Hay una parte de ti que no quiere paz en estas tierras.
¿Qué te ata a la guerra?
Esta pregunta es para Maese Lazaro.
Recordad que siempre podéis esperar a ver que proponen los otros jugadores, usar la tarjeta X sin tener que dar explicaciones, o pasarle la "carta" a otro jugador.
Lo bueno de viajar en aquel extraño y moderno artilugio, propulsado por una mezcla de magia y tecnología, era que resultaba notablemente espacioso y que la mayor parte de las actividades precisas para la navegación eran realizadas por los autómatas sin mente, debidamente programados.
Quizás, por eso, la pregunta sorprendió a Lázaro (aunque demandaba ser nominado como maese Lázaro su soberbia no llegaba hasta el punto de pensar en sí mismo incorporando su título) delante del tablero de "Inmortales bellum", estudiando con curiosidad su próxima jugada. Ese tipo de juegos de estrategia eran un pasatiempo común entre jóvenes aristócratas y burgueses adinerados, que normalmente cultivaban toda su vida. Como tantas otras cosas, la guerra constante en la que se encontraba el Reino había impuesto numerosas costumbres a las personas de las que, en muchas ocasiones, apenas eran conscientes.
- Yo quizás no lo hubiera expresado con tanta crudeza. Soy un hombre libre, y poco me ata nada, a nadie- explicó tras unos segundos, sobreestimando el valor de su independencia- En todo caso, ¿qué es la guerra después de todo? ¿quién de nosotros no ha perdido un familiar, un amigo, a quién no le han violado a una hermana, o a una antigua amante o a una sirvienta querida? La guerra es consustancial al ser humano.
Pareció, por un momento, que nada más iba a decir pero, al poco, negó con la cabeza y se sirvió una copa de absenta que brilló en el fondo de cristal como un pálido reflejo de promesas fáericas.
- Despues de todo, ni siquiera los duendes están libres de la guerra, ¿no es cierto? Ni de sus atrocidades. Da igual que sean de un tipo o de otro. Me considero un hombre de paz pero, ¿quién no lo hace para sí mismo? ¿quién no justifica sus actos de un modo u otro? No me malinterpretéis: no pienso que todas las cosas sean relativas, ni todas las causas igual de justas o injustas. Existe el bien. Existe el mal. Y contra mis enemigos no templaré mi mano. Pero preferiría con mucho su rendición a su exterminio. Al fin y al cabo, las fuerzas separatistas que se enfrentan a nuestra reina no son más que el tórpido intento de élites locales de conservar sus nefandos privilegios. Todas las leyes deben ser iguales dentro del respetivo estamento. ¿Por qué un aristócrata de las llanuras de Salviva va a tener más derecho a tributos que uno del burgo de Caredo? ¿por qué las pobres siervas de la región del bosque de los Álamos Tristes va a tener que soportar el derecho de pernada, que en el resto del reino ha desaparecido? No, no os engañéis: todo privilegio basado en la tierra, y no en la sangre, es una aberración.
Nuevamente pareció que el ocultista había terminado de hablar. Había dado un nuevo sorbo a la copa de absenta (apenas lo bastante para mojar los labios y sentir el fuerte sabor, el intenso aroma, el fuego que entumecía ligeramente labios y lengua) y parecía observar, nuevamente, el tablero. Quizás la pregunta había sido demasiado oportuna, o tal vez fuera la preocupación por el viaje, por lo que se jugaban, o por la propia integridad de la reina. O tal vez fuera sencillamente que la pregunta se pronunciaba sobre sus propios miedos. Fuera lo que fuese, la sinceridad de la última parte de su respuesta probablemente le sorprendiera a él más que a sus interlocutores.
