Partida Rol por web

En aquél combate, el Imperio se erigiría victorioso sobre los xenos una vez más, su justa furia llevada hasta ellos de la mano de los Doblesueldos. La Drusus terminó de vengar a Klaus, Adolf y Jürgen cuando los espadazos de Arrin destrozaron a su contrincante como si estuviera hecho de papel, mientras que un certero disparo del Tempestor atravesó limpiamente al eldar que quedaba después de que este lograra evitar un ataque de Orrin y un disparo de Kord.

La montaña volvió a quedar en silencio, quebrado únicamente por el crepitar de las llamas que consumían el árbol muerto, y por el leve zumbido que emitía la plataforma gravítica sobre la que iba montada el arma que había derribado su transporte, que de pronto dejó de funcionar y cayó al suelo, inerte.

Cauldwelle se reunió con ellos de nuevo, la misión debía continuar a pesar de haber perdido a un tercio de los suyos — La presencia de los aeldari aquí es sumamente... desconcertante a la par que intrigante. Desconocía siquiera que hubiera Mundos Astronave activos en la Brecha Jerichó. Aunque si fueran ellos los que estuvieron detrás de la tormenta, eso explicaría algunas cosas. En cualquier caso... Aun queda para llegar hasta el origen, y esto no era más que una escuadra destinada a operar y proteger ese antiaéreo, una primera línea de defensa... Me temo que más adelante solo nos esperan desafíos mayores.

Reinhardt mantuvo la pistola en alto durante prácticamente un minuto. No se fiaba un pelo de que no quedara algún otro xeno acechándoles, pero la seguridad con la que empezó a hablar la psíquica, mucho más perceptiva que él, se le contagió enseguida. Miró atrás, hacia los cuerpos de los caídos, e hizo la señal del Aquila mientras ella terminaba de advertirles acerca de lo obvio. Después, hizo cuanto pudo por centrarse en su objetivo. No quería perder el control otra vez. 

—Gunther, avisa al mando de a qué nos enfrentamos. Y entérate de si alguna otra escuadra ha sido desplegada. 

«Todavía tendrá la Drusus que barrer ella solita este maldito despeñadero...»

—Los demás, recoged lo que podáis de los caídos*. Lo que dejemos aquí, volveremos a recogerlo una vez hayamos purgado el monte —y entonces se dirigió, entre dientes, a Cauldwelle—. ¿Está diciendo que los xenos se han confabulado con el Enemigo? ¿Que la tormenta no fue cosa de los herejes?

Limpiando la espada de sangre Xeno, Arrin guardó el arma y volvió a recoger el rifle que le tendía su compañero Hans, asintiendo con un cabeceo. - Buen ataque Hans, ese golpe a la corva me lo ha dejado expuesto para acabar con él. - le dijo al viejo. - De nada. - fue la lacónica y ácida respuesta del viejo Hans, aunque sin ningún tipo de resentimiento. Se conocían de hacía bastante como para no llevarse bien, habían congeniado desde el primer momento y Hans tenía a Arrin como el discípulo aventajado que nunca había tenido, y del cual estaba orgulloso, viendo su dedicación y fe. 

- Recibido Tempestor. - contestó a la orden de Krause.* - Permiso para subir al siguiente risco y explorar en sigilo. - le dijo a su Sargento. Estaba en una buena posición para subir y ver qué les esperaba en el siguiente nivel. 

Aún sentía las heridas, y seguro que su hermano podía hacerle un apaño, pero era mejor primero asegurarse que encima de ellos no había otro grupo de Xenos esperándoles. 

-Putos xenos...-dijo Orrin por lo bajo, mirando con desprecio los cuerpos. Aquello estaba, aunque quizás habría que hacer algo con aquella cosa levitante. Ahora había caído, pero, ¿se podría levantar?

-Tempestor, ¿quizás habría que volar o trocear esta cosa? Ha caído como muerta, pero quién sabe como coño funcionan las cosas xeno-replicó el operador, mientras se movía rápidamente para intentar recuperar algo de los muertos. A la vuelta, desde luego, se iba a cobrar algún trofeo de esos cabrones. Había que volver a decorar el traje, y algún trozo de arma o armadura eldar podría ayudar en ello.

Lo que quedaba de la Drusus se reagrupó mientras se hacía a la idea de continuar. Gunther se centró en su vocoemisor mientras los Falkenhorst y Kord se dedicaban a recuperar todo lo que pudieran aprovechar del cadáver prácticamente volatilizado de Jürguen.

