La ida de Verona provocó en parte alivio en aquellos que un día la conocieron aunque solo fuera en las historias de sus padres, aquellas historias que le contaron antes de dormir.
Ya solo quedaban cinco cartas en la mano de Eko, puede que fuera demasiado temprano, pero tenía ganas de conocer su arcano, aquel que definía su destino y su verdad.
Iba a darle la vuelta a una carta, cuando Cameron asió su muñeca y lo llevó junto al redil de la traición, donde Mêredy, descansaba jugueteando con sus esferas, Juliette permanecía al lado de Liam, y Shayou seguía recta con disciplina militar y altanería al mirar.
Cameron acarició la barbilla de Eko con una de sus uñas y dijo: No podríamos seguir sin alguien que miré más allá de nuestros ojos, y nos adelante la verdad.
Eko sonrió con orgullo, al sentir como enarbolaban su trabajo y con soltura dejo una carta caer al suelo, que caía lentamente observada por los pequeños ojos de aquel colibrí.
Entonces el arcano se mostró… el arcano sin número… el Loco, un arcano distinto entre todos los demás. Al principio una cara de desconcierto en su mirada, con la decisión de su baraja, preguntándose por qué… ¿Por qué debía ser el loco?.... Aquel que camina sin rumbo e insensatez.
Si no fuera por su sabiduría y su actitud, nada habría terminado así… fue los ojos y la estrategía de la traición. Como podía denominarlo así el destino.
Sintió una mano en su hombro y sintió la risa tenebrosa de Mêredy a su alrededor la cual mirando como ardía la carta le dijo: Era lógico, que tu fueses el Loco… nadie atado a la cordura, comenzaría el declive con la muerte de su madre… es un acto de verdaderos demonios que muchos hubiéramos elegido dejarlo para el final.
Los ojos de Eko se abrieron ante la sorpresa de sus palabras, ellas sabían de su secreto, miró hacía Zyllah y luego escondió su mirada en la más absoluta vergüenza, mirando el suelo sobre el que ardía su destino revelador.
Su carta como siempre le desvelaba la verdad, pues ahora comprendía aquella figura llameante ante él… ahora estaba solo, pues no solo había perdido a su madre al principio de su camino, sino que ahora no había cabida bajo el abrigo de su padre nunca más.
Miró sus manos y sintió haber perdido el control, era su primera aventura, y su primer error.
Cameron cerró sus manos entorno a sus cartas y dijo: No importa el comienzo, sino los regalos del camino y las vivencias del final.
Aquellas palabras le recordaron el sabor de los besos de Zyllah, aquellos momentos de locura y pasión. Todo valía la pena, tan solo por aquellos momentos… tenían razón.
No estaba dispuesto a renunciar a sus vicios tan solo por aquello que ni siquiera de pequeño disfrutó.
Puede que tuviera que olvidar su estirpe, incluso su apellido o su posición… pero ahora Eko estaba seguro que el destino tenía preparado este camino para él, pues incluso su nombre fue escogido de entre los amigos, el traidor.
Eko, era único, era un loco… era uno más… era un traidor.
Poco quedaba por finalizar cuando la tercera estrella deslumbró en aquella mañana liberando parte de la esencia de aquel hombre que ahora junto a su ave fénix permanecía callado, como derrotado en una batalla aún más grande que en la que acababa de ocurrir.
La mirada de Nil cruza el lugar buscando una respuesta que aún no había sido resuelta, una respuesta que se quedaría inerte por la eternidad.
Entonces a través de los muros derruidos, en medio de la soledad que proporcionaba aquella ciudad muerta apareció aquella mujer.
Una mujer que tapaba su rostro, bajo un velo negro de desesperanza, pero que no podía ocultar su piel blanquecina y sus labios rojos como la sangre.
Los ojos de Nil tintineaban bajo aquella lluvia de luces, que le otorgaban aquella última imagen antes de desaparecer. La mano de aquel hombre quiso tocarla una vez más extendiéndose hasta ella, pero era imposible llegar a ella, pues poco a poco su alma se borraba del lugar.
Su cuerpo era joven como el de aquel Jared un día conoció, un cuerpo que se esfumaba, sin aquella respuesta.
Fue ahí cuando aquella misteriosa mujer señaló una figura entre las reunidas, una figura femenina, ataviada con un látigo cernido a su cintura.
