Partida Rol por web

En los oscuros callejones del Viejo Mundo se libra una guerra clandestina. Es una historia épica, sí. Hay héroes y villanos. Dioses que lloran y hombres que maquinan. Un Dios Putrefacto nos ha demostrado que es posible unificar a los hombres, no mediante la esclavitud, sino unificando sus anhelos. El anhelo de sobrevivir a esta terrible plaga que nos azota. El Señor de las Moscas ha creado el Caos, y del caos ha erigido su poder y su control sobre quienes están desesperados. Así llegamos a la Hora Final. El fin de la raza humana es colocada en un lado de la balanza y las reducidas fuerzas del Bien se colocan en el lado opuesto. Es una historia épica, sí. La épica del fracaso.

-Últimas palabras de la Suma Sacerdotisa de Shallya Greich von Gunterbarg en su lecho de muerte.

Las investigaciones en la ciudad dieron algunos frutos, pero demasiado maduros. El orbe se había encontrado, tal y como sospechaban, en el interior de la posada Luna Roja, que ahora no era más que un edificio carbonizado más en Middenheim. Pero durante el combate se había desvanecido con ayuda de alguno de los herejes y su paradero era desconocido. Padecían de nuevo la escasez de pistas a seguir.

La fortuna les trajo las noticias de que un extranjero, que era como llamaban en los pueblos a cualquiera que no hubiera nacido en ellos, había sido detenido en un pueblo a unos setenta kilómetros al noreste de Middenheim. Su descripción era "similar" a la del noble que estaban buscando, pero no tenía aspecto noble y su pelo había sido completamente rapado. Aún así se le detuvo y se le había sometido a juicio. No llegó a dictarse sentencia porque un compinche suyo, una elfa por la descripciones, había logrado liberarle, matando a tres de los guardias. Los intentos por perseguirles habían sido en vano pese a la ayuda de los perros y su rastro se había perdidos en los bosques. Allí estaba el líder de los cultistas que habían recuperado el Orbe de Nurgle.

Pero antes de que pudieran lanzarse en una búsqueda desesperada y estéril a través de los bosques de Middenland llegaron noticias de que la ciudad de Altdorf se veía terriblemente azotada por la enfermedad que hasta ahora se había visto únicamente limitada al norte. La capital estaba infectada, y el orbe parecía estar detrás de aquello.

La capital se hallaba infectada.

Con estas terribles nuevas penetrando sus oídos como si de un acero candente se tratara tomaron la firme decisión de volver a Altdorf, su punto de partida y final de aquella persecución. Un círculo no tiene fin.

A diferencia de otros middenhemnianos, ellos lo tenían bastante fácil para salir de la ciudad. Eran muchas las puertas que la Iglesia podía abrir. Con ciertos salvoconductos redactados y sellados por el Alto Capitular de Sigmar y el Sumo Sacerdote de Ulric se les asignó una pequeña escolta de soldados y una diliencia para que pudieran recorrer la distancia que separaba Middneheim de la capital imperial.

Uno pensaría que conforme se alejara del norte, principal localización de la peste, se alejarían del peligro. Pero de camino a Altdorf se aproximaron a Delberz, que había sido arrasada por los orcos semanas atrás y la destrucción había sido tal, y vivida tan de cerca por algunos, que bien podía decirse que no quedaban sino los cimientos de Delberz. Y nada que se alzara sobre ellos. La población se había convertido en una turba errante de osamenteros, bandidos y supervivientes que se mataban entre ellos por un poco de comida o un buen lugar en el que acampar. No fue raro encontrar cadáveres sin sepultura en las cuneta, en los campos o incluso en el camino mismo.

Y cuando la diligencia se alejaba del drama de los refugiados de Delberz se aproximaron a la gran ciudad del Imperio, ahora también azotada por la peste. Muchos eran los que habían huido de la ciudad cuando la peste era tan real que podías verla en tu propia calle y hubo quienes huyeron antes de que se declarara la cuarentena. También había quienes habían logrado escapar después de aquel cerrojo, ya fuera a través del Reik o por túneles bajo la ciudad.