— Los eldar odian al archienemigo tanto como nosotros, Tempestor - respondió Cauldwelle a Reinhardt - Dudo mucho que ambos se hayan conjurando en nuestra contra. Los xenos causarían la tormenta, y los herejes aprovecharían la oportunidad para atacarnos de improviso. Aun así... No puedo imaginar los motivos de la presencia de eldar aquí, o desde cuando llevan en Alabastria, pero lo que es seguro es que son también un enemigo a destruir.

Al explorar los alrededores, pudieron comprobar que no había signos de más hostilidad en la zona. Las defensas del Monte debían de limitarse a plataformas de artillería en posiciones concretas, protegidas por un pequeño grupo de infantería como el que acababan de destruir. Sin duda el enemigo contaría con más fuerzas, pero por el momento parecía preferir reservarlas a vengar a sus caídos.

Gunther tuvo éxito en su tarea, al menos parcialmente. Las transmisiones no podían ir más allá de la montaña debido a las interferencias, pero había logrado establecer contacto con la escuadra Elphame. Su Valquiria había sido alcanzado pero había logrado aterrizar entero, y estaban realizando el ascenso a pie. Tras informarles de la ruta que había despejado y acordar un punto de encuentro, la Drusus se puso en marcha hasta que logró reencontrarse con los demás Doblesueldos, un par de horas de caminata después.

El Tempestor de la Elphame, Jörg Schulz, saludó a Reinhardt con un apretón de manos mientras los ocho miembros de su escuadra que quedaban se unían a los gemelos y a Kord — Putos eldar, ¿Eh? — dijo — Un tirador derribó a Wilem antes de que lo viera siquiera. El cabrón era bueno, pero pudimos llegar hasta él a base de granadas y fuego de cobertura. Veo que vosotros lo habéis tenido peor — comentó, viendo que quedaban solo seis de ellos, aparte de la psíquica. Miró hacia la cima de la montaña, más cercana que antes — Así que... para arriba que vamos, ¿No?

Reinhardt marchó la larga caminata con talante reservado. Sus pensamientos se tropezaban de cuando en cuando con la paranoia que infligía el luchar contra los insidiosos eldar, pero al final ninguna de las sombras siniestras que encontraron durante a su paso resultó ser un xeno. Solamente se relajó cuando se encontraron con la Elphame, a los que saludó con la calidez sincera que reservaba exclusivamente para los de la 11ª Compañía de Asalto, y mientras el Tempestor de la otra escuadra les informaba de su situación, él echó un vistazo al equipo que traían con ellos*. 

Arrin saludó al resto de Doblesueldos con el saludo de su escuadra, vigilando los riscos mientras aquellos llegaban a su altura, mientras fruncía el ceño y pensaba en lo que la psíquica había revelado. - Su destrucción será un hecho si podemos ponerles las manos encima a estos esquivos cabrones. - sentenció. 

Tras recoger el equipo del fallecido, se lo entregó al Tempestor y esperó a que lo repartiera, para seguir adelante en su camino hacia la cima, y a cumplir el objetivo que se les había dado. No podían fallar. 

—Será mejor que sigamos moviéndonos. Drusus, a la cabeza —ordenó a los suyos, mandando implícitamente a los otros a cubrir su avance. 

El repaso a los caídos se había resuelto satisfactoriamente. Lo suficiente para Orrin, que no pudo evitar entre dientes un:

-Vaya vaya, hola precioso... ¿Qué tenemos aquí?-seguido de una seca risa y un sonido de metal raspando. Poco después reemprendió la marcha con los suyos, aunque una gema ovalada ahora formaba parte de la exigua decoración de su uniforme, que tanto se había esforzado en recuperar tras ser incendiado vivo en la primera toma de contacto.

-Que putada, Wilem me debía cien tronos...-se lamentó amargamente al oír la noticia. Por supuesto que Orrin lamentaba más la muerte de un compañero que la deuda, pero seguía teniendo cien tronos menos en su haber. Algún eldar iba a pagar por aquello.

-Tempestor Schulz, ¿los suyos también se escondían? Esas ratas eran complicaditas de encontrar, la verdad...-preguntó por curiosidad, mientras adoptaba la postura que había sugerido el tempestor.

-Por cierto, cuando lo consideren puedo parchear a los heridos, o intentarlo.

