Partida Rol por web

La siniestra y oscura figura de pelaje negro se hacía visible por la luz de las llamaradas. Era una visión temible la de un hombre lobo rodeado por un aura de llamas y edificios derrumbados, pero los valientes soldados del Imperio no se dejaron amedrentar y en cuanto el monstruo huyó de ellos, con disciplina la disciplina que les habían inculcado, se alinearon y dispararon sus armas contra la bestia. Pero Marcus era muy rápido y los proyectiles se perdieron en la noche. El lobo cruzó las desiertas calles de Delberz y se alejó de los soldados.

¡Coged lo que vayamos a necesitar! ¡Nos largamos de este infierno!

Los soldados corrieron hasta un taller cercano y entraron por la puerta, dejando la Puerta de la Maza completamente despejada.

El licántropo recorrió las calles más próximas a la muralla, muchos de sus edificios estaban intactos, pero abandonados, papeles, fruta pisoteada, herramientas, utensilios caseros y una flecha, entre otras muchas cosas, inundaban el suelo de la calle. Restos del paso de una población atemorizada que había abandonado muchas de sus pertenencias en su huida.

Al fondo de la calle se veía movimiento, un grupo de seis orcos liderados por uno especialmente grande recorrían las calles con sus armas ensangrentadas en la mano. Muy pronto la horda habría alcanzado a toda la ciudad.

De repente, destellos y sonido de disparos, desde dos edificios a ambos flancos de los orcos soldados del Imperio dispararon contra los pielesverdes, matando al instante a tres de huyes, el resto dio rugidos y empezaron a aporrear una de las puertas de aquellas estructuras.

La guerra estaba a punto de devorarse la ciudad entera. En poco tiempo todo sería sangre, fuego y ruinas humeantes. Si su amo había visto lo mismo que la Bestía contemplaba ahora con sus propios ojos desde la penumbra, seguramente habría tomado ya la decisión más sabía y huído cuanto antes de aquél infierno sin retorno.

No quedaban muchas oportunidades ante ello. El hombre lobo tenía que hacer caso al instinto más saliente, el de la supevivencia. Dejar atrás todo y perderse en la desolación. Lo que sucedería luego de ello no importaba ya.

Fue así que deshizo lo andado con ligereza, y cuando ya se disponía a abandonar la ciudad una imagenle cruzó la mente.

Aquél infeliz lacayo de Nurgle que había dejado apostado en la zona a la espera de una respuesta. Marcus estaba desposeyendo finalmente a la Bestia. Y sentía ahora que no podía dejar a ese desgraciado a su suerte frente a la Horda, así que apresuró la marcha implacablemente hacia el lugar donde le había dejado.

Pronto los rasgos de lobo comenzaron a ceder, la Bestía volvía con enfado a su tumba de carne y hueso...

Blanch observaba cómo los guardias salían del local e iban abandonando el lugar, Delberz parecía una ciudad desierta y en cierto modo lo era, sólo el crepitar de algún arcabuz y el rugir espontáneo de un cañón indicaba que aún había vida en la ciudad, pero eran vidas consumidas. Ya no había nadie en las puertas de quien ocultarse, pero Ibrahm decidió permanecer oculto por si algo iba mal.

Y en efecto, ruidos de pisadas a su espalda, el sonido de unos pasos y el tintineo de una coraza metálica, eso descartaba al mago blanco, pero había otros enemigos en esa ciudad.

El repiqueteo metálico sobresaltó a Ibrahm, que se había concentrado por completo en los movimientos de los soldados ¿Es posible que sea un caballero? Si así era podría tener alguna oportunidad, pues quizá su código le impulsaría a ayudar a los desamparados Y si no siempre puedo correr se dijo con amarga ironía, al tiempo que intentaba embadurnarse las rodillas y los antebrazos de la túnica con barro, simulando que había tenido que avanzar a gatas para huir de la matanza.

El Señor de la Descomposición no aprobará este uso de sus dones le dijo su voz interior, pero Blanch hizo caso omiso de su advertencia y se limitó a moldear los vientos de la magia para intentar disminuir la palidez de su rostro, tras lo cual salió al camino para encontrarse con los que se acercaban.

Blanch canalizó el tejido de la magia para urdir un engaño mágico con el que embaucar a quien se aproximara. Dispuesto a ganarse su favor y confianza. Pero cual fue su sorpresa cuando la persona que apareció frente a él fue Marcus en su forma humana, con la ropa destrozada y la armadura descompuesta. Acercándose a paso sigiloso por la calle.

