Partida Rol por web

El Ogrete se enfadó dando una fuerte patada al parapeto, su granada se había perdido de vista sin darle a nadie. Tiro el arma al patio interior sin mayor miramiento y cogió el destripador, girándose hacia su Capitán ciertamente confuso sin saber muy bien que hacer. Todo el mundo parecía estar muy lejos y le resultaba difícil adivinar a donde iban a disparar el resto de su unidad, así que mientras se sacaba algo que le molestaba en el interior de la nariz y lo miraba con curiosidad antes de llevárselo a la boca esperaba alguna indicación de su superior al mando.

No veía nada más que rostros odiosos y máscaras impersonales, no sentía nada más que una rabia extrema por acabar con todo aquel que se encontraba cerca, los golpes que le daban casi no le importaban, aunque una pequeña parte de su mente le decía que eran demasiados, pero el rugido que salió por su boca apagó cualquier pensamiento consciente, lanzando toda su furia y fuerza en golpes a diestra y siniestra a su alrededor, pero como si fuera un animal que estuvieran abatiendo, los soldados del Caos se apartaban de sus golpes mientras reían en alto, provocando tanto a él como a su compañero para que siguieran lanzando golpes irreflexivos. 

Un pequeño charco de sangre se estaba formando debajo de Arrin, y no era la de sus enemigos, muy a su pesar. 

Los gritos estrangulados de rabia y dolor llegaron a los oídos de sus otros dos compañeros, que estaban intentando acabar con el tanque, pero ambos recordaban las últimas palabras de Arrin antes de lanzarse al cuerpo a cuerpo. - Acabar con ese tanque, yo los entretendré. -

Bueno, pues hasta allí había llegado. Y como buen hijo del Dios Emperador y Doblesueldo, cuando vio que los cañones le apuntaban, esta vez con una puntería que parecía bastante acertada, hizo lo único sensato: enseñó su dedo medio con energía al piloto. 

Por supuesto la batería estalló, y él no tuvo tiempo de salir de allí... Pero lo cierto es que Orrin era duro. Reforzado por un entrenamiento intensivo y por una armadura e implantes que le hacían aún más resistente, era difícil de esperar que una persona pudiera aguantar una explosión así, mucho menos salir indemne... Pero así lo hizo. Plumas chamuscadas y ropa desgarrada y sucia, pero entero. 

-¡ESTA ME LA PAGAS HIDEPUTA! ¡ALBERT, NO SEAS NENAZA, CONMIGO!-bramó echaba mano de la pistola sobrecargada, con la que disparó directamente hacia el piloto-¡TRAGA LÁSER, MAMÓN!

- ¡Jajajajajá! ¡La Omnissiah nos sonríe! ¿Qué os ha...? -encantado con el resultado del esfuerzo coordinado entre él y Jiang Li Fhang el drafelivano se giró para expresar su alegría hacia su regimiento pero el ver a la anciana Jia Yuga muerta de una manera tan terrorífica le cortó la ilusión de golpe- Hay más, hay más de los que ocuparse, hrmmm...

Con esto comenzó a apuntar sobre el otro mostrenco arácnido mientras el cañón de plasma llevaba a cabo su ciclo de refrigeración tras haber sido sobrecalentado. Huohasai miró a su suegro por un instante, pese a que le parecía que ya venía siendo hora de que se tomase aquella guerra en serio no pudo evitar un gesto de desagrado por ver a aquel hombre pasarlo mal.

Jiang Li respiró hondo, alzando ambas cejas sorprendida por la explosión del tanque ante los impactos, su rifle empezó a liberar gases a alta temperatura por los laterales y lo apoyó en el borde del fuerte, tomando aire y buscando su próximo objetivo mientras que la imagen en frente de si ondulaba por el calor que aun desprendía su arma. Una retahíla de palabras en techna lingua surgieron de ella, dando información que creía valiosa a los que tuviera cerca, y además, entendieran esta complicada lengua.

-…Objetivo abatido, adquisición de nuevo objetivo en marcha. Acechador, blindaje frontal de ceramita reforzada, doble capa. ¡Sugiero ataque por saturación a los flancos del armazón o a la cabina!-Tras aquellas palabras en la lengua en la que se sentía más cómoda comunicando detalles técnicos, dejó reposar el dedo índice sobre el gatillo, esperando la lucecita que indicase que el arma estaba lista para descargar más plasma sobre el enemigo.

