Partida Rol por web

-Ingenieria soldado - repito como si el medicae fuese sordo. No entendia por qué a veces, le hacian repetir palabras o frases que acababa de pronunciar. 

-Ya sabes... Ingenieria... Canales de conducción y desagüe, acueductos, charcas o pozos de acumule... Cualquier cosa que reconduzca todo el agua fuera de las trincheras y evite que el agua de escorrentia penetre en el campamento.

De pronto veo al soldado y su acompañante en posición de firmes, sin entender el por qué... La comisario se acerca distraida mientras conversa con un doble sueldo que me resulta algo familiar. Porta con orgullo el legado de su familia. Y observo orgullosa el buen trabajo realizado en. La misma. Una maravilla de la artesania.

Era bello ver el campo de energia repeliendo las continuas gotas de agua que caian del cielo como una cortina.

Es entonces que veo a la menuda Ki ki sentada en un. Extremo de las trincheras. Quizá ella podría echarme una mano con la colocación de las bombas... 

-Yue, camarada, ¿Podrías echarme un cable com esto? 

El fornido Doblesueldos siguió cava que te cava, levantando paladas de barro y agua y achicando. Un luz del cielo iluminó a una mujer menuda y blanquecina que él ya conocía de cerca, y sonrió dentro de su casco, levantando el puño en un saludo hacia ella para seguir inmediatamente sus labores, aunque quiso el destino que la dirección en la que miraba y la pose que escogió para saludar, podrían resultar amenazantes a cualquier observador casual o poco avispado, como los dos Drafvelianos que tenía al lado. La lluvia repiqueteaba en el casco y armadura, y Hans le dio un golpe para cambiar el sitio. 

Arrin se estiró y activó de nuevo las gafas de visión térmica, mirando hacia el frente, perdido en sus pensamientos. 

- También nos valdría una excavadora- masculló desastre, clavando con poca gracia la pala en el barro acuoso del fondo de la trinchera.

La pala no era la mejor herramienta para aquel trabajo, estaban sacando más barro que agua. Casi les habría ido mejor con algunos cubos. En vez de vacíar la trinchera la estaban convirtiendo en un canal de riego. El irlandiano miró de reojo la escalera cercana, no quería hundirse en el fango y ahogarse en una puta trinchera, sería una muerte de mierda. El nivel del agua todavía no había subido lo suficiente para ello (le llegaba a las rodillas en aquel momento), pero como experto en lluvia que era, como todos los habitantes de su planeta, sabía que la cosa podía complicarse muy rápido si uno dejaba de prestarle atención. Así que además de la escalera y de 35 cerca para ponerle un pie, Desastre se fijó en un vehiculo parado junto al canal en el que ronroneaba un generador. Allí podía anclar su gancho de escalada si las cosas se ponían realmente feas.

Echaban el agua fuera de la zanja, pero la capacidad de drenaje de aquel suelo arcilloso era limitada y volvía a escurrirse, acabando la mitad de lo que echaban otra vez en la trinchera. ¿Quien había elegido ese punto para el campamento? Había que ser imbécil, un planeta entero de arena de desierto que todo lo traga y fueron a montar campamento en el suelo impermeable.

Zhao estaba lanzando paletadas de agua y barro una y otra vez por encima del hombro hacia la oscuridad, viendo como el agua que retiraba volvía a llover casi inmediatamente y llenaba de nuevo el suelo. Estaba hundido hasta las pantorrillas, aunque por suerte la ropa y la armadura le mantenían seco, y la máscara antigás le protegía del agua en la cara, aunque no ayudaba a ver algo. Estaba todo tan oscuro que en cualquier momento iba a darse con el 9-70 en el pie. 

Como uno de los espíritus de los cuentos que le contaba la abuela Wang, la medicae de su regimiento apareció de entre la oscuridad, acercándose a ellos. Su menuda figura quedaba algo oculta por la armadura de caparazón, pero aun así su pequeña estatura hacía que no hubiera dudas a la hora de saber quién era. 

-Hola KiKi-le dijo resoplando-ten cuidado, no te quedes muy cerca o te salpicaré con el barro-le advirtió mientras seguía achicando agua. -Veo que te ha tocado lo mismo que a mí, aquí hay trabajo de sobra. 

Y entonces oyó el susurro de Ming, quien no había hecho caso de lo que le había dicho y seguía intentando achicar con su 9-70 roto, y le dijo aquello sobre tratar con los doblesueldos. Zhao tuvo ganas de estrangularle. 

