La noche volvió a caer entre la cada vez más espesa niebla de Salem. El Gobernador estaba visiblemente preocupado, pues no había señales del alguacil Clemins ni del verdugo. Sus habitaciones estaban cerradas a cal y canto, y ninguna respuesta se obtenía de ellas, tal como le había pasado a él. Solo que finalmente él consiguió escapar de su encierro...
Aun así, el juicio debía continuar. Era su sagrada misión hacer que la justicia se cumpliese en Salem, y la eliminación de los brujos a buen seguro volvería a traer de vuelta a su viejo amigo Lester y al silencioso verdugo. Si además de juez debía ser verdugo, así sería.
-John Dude, el pueblo de Salem le ha declarado culpable. En nombre del Padre, y por la autoridad que me confiere el estado de Massachussets, le condeno a morir.
Todos estabais extrañados. ¿Quién iba a... cumplir la labor de Patrick?
El gobernador no tardó en responder a vuestra pregunta. De uno de sus bolsillos sacó un pequeño revólver* de plata, que nadie había notado hasta ahora. Comprobó que el arma de fuego estuviese bien cargada y apuntó con ella, autoritario.
-No me lo ponga difícil, señor Dude. Si es tan amable de acompañarme al sótano...
Sin más remedio, aunque reacio en primer lugar, Dude no tuvo más alternativa que obedecer, pues el revolver del gobernador estaba apuntando directamente a su rostro. Empezó a bajar seguido de Comerton, y ambos desaparecieron en la oscuridad del sótano.
La tensión entre los presentes no cesaba en su aumento. De pronto, un estruendo. BANG. Unos segundos después, el gobernador volvió a subir por la trampilla, guardando de nuevo su revólver en la chaqueta.
La oscuridad era casi total ya, volviendo a quedar todos iluminados en exclusiva por las tenues luces de los candelabros. El viento seguía soplando y haciendo crujir ligeramente la madera medio podrida de la casa. Una nueva noche, una nueva víctima.
-Que el Altísimo nos perdone si este hombre era inocente, y que su alma se pudra para siempre en las llamas del infierno si era un siervo del oscuro.
*Hay evidencias de la existencia de primitivos revólveres en el siglo XVII.
Al fin me siento un poco aliviado, pero el temor del error sigue latente, solo suplico al señor para que no le quitáramos la vida a un inocente. –Dios mío ruego estar obrando bien en tu nombre y en caso de haber un error te pido le des la vida eterna al alma de ser inocente.-
Todavía el fuerte sonido del arma de fuero retumba mis oídos y me acerco a Mary, me muestro impaciente porque nos pueda confirmar la naturaleza del ajusticiado.
Observé el cadáver del nuevo difunto, y me incliné sobre él, atenta a lo que podría pasar..
-Noto que su alma no era del todo inocente, y eso se refleja en su cadáver, prematuramente corrupto.. No era brujo, pero sí servidor del maligno.. Aún quedan brujos y brujas en Salem, pero al menos nos queda el consuelo de que esta vez el juicio no era errado, y no era del todo inocente.
- Si son ciertas sus palabras, nos hemos quitado un peso de encima y el Señor nos lleva hacia el final de este calvario. Rezo a Nuestro Señor que llegue pronto.
Parecía que estaban más cerca de localizar a los últimos brujos y con su muerte, lograr la libertad para el pueblo de nuevo.
Se me escapa un suspiro de alivio después de escuchar la valoración de Jensen. Libero toda la tensión acumulada, temía muchísimo haberme equivocado con Dude. -Le doy gracias al señor por no haberme permitido errar en este juicio. Si bien no era un brujo completo si era un servidor del maligno y cualquier alianza con los malvados supone una amenaza. Recemos porque dios nos siga iluminando. Agarro con fuerza la cruz que porto en el cuello y miro hacia el cielo esperanzada a través de una ventana. Dios no nos ha abandonado, sigamos confiando en su poder.
Escuché las palabras del Alcalde, y miré por última vez al señor Dude. Se había ganado la desconfianza de un inocente (y además resucitado por obra de Dios), lo cual no era poco. Finalmente, una vez muerto el susodicho, esperamos a que la señorita Jensen nos diera un poco de paz sobre nuestras conciencias.
El señor Brown estaba en lo cierto. "¿Tendrá también razón sobre el señor Miller?". Un poco desconfiada dirigí la mirada hacia Arthur.
Busqué a Alfred y me fui con él. Cada vez iban quedando menos brujos en aquella sala, lo cual era inherente al hecho de que saldríamos de allí pronto. En silencio, me sumerjo en la oración después de la iniciativa de la señorita Victoria.
Tras oír las palabras de la señorita Jensen respiré aliviado. Gracias al Señor, esta vez nos hemos errado. Pensé en los inocentes fallecidos. Cada brujo o servidor del Maligno eliminado nos acercaba más a la salvación y, sentía ser tan egoísta, en mi caso a un futuro feliz con Eileen. A instancia suya, la acompaño en las oraciones iniciadas por la señorita van Straten.
Miré a la señorita Jensen, incrédula, y después miré al techo mientras me persignaba.
- Siempre había creído inocente al señor Dude... -Sonaba defraudada. No sabía por qué, pero siempre había creído que era uno de los pocos en los que se podía confiar.
Aprieto fuertemente las manos mientras es examinado por la señorita Jensen, al escuchar sus palabras respiro aliviando al saber que como sospechaba no era inocente y era un servidor del maligno.
-Gracias Señor por habernos permitido hacer el bien y danos fuerza a las almas inocentes que quedan en este lugar para terminar tu tarea.-
Nuevamente no fui capaz de ver como aquel hombre moría. Tenía las ojeras marcadas y el corazón adolorido. No había dormido, no había comido y ya no resistía más. Ni siquiera pude articular palabra, sabía que al despertar alguien se habría ido... podía ser que si cerraba los ojos ya no volviera a abrirlos. Mi cuerpo temblaba tomé asiento, me envolví en una manta... un gran error porque mi cuerpo cedio al sueño , ni siquiera la caída de la silla pudo despertarme.
La verdad, lo mantuvo en gran secreto - Al menos esta vez ha muerto un adorador del maligno, y quien sabe, puede que incluso fuese él quien trajera a este pueblo a esas brujas hasta aquí. Parece que estamos cerca, a ver si tenemos suerte y somos capaces de cazar los últimos vestigios del mal que nos acechan.