Nil sonrió dejando escapar una lágrima que se hizo roció mientras nada quedó más de él. Su pequeño fénix quiso volar junto a aquella mujer, pero su vuelo se hizo volátil en medio de la ciudad llevándolo junto al alma desaparecida de su dueño.
Ya nada quedaba de Jared, más que una duda resuelta, y sobre el suelo el arcano de la Rueda de la Fortuna comenzó a arder.
Una rueda donde los destinos de muchos se unían pero que aquel fuego hacía cenizas, sin tener piedad de aquella figura que se alzaba en su cúspide ni de aquellas otras dos, que rodaban en la rueda. Una imagen clara de la realidad, donde sin quererlo, tres destino se unirían más tarde o más temprano, cuando se supiese la verdad.
La aparición de aquella mujer dejó helada a Zyllah la cuál estaba al otro lado de aquel dedo inquisidor que la señalaba y unía su destino al de Jared o Nil.
Balbuceante e incrédula de que estuviera allí, Zyllah casi pregunto: ¿Mamá…?.
La mirada de aquella mujer seguía oculta bajo aquel velo, pero se podía prever que miraba hacía el suelo, donde a su lado descansaba atenta, una fiera pantera gris.
Aquella escena podría producir fervor, pero las entrañas de Yormund solo reclamaban una cosa… rencor. No le bastaba con humillarlo y vejarlo bajo su yugo que ahora también le iba a restregar su suerte por tener una familia y el no.
Yormund se dio la vuelta, pero Naica no le siguió corrió jugueteando como un gato pequeño en busca de aquel nuevo animal.
La voz ruda de Yormund llamó a Naica más de una vez pero esta no lo hizo caso, entonces algo impensable pasó. Aquella pantera grisácea se hizo humo y rápidamente estuvo frente a frente a aquel pequeño gato negro.
Naica se quedo helada, y ni siquiera respiró, entonces el hocico de Nyx acarició la pequeña cabeza de la pequeña felina. Aquel gesto paró la respiración de Yormund aún sin verlo, como si sintiera un antiguo roce, como si reconociera un abrazo distante en el tiempo otra vez.
La pantera llevaba entre sus dientes colgando de su piel a la pequeña gata junto a su amo, como una madre lleva a su cría, sin hacerle daño, como acostumbrada a aquel gesto sin más.
La mirada de Yormund buscó la de aquella mujer y encontró ahora unos ojos inundados en lágrimas, un rostro roto de dolor por verse descubierta.
Yormund no podía aguantar esa sensación y corrió en dirección contraria a aquella mujer, ahora si seguido por Naica otra vez.
De los ojos del hombre gato, resbalaban miles de lágrimas, tantas como nunca se atrevió a derramar. Huía como un niño, un niño abandonado hace más de un siglo en Oldland, y que aprendió a vivir en soledad.
La figura de Juliette se apareció en medio de su carrera y con un solo toque en su piel, de nuevo los dos estaban de nuevo en medio de aquella reunión: No huyas de tu pasado, tranquilo… pues nunca más volverá.
Yormund se dejó caer al suelo derrotado, mientras miraba con aún más odio a Zyllah, no quería tener nada con ella, y menos aún aquella relación: Nunca seré nada vuestro… soy el monstruo que entre vosotras habéis decidido crear. Negó con la cabeza y dijo: Maldita la astilla que del tronco sale…
En mitad de todos, la carta del Ermitaño ardía sin cesar, dejando ascuas vivas tras aquel papel, una carta que reconocía el carácter fuerte de Yormund, y además su obligada soledad, un destino austero para un pequeño niño abandonado en verdad.
Zyllah no sabía que hacer ahora se arrepentía en parte de su dureza cuando encadenó aquel alma a su lado y lo instigo a seguirla a pesar de todo. Cuando lo obligó a matar a sus amigos, y lo negó a hablar.
Buscó su mirada pero el la rehuyó, entonces miró a aquella mujer en el horizonte y le dijo con voz temblorosa: Mamá… ¿Quién es él?...
La mirada rota de la descubierta Nybras, se hizo dura y con una última mirada regia, se dio la vuelta y comenzó a andar alejándose de aquel lugar. Poco a poco la mujer se fue convirtiendo en humo y a cada paso fue desapareciendo, dejando con aquella palabra en la boca a su pequeña. Con el mayor desprecio que existe… dejándola con indiferencia sin más.