Aquí el número de personas era mayor y mayor aún el caos reinante. Nadie en su sano juicio osaría atacar a un grupo bien armado como eran ellos, pero aún así fueron objeto de una emboscada tan mal planeada y ejecutada que no hubo que lamentar en un herido. Había sido una locura atacar, aún así lo hicieron. ¿Por qué? Por desesperación. Estaban hambrientos. Los asaltantes resultaron ser mutantes, pero no parecían muy distintos a los habitantes de Altdorf. Se habían convertido hace poco, como efecto secundario de la enfermedad. Formaban un grupo endeble que se había unido a un reyezuelo mutante, poco más que un forajido que les había convertido a la fe de Nurgle. ¿Por qué? Una vez más, por desesperación. Depositaron sus rotas esperanzas en que el Señor de la Putrefacción les librara de la muerte que aquella enfermedad provocaba.

Cuantos buenos ciudadanos había perdido el Imperio ha consecuencia de aquella tragedia provocada por ese infame y escurridizo orbe que ahora parecía estar en la ciudad del Emperador diezmando su población y la moral del Imperio.

Las afueras de Altdorf parecían la mayor labor de desastrosa ingeniera militar jamás construida. Las formidables defensa que el Emperador había mandado erigir antes de la Tormenta del Caos, y que no se habían visto en nada afectadas durante la guerra se hallaban sitiadas por el propio ejército imperial. Cientos de kilómetros de mugrientas trincheras, un nuevo foco de enfermedades, habían sido excavados apresuradamente alrededor de la gigantesca ciudad para impedir la salida de sus habitantes y diversas improvisadas torres de artillería habían sido construidas para evitar que las embarcaciones que todavía quedaban en los muelles salieran de la ciudad, bajo pena de ser hundidas a cañonazos.

El ambiente en el campamento era el de un ejército en estado de guerra, pero su enemigo era una enfermedad que no podía ser herida a espada ni cañón. La moral era pésima y la presencia de desertores y alborotadores ahorcados en improvisados patíbulos daba constancia del mal estado de las cosas.

En aquel improvisado campamento conocieron a Manfred Vortier.

Vortier era un hechicero de la Orden de la Luz, un hierofante, un hechicero blanco. Según escucharon, siempre de boca de otros, había estado cazando a los herejes por su cuenta propia por orden del Colegio de la Luz y había entablado un combate mágico con ellos en las calles de Delberz, en pleno asedio. Fue él quien invocó aquella gigantesca columna de luz blanca para dar muerte a los demonios que los putrefactos seguidores de Nurgle lanzaron contra él.

Ahora estaba junto a ellos, dispuestos a ayudarles en su tarea. Eso les explicó Verner Von Neuman, Alto Capitular de Sigmar en Altdorf, líder de los inquisidores y patrón de aquella cruzada contra en el Furúnculo. Les recibió en su tienda del campamento, una gran, aunque tosca, lona gigante donde atareados secretarios trataban de almacenar del mejor modo posible los pergaminos en los que se había registrado la investigación sobre el caso. Rescatados de la Catedral de Sigmar antes de que se declarara la cuarentena.

Sin duda los aventureros tenían muchas preguntas.

Maul no estaba teniendo su mejor semana, primero correr de un lado a otro con una panda de mercenarios atontados que hubieran vendido el imperio por tres monedas con las que emborracharse mientras los hombres bestia les rajaban la garganta, un hombre desagradable pero valiente había dado su vida por el cuando una blasfemia demoníaca los había dado una paliza tremenda a el y los propios cultístas cuando una cosa peluda, un hombre que se transformaba en bestia ataco al diablo..

En resumen, una autentica mierda.