Tras reagruparse con la escuadra Elphame, el ahora más numeroso grupo de quince Doblesueldos siguió ascendiendo por la montaña, escoltando a la psíquica primaris situada a buen resguardo en el centro de la formación. A pesar de su entrenamiento, no se podía ocultar que la presencia de Cauldwelle ponía de los nervios a los Vástagos, quizás incluso más que el hecho de que se enfrentaran a un enemigo tan esquivo como los aeldari. Tal y como había confirmado Schulz, el tirador al que se habían enfrentando también se había valido de tretas para evitar ser detectado, aunque al final no le había servido de mucho.

El ascenso era farragoso en ocasiones, incluso con los cables de escalada, y lo que en terreno llano hubieran sido veinte minutos, les llevó una hora más de tiempo. El sol alabastriano estaba ya en su punto más alto, y el calor se hacía de notar bajo las pesadas armaduras de caparazón, pero nadie pronunció queja alguna al respecto.

La psíquica y los auspex iban barriendo cuanto se encontraba por delante de ellos, sin que nada llegara a aparecer en las pantallas de cristal líquido de los aparatos o en la percepción disforme de Evangeline. A pesar de todo, la alerta era alta, ya que en cualquier momento el enemigo podía sorprenderles. Y lo hizo.

No podía tratarse sino de otro tirador enemigo, debido a la distancia a la que se produjo el disparo, más allá del alcance de sus dispositivos de detección, y a que este fue perfectamente calculado, con un objetivo decidido y priorizado. Un oficial.

Schulz cayó de espaldas de forma brusca y repentina, quedando tirado en el suelo como si hubiera dado un mero resbalón sobre el terreno de algún mundo helado. Pero el disco de plasticristal en forma de estrella que sobresalía del visor derecho de su yelmo no dejaba lugar a dudas sobre la causa de aquello.

Sin ni siquiera un grito de alarma, los Doblesueldos se desperdigaron corriendo en busca de cobertura, en perfecta coordinación, Gunther agarrando a Cauldwelle por la solapa del abrigo y arrastrándola con él detrás de Reinhardt. Estaba al mando de todo el grupo ahora, pero aunque contaba con más hombres, sabía que el presente combate sería aún más desafiante que el anterior.

Lo de hacer remedos casi a la carrera pocas veces salía bien, y parece que aquella no iba a ser una de esas pocas veces. Los proyectiles cristalinos aquellos dejaban unas heridas demasiado raras, no eran cortes o punzadas limpias, o quemaduras, y al final empleó más tiempo en asegurarse de que no quedaran esquirlas dentro que en cerrar las heridas propiamente.

Sin embargo, conforme se acercaban a la cima, la cosa volvió a complicarse.

"Adiós, tempestor Schulz" pensó tan pronto le vio caer. Otro puto tirador.

No perdió un segundo más de lo necesario y corrió hacia delante, hacia las rocas. No veía a nadie, pero mantenerse en movimiento se lo pondría difícil al tirador o tiradores.

Reinhardt echó a correr hacia la colina casi antes de que el cuerpo sin vida de Schulz tocara el suelo. Había marchado en tensión. con la certeza absoluta de que en cualquier momento caerían con una emboscada, y cuando oyó al Tempestor caer a su lado no perdió un instante. Mientras corría como el diablo, no pudo evitar reconocer que el ataque no había sido una casualidad, y que de no haber muerto Schulz, entonces lo habría hecho él. Debía considerarse afortunado. 

—¡Avanzad al pie de la colina! ¡Quien esté a cubierto, que de fuego de cobertura al resto! —gritaba, sin por ello cesar el avance. Rezó por que la psíquica le estuviera siguiendo. Odiaba depender de ella, pero en ese momento era su mejor baza— ¡Cauldwelle! ¡La cabeza gacha! ¡¿Dónde están los xenos?!

Arrin ni rezongó con los cuidados de su hermano, pero le extrañó que le siguiera doliendo aún después de haber sido tratado, normalmente Orrin era muy escrupuloso con estas cosas, pero no le dio mayor importancia. 

Al poco, un disparo de un francotirador tumbó al Tempestor de la otra escuadra, y casi sin pensarlo, el especialista ya estaba corriendo hacia las rocas que tenía delante para buscar cobertura y subir con el gancho. Si pensaban que iban a acobardarse, estaban muy equivocados. 

- Atentos, voy a sacarlo de su cobertura. Tendrá que asomar la nariz para dispararme, Tempestor. - 

Un segundo disparo se produjo poco después del primero, pero para entonces los imperiales ya estaban a cubierto tras el elevado risco tras el cual el enemigo había decidido enfrentarles por fin. Sin duda alguna la elección del campo de batalla no había sido casual, aunque estaban a cubierto del fuego xenos, tendrían que escalar la elevada pared y seguramente nada más ascender los recibiera una densa lluvia de plasticristal.