Onorato de Lascaris apretó el gatillo varias veces, y el aire siseó cuando las centellantes lanzas rojas cruzaron el cielo y el resto de sus compañeros siguió el ejemplo.

Y así inicio la derrota de los traidores, por segunda vez.

«¡La sangre de Tyvia!» escuchó el especialista a su espalda y laterales. Varios miembros de las hordas enemigas trastabillaron ante el fuego tyviano, cayendo al piso con hoyos en el cuerpo que emanaban una neblina rojiza, pero sus deshonorados camaradas caminaban sobre sus propios caídos prestándoles poca importancia.

—Buen trabajo especialista— le felicitó su compañero Almeyque con una sonrisa de par en par, mientras disparaba unas cuantas ráfagas, sin embargo el joven muchacho desvió la mirada ante un hombrecillo bajo sus pies que fulminaba a los sabuesos mutados con su lanzallamas —Parece que las hienas preparan la comida hoy— dijo en tono de broma, pero nadie rió ante ello.

De Lunar dirigió ahora la mirada hacia los tanques caminantes que no dejaban de avanzar. Tragó saliva con cierta preocupación en su rostro. Aquella preocupación paso a ser gritos de felicidad alrededor de todo el fuerte en tan solo unos instantes, cuando los burbujeantes disparos de plasma sobrecargados hicieron estallar uno de los tanque en una cegadora explosión que dejo puntos brillantes en los ojos de todo el que la vio.

Alrededor de todo el fuerte se escucharon vítores aclamando el fuego de los Drafelivanos. Onorato y Almeyque alzaron los puños vigorizados ante aquella demostración de poder bélico y junto con el resto del fuerte todos iniciaron una segunda lluvia de proyectiles.

el enemigo se estaba acercando a los muros, los disparos de los drafelianos estaban haciendo el efecto deseado, habían destruido una de las maquinas del enemigos, pero todavía había otro y la mayoría de la infantería enemiga, así como esos extraños perros que habían llegado a las puertas y se estaban enfrentando a los penales, por lo que continuo mi salva de disparos sobre el peloton que tenía delante.

Jarl contempló como el oficial enemigo recibía el impacto del relámpago. El hereje trastabilló un poco pero siguió avanzando. Con su confianza reforzada por la imagen del tanque enemigo envuelto en una bola de fuego, una mueca sardónica se dibujó en el rostro del varangiano mientras se remangaba la túnica. -Apártate, Snarl. No quiero que te chamusques.

Dejando caer su báculo, que quedó colgado a su espalda por el correón de cuero, extendió ambas manos y de nuevo canalizó su poder en forma de relámpagos. Esta vez múltiples rayos salieron disparados hacia el oficial enemigo.

-Veamos si ese cabrón se repone de esto susurró, casi para sí mismo.

Un tanque muerto, las sarnosas bestias salvajes (sin duda alguna clase de mutante elaborado con las más pérfidas brujerías) y sus hombres demostrando su pericia en el disparo, Don Manuel no podía por menos que mostrarse orgulloso: todo aquello le daba un alto perfil a su historial, y las magníficas historias que tendría para presumir cuando volviera.

-Ah, bien hecho caballeros, bien hecho.

Reposó la pistola por unos segundos en su cartuchera, sin asegurarla, sólo por el momento, y se hizo con el crono de cadena. Ni siquiera necesitaba consultar la hora en realidad, pero consideró que le daría un aire distinguido. Además, era práctico para llevar la regla de los diez segundos a rajatabla. Lo guardó, mesó su bigote y chascó la boca antes de volver a recoger la pistola.

-¡58º DE GRANADEROS! ¡NUESTRO ENEMIGO ESTÁ CERCA! -levantó la voz, dirigiendo la espada a su derecha- ¡FLANCO DERECHO, PREPAREN MANIOBRA CUARENTA Y DOS FRENTE AL ENEMIGO! -dirigió ahora a la izquierda- ¡FLANCO IZQUIERDO, PREPAREN MANIOBRA CUARENTA Y DOS FRENTE AL ENEMIGO! 