Maul era un guerrero, nada mas, todo esto le superaba de largo, así que en realidad, era mas su jefe que el, el que tenia todas las preguntas del universo, el solo quería la respuesta a una.

¿A quien tengo que aplastarle el craneo ahora?...

Thalber miró a los presentes y sopesó sus palabras apenas tres segundos.-Bien, no me andaré con rodeos ni haré perder el tiempo a sus mercedes.-Thalber hablaba con un tono de voz serio y grave, no suavizaba el tono ni expresaba emociones vanas como la tristeza o la pena por los desdichados apestados que morían a decenas en las calles, su deber era sencillo y así lo haría saber y cumplir.-¿Como destruimos el orbe?¿Donde está el enemigo?¿Cuantos nobles quedan en el interior de la ciudad?¿Tenemos libertad de acción y completa potestad a la hora de aplicar la ley de sigmar y el fuego?.-Lanzaba preguntas con el tiempo justo para tomar aire, su postura era completamente marcial y el ave de caza que se hallaba posada en su hombro no hacía sino aumentar la imagen cruel y desagradable que desprendía aquel cazador de enemigos de la humanidad.-Con cuantos hombres contamos además de los presentes?¿De cuanto tiempo disponemos?.-Acto seguido miró al hechicero con esos ojos tan calculadores que poseia, no muy lejos de la manera en la que un soldado inspecciona un arma que le acaban de entregar.-Cuales son tus capacidades exactamente Hierofante? Necesito saber si eres el arma secreta que empuñaremos contra las fuerzas del mal, por que de ser así ninguno de mis hombres dudará en dar la vida por preservar la tuya hasta que cumplas tu cometido.-Miró a los presentes un instante.-ni siquiera yo olvidaré ni dejaré que olviden que nuestro deber es salvar el imperio a costa de nuestras vidas si hace falta.-La amenaza hacia los posibles desertores fue lanzada sin pudores ni ilusiones, fue clara, concisa y carente de simpatía.-Cuanta es la información que debo manejar sobre este caso, señor?.-Le preguntó a su superior.

En cuanto este le respondió desvió la mirada hacia Lollenda, Maul y Wolfgang.-Tomad.-Le lanzó la bolsa con toda la fortuna a Maul y les habló al trio.-Abasteceos de armas y armaduras, comprad balas o flechas, pociones, amuletos, antidotos....follad, comed, despedíos del mundo por que puede que vayamos a dar la vida por nuestros pares y os necesito preparados y pertrechados.-Les señaló la puerta de la tienda con el brazo.-A menos que tengáis palabras que decir o dudas que solventar, marchad a realizar lo que os encomiendo.

Uh, pensó Maul resumiendo muy finamente todo lo que había oído de la conversación que Thalber había mantenido para con el resto de los presentes en la tienda, basicamente el se lo había dicho todo y ahora Maul tenia que hacer lo que mejor que se daba, que era obedecer y aplastar los cráneos de todos los idiotas que se le pusieran en el camino.

A la orden jefe dijo Maul, recogiendo su martillo de la tienda y preparándose para asaltar al primer intendente de logística que se le pusiera en el camino.

¡Señor Wurthbag! ¡Sus deseos de combatir a nuestro enemigo no le exonera de comportarse como se espera de un servidor de Sigmar! -le espetó el Alto Capitular de Sigmar al cazador de brujas- Modere su lenguaje.

El religioso se aproximó a uno de los secretarios quien, solícito, le entregó un documento de aspecto reciente. Lo mostró como quien era portador de un retrato contemporáneo del mismísimo Sigmar.

Si alguien no se ha enterado aún, la Suma Sacerdotisa de Shallya, Greich von Gunterbarg, ha muerto víctima de la enfermedad que a todos nos acecha -después guardó un instante de silencio en señal de respeto-. Este papel que tengo en mi mano es el testimonio registrado por una escribana del Templo de Shallya sobre un mercader de textiles de Altdorf que afirma haber sido curado gracias a los poderes divinos que Shallya le entregó a la Suma sacerdotisa. Según parece Greich encontró un medio de combatir a la enfermedad y pudo aplicarlo en un único caso antes de que la enfermedad acabara con ella misma.