La madre que te trajo, Ming, maldijo para sus adentros. No solo lo que decía era una estupidez que bien poco le importaba (varios de sus compañeros ya habían hecho amigos entre aquel regimiento, como Tangtang) sino que lo había dicho en bajo gótico. Había un estruendo importante entre la lluvia, el viento y los gritos de los soldados, pero nadie podía asegurar que no les oiría. Lo último que necesitaba era insultar al hombre que tenía al lado en la trinchera, el hombre del que dependía su vida si les atacaban. 

Al principio pareció que sí le había oído, pero Zhao se dio cuenta de que solo saludaba a KiKi. Suspirando, se volvió hacia Ming y habló rápido en Lingua Technis, solo un chorro de ceros y unos para quien no estuviera entrenado en su comprensión. 

-Ming, por la cola de Mao Fu, cállate un poco. Tenemos preocupaciones mucho peores que su supuesta condena. -cambió de nuevo al Bajo Gótico-deja esa pala rota, anda. Haz lo que te he dicho, vigila mientras yo desaguo, y luego cambiamos. 

Onorato se encontraba en sus horas libres, disfrutando en cierto modo la soledad y ausencia su charlatán compañero Almeyque. Sentado en la retaguardia de un tanque Leman Russ averiado de la sexta, el granadero dio una larga calada a su varilla de iho mientras observaba el rustico paisaje e inerte que ofrecía Alabastria.

Aunque llevaba consigo la característica armadura de caparazón equipada no llevaba puesto el uniforme de combate reglamentario, en cambio llevaba una camiseta roja, un mono de combate gris y botas de servicio.

La verdad es que estaba cansado de ver aquel insípido y aburrido paisaje, aunque notó algo nuevo y raro, extrañamente se estaban formando unos oscuros y extensos nubarrones. Se rascó el mentón, por un momento recordó el lluvioso y fríamente colorido otoño Tyviano, dio otra calada y deseo estar en su tierra natal por tan solo un momento. Sabia perfectamente que el deber y el honor debían ser  primero, en especial cuando se trataba del Santo Emperador de los hombres. Se quedó sentado otro rato sobre aquel viejo tanque, el cual claramente había visto mejores días.

Tan pronto como un tempestuoso trueno retumbó sobre el puesto 42 la lluvia llegó, el granadero dio una larga calada a su varilla, luego la sacudió y apagó contra la placa de su hombrera, al principio pensó que se trataría de una pequeña llovizna, pero aquello cambiaria muy rápido. No tardó mucho en empaparse y terminar con las botas y el pantalón lleno de lodo, a pesar de encontrarse en su hora libre sabia que la ayuda alrededor de todo el puesto sería necesaria, fue a su tienda de campaña y aseguró ciertas de sus pertenencias y luego salió en busca de Almeyque para presentarse ante su superior Don Manuel.

Era evidente que aquel día sería bastante largo.

Jarl se encontraba sentado sobre su impermeable en el interior de una pequeña gruta, en la parte más apartada del sector varangiano. La impermeabilidad del lugar dejaba que desear, pero se las había arreglado para mantenerse él mismo y el montón de leña que tenía ante sí lo más secos posible. Era necesario dado lo que había que hacer. Junto a él Snarl había iniciado ya el mantra del centrado, así que el psíquico chasqueó los dedos. De inmediato una llamarada prendió los tocones, envolviéndolos en unas llamas azuladas.

Miró al interior de las llamas y tras un largo rato, mientras el sudor perlaba su frente, le pareció distinguir figuras moviéndose en el interior del fuego...

La tormenta se abatía sobre el Puesto 42 con fuerza, la lona de las habitiendas se sacudía ante las embestidas del viento, los relámpagos rompían la oscuridad de forma repentina con un breve estallido de luz, el bramido de los truenos acallaba de forma momentánea cualquier otro sonido, y la lluvia seguía mojándo todo aquello que no tenía la fortuna de encontrarse a cubierto, dejando a los hombres y mujeres de la guardia calados hasta los huesos, y la tierra que pisaban embarrado cada vez más. Algunos pocos ya se la daban contra el suelo al tropezar, resbalar o patinar sobre la escurridiza superfície.

El tiempo parecía pasar de forma inexorablemente lenta, a lo que no ayudaba el farragoso trabajo, sobretodo para aquellos a los que les había tocado servir en las trincheras. La tarea repetitiva y constante produjo el hartazgo y frustración de no pocos de entre los que se habían visto enviados a aquél destino, ya que la lluvia no daba tregua alguna y el desanegado parecía no tener fin. El frío, la sensación de estar empapado, de los pies hundidos en el barro, de los resbalones y las cada vez más numerosas manchas en el poncho, el uniforme y la armadura... el seco calor alabastriano no había sido agradable, pero en aquellos momentos, todo el mundo debía de estar rezando para que volviera.