El rostro manchado por el fragor de la batalla de Zyllah se fundía con miles de preguntas que ahogaban su alma y apretaban su lagrimal.
Zyllah caía de rodillas ante aquel horizonte solitario donde la figura de su madre se deshizo en miles de sutiles redes de humo. La angustia sobrecogía el pecho de Zyllah, la cual sentía casi como si le faltara respirar.
Su voz fue a penas un susurro al principio, y luego fue creciendo hasta romper en un grito lleno de lágrimas como una pequeña que se renuncia a entender: Mamá…… Mamá……… MAMÁ……….
De nuevo ocultó su rostro entre sus manos temblorosas para limpiar su rostro angustiado, antes de volverse para buscar a Yormund. Pero el se negaba a escucharla, ya no estaba obligado a ello, y parece que la culpara con su indiferencia por todo lo que el había vivido alguna vez.
Con paso lento ando hasta ella Cameron y dijo con voz serena: Quien diría que de la familia de las Guardianas, nacería el mayor traidor… Quién diría que de la sangre de Joselinne, nacería el más puro odio y rencor.
Eko no pudo aguantar más y fue hasta Zyllah y la enterró en sus brazos, esperando que encontrará algo de apoyo en aquel duró golpe que le daba la realidad.
De las manos de Létang, cayó una carta, la de la Emperatriz, que comenzó a arder lentamente, mostrando la verdad de un destino que estaba por enmarcar… muchos dirían que aquella carta representaba diligencia y orden, pero los más sabios sabían que significaba en realidad. Una familia, una madre… todo aquello que Zyllah acababa de perder, por seguir el camino del odio sin querer.
Había tenido la oportunidad de elegir, y ahora recogía las llaves de aquella puerta cerrada sin más.
Cameron volvió con el resto de traidores y dijo: Pronto se recuperara, y será la más fiera comandante que haya tenido el Averno desde su creación.
Puede que aquello fuera verdad, pero ahora solo era una pequeña abandonada en los brazos de un amigo, que temblaba ante los golpes que le devolvía la realidad.
Los sollozos de Zyllah fueron la antesala de último bosquejo del adiós, pues ya solo quedaba una estrella que apagar, y una carta que mostrar.
Poco a poco la figura de Jane se imponía ante vosotros, con lágrimas en los ojos, y un libro entre sus brazos.
Eko soltó la última carta al comprender cuál era aquel libro, y entonces la Templanza se mostró ante los demás… El traspaso de sabiduría que portaba entre sus manos, como el agua que circulaba entre los jarros del Arcano, hacía de aquella imagen una presencia casi simetrica.
La bibliotecario miró a Jane sin comprender su dolor, y sin dejar de mirarla depositó el libro en el suelo, en mitad de aquel grupo en el que solo quedaba traición.
En los ojos de Zyllah brillaba aquella antigua tapa, en la que su estirpe infundo en saber de proteger aquello que ella había dejado caer.
En medio de todos aquellos sentimientos, una figura esbelta se apresuro en avanzar hacía libro. Al principio todo era confuso, pues nadie comprendía que hacía Shayou con aquel libro entre las manos, luego todo tuvo su solución. Pues no había más respuesta que aquella ante un libro que había sido la mejor defensa en contra de la traición.
Shayou cogió una a una las páginas de aquel libro, y poco a poco las arrancó, mientras a cada legajo de hoja, la catedral convulsionaba como si sufriera un nuevo golpe otra vez.
En medio de aquel derrumbe, los gritos de Zyllah por detenerla no surgieron efecto…Pues con una sonrisa muerta, aquella mujer del odio destruyó cada palabra y cada recuerdo guardado en aquel Grimorio, haciéndolo desaparecer sin más.
La figura de Jane se desvanecía viendo como aquel legajo de sabiduría empezaba a desaparecer, viendo como el sello se detenía entre miles de grietas que darían comienzo a un final.
El final de la era de los intermedios… ya no había más dilación… era el momento del final, y así lo mostraban las sonrisas de aquellas tres niñas, que se vanagloriaban de haber conseguido su destino al final.
Todo estaba por comenzar, aquellas sonrisas lucían entre miradas de desafío aquel destino que estaba por llegar... pero no contaban con una cosa, que aún guardaban algunos de los corazones presentes en el lugar.