Hizo una señal hacia los puntos donde quería que se disparasen las salvas, pero aquello era más por ceremonia que otra cosa. La orden había sido dada y los soldados sabían perfectamente qué hacer: disparar a las masas de forma que la mayor cantidad de destrucción y metralla quedara repartida, y recargar posteriormente bajo cobertura para continuar con la misma rutina.

Sin mucha guía ni mucha idea de que hacer el Ogrete esperó a que los enemigos estuvieran más cerca en todo un arrebato de inspiración para su pequeño cerebro. Con cierta cobertura tras el muro esperó embrazando el destripador como si nada, a medida que los perros se fueran acercando trataría de abatirlos antes de que pudieran llegar a ser una amenaza.

La batalla se recrudecía por momentos. Los disparos de los defensores abatían sin cesar a muchos atacantes, pero estos no dejaban de avanzar sin pensar siquiera en las bajas. De nuevo los tiros de Onorato se cobraron un par de herejes, derribados con precisión. Los disparos de su compañero medicae, aunque dieron en blanco, no lograron atravesar la armadura enemiga.

Los rifles láser del mecanizado seguían disparando mientras los que llevaban las armas de plasma esperaban a que estas se enfriaran, antes de poder encararlas de nuevo contra el segundo blindado. Este, viendo lo que había ocurrido con su compañero, se recolocó mientras seguía disparando sus cañones, aunque al tener que moverse mientras lo hacía el fuego no fue muy preciso. Aun así, el mero volumen de disparos se cobró más bajas entre los penales.

El lanzallamas de McKnife rugió de nuevo, pero tan solo dos de las bestias a las que apuntó fueron lo bastante lentaa como para recibir el chorro de llamas. Ni siquiera llegaron a morir al inicio, pero su pelaje se prendió fuego y acabaron cayendo ante el inmenso dolor constante. No obstante, el resto siguieron hacia adelante, cargando contra las escuadras de Hienas, aunque una fue abatida por un fortuito disparo del ogrete Campeador. Las demás ascendieron rápidamente la colina y se lanzaron sobre los legionarios, despedazando a varios con sus colmillos y garras. Estos poco podían hacer frente a la velocidad de las bestias, y no lograron darles ni un golpe. Una de ellas se lanzó directa hacia McKnife, que se había puesto al descubierto, y lo atacó con sus afiladas garras.

Los soldados atacantes pasaron de correr a avanzar más lentamente y a apuntar con sus armas, sus disparos se cobraron varias vidas entre tyvianos y drafelivanos... pero nada comparado a la destrucción que desataron los Granaderos ante la orden de su oficial. Cargando sus lanzagranadas, dispararon salva tras salva de explosivos de fragmentación contra los herejes, dando de lleno en su formación.

Docenas de explosiones se sucedieron, lanzando metralla por todas partes y despedazando cuerpos, abatiendo a buena parte de la fomración enemiga, incluso con uno de aquellos extraños predicadores. Tal devastación interrumpió el ataque durante unos momentos, mientras los que habían sobrevivido se reponían, y con un grito fanático, volvían a avanzar sin tregua.

Otra serie de rayos, esta vez más númerosos y potentes, salieron de nuevo desde el fuerte tomado. El poder conjurado por Jarl Brotinn volvió a dar en el mismo oficial al que había apuntado antes, esta vez sí, acabando con él al casi volatilizarlo y dejar su cuerpo quemado y ennegrecido en el suelo, siendo pisoteado por sus hombres sin contemplaciones.

Los tiradores tabrisianos apuntaron sus rifles de nuevo, pero esta vez no pudieron cobrarse la pieza, pues el último oficial se cubrió entre sus soldados, que alegremente recibieron los disparos por él.

La batería estallo en pedazos, lanzando metralla y fuego en todas direcciones. Una negra columna de humo se elevó hacia el cielo mientras las llamas se extendían. El piloto del acechante se quedó observando fijamente el fuego, y al poco tiempo, le pareció ver una silueta entre las llamas. Pero, ¿Cómo era posible aquello? A través del fuego no tardó en salir la figura de Orrin, con la armadura chamuscada y ennegrecida por el hollín, pero completamente intacto, sin que la explosión hubiera hecho mella en él.