Al menos llegó una buena noticia para ellos, al parecer la nueva visioingeniera estaba a punto de terminar una especie de bomba hidráulica casera que sin duda sería de gran ayuda a la hora de mantener el agua fuera de las trincheras.

Para los que estaban de patrulla, a pesar de la falta de trabajo duro, el tiempo no pasaba más rápido, ya que un paseo al descubierto seguía siendo un algo poco deseable. La escasa visibilidad y los sonidos amortiguados dificultaban la tarea de percibir cualquier cosa que estuviera más allá de unos pocos metros, e incluso hubo casos de alguna patrulla cuyos miembros se habían separado y perdido unos a otros sin querer. Aunque no tenían que ganar una batalla interminable a la lluvia, otro enemigo les acosaba: en la oscuridad, el subconsciente del ser humano hacía aflorar los miedos que este tenía reprimidos, y los nervios y la paranoia provocaban que todo el mundo estuviera en estado constante de alerta, saltando ante cualquier situación inesperada o extraña.

Se había tratado de organizar las patrullas de la forma más homogénea posible, o al menos de la forma que mejor se complementaran sus miembros, pero no en todos los casos había resultado posible, lo que había dado lugar a la formación de compañeros de cama de lo más dispares, aunque los mandos habían tenido a bien no juntar en niguna parte a Devotos y Hienas.

Los grupos de trabajo seguían con lo suyo, sin apenas pausa debido a que el agua tampoco les daba tregua a ellos. Poco a poco, los canales de desvío iban tomando forma y la lluvia empezaba a escurrise por ellos, pero las trincheras eran extensas y anchas, y habría que hacer más y profundizar los existentes antes de que pudieran tomarse un respiro. Al menos, la bomba hidráulica estaba al caer, o eso decía todo el mundo.

Desde fuera de las trincheras, los supervisores se encargaban de que la tarea se cumpliera. En la zona a la que habían sido destinados, aquella figura tomaba la forma del Comisario Junior Hesse, un joven casi imberbe que se paseaba por los bordes de la trinchera sin dejar de observar a los soldados, protegido por el abrigo de su oficio y la gorra de plato que caracterizaba al comisariado. En cuanto vio como la medicae drafelivana llegaba a la trinchera, pero en vez de unirse a los demás simplemente se sentaba en un lugar apartado a observar como trabajan, casi se le desencajó la cara por el desconcierto primero, y por el enfado después.

— ¡Soldado! ¿Acaso crees que estás de permiso? ¿De vacaciones en un soleado Mundo Jardín? — empezó a gritar mientras se acercaba hacia Yuan Huáng — ¡Mira a tu alrededor! ¡Tus compañeros de la Guardia trabajan sin descanso para asegurar la operatividad de estas trincheras! ¡De ellas depende la seguridad de este puesto! ¡Sin las trincheras, el puesto cae! ¡Sin los hombres, las trincheras caen! ¡Así funciona la Guardia, como una cadena bien engrasada! ¡Si un eslabón se atasca, la cadena se rompe! — señaló con un dedo el agujero en el que los demás estaban metidos hasta los tobillos — ¡ASÍ QUE COGE UNA PUTA PALA Y ÚNETE A ELLOS, MALDITA SEA!

Del mismo modo, en uno de sus paseos se percató en que algunos de los soldados habían empezado a turnarse — ¡¿Os tengo que decir lo mismo a vosotros?! ¡¿Creéis que el agua se va a ir sola?! ¡¿Quién os ha dicho que podéis tomaros un respiro?! ¡Seguid trabajando! ¡Hasta que llegue el relevo, nadie se detiene! — las instrucciones habían quedado claras, no quedó otra que ponerse cara al barro de nuevo.

De vez en cuando, pasaban por delante suya, más allá de la línea de trincheras, alguna de las patrullas asignadas a aquella sección, de las que formaban parte algunos de sus compañeros de regimiento, pero Hesse estaba bien atento a a cualquier intento de confraternización por parte de los soldados.

Llevaban bajo la lluvia una hora, moviéndose a lo largo de la línea de trincheras del norte junto a otras patrullas. En su sector, la alerta era máxima, ya que hacia el norte era hacia donde quedaba la Ciudadela y el territorio enemigo. En teoría, los puestos avanzados conquisados a los herejes en la primera fase de la ofensiva protegían los cuarteles de mando de cualquier aproximación, además de servir como prevención mediante vox ante cualquier fuerza que intentara llegar hasta ellos.