Zyllah retorcía su cabello nerviosa sin parar, y tras unos segundos siento como si un alma lejana diera clíck a su interruptor... No podía contener aquellos sentimientos que inundaban su alma, proclamando un viaje sin un un final... No aguantó más y dejo que su instinto dominara aquella situación...
Avanzó dejando que sus pasos resonaran en el lugar, y que su mirada desperndiera toda la ira de su interior... Desplegó su látigo acerado entre aquellas miradas que aún parecían divertidas con aquella sensación, y atrapó el cuello de Shayou. Un fuerte movimiento de su brazo y su contrincante se extendía sobre el suelo mientras la acercaba obligada a su posición.
La garganta de la asiática se debatía entre palabras ahogadas mientras sus dedos temblorosos pedían la ayuda de sus iguales en aquella situación, la ayuda de aquellas tres descendientes de los avernos que ocultaron por fin su sonrisa, mostrando de nuevo seriedad y furia en su semblante.
Zyllah apretaba los dientes y mientras oprimía el cuello de su contrincante ayudandose de la fuerza de todo su cuerpo mientras hundía su huella en el cuerpo de Shayou...Entonces sintio, como si algola obligase a dejar de tirar, una fuerza bruta que zarandeaba a su presa sin cesar...
Al abrir la mirada se encontró como Saskia que retorcía hundiendo su mandibula sobre la piel de la oriental, bajo la sangrienta mirada de Alexia que parecía disfrutar de aquel festival de sangre y dolor.
La rusa miró a Zyllah y camino hasta ella apoyando su mano sobre su hombro, indicandole que era su turno, ya no había lazo que las obligara a obedecerse pero a pesar de ello, el respeto entre ambos hizo que solo una mirada bastase para entenderse esta vez.
Alexia se abalanzó sobre su victima como lo haría cualquier animal y dejo que sus dientes al igual que los de su fiel loba, descarnasen el cuerpo de Shayou, mientras esta entre halaridos intentaba zafarse de aquella situación... pero los intentos era inútiles pues sus visceras se corroían entre la esmaltada dentadura de aquellas dos fieras que se obcecaban en desgarrar.
El sabor ferréo de la sangre endulzaba la garganta de Alexia, cuando esta decidió dejar los restos para su animal.
A su espalda quedaba Saskia deborando un cuerpo que aún temblaban por medio simples reacciones neuronales, que estremecían un legajo de carne inerte nada más...
Estaba claro que aúnque traidores no iban a dejar que nadie mandase sobre su victoria, y menos nadie venido desde fuera, y con el propósito de dominar sus existencias. Si aquellos inmundos semidemonios querían una batalla la tendrían y no pararían hasta verlos desangrar su último aliento de vida.
Mêredy intentó evocar algún alma para algún antiguo ritual, pero la tensión del momento hizo que algo saliese mal, y todas aquellas perlas calleran al suelo, dejando libres las almas encerradas en cada una de aquellas esferas, que ahora volvían a emerger entre cortinas de niebla efimera y ojos blancos en frenesí...
Mêredy, esperando que aquello no vinculase el final, o no tendría consuelo ni rincon en los avernos que no pidiera su tortura eterna...
Juliette, aún en brazos de Liam, sintió que ya era la hora de intervenir... siempre debía corregir los errores de su hermana menor.
Liam, no hizo ni el más minimo movimiento, para mantenerla a su lado, tan solo se dedico a observar... Los hilos que sobresalían de las manos de Juliette se tenían de sangre, y empezaban a sobrevolarla sala en busca de aquellas dos muchachas que habían conseguido erradicar la existencia de Shayou. Pero entonces algo freno sus manos, un frio viento se estampaba contra su piel cetrina, a la vez que dejaba rastro de pequeñas heridas en su piel, como si el filo de un arma se obligara, en ceder ante ella.
Sus ojos lograron ver entre aquella ligera niebla que la rodeaba aquella mirada traviesa que aunque blanca ahora, acompañaba aquella siniestra sonrisa otra vez. El alma de Ira se enfrentaba a Juliette dejando que su Segadora de Almas cortase aquellos hilos de sangre que dejo escapar.