¡Un hombre curado de la enfermedad de Nurgle!

Si esto fuera cierto, al Iglesia de Shallya habría dado con la solución a esta gran tragedia. Por desgracia, el Templo de Shallya fue violentado y asaltado por una turba enfurecida. ¡Malditos ellos! Tan sagrado edificio ardió dos días y tres noches sin que nadie hiciera nada por extinguir las llamas. No me cabe ninguna duda de que agentes del Caos estuvieron manipulando las mentes de los enfurecidos. Es su deber -el dedo apuntó directamente a Thalber- lograr llegar a ese edificio y buscar pruebas de esa medicina o de quienes estuvieron detrás del asalto. Sea entre sus cenizas, sea en poder de nuestro enemigo, se haya la cura que anhelamos.

El problema, uno de muchos, es que hemos perdido por completo el control de la ciudad. Sabemos que hay algunas zonas bajo control de la Reiksguard y se ha visto a Garra de Muerte, el grifo del Emperador, en las torres del palacio. Por lo que podemos suponer que un grupo de nobles leales se haya próximo al Emperador. Pero fuera de los muros del palacio, comienza el abismo. Grupos errantes de maleantes, saqueadores, gente desesperada y mutantes campan por las calles de nuestra capital. Jamás antes se vio a servidores del Caos pavoneándose por Altdorf. Si es el martillo y el fuego lo que necesitan para llevar a cabo su misión. ¡Sea!

El hierofante giró su rostro para que vieran la piel derretida que había bajo su oreja.

Soy uno de los pocos mortales que se ha enfrentado con un gran demonio del Señor de la Putrefacción y vive para contarlo. Perseguir al dios Nurgle es mi cometido -pronunció Su Nombre sin el reparo o el temor del que se solía hablar de él, como si no temiera que le oyese-. Si la putrefacción se interpone en mi...nuestro camino. La luz será su perdición. Mi orden sabe cómo acabar con la plaga, pero hacerlo supondría acabar igualmente con todos los que se ha visto afectados por ella. No soy un arma secreta. Soy lo que quedará si ustedes fracasan. Si ese momento llega, allí estaré yo. Para cargar con tal responsabilidad.

Thalber alzó la ceja perceptiblemente por las palabras del engreido Hierofante que se jactaba de vencer demonios tocando los vientos de la oscura magia que el señor de la transformación había creado.-Bien, mis disculpas señor.-Una nueva mirada calculada hacia el Hierofante y su equipamiento.-Estáis bien pertrechado, no?.-Le preguntó a este antes de girarse en seco.

Aún seguís aquí?.-Le preguntó al trio que estaba tras él.-Comprad provisiones, armas y armaduras...nos vamos.-Le dijo a los hombres bajo su mando mientras los guiaba fuera de la tienda de campaña.-Señor, con su permiso marcho a aprovisionarnos para la empresa, marcharemos con la mayor rapidez.

Uh?, Ah, si Jefe asintio Maul con la bolsa del dinero aun tintineando en el cinto, el pabellon de logistica tenia que estar por ahi cerca y la verdad es que la mitad de lo que estos tios habia dicho, le habia entrado por un oido y salido por el otro, demasiado complejo.

Lo que si le hizo apretar los dientes fue el asesinato de las hermanas de Shalaya, esas eran buenas chicas, siempre ayudaban a los soldados, no entendia por que nadie hubiera querido hacerlas daño, ni cura de la plaga ni leches, a una hermana de Shalaya nunca se la pone una mano encima, cualquier soldado lo sabe, es basico, junto a lleva siempre un arma de respuesto.