La reacción de Alexia despertó mi curiosidad y especialmente mis ganas de intervenir y replicar solamente por el mero hecho de provocarla. No entendí lo más mínimo lo que quería decir ya que ese idioma me era completamente ajeno. Que yo entendiera el francés porque era mi lengua natal era una cosa, que además sepa algo de alemán por unas u otras razones es otra, pero conocer el ruso, ya que sospechaba que utilizó su idioma natal, era demasiado pedir.
Pero aquel momento se interrumpió de forma abrupta ante el regreso inesperado de alguien cuya presencia no contábamos, al menos yo, vamos que fue una auténtica sorpresa. Era ni más ni menos que el chico rubio del escudo, Andrew. Este reencuentro hizo cambiar de forma drástica cualquier supuesta interacción al menos por mi parte. Mis ojos se clavaron en él, una mezcla entre sorpresa y desconcierto.
-Vaya vaya, el rubito ha regresado. A ver si tú consigues animar a la lobita, que últimamente tiene un humor de perros. - Comenté de forma despreocupada sin ni siquiera dignarme mirar a la mencionada, aunque sí al escudero con una mediasonrisa. – Lo creas o no, yo sí que me alegro de verte. Así Alexia estará…ocupada con algo más interesante. – Hice una pequeña pausa pensando en la parte desaparecido Azhariel. – Entonces, ya no queda nadie de la primera reunión salvo… ¿cómo se llamaba? ¿Kaldreade?
Ahora solo quedaba que la noche llegara al fin, y con ella nuevas sorpresas. A pesar de lo que pudiera parecer estaba relajado, relajado y tranquilo. Como si me hubieran quitado un gran peso de encima.
- Azhariel sabía de sobra lo fácil que es morir y regresar en este lugar. - Afirmó Eko entonces, dirigiéndose a Marceline. - La otra vez que estuvo aquí lo hizo dos veces. No creo que se metiera en el cuerpo de Andrew si sólo con eso fuese a desaparecer. - Explicó, antes de dirigirse al Grovehn. - Así que puede que no sea la última vez que le veas.
Tras esto Eko se quedó durante unos instantes observando el animal. Sin duda era un compañero impresionante. Probablemente el más portentoso que había visto desde Nyx, la pantera plateada de Nybras.
- ¿Cómo se llama? - Preguntó, acercándose con seguridad y cautela a partes iguales al felino.
Arrugué el ceño al escuchar las palabras de Yormund, mirando después a las niñas que sí, estaban muy silenciosas en los últimos días. Pero había tantos motivos que podían provocar algo así, siendo muchos de ellos buenos para nosotros, que preferí no comerme demasiado la cabeza con ello. La conversación continuaba centrada en la vuelta de Andrew y mi mirada vagó hasta la ventana que había detrás de mí, contemplando la oscuridad que se cernía en el exterior.
No sabía si todavía seguía lloviendo, desde que la sangre salpicó los cristales habíamos perdido gran parte de la visión de lo que podía suceder fuera, pero el olor a mojado se mezclaba con el aroma metálico de la sangre que cubría el suelo de la sala en muchos lugares, ya reseca en la mayoría de ellos. Pensé durante un instante en lo increíble que resultaba que me hubiera terminado acostumbrando a ese olor, considerándolo de alguna manera como parte ineludible de la sala en la que llevábamos encerrados más de una semana y que cada vez estaba más vacía.
Contemplé el rostro de cada uno de los que quedaban en pie y después repasé mentalmente los de todas las personas que habíamos perdido por el camino. No quería olvidar nada de lo sucedido aquí, de alguna manera sentía la necesidad de memorizar absolutamente todo, para poder transmitirlo después, igual que a mí me fue transmitido lo ocurrido anteriormente. Durante un instante me pregunté si algún día alguien recitaría nuestros nombres, como hizo Eko en las escaleras de la Catedral, antes de que pusiéramos un pie dentro del Templo de Baal y todas nuestras vidas cambiasen y se entremezclasen hasta llevarnos al momento actual.
En silencio me levanté, recogiendo al pajarito de Eko en mi mano, llevándolo conmigo, pero sin apretarlo, dejándolo libre para marcharse si lo deseaba, y me acerqué a la ventana que él mismo había roto al llegar, asomándome por el único resquicio por el que entraba el aire del exterior. Cada vez me parecía más cercano el final y me pregunté si conseguiría salir con vida para poder cumplir mi destino. Durante un instante en mi mente apareció la imagen de mi madre, pero negué suavemente con la cabeza para mí misma. Quizá no era el suyo, sino sólo el mío. Estar encerrada durante ocho días en esta situación me hacía plantearme algunas cosas. Quizá podría llegar a comprenderla, incluso a perdonarla.
