Partida Rol por web

- Eso es: ladrones. Pero no debéis preocuparos, podréis con ellos. Y recordad, si cumplis os cubriré de oro, no lo olvidéis.-

dice Maximillian confirmando las palabras de la elfa. El noble imperial sabía con qué clase de gente trataba, aceros de alquiler, carne de cañón que se vendía al mejor postor y que luchaba por los campos de batalla de todo el Viejo Mundo por un puñado de coronas. Pero también sabía que la lealtad mercenaria se mantendría mientras tuviera oro, y su padre era muy muy rico.

Espero que su líder sepa mantener la disciplina. No quiero que estos perros se insubordinen ahora que estamos tan cerca de nuestro objetivo. Además, cuando consigamos el Orbe dudo que ni tan siquiera se atrevan a tocarlo y mucho menos a intentar arrebatárnoslo, el gran padre Nurgle nos protegerá.

Oh, bien -sonríe el jefe mercenario- los ladrones no suelen ser muy diestros con las armas. Sólo debemos asegurarnos de que no puedan huir y nos entregarán lo que queramos sin luchar.

El jefe parecía satisfecho, y si él lo estaba lo demás lo estarían. La mujer se subió al caballo y dijo que se adelantaría dos kilómetros para explorar, a todos les pareció bien. La mujer y la montura salieron a toda velocidad hacia el norte, donde ya se podía vislumbrar, sobre la línea del horizonte la gran roca sobre la que se alzaba la ciudad de Middenheim, tan próxima y a la vez tan lejana. Dos días.

Los sectarios y los mercenarios recorrieron con sus monturas casi 20 kilómetros antes de encontrar su primer obstáculo, apenas habían visto gente en el camino a Middenheim, había otros senderos que se desviaban hacia distintos pueblos, senderos que habrían tomado la mayor parte de los refugiados; pero a ellos les interesaba únicamente la ruta a Middenheim, y en ésta se encontraba bloqueada por un puesto de peaje en el puente que cruzaba sobre un río, cuyo nombre no conocían.

El grupo se encontraba a unos trescientos metros del puente, hecho de piedra, y desde ahí podían ver el puesto de peaje, una torre de tres pisos, también de piedra, que se hallaba custodiado por cinco figuras, dos en el puente, apie, dos más con ellos montados, pero sobre mulas, no sobre caballos y una tercera en la azotea de la torre. Seguramente armada con un arco, aunque tal tuviera un arma de fuego...

Por fin estaba Middenheim a la vista, nunca pensó que le haría tan feliz ver una ciudad imperial, pero ese era su destino, por fin.

Las dos figuras que iban sobre las mulas eran Marcus y Blanch, el blanco y el negro.

- Soberbio. Ahí están nuestros desaparecidos compañeros. Reunámonos todos, pero de momento disimulad. No los conocemos.-

dijo Maximillian. La elfa había resultado muy útil con su mirada certera.

El joven hijo del Barón von Reinholn se acercó a buen paso hasta el peaje y saludó a los presentes.

- Buen día caballeros. Tenemos algo de prisa y queremos pasar cuanto antes. ¿Cuanto nos costará?-

inquiere a los guardias.

Mientras Maximilian se acerca se sorprende al ver que sus dos compañeros cruzan el puente a buen ritmo alejándose de él.