Juliette esbozo una sonrisa mientras dejaba salir de su cuerpo aquella fina vara afilada de metal con la que hace unos días cosío de nuevo la vida en el cuerpo inerte de Mêredy... era la hora de mostrar que no solo otorgaba vida aquel metal. Pero entonces sintió una fuerte punzada en su interior como si algo oprimiese su pecho sin más, y al girar el rostro encontro entre la bruma, la figura de Annie, la cual asía de la mano a una pequeña, y junto a su madre alzaba la mano al viento y apretaba el puño, dejando escapar una etérea gota de sangre al aire, como aprendiendo un oscuro y antiguo ritual.
Juliette se sentía perdida, esta vez era ella la que necesitaba ayuda, y sus manos temblaban al dudar, miro hacía atrás para encontrar el apoyo de Liam... Entonce este la abrazo y beso sus labios con trémula pasión.
El beso daba dulzura al momento pero no erradicaba el dolor, ella buscaba ayuda, y con manos temblorosas acarició su pecho esperando hacerle despertar de aquel estado extraño en el que parecía haber entrado, y no querer escapar. Entonces una sonrisa siniestra escapo de los labios de Liam, y sin dejar que el tiempo siguiese contando un segundo manos, sujeto la cabeza de Juliette por ambos lados, y aplico toda la fuerza que poseía en sus manos, los huesos de la diablesa crujían mientras sus ojos hervían en un grito de dolor... Un giro rápido y el cuello de aquella tétrica figura crujió dejando que su vida expirase en tan solo un segundo, el mismo que tardó su cuerpo en acabar tendido sin más...
Una útima mirada de Liam, al cuerpo de Juliette y tras moverla con el pie y cerciorarse de que no se volvería a levantar, andó hasta donde estaban los demás. Puede que fuera un traidor, al igual que Juliette, pero había llegado solo, y así saldría de allí sin ningún lazo que le atara a nadie, salvo a el alma despierta de un recuerdo que siempre le haria recordar un sabor, como el sabor de aquel beso de sangre que un día le dio.
El alma de Ira, apoyaba uno de sus brazos sobre el pecho de Liam, dejando que su frío tacto calmase el esfuerzo de aquel ataque, capaz de destrozar un hueso forjado en el averno, y enriquecido de poder.
Juliette había desaparecido con ella los miles de consejos que se empezaba en recordar día a día para no dejarla caer en sus instintos más básicos, los cualés algún día la harían caer.
Mêredy buscaba entre sus ropajes algún escrito, algún legajo de maldición que la ayudase de nuevo a reordenar todo aquel desbarajuste que parecía no tener fín, pero entoces sintió como una frías manos acariciaban su piel, y los trémulos labios acariciaban su cuello... el frió de aquellas manos poco a poco se dejaba de notar, al igual que el calor en las punta de sus dedos, o el cosquilleo que producía su pelo sobre sus hombros.
Pronto ante ella, se presentó el alma de Ivhone, que sonrisa traviesa, ponía un dedo en sus labios mientras el resto de sus manos acariciaban su pelo, colocaban su ropa, esperando la siguiente actuación.
Mêredy estaba paralizada, de pies a cabeza como una estatua en un panteón, sin posibilidad de mover ni ápice de su cuerpo, sin poder hacer nada más que pensar.
Y fueron sus pensamientos los que la llevaron hacía el principio de aquellos días donde aún era una pequeña de piernas atrofiadas, y deambulaba sobre un gigante cangrejo, como una mera espectadora, que sabía otorgar el miedo tan solo con un torrente de arena sobre sus pies.
Allí estaba la solución, aquella arena que su mente controlaba y comenzaba a aremolinarse a su lado, la misma que poco a poco se alzaba como un muro que parapetaba su posición dejando invisible su figura y fortificandola bajo una caverna de arena en la cuál no había hueco ni sello por el que entrar.
El único sonido dentro de aquella fosa era la respiración de Mêredy, la cuál era lenta aún por acción del veneno de Ivhone. Entonces ese sonido se acompaño de uno parecido a la lluvia, una lluvia de arena a su alrededor, más concretamente frente a su mirada, y pronto el sonido se vio acompañado del de una simpatica risa que se jactaba de su presumible porvenir.
Tan solo pasaron unos segundos cuando, ante la aún petrificada Mêredy, apareció la blanca esencia etérea de Poron, atravesando aquella fortaleza de arena, dejando un hueco atraves de su incorporea esencia por la que además del aire, sabía que pronto entraría alguien más.
