¿Qué promesa te hizo la Reina antes de este viaje?
¿Crees que la cumplirá?
Esta pregunta es para Maese Lazaro.
No respondió de inmediato maese Lázaro, quien se puso en pie y se acercó a uno de los portillos y miró hacia la gran inmensidad de nubes que, ahora, se encontraban debajo de la embarcación. Jugeteó con la copa. Finalmente suspiró y se giró hacia sus compañeros.
- Empiezo, si os parece, por el final: lo desconozco. No se si cumplirá o no su promesa, y menos aún cuando se contradice tan horriblemente con lo afirmado por Tamara Ojolejano- tras las palabras se acercó hasta el botellero y se volvió a servir una copa de buen güisqui que hizo girar, mirando su color, antes de dar un ligero sorbo y tomar nuevamente asiento.- Supongo que hubiera podido pedir algo para mi. Quizás es lo que ella esperaba, aunque creo que no. Me conoce. Me quiere, creo, tanto como yo a ella. ¿Pero cómo estar seguro? ¿puede al fin y al cabo alguien estar seguro de nada?- dio un nuevo sorbo a la copa y continuó, mirando uno a uno a los presentes mientras esbozaba una ligera sonrisa.- Jueguemos un poco, camaradas. ¿Alguien se atreve a intentar adivinar lo que me prometió nuestra señora?
Un juego. ¿Por qué no?. No conocía la respuesta a la pregunta que se había formulado a Lázaro, pero el tedio comenzaba a hacer mella en Tamara Ojolejano. Un juego estaría bien.
- Bien, ¿nos dará usted pistas, maese?. Yo haré una aproximación. ¿Puede que le prometiese que cuando todo esto acabara le liberaría de sus servicios a la corona?
Maese Lázaro esperó unos segundos, por si alguno más de los presentes intervenía en el juego, pero ante el silencio pesado que cayó en la sala sonrió y se bebió lentamente el contenido de su copa.
- No, claro que no, Tamara. ¿No lo habéis comprendido? Para mi servir a la Corona, además de estar bien pagado y permitirme acceder a lujos bastante agradables y a enormes cantidades de conocimiento, el ser uno de los asesores de la reina es un halago para mi vanidad- a pesar de la sonrisa la voz está llena de tristeza, lo que parece indicar que hay una verdad detrás de la verdad que dice, ¿probablemente referido a los hechos que ya comentó sobre su vinculación con la guerra y las reformas iniciadas por la reina? Probablemente- Además, ¿me imagináis alejado de este tipo de cosas? ¿A mi? ¿A Maese Lázaro?- y ahí está, la sonrisa y la tristeza de fondo- No, lo único que pedí a la reina es que las reformas por las que todos los territorios del país estén sometidos a las mismas reglas se mantenga, y que me permita participar en la administración de nuestra querida patria. Nada más. Y que si por casualidad encontramos a...- niega con la cabeza, negándose a seguir hablando- ... da igual. Lo último es personal y no tiene importancia.
- En cuanto a si pensaba que iba a cumplir su promesa... - hace una pausa que bien podría tildarse de dramática y su voz sigue llena de la tristeza que se ha indicado antes- Y sí, hubiera jurado que la iba a cumplir. Nunca nada de lo que se me dijo me hizo pensar que no lo haría puesto que siempre consideré a la reina, y la sigo considerando, alguien digna de la mayor confianza y que no mentiría a sus más allegados... hasta que vos hablásteis, Tamara. Ahora, sencillamente, no se lo que pensar. Es verdad que hay motivos de estado por los que la reina puede mentir a cada uno de sus siervos. ¿Me ha mentido a mi?
Supongo que solo hay dos modos de averiguarlo, querido Lázaro.
Augusto volvió a encender su pipa. Se estaba quedando un ambiente muy triste y apagado y pensó que el calor de su aparato y del sabor de su tabaco animaría un poco el lugar. Al menos para él.
Respecto a la respuesta del maese, hubiera sido indiscreto preguntarle directamente, pero Augusto no podía evitar pensar en qué vendetta personal arrastraba Lázaro que no había querido compartir entonces. Y es que esa era una pregunta que, seguramente, hubiera sido conveniente contestar:
¿Qué vendetta personal fantaseaba Lázaro con resolver y sobre quién la mantenía?
Considera la pregunta de jugador a jugador en lugar de personaje a personaje :)
Todos tienen dos caras. Y no le faltaba razón al bueno de Augusto en pensar que algo había callado maese Lázaro, pero se equivocaba al pensar que era una vendetta.
El pobre, ingenuo, ridículo, maestro ocultista, no fantaseaba con una venganza de alguno de sus múltiples enemigos. Fantaseaba con la posibilidad de volver a encontrar a aquella chiquilla que tan cercana a él había estado en aquellos momentos infantiles, aquella a la que no había podido salvar. Susana.
Encontrarla a ella. O a sus descendientes. Curar sus heridas o, si eso era imposible, como era lo más seguro, al menos hacerle compañía y lavar lo que para él era la mayor llaga de su corazón: aquel momento infantil en donde hizo lo único posible y exigible: sobrevivir.
¡Qué curiosos, en verdad, los hombres, que se acusan de lo que no podían evitar y que, sin embargo, se justifican en parte las más terribles acciones!