Hace unos meses
Nerissa, Shartai y Durvin se encontraban en “El Carnero Polar ”, una pequeña taberna en Agujero de Dougan, en el Valle de Viento Helado. El trío se había encargado de un ogro hechicero y su manada de orcos que habían estado durante las últimas tres semanas extorsionando a la población. Pero ahora estaba muerto y en el pueblo respiraban aliviados.
Aunque nadie sabía que los tres arpistas habían sido los responsables de la muerte del ogro, la noticia se había extendido como la pólvora y el dueño de la taberna y alcalde del poblado, un hombre de unos cincuenta años, calvo y barriga prominente, había decidido abrir varios barriles de cerveza..
Nerissa y Durvin se encontraban sentados en una mesa mientras Shartai había ido a buscar algo de beber. Ninguno de los dos hablaba mucho. El clérigo de Tymora miraba la taberna como si esperase que de un momento a otro la mitad del techo del edificio se hundiría mostrando un ejército de gigantes de hielo. La genasí tampoco tenía nada que aportar, pues sabía que lo más seguro era que si decía algo, Durvin dijera algo que la sacara de quicio. Shartai era la pieza clave en el trío de arpistas y su ausencia se notaba aunque fuera por cinco minutos.
Antes de que el silencio se hiciera demasiado incómodo, Shartai llegó a la mesa con tres jarras de cerveza. La mujer se sentó junto a sus compañeros y tomó su jarra. Se notaba que estaba contenta por el alcohol gratis.
—¡Animad esas caras que no estáis en un entierro! ¡Tenemos cerveza!—exclamó al tiempo que alzaba la jarra—¡Brindemos por el estúpido ogro muerto!
A Nerissa le había resultado imposible determinar qué había sido peor: Si el hedor del hatajo de brutos descerebrados que habían pasado a cuchillo o los constantes lloriqueos de Durvin cada vez que uno de ellos les atacaba; el clérigo era de gran ayuda como compañero pero tenía el dudoso don de hacerla terminar los combates con dolor de cabeza. ¿Cómo era posible que alguien pensara que iba a morir aplastado instantáneamente cuando el enemigo en cuestión que blandía la porra aún se encontraba a cincuenta metros de él?
—No, no estamos en un entierro. Estamos en este pedazo de tierra congelada, allá donde Elminster perdió la pipa—refunfuñó cuando Shartai finalmente volvió de la barra. Luego añadió levantando un brazo de la mesa para señalar la jarra que traía la pícara como si estuviera acusando a la bebida de algo—. Y apuesto a que esa cerveza está tan helada como todo en general por aquí.
Lo cierto es que odiaba aquel maldito frío, para ella era demasiado frío. Incluso el fuego de la chimenea del interior de la taberna se le antojaba carente de calor, que ya era decir.
No entendía cómo podía haber gente a quien le gustara vivir en aquel lugar.
La mujer miró divertida a Nerissa. El habitual malhumor de la genasí solía traer situaciones interesantes.
—Pues yo sigo pensando que deberíamos decirle al populacho que hemos sido los que hemos acabado con el ogro. Seguro que nos daban más cerveza y un poco de montante, contante y sonante.
Después de dar un trago, Shartai miró a Durvin, que ni había abierto la boca, ni había dado un trago a su jarra. Con una sonrisa pícara, la mujer dio una fuerte palmada en la mesa.
—¡Durvin! ¡Maldita sea! ¡Di algo! ¿Por qué no bebes?
Tras coger la jarra de cerveza, Durvin se había quedado mirando el espumoso líquido, sumido en sus pensamientos, ajeno a la conversación de Shartai y Nerissa. Por ello, tras el golpe en la mesa de la pícara, el clérigo dio un bote.
—¡Joder!—dijo llevándose la mano al pecho—. Vas a hacer que me de un infarto.
Molesto, Durvin dio un trago a la jarra y torció el gesto.
—Como imaginaba, aguada— Durvin negó con la cabeza—. Nadie regala una buena cerveza.
—Somos los únicos de por aquí con aspecto susceptible de aventureros mata-ogros—suspiró Nerissa—. Si nadie ha sumado dos y dos hasta ahora, es que no vas a conseguir más cerveza gratis.
Lo cierto es que le daba lo mismo que Shartai lo dijese o no, ella no había matado a aquel zote para que le besaran los pies, lo había matado porque estaba haciendo lo que no debía y era lo que se merecía. Punto.
No obstante, cuando la pícara le preguntó a Durvin que por qué no bebía, lanzó un sonido a medio camino entre un bufido y una risa sin ganas.
—¿Que por qué no bebe? ¡Porque existe la remota posibilidad de que se le cuele por otro sitio y se ahogue!—dramatizó haciendo un aspaviento. Luego se puso seria de golpe, con los brazos formalmente cruzados sobre la mesa, lo cual hizo que, irónicamente, la respuesta quedase cómica—. Ya tiene bastante con que le provoques un infarto, Shartai. No seas cruel.