Pero en medio de aquella condenada tormenta, a nadie le sorprendería que alguien pudiera pasar sin ser visto justo delante de las narices de los fuertes. De modo que les tocaba patrullar la zona, aunque solo fuera por si acaso. Para los Doblesueldos, no resultaba nada extraño que les hubieran asignado la zona con mayor peligro potencial. Waldemar simplemente había sido un daño colateral al no haber disponibles suficientes miembros de su regimiento como para formar una patrulla distinta.

Cuando pasaban por delante de la sección central, podían ver a varios de sus compañeros de regimiento afanados en las trincheras, trabajando sin descanso en el desanegado de las mismas, vigilados de cerca por los respectivos supervisores. En la sección central, aquella figura tomaba la forma de un Comisario Junior que se paseaba por los bordes de la trinchera sin dejar de observar a los soldados, protegido por el abrigo de su oficio y la gorra de plato que caracterizaba al comisariado.

Desastre trabajaba como los demás junto a su camarada, al menos todo lo rápido que podía teniendo tan solo un brazo útil en aquél momento. Pero, realmente, su atención estaba más puesta en otros asuntos. Entre palada y palada, se dedicaba a observar a la gente de su alrededor. La mayoría de los hombres estaban concentrados en su tarea, aunque unos pocos se atrevían a cuchichear de forma intermiente, cuando creían el comisario no andaba cerca.

Este era harina de otro costal. A pesar de sus bravatas, se podía apreciar que el joven estaba realmente nervioso por algo. ¿Un primer trabajo en solitario? No se trataba de un cadete y la Schola se encargaba de moldear a sus estudiantes de la forma apropiada, pero la personalidad era difícil de cambiar. O quizás... ¿Tenía que ver con lo que Gabarri le había contado a él y a otros penales? ¿Acaso los mandamases sabían algo que le habían callado a la tropa?

Nereida iba junto a la patrulla, calada hasta los huesos, atenta y preparada. La pistola bolter estaba en su mano izquierda, mientras las espadas se encontraban enfundadas por ahora. Solo había sacado su espada de energía hacía una hora para arengar a los soldados, por lo que por ahora, solo confiaba en su pistola. Mirando a un lado para otro, arrugó la nariz temiéndose lo peor, como si oliera a los fantasmas que acosaban su mente, encarnando un miedo inexistente, o que al menos, por el momento, carecía de sentido tenerlo presente - ¡Vista al frente soldados! ¡mente despejada y corazones prestos! ¡no quiero a nadie pensando demás! ¡centraos en vuestros sectores! - gritaba para hacerse oír por encima del constante rugir de la lluvia que los tenía acosando desde hacía más de una hora - ¡No hay nada que ver en la trinchera, vigilad el perímetro! - vociferó anticipándose a que alguno tuviera la tentación de acercarse a alguna trinchera, su misión estaba clara, y los que estaban achicando agua tenían bien clara su función. 

Tras ello, activó su micro comunicador - Zona Norte, por el momento despejada - y volvió a achinar los ojos para intentar ver algo, aunque nuevamente, fue un intento sin muchas opciones de éxito. 

Brotinn sentía la lluvia caer sobre su habitienda personal, separada de las de la tropa, pero aquello no era suficiente para distraerlo. Concentrado en su ritual, siguió cada paso con una coordinación perfecta, de principio a final, logrando así un resultado que pocos serían capaces de mejorar.

No obstante, en aquella ocasión no había demasiada información que sacar. Ninguna batalla se estaba produciendo en aquellos momentos, por lo que no había planes enemigos que descifrar o movimientos de tropas que descubrir. Además, las nubes parecían tener un efecto de bloqueo sobre su visión, ya que cuanto veía tan solo podía hacerlo en sombras. Al final, cuanto pudo averiguar, era que algo se acercaba tanto por el sur como por el norte, pero no pudo averiguar nada más al respecto, todo estaba borroso y oscurecido. Sin duda la tormenta tenía un mayor propósito que simplemente dificultar la visión física.

