Además de la Reina, hay alguien más a quien amas en este séquito.
¿Cómo y por qué lo estás manteniendo en secreto?
Esta pregunta es para Guadalupe Argento.
Guadalupe se pone en pie para observar desde el cristal. Afuera hace frío, y los cristales están empañados por lo que debe usar su pañuelo para trazar un circulo. Afuera esta atardeciendo, una niebla se alza del suelo e impide ver el camino, pero este artefacto se mueve con determinación hacía su destino porque no necesita ver por donde va para guiarse.
Lo mismo ocurre con Guadalupe, ella no necesita esconder sus actos del resto de pasajeros pero lo hace. Las noches en las que se siente sola, cuando cree que no tiene fuerzas para seguir sirviendo a la reina, se escurre por los pasillos en silencio para visitar la alcoba de Felton. No es algo que le gusta hacer, pero a veces necesita dejarse caer en sus brazos y desconectar del mundo. Un rato de diversión para recargar energías, y luego muchas horas de evitar miradas directas. Ni siquiera la reina lo sabe, o mejor dicho aún no lo sabe. Este juego del gato y el ratón acabará tarde o temprano, pero mientras tanto puede que sea lo único que mantiene a la bella Guadalupe con la cabeza centrada. El riesgo cada vez es mayor, pero aún así Guadalupe no puede evitar jugar con cada vez más frecuencia.
Felton, te ha tocado premio.
Él la mira fugazmente ante tal pregunta, sólo un segundo. No está dispuesto a que se ponga en duda el honor de ninguna dama, al menos por su parte. Comprometerlas no entraba en sus planes. Si ella no decía nada, él tampoco lo haría.
Guadalupe era sin duda una bella muchacha, que además de deslenguada tenía mucho amor para ofrecer. Alguna vez Felton cedió a sus deseos, pero por su parte no había más sentimientos que los básicos... La Reina era su dama, aunque ella jamás le correspondiese. Guadalupe es una hermosa distracción, al igual que él lo es para ella.
Ambos saben que esa relación no tiene más futuro que esos encuentros... O eso cree él.
¿Y qué eran, después de todo, los secretos? Maese Lázaro miró unos segundos el fugaz intercambio de miradas, pero no dio cuenta de eso.
¿Qué eran, después de todo, sino la argamasa que mantiene unido el mundo? ¿la esperanza que esos secretos nos favorezcan o, al menos, no nos perjudiquen? ¿Quién, después de todo, soportaría conocer la realidad de lo que otros piensan de uno? ¿Quién, al mirarse al espejo, si se es mínimamente decente y responsable, no siente por un instante arcadas?
Pero yo nunca sentiría arcadas al mirarte, querida- pensó mirando por encima de la copa que veía a Guadalupe- No hay duda, Lázaro, canalla, que siempre te han atraido las mestizas de sangre faérica. Qué suerte tiene ella de elegir a Felton. No hay duda que, a pesar de todo, es mejor que yo. Qué demonios. Hasta la necia de Ojolejano es mejor que yo. Mucha suerte, queridos, ojalá cuando todo esto termine haya una esperanza para vosotros.
¿Qué son los pensamientos, después de todo? ¿qué alma no guarda secretos, esperanzas? Mentimos, sí, pero sobre todo nos mentimos a nosotros mismos. Sin decir nada, Lázaro vuelve a servirse otra copa.
Y sigue bebiendo.