Partida Rol por web

Demasiado tarde comprendo que mi poca experiencia en estas lides me han colocado en una posición desventajosa. Mis dos oponentes cierran filas levantando un muro de acero contra mí que soy incapaz de frenar, recibiendo dos feos cortes. Sin posibilidad de retirarme solo queda victoria o muerte, así que aprieto los dientes y ataco con mi maza de armas apuntando a la cabeza de uno de los mercenarios. ¡Maldición! Demasiado alto. Intento recomponer mi postura, alzando la rodela entre mis enemigos y yo, listo para parar sus envites.

Julia intenta repetir el ataque que hizo antes de que el mercenario no pudiera atacarle. Esperando que entre la repetición del mismo, y la bendición que Felix lanzó sobre ella, hicieran que tampoco esta vez pueda ser atacada por él, y de paso hacer daño. 

- Tal vez... tal vez si estuviéramos nosotros más hacia adentro del piso y ellos fuera huirían... yo mientras se vayan... no les perseguiría... - piensa la joven, mas nada puede hacer por ello, más que luchar, por su vida y la de sus compañeros. Su familia.

Las bendiciones estaban obrando milagros, nunca mejor dicho, pues ambos mercenarios se vieron incapaces de atacar de nuevo a Mannfred, que sangraba por un par de cortes producidos por los anteriores espadazos que con muy mala idea, obviamente, le habían dedicado los expertos de las armas. No sucedió lo mismo con el jefe de los mercenarios, que en esta ocasión, si atacó a Alfred, tras recibir un ligero corte en su armadura. El golpe del jefe de mercenarios tampoco fue de mucha ayuda para su grupo, ya que apenas dañó a Alfred. Tan solo un corte débil. El combate seguía y todavía no había un claro vencedor.

Feliz dio unos paso para situarse detrás de sus compañeros y así poder prestarles apoyo.

- ¡Mi señor! - imploró a Sigmar mientras señalaba a Alfred - concede a este hombre la habilidad y la fuerza necesarias para derrotar a los enemigos que se nos oponen, enemigos de la fe que no dudan en atacar a traición a uno de tus siervos.

La manos de Feliz brillaron brevemente mientras tocaban a Alfred y un halo pareció rodear a este.

{{Nuevo turno}}

Por fin Mannfred consiguió romper la defensa de uno de sus adversarios y le asestó un contundente mazazo en pleno pecho al mercenario que tenía justo en frente. Este solo pudo expresar un gesto de dolor mientras su mano enguantada en metal y aun sosteniendo la espada se iba directamente al punto del impacto mientras se doblaba un poco. No parecía que aquello hubiera acabado con él, desde luego, pero estaba dolorido, eso estaba claro. Uno por la herida y otro por no lograr imponer su voluntad frente a la magia de Félix, ninguno de los dos pudieron atacar a Mannfred. El jefe de estos mercenarios viendo que Alfred se había incorporado al combate se centró en el, pues era un sujeto, sin menospreciar a la joven que se batía férreamente, más peligroso. Ya había acabado con uno de sus hombres y a el mismo le había causado gran daño con un pistoletazo a quemarropa que le había encajado. Le lanzó un ataque que golpeó levemente su armadura sin causar daño al patriarca de aquella extraña familia.

        Sentí un nuevo vigor correr por mis venas cuando las bendiciones de Felix me envolvieron con su calidez. Era lo que necesitaba para redoblar mis esfuerzos en acabar con aquellos mercenarios. Yo no era un novato en éstas lides, como pronto descubrirían éstos tipos. Lancé varios golpes en sucesión para probar las defensas de aquel enemigo que se me oponía con ainco, pero que pronto estaría en el suelo junto a su compañero. Nadie ataca a mi familia y sale impune de ello.

Envalentonado por la incapacidad de los mercenarios en atacarme le lanzo al que previamente herí un tremendo golpe descendente para reventarle la cabeza como un melón, pero su incapacidad para atacarme no afecta a su habilidad de defenderse, pues con un sencillo pase lateral evita el golpe que hace un agujero en los tablones del suelo de madera. Apretando los dientes vuelvo a ponerme en guardia.