El operador dio un paso adelante, alzando un brazo en el que llevaba su pistola sobrecargada, apuntando directamente al piloto. Pero este no había apartado los dedos del gatillo, y presionó antes de que Orrin pudiera hacer nada. Los cañones láser de repetición inundaron aquella zona de la torre con un torrente de fuego láser pesado, destrozándolo todo a su paso. Los muros quedaron volatilizados, y ni siquiera el caparazón reforzado de los Doblesueldos pudo resistir tanta presión. Orrin y Alfred fueron derribados al suelo por la fuerza del ataque. El primero se llevó lo peor del mismo y casi fue partido en dos, siendo lanzado varios metros atrás, acribillado. Orrin cayó en el sitio, la armadura y el cuerpo que esta protegía llena de agujeros, pero milagrosamente todavía con vida. El choque y el repentino dolor lo dejaron momentáneamente aturdido, pero el fuego láser tuvo además otro efecto inesperado, ya que debido al calor, parte del uniforme empezó a prender lentamente, las crecientes llamas uniéndose a las que ahora devoraban aquella parte de la torre.

Las oportunidades se acababan para los Doblesueldos. Con aquella baja, la escuadra Drusus había perdido la mitad de su fuerza, y si Orrin no recibiía pronto atención médica, seguramente tampoco sobreviviera. Con su esperanza menguando a la par que aumentaba su odio al ver que iban a fallarle al Emperador y que las vidas de tan buenos hombres se estaban perdiendo por nada, el sargento Krause se puso en pie, empuñando su pistola, y disparó contra el tanque. A pesar del fuego sobrecargado, apenas logró hacer algunos arañazos en el blindaje del tanque... hasta que uno de los disparos consiguió atravesar la burbuja en la que estaba conectado el piloto, dándole de lleno en el pecho y provocando una grave herida.

El tanque acechante se movió de un lado a otro de forma errática, a medida que su piloto se retorcía por el dolor. Pero este seguía vivo y logró reponerse. Otro disparo así seguramente acabara con él, pero ahora estaba prevenido, y fijó su retícula de apuntado en la figura del veterano sargento.

En el patio, Arrin seguía batiéndose con la horda de soldados enemigos. Estos no parecían tener muchos problemas para esquivar los ataques de los frenéticos imperiales al tiempo que seguían acuchillándolos con sus bayonetas. Se notaba que tenían experiencia, que no eran la típica chusma hereje, sino que eran soldados hechos y derechos que se habían pasado al Caos.

El del lanzagranadas seguía intentado desencasquillar su arma, el predicador pareció recuperar la concentración por fin, listo para recitar plegarias de ánimo para los suyos, y el último soldado cegado por fin recuperó la vista y empuñó su arma, listo para unirse al comabte.

Ninguno vio venir los disparos. Centrados en lo suyo, no vieron venir las ráfagas de fuego láser sobrecargado que los abatieron por la espalda. El predicador y varios soldados más cayeron muertos, los disparos evitando a Arrin y su pareja con precisión y dando en los caóticos.

Por los callejones del patio aparecieron hombres de las escuadras Basirov y Josmane, vestidos con la armadura blanca de los Doblesueldos, agrietada, ennegrecida y manchada de sangre, pero dispuestos a todo por salvar a sus compañeros.

Arrin notó como otro puyazo penetraba la armadura y otro reguero de sangre comenzaba a caerle por el brazo. Una luz comenzó a iluminarle el camino, era la luz del Emperador, que le guiaba la mano para acabar con sus enemigos mientras su ira justa le daba nuevas fuerzas para seguir luchando. 

No...eran disparos láser que estaban abatiendo a sus enemigos por la espalda, pero eso a Arrin le daba igual, era su momento, la presión había disminuido y tenía más espacio para moverse, haciendo un molinete y girando sobre sí mismo, lanzó la espada con una fuerza impresionante en un tajo horizontal al suelo a la altura del cuello de los soldados que quedaban, girando sobre sí mismo. - ¡YARRRGGGHHHH MORIRRRRR HERREJES BASTARRRDENN! - las palabras salían de su boca en un grito casi ininteligible. 

Una explosión y unas llamas saliendo de una armadura color hueso extremadamente conocida por él alarmaron a una pequeña parte de su ser, pero la ira le embargaba y no podía preocuparse de otra cosa que de acabar con sus enemigos, por lo que cogió a esa pequeña parte, la doblegó, la subyugó y la metió en una parte oscura, de donde ya saldría cuando tuviera tiempo.