La cabecita escamosa de Sahloknir asomó sobre uno de los hombros de Nerissa; el pseudodragón venteó el aire un par de veces antes de encaramarse del todo y sentarse sobre los cuartos traseros con las alas plegadas.
—¿Aún tenemos cosas que hacer aquí?—preguntó con curiosidad. Su voz reverberaba como la de sus lejanos y enormes parientes, pero lo hacía en versión miniaturizada—. ¿O nos hemos quedado sólo por la cerveza?
La mujer sonrió al ver como Sahloknir hacía acto de presencia. El pseudodragón era una de esas cosas que consideraba interesante de Nerissa.
—¡Hola pequeñín!—saludó divertida—. ¿No te parece que la cerveza es un buen motivo por el que quedarse? ¿Tú también quieres marcharte ya?
Durvin miró a Shartai frunciendo el ceño.
—No digas tonterías, ni siquiera sabías que iban a darte cerveza—dijo. Después posando su vista en Sahloknir respondió a su pregunta—. No podemos irnos sin saber si el ogro tenía un jefe que decida arrasar con el poblado como venganza.
Sahloknir se limitó a ladear la cabeza. Nerissa suspiró.
—¿Y entonces qué hacemos aquí perdiendo el tiempo? ¿No deberíamos estar buscándolo o algo así?—preguntó—. Dudo que vaya a enviarnos una cortés carta de invitación a su guarida.
Durvin toció el gesto molesto.
—Una gran idea salir a congelarse sin saber dónde buscar—dijo con ironía—. Como si no tuviera suficiente con estar aquí muerto de frío. Si hay un jefe, y con la suerte que tengo, lo habrá, acabará viniendo aquí y podremos darle su merecido.
El clérigo dio un trago a su cerveza y tras colocar la jarra sobre la mesa dando un golpe suspiró.
—Tymora—musitó en voz baja aunque lo suficientemente alto como para que Shartai y Nerissa le escuchasen si prestaban atención—No tengo problemas en que le des mi suerte a otros, pero de vez en cuando una ayudita no estaría mal.
Nerissa vio el momento perfecto para pinchar en el natural carácter alarmista del clérigo y, por supuesto, no perdió la ocasión.
—Oh, ¿y qué sugieres entonces, Durvin? ¿Que es una idea mejor quedarse aquí esperando a que ese bruto caiga sobre nosotros con todo su clan?—dijo—. Porque seguro que tiene un clan enorme que aparecerá arrojando piedras que pesan más que tú en el momento más inesperado. Piedras asesinas y mortales que aplastan las cabezas de las personas por sorpresa.
Se observó las uñas con gesto ocioso mientras esperaba a que sus inquietantes perspectivas surtieran efecto. Por supuesto no pensaba que fuera a ocurrir semejante absurdez pero la mente de Durvin tenía el dudoso don de convertir en una posible realidad cualquier cosa. Por disparatada que fuera.
—O quizá nos topemos con ellos al irnos y nos las tiren todas a nosotros—añadió—. Ya sabes, por tu mala suerte.
Por lo que a ella respectaba, la pobre Tymora hacía honor a la paciencia infinita que sólo los dioses pueden mostrar con aquel hombre. Aunque sólo fuera porque su actitud desgraciada hacía que el resto de la gente a su alrededor se sintiera con suerte.
Después de apurar el contenido de su jarra, Shartai volvió a unirse a la conversación.
—¡Durvin!—la mujer dio otro golpe en la mesa al ver que el clérigo se quedaba aturullado por las posibilidades que le había propuesto Nerissa— ¡Que no lo está diciendo en serio joder!
La pícara negó con la cabeza. Le divertían las discusiones entre el clérigo y la maga, pero hasta ella tenía un límite.
—A este paso, me parece a mí que en la próxima fiesta me voy con los pueblerinos, ¿eh?
Por suerte para todos, no hubo ningún nuevo jefe ogro ni nadie que amenazara la recién conseguida paz en Agujero de Dougan. Así que unos días más tarde el trío de arpistas abandonó el poblado en dirección al sur.
Durvin y Shartai, decidieron regresar a casa durante un tiempo o hasta que fueran necesitados de nuevo. El clérigo se dirigiría a Amn mientras que la pícara iría a Cormyr. Nerissa, que a diferencia de ellos no tenía un lugar al que ir decidió quedarse en Noyvern, junto a Gombur Borkel, otro compañero arpista. Shartai había intentado convencerla de que se marchara con ella a Cormyr, pero ella necesitaba hacer algo, no podía quedarse ociosa, y el enano siempre tenía alguna tarea por hacer.
Nerissa continúa aquí