¡Maldición! Así no vamos a ninguna parte. Vamos, Mannfred, concentrate, ya estamos cerca...

Las cosas se pusieron de pronto muy mal para los mercenarios que estaban luchando a brazo partido contra aquellos sujetos, contra aquella...banda. El jefe de los mercenarios no levantó el escudo a tiempo ante el ataque de Alfred, y uno de sus tajos quedó detenido en sus protecciones, pero dejó expuesto el otro costado, y el jefe de aquella banda logró propinarle un doloroso corte al jefe de los mercenarios al encontrar su flanco desprotegido. Cargado de furia, el Jefe mercenario intentó un barrido con su espada, pero esta se le escapó de sus manos y cayó escaleras abajo, surcando el aire sobre la cabeza de los presentes. !NOOOOO! Gritó mientras se quedaba en blanco por lo que aquello suponía.

Los dos mercenarios que se enfrentaban a Mannfred intentaron neutralizarlo lanzándole certeros ataques, pero todo fue en vano, quizás debido al corto espacio donde se encontraban combatiendo no lograron imprimirle suficiente fuerza a los ataques y ninguno de ellos logró herir de gravedad al contrabandista. !Vamos cabrón! !Muere ya! Le insultaron mientras intentaban acuchillarlo de mala manera con sus espadas.

Cada vez estaba más cansada. De ésta batalla. De tener que batallar. Pero... aún no sabían nada de Erick así que haría lo que tenía que hacer.
Esforzándose todo lo posible, atacó a la pierna derecha del jefe de los mercenarios, acertando al haberse éste intentado defender de los ataques de su marido, y haber perdido incluso la espada. 
Sin embargo, el segundo ataque no le acertó en la misma pierna, si no que atacó al aire junto al hombre.

Julia parecía cada vez más cansada y el efecto de la bendición se había terminado. Con determinación, Felix intento renovar la protección divina sobre ella pero, con sorpresa, se dio cuenta que él también estaba cansado de canalizar tanta energía. El destino decidiría la suerte de todos.

     Un golpe de suerte hizo que aquel tipo perdiese su espada y yo no iba a dejar pasar la oportunidad de acabar con él. Si apenas espacio para revolverse y sin un arma con la que parar mi ataques no tenía mas que presionarlo y lanzar una estocada tras otra con mi propia arma. Varios de mis golpes fueron recompensados con sangre al perforar su armadura. Pronto no quedaría de él nada mas que un cuerpo tendido en el suelo y sangrando.

La situación había pasado de mala, a horrible. No solo se habían tenido que enfrentar en la misma sala contra unos mercenarios fuertemente armados, escuchado los gritos de aquellos que habían caido bajo las garras de un demonio recien invocado, y estado codo con codo con la inquisición. Habían perdido a un miembro de su familia. ¿Y había algo peor que perder a alguien de los suyos? Si, lo había. Habían perdido aquel objeto, sin obetener de ello beneficio alguno, y dejandolo en manos de solo Ranald sabía qué demente, que podría hacer con ello algo mucho peor que ponerlo en una vitrina.

Ahora, de la ventana por la que se acababan de descolgar, salía una humareda que nada bueno presagiaba. Dos posadas incendiadas con la inquisición dentro en dos días. Podían estar muy orgullosos. Pocos hombres en el Imperio podían afirmar lo mismo. Pero claro, habían pagado un alto precio por ello.

Desde vuestra posición, quietos frente a la posada y oliendo el humo que cada vez es más denso, oís el ruido de botas claveteadas al correr y el entrechocar de las armaduras. Alguien se acerca por la calle que asciende hasta la posada, y al parecer lleva bastante prisa. Tal vez un par de individuos, quizás más.

