Partida Rol por web

¿Qué es lo que haces para la familia real que te ha preparado bien para este viaje?

Felton volvió a sentarse tras rellenar de nuevo su copa. Beber lentamente (y quizás algo taciturno) era una de sus aficiones. Le permitía pensar en sus cosas de un modo profundo, y hallaba muchas veces soluciones a problemas que requerían cierta meditación.

Pero ahora no estaba solo, y una nueva cuestión le fue dirigida. Pensó por unos instantes antes de contestar.

-Desconozco si os referís a mi tipo de trabajo... Como ya sabéis, yo protejo a la Reina aún a costa de mi propia vida. Tanto Ella como la familia real saben de mi eficacia tanto disparando como en lucha de espadas. Y ya he confesado que otras razones personales se suman a este empeño de protección. Este viaje para mí es importante como cuanquier otro, la Reina ha de llegar sana y salva a su destino. Ojalá tuviese poderes tan increíbles como los que aquí habéis nombrado algunos, pero mi talento conlleva armas. Desde el fallecimiento de la bienamada reina Verónica, la protección de la familia real goza de prioridad indiscutible. Quizás mi fama llegó a sus oídos, y me buscaron. Lidia nuestra Monarca es ahora mi prioridad personal.

Miró hacia los aposentos de la Reina durante un segundo, sin poder evitarlo. 

-¿Y vosotros, cómo habéis llegado hasta aquí? Si queréis contarlo, claro.

Querido amigo, la verdad es que me cuesta responder a eso.

Tú tienes tus armas, Lorenzo sus artes, Tamara sus dones y Guadalupe sus platos. Yo no tengo más que un libro de batallitas y conocimientos de épocas pasadas.

-No menosprecies tus artes, amigo, pues otros las tienen en alta estima para que tú estés aquí también - le contestó con sonrisa pícara. Augusto seguro que sabía más de lo que contaba... Lo mismo que todos los presentes.

- Querido Felton... Y habiendo escuchado cuanto has escuchado ya sobre los planes de la Reina y las preocupaciones de muchos de los presentes... ¿Crees estar a la altura de la misión?, ¿no piensas que la Reina necesitará de ti algo más que tu afilada espada? 

-Quizás sí, y a ello estoy dispuesto. Entre los presentes hay mentes más privilegiadas y poderes más interesantes que mis armas, eso seguro. Quizás haya visto en mí la Reina algo que ni yo conozco de mí mismo... Eso no lo había pensado. Que haya un propósito para que yo esté aquí que yo desconozca. Pero Tamara, sin menospreciar a nadie, a menudo una afilada espada zanja discusiones más rápidamente que muchos sesudos debates y agudas predicciones. De todo se aprende, no hay duda. Llevo rato escuchándoos, y mi silencio no es señal de desapego... ¡al contrario! Me parecéis fascinantes, ahora que nos conocemos un poco más. Yo quiero creer que estoy a la altura de cualquier misión que se me asigne. Lo que la Reina necesite de mí, con gusto se lo entregaré.

Si la frase tenía más de un sentido, quedó en el aire. Pero sí, lo tenía.

Querido Felton.
Tengo una pregunta incómoda que haceros, que tal vez os neguéis a responder. Pero tengo curiosidad por saberlo, la verdad. ¿Alguna vez la reina os ha ordenado eliminar a alguien? Sin combate justo, sin juicio, sin que se sepa... - pregunto Guadalupe dejando su vaso de vino sobre la mesa.

La joven parecía temer la respuesta de su joven y apuesto compañero.

-Ya que estamos entrando en terrenos pantanosos en cuanto a temas de conversación, confieso que entre la lealtad que considero que le debo a Nuestra Reina está el obedecerla en lo que pida, sin preguntar razones. Forma parte del servicio que le brindo, como comprenderéis. Una Reina no tiene que justificae sus razones, y menos ante mí. Algún conde dejó de existir porque así me fue requerido. Sospecho que por conspirador, pero no tengo esa certeza. Todos aquí haríamos lo que nuestra Reina nos pidiese, ¿verdad?

Pues yo diría que no, querido Felton. Y permítame un ejemplo:

¿Si la reina le ordenase a usted que se matase a si mismo lo haría?...

Observó el rostro del guarda personal y continuó antes de que respondiese.

Quizás la respuesta es sí, pero entonces déjeme añadir una segunda pregunta.

Y si le ordenase que le diese muerte a ella, ¿también lo haría?

Observó nuevamente y la sonrisa de la vejez y la experiencia asomó a su rostro.

No hace falta que conteste si no quiere, pero tenga por seguro que casi nadie haría lo que la Reina le pidiese sin excepciones. Por lo general, las dos cuestiones que planteo son buena evidencia de ello. Muy pocos contestarían honestamente sí a ambas. Lo más frecuente sería que ambas respuestas fueran excluyentes. Normalmente, quien se ama a si mismo sobre la Reina solo contestaría sí a una, mientras que quien ama a la Reina sobre sí mismo solo contestaría a la otra...

Aunque hay excepciones a esta regla, claro está. Y quizás usted sea una de ellas. Pero hace falta estar muy loco para obedecer ciegamente a cualquier orden cuando la cuerda se tensa lo suficiente.

Algo turbaba a maese Lázaro que llevaba ya unos largos minutos en profundo silencio. ¿Cuáles eran, después de todo, los límites de la lealtad? Quería a la Reina. La apreciaba profundamente. Y, por supuesto, había matado por ella. No iba a volver a contar las cosas que había hecho en la guerra, no iba a rememorar sus manos manchadas de sangre, ni tampoco justificar nuevamente su posición.

Existía el bien, existía el mal, y el egoismo, la injusticia, la avaricia, estaban del lado del mal. Y todo lo que las limitara, lo que hiciera un mundo mejor, del bien. ¿Justificaba eso el derramamiento de sangre? A veces.

Y ese, precisamente, era el problema. A veces.

- Sois complicado, don Augusto. Es una pregunta compleja y no hay forma de contestarla bien- dijo, repentinamente, rompiendo el silencio o, tal vez, demostrando que seguía atento.- Yo, desde luego, no sabría hacerlo.

-Vuestra retórica es tan retorcida como vuestros pensamientos, amigo Sandoval -respondió Felton con una sonrisa. No estaba en absoluto molesto con el punto de vista de su compañero de viaje, más bien le planteaba unas cuestiones en las que no había reparado.

-Veréis, no dudo que tengáis razón. En un minuto habéis puesto en jaque todo mi sistema básico de valores, pero no olvidéis que antes de servir a la Reina trabajé a sueldo del mejor postor si el encargo me convenía. Así que dicho sistema de valores fue varias veces puesto a prueba en contra de la buena educación que en la infancia se empeñaron en inculcarme.

Respondiendo a lo que me planteáis y citando vuestras palabras, habría que estar en la situación de que la cuerda se tensase para poder ser honesto en mi respuesta. Sois persona de mundo como todos nosotros, y precisamente todos los presentes sabemos que la teoría y la práctica no van siempre de la mano. Hay que verse en la situación para saber cómo reaccionaría cualquiera.

He visto a valientes recular como cobardes en el último minuto, y a gente corriente hacer inesperados actos heróicos. Los supuestos que me planteáis, comobien dice el Maese Lázaro, yo no podría contestarlos sin verme en esa tesitura. Quizás prefiriese matarme a seguir viviendo según qué circunstancias, y quizás pudiera ser capaz de matar a la Reina si me lo exige. 

Hizo una leve pausa para mesarse levemente la barba, y sonrió encogiéndose de hombros antes de concluir:

-Creo que de todos modos acabaría muerto yo.