- Estuve presente en el saqueo del pueblo de Campos Soleados. Probablemente no lo recuerden puesto que ocurrió ya hace más de treinta años. Entonces yo era un mero aprendiz que ni siquiera tenía barba, y no me arrepiento al reconocer que cuando los saqueadores del conde Ricardo llegaron me oculté, muerto de miedo. Vi como mataban a mi maestro, Alberto Cienfuertes, que ni tan siquiera pudo realizar más de varios conjuros menores. Vi como la otra aprendiz: una chica maravillosa llamada Susana, con parte de sangre faérica, hija bastarda de la baronesa Triana, fue... forzada, y luego se la llevaron. No se si seguirá viva. Supongo que tras tantos años no. O eso prefiero creer. Hay destinos mucho peores que la muerte. ¿Qué me ata a la guerra? Más bien podríamos preguntar qué me ata a la paz.
Recuerdo lo ocurrido en Campos Soleados.
Dijo Augusto interviniendo.
Reinaba Isaias de Siempreviva, el abuelo de nuestra Reina. Le apodaban el magnánimo. Por aquel entonces la guerra llevaba asolando estas regiones más de 15 años. A decir verdad, en todos mis años al servicio del Reino, nunca he conocido un periodo de paz duradera. Y los pocos y cortos periodos de paz, fueron con Isaias. Por eso le llamaban el magnánimo.
Si por aquel entonces eras un chiquillo, quizás no sepas que Isaias había prometido la mano de su joven hijo a la familia Bustos, a la joven Gadea. Isaias era un hombre de paz y aquella había sido la jugada que debía acabar por fin con la guerra. No fue así.
Al parecer el conde Ricardo no compartía la opinión del Rey. Le desafió de una y mil maneras cuando estuvo con él en la corte como asesor, igual que lo había sido su padre del padre del Rey. Hasta que Isaias lo alejó de la capital dándole tierras suficientes para acallar al hombre más ambicioso. Pero no era tierras lo que ambicionaba Ricardo.
Hizo una pausa en la que pegó una calada de su cachimba de vapor. Una especie de pipa de grandes dimensiones con compleja tecnología de filtrado cuyos principios de funcionamiento, sinceramente, se le escapaban. Luego prosiguió llegando por fin al punto de conexión con el relato del maese.
El incidente llegó a la corte como una pataleta de un conde venido a menos, que aspiraba a casar al príncipe heredero con su propia hija. Por eso Isaias no actuó en primera instancia. Confiaba en la diplomacia. En aquel momento, aún no sabíamos nada de los campos de esclavos, claro. Esos los descubriríamos mucho tiempo después. El caso es que el conde Ricardo tampoco reconocía ataduras a nadie ni a nada salvo a si mismo.
Entiendo que todo aquello fue muy traumático para ti y ahora ansías venganza pero, ¿contra quien exactamente? ¿cómo recibiste la reacción del entonces Rey a aquel ataque para acabar siendo fiel seguidor de su nieta?*
*Dicho de otra forma, ¿cómo relacionas aquellos sucesos con la política actual?
La bella cocinera escuchaba en silencio, cuando los hombres empezaban a hablar así le aburrían. Pero había algo en la conversación que la mantenía alerta y a la escucha. En un momento de silencio, lanzó una pregunta extra.
Decidnos, maese Lazaro. ¿Os atreveríais a contarnos que atrocidades habéis realizado vos mismo durante la guerra? Para incentivar vuestra respuesta me comprometo a preparar mañana la comida que deseéis, siempre que disponga de los ingredientes necesarios.
Las preguntas sucesivas tanto de Guadalupe como de Augusto hacen que el ocultista se eche hacia atrás en la silla, cruzando sus brazos, con aspecto pensativo, como si dudara tanto qué contestar como la forma de hacerlo.
- Sin duda, Augusto, el adolescente que era se sintió traumatizado. Aunque probablemente también indignado. También con el rey, me temo. Durante un tiempo, como otros, confundí su magnaminidad con debilidad y le culpé de los actos de sus enemigos. Supongo que a ese aprendiz se le puede disculpar. No... no estoy seguro que ansie venganza. Lo que ansio es, sobre todo, acabar con los privilegios de los territorios, con el motivo que hace que nuestra tierra se tiña de sangre.- dio un nuevo trago a su absenta, algo más largo que el primero, como si deseara limpiar su boca de algún sabor extraño, para luego continuar respondiendo con una voz mesurada, elegante y lenta- La reina es mi señora. ¿Acaso un hombre leal necesita más motivos para servirla? Además, sus reformas buscan abolir los privilegios territoriales y eso es justo lo que creo necesario para nuestra tierra asolada por las guerras. No, no busco venganza. Aunque... quizás lo mejor sea que no caiga en mis manos nadie de la estirpe del conde Ricardo- miró entonces a la cocinera Guadalupe mientras se pasaba la mano por el mentón. Por un segundo una niebla de preocupación (¿tal vez de dolor?) cruzó su frente.