Berdine obedeció ordenes sin rechistar, otra cosa no, pero aguante y resistencia tenía bastante. No tanto su compañera, al a que tenía que ayudar con frecuencia. No quería más contacto con el comisariado de momento, así que no dijo nada a nadie y trabajó con ahinco.

el trabajo era duro, pero estaba haciendo mi deber, y eso era lo único que me mantenía, ya que tenía mis huesos calados, ya no era un mozo como hace diez años, los años y las batallas me están pasando factura, no era tan resistente como antes, "Pardiez, malditos brujos y maldita lluvia, ojala los mate a todos" exclamo por lo bajo, pues no quería contrariar al comisarío, el cual estaba con un humor de perros, aunque con esta lluvia, lo raro sería no estar así de arisco, por lo que continuo me trabajo hasta el siguiente relevo. 

—Ya habéis oído a la comisaria.

Entonces empezó a mandar, como siempre, aunque era difícil poner orden cuando la lluvia apenas te dejaba ver lo que llevabas puesto. 

—Kord, Jürgen*, con Orrin, a retaguardia. Vosotros dos —dijo, mirando a la pareja de varangianos, cuyos nombres, la verdad, no le interesaban lo más mínimo—, conmigo, al frente. Gunther —y miró a su operador de vox—, asegúrate de tenernos comunicados con los mandos en todo momento, a ver si consigues haber mandado un solo mensaje para cuando acabe la campaña, ¿eh? 

Cuando Waldemar y su camarada por fin se acercaron a su lado, el Tempestor de los Doblesueldos se inclinó y, a través del casco, les susurró: 

—Ya me contaréis luego que habéis hecho para acabar en el escuadrón suicida...

Orrin, de momento, no iba armado. O, siendo más precisos, no llevaba ningún arma en las manos, ya que entre montante, cuchillo, pistola, rifle y rifle repetidor, más explosivos, probablemente era uno de los hombres más armados que caminaba por aquel condenado planeta. En su lugar, en la mano llevaba otro elemento que podría serle más útil para su labor en el futuro inmediato: el auspex de asedio de la escuadra. Caminaba con paso firme y la mirada alternándose entre el aparato y el sector a vigilar.

Arrin observó al comisario desgañitarse debajo de la torrencial lluvia sin amedrentarse ni sentirse impresionado. No era su superior al mando, ni siquiera era un oficial de la guardia, pero no había ninguno cerca y sí aquel cabrón, que podía joderles la vida si le apetecía, aunque su principal función, por lo que había oído múltiples veces, era mantener alta la moral y meter caña cuando fuera necesario para aprovechar al máximo la maquinaria imperial, es decir, ellos. Decidió que lo mejor era no echar más leña al fuego. 

Sin decir nada, siguió cavando, echando alguna que otra mirada ocasional a la lejanía. No necesitaba gritar para hablar con los suyos, tenían un microcomunicador que podía emplear sin que nadie se enterara para comunicarse con su escuadra o con su regimiento, cambiando de canal. 

Aunque el trabajo era pesado y duro, el haber cogido un ritmo de trabajo compaginado con su respiración entrenada para mantener esfuerzos de largo recorrido, le hizo no notar nada más que los músculos calientes. 

O tal vez eran los implantes los que le ayudaban a ignorar el trabajo de burros que estaban haciendo. 

- Muy listos no son. Tener a los soldados cansados si ataca el enemigo es la mejor forma de empezar mal una batalla. Si es cierto que van a instalar una bomba achicadora de agua, lo que deberían hacer es apretarles los machos a los sacerdotes de rojo. - pensó el barbudo.

Kord se echó a reir por el comunicador desde dentro del traje sellado:

- Otro día en el paraíso, Tempestor, no sé como lo hacemos, pero siempre nos mandan a los mejores resorts... Dígame, ¿Es cosa mía o la comisaria intenta que localicemos al enemigo atrayendo todo el fuego enemigo a base de berridos? No es que no me gusten las mujeres de tono elevado, pero el que me disparen en medio de una tormenta... No, eso no entra en mi lista de placeres. 

Acto seguido señalizó a Jürgen con un toque en el brazo, para seguir a Orrin a retaguardia.

- Orrin, te juro por mi alma inmortal que nunca entenderé qué os daban de comer en el Schola a vosotros para poder cargar tantos tiestos, se ve que a mi me tocaron las raciones cortas en proteínas. - Dijo riendo Kord por el comunicador, antes de volver a ponerse en serio.- Si ves algo, avisa, e intentaré quitarlo de enmedio antes de que se ponga a tiro de esa belleza repetidora.

Kord no quería hablar demasiado con los otros que no fuesen Doblesueldos, no era nada personal, pero no sabía cómo se tomaría el humor cualquier otro que no tuviese la confianza que habían desarrollado los Doblesueldos durante el tiempo compartido entre huesos, polvo y disparos láser.