Primero fue un fuerte brazo el que apreto el cuello de Mêredy, luego fueron unas enrededaderas que se unieron al mismo fin, y poco a poco bajo la caída de aquel fortín de arena aparecía el fornido cuerpo de Yormund, que mirada furiosa apretaba sus mirada a la vez que su puño crujía la carne que asía sin perdon.
Ya no había cabida que protegiese a Mêredy, ni forma de esperar ninguna compasión... tan solo esperar que todo pasase rápido. Un último instante acompañado de un rio de aullidos de ira, y rabia que salia del gaznate de Yormund, mientras agazapado sobre la diablesa golpeaba su cráneo con el suelo una y otra vez.
Toda la ira acumulada en aquella humeda prisión, toda la ira acumulada en un vida de soledad, toda en un mismo momento descargada contra un ser impió y que tarde o temprano recibiría un final.
Hacía tiempo que el cuerpo inerte de Mêredy, había dejado de respirar, cuando Yormund exhausto dejo el cadaver por fin en paz... jadeante fue hasta una esquina y comenzó a calmarse mientras miraba aún con odio aquella muchacha ya muerta y todo lo que representaba para él en verdad.
Cameron, hervía de rabia desde su situación... sabía que ella sola no podría acabar con todo aquello y dar paso a la desolación... solo había una salida. Abrir una entrada y esperar ayuda, nada más...
Sus ojos miraron hacía el suelo donde agrietado se tendía aquel antiguo sello, con furía dejo caer nuerosos golpes conta aquella piedra, que poco a poco comenzaba a temblar... Sus puños se alzaban ensangretados tras cada golpe, pero no había tiempo para descansar, pues puede que solo un segundo fuera el culpable de toda aquella situación.
El granito comenzaba a ceder bajo sus golpes cuando sintió un frio que borrró cualquier esperanza. Un helador aliento que desde atrás la observaba y afianzaba con fuerza su mano derecha, al mirar hacía atrás encontró a Vanna que con odio sujetaba su antebrazo, y entonces sintió un crujido en la carne, y una sombra informe, sujetó al otro lado su mano izquierda. Cameron buscó con la mirada a aquella otra persona, pero ya no existía identidad, solo sombras, como fueron en un principio, un mero reflejo de su dueña y nada más.
Aquel signo débil dio aliento a Cameron y forzó sus manos atadas para ir hacia su objetivo otra vez, pero un sabor frío y férreo le inundo la garganta mientras se deslizaba por el suelo varios metros atrás.
Frente a ella, Andrew, miraba con aquella hueca mirada, y con un gesto duro que nunca nadie reconoció, en su mano el escudo con el que había golpeado a Cameron y a su lado aquel pétreo amigo, que aún en aquella forma éterea, parecía rigido y con vida a la vida.
Cameron intentó alzarse semidolorida, mientras observaba, como con cada paso de aquel león, el sello parecía reconstruirse y cubrirse por una pétrea capa, que se fundía con el granito presente en el lugar.
Todo estaba perdido para aquella batalla, ya no había nada por lo que luchar... se dejó caer sin fuerzas sobre el suelo esperando un último golpe que la devolviera al averno, a recibir su condena por fracasar. Pero entonces unos frios pasos llegaron hasta ella.
Una mirada dura reinaba sobre aquella figura acompañada de aquel pequeño colibrí... Despacio, Eko cargó su arma, con aquella bala con la que solía jugar. Cameron sonrió ante aquel gesto pues su muerte, al menos, sería rápida, pero entonces sus ojos se abrieron de impresión ante de estalllar en un grito agónico de dolor.
Los huesos de Cameron crujía entre estallidos que parecían llegar desde el interior, su cuerpo se hacía pedazos desde dentro, sin piedad... dejando libres cualquiera de los órganos vitales, para hacerla llegar hasta el final. Fueron momentos lentos, los últimos segundos de Cameron, pero finalmente llegó aquella bala hasta su corazón... una única bala que dejaba inerte a su contrincante y dejaba un silencio vació en aquel lugar, una ciudad muerta, donde ya no quedaba nada, un lugar donde volver a empezar...
Todo había terminado, ya no había más contrincantes contra los que luchar, ni nadie que les obligase a ceder parte de su verdad.
Sobre el suelo se disponía aquel sello reconstruido, bajo la mirada atenta de aquellos cinco que habían logrado sobrevivir. Su condición les hacía intentar sesgarlo otra vez, pero algo en sus mentes les decía que era su momento, y que para ello habría tiempo en otra ocasión.