- Nada de lo que me arrepienta- mintió- Nada que no volviera a hacer- dijo con sinceridad- No soy un monstruo, Guadalupe. He combatido, he sangrado, he defendido mi vida y la de mis hombres, y he matado. También he aconsejado a los nobles del estado mayor, y siempre mis consejos han estado guiados por lo que pensaba que era mejor para la reina a la que sirvo. No, no he torturado prisioneros, pero sí, sí he aplicado drogas y hechizos para forzarles a decir lo que precisábamos de sus planes. No, no he ordenado ni participado en matanzas de civiles. Pero sí en castigos a todo un pueblo o una ciudad. Quizás otro pudiera haber actuado mejor, aconsejado mejor. Me temo, sin embargo, que es fácil hacerlo cuando no se siente ni guerra, ni rabia, ni miedo, ni dolor. Y, sobre todo, cuando nada se puede hacer. Entonces es fácil decir que las uvas están verdes.- tras las palabras da un nuevo trago a la absenta no reprimiento un gesto de molestia cuando el líquido atraviesa, como fuego, su garganta y mira un segundo a Felton- Hablásteis antes de las tierras alrededor de Torreblanca. En las provincias del reino junto a la ciudad, al otro lado de las colinas, está el pueblo de Pico Partido. Sabíamos que estaban protegiendo a un grupo de mercenarios y bandidos a sueldo de las tropas rebeldes. Nadie quería hablar, a pesar que habían matado a varios de los aldeanos, o tal vez por eso. No podíamos drogar o hechizar a todo el pueblo, y no podíamos dejarles escapar. Impedimos que llegara comida al pueblo hasta que nos localizaron a los rebeldes. Al fin lo hicieron... un mes y setenta y nueve muertos después. El plan tuvo éxito. No, no me arrepiento- volvió a mentir. Porque, al fin y al cabo, cuando se hace lo que se debe, lo único que uno puede hacer cuando siente que uno es un monstruo, es arrepentirse.
Tamara ha escuchado en silencio toda la retahíla de explicaciones del Maese. Desde su sillón de la sala común de aquel artefacto volador observaba las tierras mineras desde arriba, y no podía evitar pensar en cuán rico sería su reino y los años de guerra no lo hubiesen devastado.
-Maese, discúlpeme una duda. Usted mismo reconoce no querer el final de la guerra, pero sabe que este viaje tiene justo esa finalidad... ¿Cómo se siente al respecto? , ¿llegaría a hacer algo que evitase la reconciliación de las partes?
Maese Lázaro negó con la cabeza.
- Ninguno sabemos los planes de la Reina, más allá del deseo de terminar con la guerra. Aniquilar a los enemigos es una opción tan posible como reconciliarse. Por mi parte creo que busca aliarse con un importante reino y poder para, finalmente, tener la potencia de fuego necesario para destruir la rebelión de una vez por todas. Pero es su prerrogativa que sea ese u otro el destino del viaje. Al final, es mi reina. Y obedeceré sus designios, sean estos, u otros. Espero que todos podamos decir y sentir lo mismo, Tamara Ojolejano.- hizo una pausa y miró entonces a Guadalupe - Guadalupe, ¿un guiso de carne de caza mañana con salsa de chocolate sería posible? ¿y zumos de fruta fresca? Temo que os voy a tomar la palabra de esa comida prometida.
Guadalupe se ríe con descaro al escuchar la proposición de Maese Lazaro.
Ay, mi señor, se hará lo que se pueda. Ya le dije que dependo de los ingredientes que tenga en la cocina.