Un torrente de maldiciones y juramentos acudió a la lengua de Stinth, pero finalmente se limitó a asentir secamente y señalar uno de los edificios cercanos- Los soldados se han metido a ese taller, seguramente en busca de suministros para abandonar la ciudad -casi ladró su pequeño informe, asegurándose de impregnar cada palabra con todo su descontento- Y creo que nosotros deberíamos seguir su ejemplo.

Haciendo caso omiso de lo que pudiera replicar Marcus, el hechicero empezó a enumerar- Lo mejor sería conseguir algunos caballos, pero por encima de eso necesitamos agua y comida para varios días, así como algo con que abrigarnos. Sólo Nurgle sabe cuando encontraremos una posada en el camino -Y ojalá sea pronto- Nos separaremos y entraremos en estas casas a buscar, pero asegúrate de mantenerte siempre cerca de la puerta. Encontremos algo o no, nos volveremos a reunir aquí mismo lo antes posible, y después partiremos hacia Middenheim -Ibrahm estuvo a punto de chasquear los dedos para indicarle que podía ir a cumplir sus órdenes, pero en el último momento se contuvo y añadió- ¿Estás conforme?

- ¡Olvida las provisiones, hechicero! - Objetó el guardián de ébano mientras se acomodaba la armadura y se recortaba los andrajos sueltos que le colgaban. - La Horda avanza a paso redoblado por las calles, lo he visto con mis propios ojos. En  breve estarán parados frente a estas puertas. Y no pienso verles las caras de hijos de puta a esos pielesverde, me largo de aquí...

- A Middenheim o a donde sea, pero rápido... - Y dicho eso se dispuso a cruzar por última vez las puertas de la ciudad, buscando huir de la marea verde que pronto pintaría todo el paísaje de rojo y negro.

Temiendo ser abandonado de nuevo, Blanch siguió a marchas forzadas los pasos de su compañero- ¿Se acercan hacia aquí? -Maximillian ha muerto- ¿Cuánta ventaja les llevamos? ¿Crees que nos darán alcance? -El andar del hechicero se fue haciendo más rápido según iba comprendiendo lo que significan sus propias palabras, y enseguida empezó a maldecir el haber perdido tanto tiempo buscando a los demás por la ciudad- Tendremos que recuperar el Orbe nosotros solos...

- ¡Mejor ahorra tu aliento, y no mires atrás! - Le gritó Marcus a su curioso compañero sin detenerse en lo que ya era casi una carrera frenética por aquellos arruinados páramos. El dúo sólo podía pensar en alejarse lo más rápido que pudieran de la ciudad y rezar porque el saqueo de la misma les diera tiempo y cierta tranquilidad. Con algo de suerte se librarían quizás de toparse con alguna patrulla de batidores pieles verdes que pudiera estar merodeando la zona a esas alturas de la vorágine.

Salieron de la ciudad sin demorarse ni un momento. Había que huir. Ya. Eran pocos los que cruzaban las puertas, bien porque ya habían huido o bien porque habían confiado en la defensa de la ciudad, muriendo por ello. Los que salían de la ciudad, ya alejados unos cientos de metros de sus puertas, cargaban fardos, sacos de patatas, pucheros, niños en brazos. Los que no podían caminar a menudo eran abandonados. La carretera de Middenheim se había convertido en una larga serpiente ocupada por refugiados hasta donde la vista alcanzaba a ver. Las nubes y el humo ocultaron la luna, dejando la ardiente ciudad de Middenland como única fuente de luz. El fuego iluminada las espaldas de los que huían, y los gritos de la batalla se escuchaban en aquel inquietante silencio. Nadie hablaba. No existe nada tan hermoso y aterrador como una ciudad en llamas.

Una explosión en la ciudad iluminó el cielo de nubes grises, una bola de fuego ascendió al cielo para luego desaparecer, quienes aún quedaran en la ciudad estaban a punto de morir.

Incluso el insensible hechicero de la peste acabó por contagiarse de aquel silencio reinante, aquella mortaja que presagiaba un hecho inevitable: la ciudad de Delberz ya no era más que un gigantesco crematorio, algo de lo que hasta sus antiguos habitantes huían Un entierro adecuado para nuestros compañeros se le ocurrió de pronto, pues pocas esperanzas tenía ya de encontrarles con vida.

Los pies de Ibrahm siguieron caminando, avanzando mecánicamente por entre aquella interminable columna de gente desesperada.

- Ya ni los dioses se cobijan del rumor de la guerra... - Reflexionó en voz baja casi para su interior únicamente mientras continuaba su éxodo a un paso más modesto, teniendo que esquiar y apartar gente que poco a poco iba quedando rezagada. A esas alturas de la interminable noche, el mundo del guerrero se había derrumbado y una banda de trolls agitados jugaba a la rayuela sobre los escombros.