La entereza de Don Manuel de Ynestrillas sumada a la información facilitada por Jiang Li Fhang devolvieron a Shan Dianqiú a la necesidad que tenía El Imperio de que cumpliese con su deber; a cada disparo suyo habría menos por parte de los traidores, cuanto más daño infligiese menos pérdidas habría que lamentar y más risas celebrarían la llegada nuevo día cuando llegase.

- 01010010 01100101 01100011 01101001 01100010 01101001 01100100 01101111 01101111 01100010 01101010 01100101 01110100 01101001 01110110 01101111 01100110 01101001 01101010 01100001 01100100 01101111 -respondió en binario a través del comunicador en su casco antes de cortar comunicación y comentar- ¿Sabes lo gracioso, yerno? Que le tengo miedo a las arañas, muchísimo, jejejeje... Pero no tanto como ellas a mí.

Con esto liberó el plasma sobrecalentado en un cegador fogonazo de azul neón, la brillante esfera de destrucción dibujo su recorrido con una parpadeante estela y fue derecha en dirección hacia el segundo acechador. El cañón exhaló vapor con un silbido que poco a poco se iría apagando a medida que se enfriase después de aquel disparo y una señal lumínica en el lateral alertó de la baja munición restante.

Y los perros llegaron, demostrando que eran más temibles de lo esperado. La comisaria no flaqueo y predicó con el ejemplo - ¡AGUANTAD! - vociferó avanzando un metros para ensartar con su espada de energía a una de aquellas criaturas que los acosaban. Si el animal no lograba evitar su envite, podría quitar a uno de en medio con facilidad, sino, seguirían esforzándose para acabar con ellos. Nereida no tuvo nada que decir a las demás unidades, estaban haciendo su labor con la disciplina esperada por parte de los guardias imperiales, solo sentía envidia por no estar comandando una unidad de aguerridos soldados y no llevando de la manita a esta escoria criminal; pero una no decidía cual era su destino.

Todo estaba funcionando como un engranaje, podía escuchar las ordenes de Ynestrillas dirigiendo el ataque de granaderos sobre el hereje, y aun se veía arder el primer acechador bajo el fuego de la primera andanada de salva. Le gustaría haberse fijado en quien disparó el cañón pero la mirada de Jiang Li estaba clavada en esa máquina hereje, cada paso, cada pistón y cada junta mientras desmontaba con la mente los componentes de aquel vehículo que había estudiado, junto a otros, en el periodo de instrucción. Tomó aire y dedicó un leve movimiento de sus labios al Omnissiah en forma de plegaria, para luego observar el piloto rojo del rifle volverse verde-Objetivo fijado: Acechador número dos. Abriendo fuego.- y en aquel momento no dudó, apretó el gatillo del arma dos veces disparando sobre su objetivo, deleitándose el olor del arma y tomando aire una vez los vapores del arma fueron liberados por los laterales, distorsionando la visión delante del rostro de la drafelivana puesto que las altas temperaturas hacían que el aire ondulase, literalmente, a la vista de todos. Tras aquello la mujer echó mano al rifle láser dejando que el plasma descansara contra el muro.

Desastre consiguió calcinar a otro par de aquellos chuchos infernales, pero no los suficientes. Los que quedaban siguieron adelante cargando a los penales del otro lado. Peor para ellos. Se disponía a descargar otra andanada cuando, al último momento, vio como uno de aquellos perros llegaba corriendo y se lanzaba sobre él. El maldito chucho creería que era la primera vez que Desastre estaba en una pelea con un perro, que equivocado estaba. No sólo se había criado en una casa con 16 hermanos, algunos de los cuales dejarían a esos perros mutantes como adorables cachorritos, sino que había competido con autenticos perros locos de la calle por comida, basura brillante, zapatos o simplemente territorio. Sabía que el chucho iba a saltar a por su cuello, así que se limitó a quitarse de enmedio pegando un empellón a 34 hacía un lado. El perro quedó entre los dos penales, pero su atención se centraba en McKnife, que, sujetando el lanzallamas con la mano izqueirda, sacó el hacha del cinturón con la derecha.

- ¡Jodido perro de los cojones, muerete mierda!- escupió, blandiendo con furia su hacha de bombero contra el cráneo del perro.