     Miré con ira hacia las llamas que se extendían y brotaban de la ventana por la que acabábamos de salir de la posada. El calor que extendían me llegaba en oleadas y se conjugaba con el que inundaba mi interior debido al enfado. Pronto a mis mejillas subieron unos colores impropios de mi. Los pasos apresurados sobre la calzada me sacaron de mi ensimismamiento. - Hay que salir de aquí. ¡Daos prisa! No había tiempo para mas explicaciones o tendríamos que dárselas a la guardia. No se podía hacer otra cosa por el momento que salir de allí cuanto antes.

El grupo se adentra a toda velocidad en las callejuelas de la ciudad del lobo blanco. Dejando atrás los pasos que se aproximan a la posada, el grupo parte a toda velocidad a alejarse de aquella posada. Esta vez corren cuatro, sabiendo que han dejado a alguien muy importante en aquel horno en que se está convirtiendo "La Luna Roja". El día está siendo terrible, no solo para el grupo, sino para la ciudad en sí misma. Se sabe que desde la guerra, los ataques internos han sido constantes. ¿Pero lo sucedido los últimos dos días? Se escapa de lo normal. La ciudad está agitada, y no sería descabellado pensar en un toque de queda o algo peor. De querer salir de ahí, deberá ser ahora o nunca.

Felix estaba deseando salir de la ciudad y encontrar un lugar donde descansar. Estaba herido, muy herido, al limite de sus fuerzas y no era el único pero primero necesitaban la velocidad y después, ya vendría el reposo. Intento olvidarse un momento de todo lo pasado y continuó avanzando a toda velocidad.

     Demasiado cansancio, demasiado dolor, demasiadas cosas en muy poco tiempo, pero no había tiempo para pensar. Sin una palabra, permito que los heridos se apoyen en mi para salir de allí. Doy gracias de conservar mis fuerzas para poder ayudarles en éstos momentos de debilidad. Nuestros pesados pasos resuenan sobre los adoquines de los callejones mientras nos alejamos de la pira funeraria en que se había convertido la posada. Con suerte el fuego purificaría todo.

     Aunque hubiese preferido algo mas de planificación y subterfugio, no había tiempo para sutilezas. Internando al grupo entre las callejuelas que rodeaban la Escuela de Música, encaminó a su gente hacia la salida de la ciudad mas cercana. No era lo mas conveniente pero si lo mas rápido sin duda. Y ahora, la premura era su prioridad.

La Real Escuela de Música

Este gran edificio con cúpula está en el corazón del mundo cultural que está el norte del distrito Eastgate. Es el hogar de
la orquesta de Middenheim y la compañía de ópera, ambos financiados por el Graf gracias a una larga tradición de mecenazgo de las artes. Durante la temporada de carnaval de Middenheim alberga una gran variedad de espectaculares entretenimientos para la elite de la ciudad, siendo el punto culminante del año.

Con el Graf y la mayoría de la nobleza masculina lejos de la ciudad, esta temporada está siendo más tranquila que de costumbre. Sin embargo, la compañía está organizando una serie de conciertos de tarde de música ligera para damas y niños olvidados. También está la función ocasional a beneficio de la población de refugiados de la ciudad, para apoyar a las viudas y los huérfanos de quienes murieron en el asedio, o para recaudar dinero para la reconstrucción de los edificios dañados y destruidos.

El grupo tomó paso rápido hacia la puerta de la ciudad dejando atrás la posada y las llamas que la consumían. Por el humo que ascendía al cielo el incendio se debía haber recrudecido. Había grupos de personas en torno a la escuela de música. Últimos rezagados entraban con grandes prisas acompañados de sus guardaespaldas. Debía haber una función importante. Cuanto más se alejaban de la posada, más gente había con el rostro vuelto hacia el lugar del incendio, cuchicheando y especulando sobre cual habría sido el origen de tal desastre. -La segunda en dos días, esto es imposible- Decían algunas voces.

Al parecer el fuego de la posada que habían generado recientemente y que había costado la vida a los presentes y a tres inquisidores a parte de algunos guardias, no se había olvidado ni mucho menos. Este segundo incendio reavivaba los rescoldos del anterior en la memoria de la gente. Era curioso, pero parecía que el peculiar grupo tenía tendencia a prender fuego a cosas o al menos, a verse envuelto en llamas.