La escuadra Elphame se desplegó y observó a Reinhardt, poniéndose a sus órdenes al menos hasta que regresaran a sus líneas. Mientras los de la Drusus se preparaban para ascender con sus ganchos de escalada, Cauldwelle llegó jadeando tras ellos — No puedo vislumbrarlos como antes, hay algo bloqueando mi visión. ¡Han aprendido, Tempestor! — gritó en respuesta a Reinhardt, con una leve sonrisa fruto del nuevo desafío — ¡Intentaré abrirme paso, pero me llevará tiempo! ¡Ayudaré como pueda entretanto!

Ambos gemelos Falkenhorst pudieron sentir entonces como sus cuerpos se veían invigorados y como las pequeñas heridas sufridas en el anterior combate empezaban a cerrarse, fruto de un proceso demasiado rápido como para ser natural. La psíquica tenía de nuevo los ojos totalmente blancos, pero sin la ayuda psíquica de Evangeline, tendrían que combatir a la vieja usanza. Habría quien lo preferiría, pero no se podía negar que todo se hacía más fácil cuando podías ver desde dónde te estaba disparando tu enemigo.

El choque contra las rocas fue duro debido a la inercia que llevaba por la rápida carrera, pero la armadura y el saber poner el cuerpo para recibir el impacto minimizó al máximo cualquier posible daño que pudiera llevarse, como una contusión o un rasguño...aunque eso a Arrin no le importaba. Su sistema mejorado cibernéticamente se encargaba de nimiedades como esas en cuestión de minutos. 

Diferente fue cuando sintió un escalofrío por todo el cuerpo, como si le echaran agua congelada por encima de la cabeza, al ser afectado por el poder psíquico de la enviada por la Sagrada Inquisición. En su mente seguían chocando dos ideas contrapuestas, una era la repulsión por ser tocado por los poderes psíquicos, habiendo escuchado desde siempre que procedían del mismo lugar del cual habitaban los demonios y el caos, y la otra era la evidente bendición que era el contar con una enviada de los representantes más icónicos y poderosos de todas las alas pertenecientes al Imperio, todas supeditadas a Él. La Sagrada Inquisición. Su mente, un hervidero de ideas en mitad del combate, caminó por cuenta propia, y como últimamente había hecho una y otra vez, notando una luz que le guiaba por las tinieblas oscuras de la verdad. 

- Una servidora fiel al Emperador, que arriesga su vida en cada ocasión que hace gala de sus poderes para mayor gloria de su imperio y protección de sus fieles, a los que ayuda a seguir expandiendo su palabra y a eliminar herejes y caóticos demonios del Caos...peligrosa y sacrificable si falla, pero una de los nuestros. - pensó Arrin, encontrando de repente una fuente de inspiración interna que le señalaba el camino correcto por el cual debían de discurrir sus pensamientos. Sin duda, sin ninguna duda, San Drusus le había guiado para llegar a aquel pensamiento. 

Sus ideas al respecto no estuvieron más claras que en ese momento, toda duda deshechada. La duda y la zozobra, la desconfianza y la repulsa eran armas del enemigo para que no pudieran aprovechar el regalo que, sin duda, venía del propio Emperador. Si ella tenía ése poder, era porque Él lo había querido así, y si tenía ése peligro, era también porque un gran poder conlleva un gran peligro detrás, a mayor poder, mayor peligro para todos. Ella sabía que en el momento que su poder fallara o atrajera algo indeseable, sería automáticamente sacrificada para impedir el paso de criaturas del empíreo, pero aceptaba su destino, el destino impuesto por Él...¿y quién era Arrin para negarlo y no aceptarlo? Sin duda, la sacrificaría gustoso sabiendo que ella aceptaba aquel sino, y que con ello haría el último sacrificio para salvar a sus compañeros y a la humanidad...igual que harían ellos si tuvieran que activar una bomba para volar un puente con ellos encima, si con ello impedían el avance de tropas enemigas a la conquista de algún punto estratégico.  

Los Doblesueldos eran parecidos en parte a ella. Repudiados y apartados, pero fieles contra viento y marea, en lo más fiero del combate, dándolo todo, hasta la vida y el alma si fuera menester. 