Alcé la mirada, buscando el cielo a través del agujero de la ventana, dejando que el frío del exterior me golpease en el rostro, despejándome y apartando a mi madre de mis pensamientos. No estaba segura de si las estrellas serían visibles en lo alto también en este extraño lugar. En esta horrible necrópolis en la que nos habían atrapado, atenazando nuestras almas con grilletes invisibles, forjados probablemente con el tatuaje que adornaba nuestros tobillos. Seguramente las nubes las taparían aunque así fuese. Respiré profundamente, aprovechando el olor húmedo del aire para liberarme durante algunos segundos de la pesadez del ambiente de la sala y desvié mis ojos por el reflejo del cristal, observando al resto de supervivientes a través de él, preguntándome hasta qué punto todos éramos tan sólo un reflejo o una reminiscencia de cosas pasadas.
Perdón por el tocho-post introspectivo, no era mi intención cuando empecé, pero... me he motivado XD.
Andrew sonrió a Alexia, incapaz de disimular la alegría cuando ésta se colgó de su cuello. No tanto como yo a ti. Besó los labios de la joven mujer-loba durante largos segundos para a continuación apartarla un poco. Tenía que hacer unas presentaciones.
Sonriente y orgulloso, puso una mano sobre el gran león. Este es Mush. No debéis temerle, al menos no los que no tengáis algo contra mí. El león de piedra rugió, en parte para darle su consentimiento y en parte para enfatizar la última parte de la frase.
Andrew no podría estar tan feliz. Estaba de vuelta, con Alexia y con sus nuevos poderes. Después de pasarse tanto tiempo con los muertos había perdido la esperanza, pero esto demostraba que nunca había que perder la esperanza, nunca. Ni siquiera por Azhariel. Si ni siquiera estaba en la mente de Marceline tal vez hubiera escapado del lugar... o mejor aún, quizá hubiera encontrado al fin a Valfar y a su madre.
Gracias a todos por la bienvenida. Dijo, intentando evitar la mirada de Liam. Espero que esto acabe pronto y nos podamos olvidar de todo esto ponto para seguir con nuestras vidas. Acabó a frase dedicándole una sonrisa traviesa a Alexia.
La devolví el beso a Andrew con ganas, le había echado muchísimo de menos y, en cierto modo, me alegraba que él también me hubiera extrañado.
Cuando se separó y presentó a su león lo miré un poco asustada, era más grande incluso que Saskia aunque la loba no parecía asustada, se acercó al felino y le olisqueó con cuidado y después me miró. No necesité más entre el visto bueno de mi hermana y el de Andrew era bastante, de todas formas no pude evitar acercarme con precaución. Avancé con la mano alzada pero con la palma hacia abajo como se hacía para entrenar a los perros, empecé por la parte baja de la gran cabeza y subí hasta las orejas y le acaricié, el tacto era extraño suave y duro a la vez. Si Saskia me llegaba hasta la cadera, la cabeza del león me quedaba casi a la altura del pecho. Mientras le acariciaba tranquilamente asentí y le devolví la sonrisa a Andrew, no podia estar más de acuerdo, lo que más deseaba era seguir adelante con mi vida y que los dos salieramos vivos.
La noche se cernía sobre nosotros, cada segundo que pasaba podía sentir que estaba más cerca del final. Pero la pregunta sería, ¿qué final? ¿Qué final me esperaba? Era imposible de adivinar. Todos los intentos por intentar dar un paso adelante en aquel lugar fueron en vano y más teniendo en cuenta la cantidad de variables que existían de un modo o de otro. De todas formas, poco importaba.
Era la noche del octavo día, y yo seguía en pie, ¿durante cuánto tiempo estaría en aquel maldito lugar? Otra incógnita que se resistía en ser resuelta, y una incógnita que para mí carecía de cualquier importancia.
Cerré los ojos durante un instante, ¿o quizás eran varios? En mi mente podía vislumbrar todas aquellas decisiones importantes en mi vida, incluso algunas decisiones impuestas. Mi vida era como una jodida montaña rusa, a veces arriba, y otras abajo, pero nunca se podría decir que fue aburrida, ni mucho menos.
Un suspiro escapa de mis labios, por un momento sentí como mi corazón se paraba. Quizás solo fue por un miserable y marginal segundo, aún así lo sentí. Una sensación extraña. Ahora que podía dedicarme a un tiempo a reflexionar pude percatarme que todo aquella combinación de sentimientos como odio, ira, frustración, que sin duda daría una mezcla explosiva, ya no estaban.