Aún quedaban en pie aquellas seis almas, que con furia y desdén seguirían su existencia en un plano intermedio entre las calles de Oldland. Una ciudad muerta que ya contaba con seis habitantes, que mcuhos recordarían, incluso algunos llegarían a ver.
Siempre se dice que las ciudades guarden leyendas y fantasmas, y Oldland no iba a ser menos.
Era el momento de la despedida... sobre el suelo los cuerpos de los caídos en la batalla, y los restos de aquellas últimas derrotas que habían liberado los grilletes de su alma, aunque no los de la traición.
Aquel suelo roto, plagado de cenizas y restos de aquel libro que había servido a muchos para proteger a Oldland y a la humanidad.
Zyllah estaba triste pues no sabía cual sería su dirección, frente a ella los muros caídos de la Catedral representaban la ruina en la que se había convertido su por venir, pero en su hombro una mano le recordó que no estaba sola. Tras una caricia de Eko en la mejilla ambos enlazaron sus manos y comenzaron a andar, fuera de todo aquello, esperando que algo en el viento les indicase una nueva dirección.
Una última mirada de Zyllah intentó buscar la figura de Yormund, pero este ya no estaba entre los demás... Había ganado y perdido a un hermano antes de saberlo... o al menos creería ella en su interior, pues desde lejos, sobre un tejado, Yormund, no perdía detalle de cada paso que daba su hermana, esperando algún día ser lo suficientemente fuerte como para convertir aquel odio en indiferencía, y poder olvidar su rostro... dejando atrás aquella extraña sensación, que ahora sentía al saber que no estaba solo, tan solo distante, nada más...
La mano fuerte de Eko, se aferraba a Zyllah, pues por ahora era lo único seguro que le deparaba su final... Sabía que sus actos alzaban un muro con su padre y su condición, pero puede que todo aquello ya estuviese previsto desde antes de que iniciase su viaje, pues al fin y al cabo su padre había elegido para él, el nombre de un antiguo traidor, aquel que vendío su amistad entre mentiras, y finalmente le decepcionó. Pero el era diferente, pues había conseguido llegar hasta el final, como siempre, y no estaba solo, pues a su lado se encontraba su amiga, junto a su hombro, y entre ellos, revoloteando hasta el final, aquel pajaro que los seguiría sin más.
Había llegado el final para todos, y era necesario encontrar un nuevo rumbo y un nuevo destino en verdad... Alexia, miró como el alma de Andrew se perdía entre las calles. Toco sus propios labios recobrando el sabor de aquel beso, y el lazo de su promesa. Puede que su condición le obligase a traicionar al mundo, pero no a Andrew, no a él... Mesó el pelo de Saskia y comenzó a andar, largo era el camino que le esperaba antes de encontrar aquella dirección que se perdía en otro continente. Puede que fuera dificil, aquel nuevo reto, pero sin lugar a duda, no supondría nada comparado con aquella batalla que dejaba atrás.
Por último, quedaba Liam... el cuál crujía sus entumecidos huesos mientras avanzaba hacía aquel arco semiderruido que una vez fue la entrada de la Catedral.
Ante él, un mundo entero que investigar, había venido pensando en derrotar aquel demonio, que hizo de él alguien sin valor, y al final había encontrado que él único demonio existente crecía en su corazón, y hacía de él alguien con valía y corage, alguien osado, y que ahora miraría el futuro con decisión.
Una Oldland vacía quedaba tras aquella batalla, tan solo cadáveres que el tiempo se encargaría de borrar. Era el tiempo de construir un nuevo futuro, pues las amenazas parecían desiertas en aquel presente.
Aunque nada es seguro, en Oldland, pues si eso fuera así, nadíe habría escrito esta primera página, que da comienzo al nuevo libro que buscará los saberes perdidos contra los que se ha de luchar.
Ahora Oldland está de nuevo viva... y el temor corre entre sus calles al igual que las risas, las mentiras o el amor... pero eso es otra historia, una historia donde supongo que pasaré a ser un nuevo emisario, al que muchos llaman Bale, y otros ni me conocen... soy el Bibliotecario de Oldland, el que escribe esta historia, y el que pronto sabe que volverá a escribir, sobre esa antigua leyenda que se cierne sobre nuestras calles y sobre nuestra extirpe, una pequeña herencia que se arrastra desde el principio, por ser hijos del ya extinto Cain.