- ¡EVANGELINE!¡GRACIAS! - se obligó a gritar, luchando contra años de condicionamiento social. - ¡POR SAN DRUSUS, QUE TOMAREMOS ESTA COLINA DE MIERDA! ¡GRANADAS DE LUZ HERMANOS, QUE VOY A ENSEÑARLES LO QUE MUERDE EL ESPADÓN DE LOS DOBLESUELDOS A ESTOS MARICAS DELGADOS! - gritó, preparándose para darle a la pistola gancho y subir del tirón, para luego cargar contra el enemigo. 

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Orrin al verse sometido a la Disformidad, con una desagradable sensación al notar cerrarse sus heridas. Todo el vello del cuerpo se le erizó, y al soltar el aliento le pareció que se formaba algo de vaho fruto de la brujería. Al menos era brujería aliada... Y si le crecía algo que no debía, siempre tenía el cuchillo.

-Que mamones más testarudos... Tempestor, voy a echar un ojo al auspex, a ver si doy con alguno de ellos...

Pegados al risco eran blancos imposibles, pero tampoco ellos podían hacer nada y eran los que tenían que avanzar. La sugerencia de Arrin no cayó en saco roto, y pronto el Tempestor la pasó a los demás, que fueron sacando sus granadas entre grito y grito del Falkenhorst. Demostrando un buen brazo, la gran mayoría de las granadas cayeron más allá del risco, tan solo un par quedándose demasiado cortas. Los fogonazos no afectaron en nada a los Doblesueldos, que se prepararon para ascender con los ganchos que habían tenido a bien procurarse. Quedaba por ver si aquello había sido un desperdicio o habría asegurado su subida, pero solo podrían saberlo cuando asomaran la cabeza en lo alto de la formación rocosa.

Evangeline seguía concentrada en intentar sortear el bloqueo que impedía que funcionaran sus habilidades sobrenatuarles, de modo que Orrin decidió probarlo con el método tradicional. Toqueteando su auspex y con la mirada fija en la pantalla, lo cierto es que no pudo detectar ninguna lectura clara, salvo una. A pesar de que el aparato realmente no mostraba nada, lo conocía lo bastante y las microseñales que solía descubrir, como para saber que allí arriba no les estaba esperando ninguna otra arma pesada como la que había derribado su Valkyria y vaporizado a Jurgen.

-Pues nada, para arriba y que el Emperador reparta suerte, panda de cabrones-dijo Orrin por el comunicador, tras ver que no había nada. No era mala señal no detectar armas pesadas, pero en la zona superior habrá tiradores seguro. Así que más valía estar preparados. Con un gruñido y ayudándose del gancho empezó a escalar a toda la velocidad que pudo.

Reinhardt, antes de empezar a escalar la montaña, hizo un recuento rápido de cabezas. No había perdido a nadie más, por el momento, y la psíquica seguía con ellos. Decidido a hacer pagar a los xenos por la muerte de Schulz, y empezó a ascender la pendiente. 

Tras el estallido de las grandas, empezó el ascenso por el risco. Los de la Escuadra Elphame acoplaron sus ganchos de escalada y dejaron que el mecanismo automático los elevara en el aire, un ascenso lento pero seguro hacia el combate. Entre los de la Drusus, el éxito fue más variado, ya que sus miembros decidieron arriesgarse con un ascenso manual. Arrin y Kord lograron recorrer aproximádamente la mitad de la altura, mientras que el gancho de Reinhardt no llegó a engancharse bien del todo y cayó de nuevo a los pies de su portador, que se afanó en recogerlo. Detrás de él, Evangeline echó mano a sus poderes de nuevo, empezando a levitar del suelo, elevándose unos metros sobre él.

Orrin fue, sin duda ayudado por sus mejoras cibernéticas, el que más ascendió, llegando rápidamente a la cima del risco, asomándose por él para descubrir que les esperaba. A cubierto tras rocas, árboles y zarzales espinosos, pudo discernir las siluetas de más guerreros aeldari, vistiendo una armadura azul con un yelmo blanco que exhibía una colorida crin roja. Viejos conocidos de cuando se habían enfrentando antes a los xenos, estos no eran la vulgar milicia con la que habían combatido antes. A aquellos se los conocía como Vengadores Implacables, y de cada uno de ello se podía decir sin verguenza alguna que eran el igual, como poco, de un Vástago Tempestus salido de la Schola Progenium más dura.

Por fortuna para él, las granadas fotónicas que habían arrojado antes debían de haber hecho su efecto, ya que algunos se sacudían el yelmo o se escondían tras sus coberturas, ninguno de momento alzando sus armas contra él.