Ahora estaba calmado, relajado incluso, muy tranquilo. ¿Qué fue del temperamento de Liam? A saber. En cualquier caso solo me restaba disfrutar de aquel momento, estaba realmente satisfecho conmigo mismo, a pesar de todas las dificultades seguí luchando, indiferentemente del desagrado que provocaba en mí mi posición en aquel particular y sangriento juego, y con un objetivo que entraba conflicto que no era en absoluto compatible con mi todo ser.
Miré uno a uno con detenimiento a cada uno de los supervivientes actuales, Ira, Eko, Zyllah, Alexia, Andrew, Gabriel, Yormund y finalmente Marceline. El desgaste era más que evidente, no solo en el físico, si no también en la forma de ser cada uno, el dolor interno era algo personal. Estaba convencido que algunos perdieron algo importante, otros en cambio consiguieron ganar ya sea aliados o conocimiento.
Tenía cierta curiosidad por saber que les pasaría a aquellos que consiguieran sobrevivir, y como afectaría el sello al caótico y desgastado mundo que nos tocó vio nacer y crecer. Todas mis heridas estaban empezando a cerrar, pero había alguna importante que jamás consiguió cicatrizarse, independientemente de lo que yo hiciera.
Esa huella en mí revelaba mi naturaleza actual, durante tanto tiempo, prácticamente toda mi vida como semidemonio ahí estaba. Cada día, cada minuto, cada segundo podía notarla sangrar, acentuándose en determinados momentos. Ahora ya no estaba, casi la echaba de menos, casi. El dolor fue mi estilo de vida, me hacía sentir que vivía.
Ya no había dolor, ya no había ira, ni frustración, ni odio. Solo existía plenitud, finalmente había conseguido obtener aquello que tanto anhelaba. Había cumplido uno de mis objetivos.
Ira se dejó caer sobre el suelo de piedra, lentamente recogió las piernas sentándose a lo indio. Suavemente movió la cabeza de lado a lado para hacer que este crujiese, tras eso movió los hombros haciendo un movimiento circular. Sentía los músculos agarrotados por la falta de ejercicio y movimiento. Después de tantos días encerrada el cuerpo parecía resentirse, pero no solo el cuerpo, si no también la mente. Esa "celda" estaba reviviendo a Salomé, cada día la escuchaba más en su cabeza. Era incómodo, pero a la vez divertido.-El final se acerca, querida... Calma-Le susurró la pelirroja a la voz de su cabeza.
Las conversaciones de la sala eran como voces con eco que no captaban su atención. De vez en cuando miraba a los emisores, pero de igual forma miraba hacia otro lado sin interés ¿Por que molestarse en hablar? El silencio era más placentero, mucho más. La cabeza de la mujer se posó contra la pared mientras sus ojos observaban la parte alta de aquel lugar. La última luz se filtraba por el ventanal y la suave brisa entraba haciéndose dueña del lugar. Una pequeña sonrisa apareció en aquel rostro, pero se terminó borrando cuando un rugir captó su atención. Lentamente bajó la mirada y ladeó la cabeza clavando sus ojos en el cuerpo que volvía a la vida. "Vaya, vaya, vaya...El que faltaba ¿Llorará otra vez?. Pensó mientras negaba con la cabeza. Lentamente dejó caer la cabeza sobre la pared, cerrando los ojos unos instantes.
Permanecía quieta, sin mover un solo músculo. Con aquellas ropas destruídas y ensangrentadas, como también su piel lechosa adonada por el carmín de la sangre podía aparentar ser una tétrica muñeca de porcelada sacada de un museo de terror.
Sus ojos se abrieron de golpe, mientras sus dedos buscaban las hojas de la segadora de almas, lentamente la colocó sobre las piernas y bajó la mirada hacia ella. Sus labios se movieron como si estuviese orando algo, pero no emitió el menor de los sonidos. Era algo entre ella y su arma nada más. Nuevamente su sonrisa apareció, pero era una sonrisa llena de diversión y locura. Sus dedos paseaban sobre la hoja, como si le diese delicadas caricias llenas de ternura. Lentamente su cabeza se alzó un poco mientras sus ojos se clavaban en cada uno de los presentes, era como si estuviese calculando o maquinando algo. De sus labios no desapareció esa sádica sonrisa y sus dedos no dejaron de jugar sobre las hojas de la espada-tijera.
Ese análisis solo duró unos segundos, pues nuevamente se "encerró" en su mundo, mirando los brillantes filos. Estaba completamente tranquila, se sentía en calma... Se aproximaba la noche y estaba deseosa.
Por fin, había llegado el momento deseado y ansiado por aquellas pequeñas... donde sus mejores anhelos sería la pesadilla de muchos otros al final.
Tomaron aire sonriendo y esperaron a que llegara la próxima luz que sería el estandarte de la más oscura realidad...
FIN DE LA NOCHE 8