeno, dolió que este penetrara otra vez en unos pulmones comprimidos por el horror. Aquello era algo que no cabía en una mente sana. Los corazones... estaban allí. Latiendo. Cortés no sabía qué hacer. Miraba en derredor sin entender. Caminó por toda la estancia para observar el pentáculo con detenimiento. Cada frasco... cada posible detalle... Pero seguía sin comprender.

De forma casi morbosa extrajo el móvil del bolsillo interior de su chaqueta y comenzó a grabar en vídeo toda la estancia mientras narraba con la voz entrecortada.

- Están aquí... los corazones de las dos mujeres: la presentadora y la vidente. Y el de Robledo. Están... flotando dentro de botes de cristal que aparentemente no contienen nada. Y... no entiendo como es esto posible pero... laten.

El zoom de la cámara hizo presa en uno de ellos.

- Los tres corazones laten a la vez. Acompasadamente.

Una vez terminó de grabarlo todo envió el vídeo al grupo de whatsapp que compartía con sus compañeros y acto seguido lo compartió también con Agramán. A partir de ahí que fuera lo que tuviera que ser.

Cuando los demás se reunieron con Gustavo tuvieron la misma sensación que él. No ayudaba la visión de aquellos corazones palpitando mientras flotaban en el vacío. Aquello acababa de dar un vuelco de lo más extraño. Guillermo, que venía de hablar con Durás antes de que se lo llevasen, tenía cara de circunstancias y miraba la escena quizás intentando comprender las palabras que le acababa de decir aquel individuo.

Guillermo estaba delante de la puerta del almacén pero algo le decía que aquello no estaba bien. Intranquilo moviéndose de un lado para otro prefería no pensar en lo que había ahí delante. Pero no era eso no, era otra cosa. Durás. No podía dejarle solo. Necesitaba saber que iba a llegar a la celda, que no le iban a interceptar, que no iba a escapar o peor aún que no le iban a matar. Necesitaban respuestas y el cabrón del anticuario no se iba a morir sin dárselas. 

Agitado balbuceo un par de ladridos ininteligibles y se dirigió por la tienda hacia fuera intentando interceptar a los agentes que se lo habían llevado.

Gutierrez comenzó a respirar más rápido, apretando los puños con fuerza, cuando vio con sus propios ojos aquella aberración presentada teatralmente.

- Suputamadre. - gruñó mientras descargaba un puñetazo contra la pared, teniendo que agitar luego la mano para aliviar el dolor de los nudillos ensangrentados.

Estas mierdas no eran cosas suyas, lo suyo era limpiar Madrid de yonkis y putas y tomar un whiski antes de dormir para volver a patrullar con pitillo en la boca.

- Suputamadre. - volvió a soltar mientras salía detrás de Montalbano, quería estar presente si empezaba a sacudir al cojo para poder unirse.

Ni se molestó en limpiarse la sangre de la mano según avanzaba, el dolor y la rabia le hacía centrar su atención en algo distinto a aquel espectaculo dantesco y le evitaba terminar vomitando en el baño.

- ¡¿Dónde cojones crees que vas?! ¡Ahí no baja nadie hasta que lo diga Cortés! - pagó con un agente de callé la mala ostia que llevaba.

Angel había subido a custodiar a Durás con Guillermo.

Abajo Patricia, Aldara y Gustavo seguían contemplando aquella colección imposible.

Patricia sintió como su garganta se secaba y un sudor frío comenzaba a recorrer su cuerpo. La atmósfera opresiva y aterradora no le permitía pensar en hallar una solución racional para lo que le ofrecía su vista.

Respiró hondo, hizo acopio de valor y se acercó hasta los pentagramas. Con diligencia, sacó fotografías del área, sin dejar nada por cubrir, hizo un pequeño video similar al de Cortés y luego, tomando los guante de latex que guardaba en el bolsillo se dispuso a tomar uno de los frascos. Fuera lo que fuera que estaba ocurriendo allí, era hora de ponerle fin al misterio y averiguar cual era el secreto detrás de los corazones latientes.

- ¡No...! - voceó Gustavo ante la intentona de Patricia de desmontar aquel macabro escaparate. - Para... pensemos. 

Cortés se tomó unos instantes antes de retomar la palabra. La voz resonaba en la cueva de roca con un eco metálico y oscuro. Casi daba miedo el simple acto de hablar. Pero el agente tenía cosas que decir y no sabía cómo hacerlo. No sabía cómo hacer para que sus ideas sonasen en aquella cueva con el mismo peso y la misma verdad que lo hacían en su cabeza.

- Robledo no va a revivir. No... no podemos simplemente devolverle el corazón y que siga latiendo en su pecho del mismo modo en que lo está haciendo en el interior del frasco. Ni Adelaida tampoco... ni la otra mujer. Están muertos. Durás los mató para obtener los corazones y aquí los tenemos. Hemos... hemos atrapado al asesino. Hemos parado esta locura. Según la descripción del manuscrito de Ablaneda lo hemos hecho antes de que el ritual esté completo. Antes de que pase eso que se supone que debía pasar. Sin embargo...

Ese "sin embargo" sonó raro. Como si algo se activase en el corazón de Cortés.

- Desconocemos qué era exactamente eso que debía pasar. No creo en brujería ni en magia negra... no estoy hablando de darle fe a este horror. Pero creo que estamos a un paso de saber la verdad. De saber por qué alguien hace esto. Y eso nos ayudaría a saber cómo. Nada nos explica aquí quién era Robledo ni por qué vivía en un chalet que parecía un decorado del Ikea. No nos ayuda a entender quién era Adelaida... esa niña que murió para volver a vivir y que sin saber cómo desapareció del mapa para regresar veinte años después convertida en una estrella mediática. Solo hemos destapado la mitad de esto. La otra mitad se nos escapa. Quiero hablar con Isolino. Y os pido por favor que hasta que lo haga no permitáis que nadie entre aquí. Ni siquiera Agraman. Le he enviado el vídeo. Lo he hecho porque no quería que esto fuera manipulado y nos convencieran después de que nunca existió. Pero creo que tampoco me fío de él. Ninguno nos fiamos de él al cien por cien. Necesito un par de horas.

- ¿Le llevamos en nuestro coche con una pequeña parada junto al Manzanares, estilo vieja escuela? - sugirió a Montalbano cuando llegó a su altura, deseoso de descargar su rabia contra aquel maldito cojo.

Una vez que había quedado claro para Gutierrez que Durás no era una posible víctima si no el que había orquestado aquello, no pensaba cortarse un pelo.

- Tenemos que saber quién sería la cuarta víctima y dónde están sus dos matones, los que fueron a ver a los yonkis. - añadió, por si acaso su compañero se acordaba de algún misterio más de los que parecían estar surgiendo sin parar en ese caso.