Cuando Perséfone llegó a este mundo. El origen de toda esta historia.
By camember at 2009-12-20
Hace varios años...
Monte Olimpo. Primera hora de una idílica mañana de primavera. Zeus yace en su cama, tranquilamente, al lado de su bella esposa, Hera. Rodeándolos, en sus aposentos de su templo, las más impresionantes riquezas que uno se pueda imaginar. Perfección absoluta entre los Dioses más importantes del Olimpo. Todo ello enmarcado en la mayor quietud y paz que uno pudiera imaginar, como si en el universo no hubiese nadie más.
El canto de los pájaros, en una bella mañana, despierta a Zeus, quien acaricia el hombro de Hera con ternura. Sigue aún profundamente dormida, ajena a los rayos del sol que penetran en los aposentos.
Hacía mucho tiempo que no podían encontrarse en una mañana tan apacible, sin nada que hacer, sin una batalla que librar...
Era un momento de paz. Paz absoluta. Paz... ¿Duradera?
Zeus era escéptico. La paz nunca lo era. Todos los dioses del Olimpo estaban siempre peleando por una u otra cosa, y él, y sólo él, allí, en medio, como un juez al que los demás acudían con sus problemas, y como mediador entre las batallas de todos ellos.
Sin ir más lejos, sabía que algo se estaba cocinando en el Santuario de Grecia desde hacía un tiempo. Sabía que alguien había penetrado en la Acrópolis, asesinando al patriarca, y tomando su lugar...
Sabía que la reencarnación de su hija Atenea había estado a punto de ser asesinada tan sólo unos años atrás, a manos de un traidor de poca monta, un insecto incapaz de compararse a los Dioses...
Pero también sabía cuando envió a su hija a la Tierra, a vivir entre los mortales, que sería sometida a terribles pruebas, y ésa sólo había sido la primera. Confiaba en ella, en su bondad, para conducir al mundo a la paz. Ojalá no le fallase, y lograse el equilibrio entre el resto de los Dioses. Quizás con la dulzura innata de esa criaturita, lograse apaciguar la ira de sus hermanos Poseidón y Hades...
Volvió a acariciar el hombro de Hera, mientras sentía algunas punzadas de remordimientos. Le había fallado en tantas ocasiones... No quería ni pensar en ello. Ahora que estaban en tiempos de paz, y que podía ocuparse de llevar una vida normal, iba a ser perfecto para ella, la reina entre las reinas.
Pero la paz de tan idílica mañana se iba a ver perturbada en tan solo unos instantes. Justo cuando Zeus aproximaba sus labios al hombro de su esposa para besarla, sintió el picaporte de la puerta entornándose, y abriéndose con sigilo. Una bella cabeza emergió por el pequeñoo hueco que había abierto.
Esa hermosa figura que se asomó por el hueco, hizo un ligero gesto con la cabeza, indicándole que la siguiese. Se llevó un dedo a la boca, indicando silencio, como rogando que no despertase a Hera. Zeus se movió con sigilo, saliendo de la cama y caminando de puntillas hasta salir del cuarto...
Zeus miró a la hermosa joven con interés y sorpresa.
-¿Por qué me has despertado, hija mía?- preguntó, mirando a Hebe con los ojos abiertos como platos. Nunca solía molestarlo cuando estaba en sus aposentos.
"¿Qué demonios sucede para que mi niña venga a molestarme a estas horas tan tempranas? No creo que sea ningún asunto importante, pues si no, sería su hermano Ares quien se aproximaría a contarme las malas nuevas.
Hebe le lanzó una capa que Zeus, pese a la sorpresa, cazó al vuelo con unos reflejos de gato.
-Ponte esto y sígueme sin hacer ruido- le ordenó, cubriéndose ella misma con una toga que le tapaba hasta a cabeza- Y bajo ningún concepto te pongas tu armadura, que lo que necesito es que pases desapercibido, por tu propio bien.
Zeus se sintió estupefacto por las palabras que su hija le había proferido. Siempre le hablaba con amor y respeto, y de pronto, la encontraba hablando con cierto resentimiento en su voz, que no había conseguido ocultar bajo una poco lograda máscara de frialdad.
Procedió a obedecerla sin demora, cubriéndose de pies a cabeza con la capa. Salieron del templo de Zeus, y se dirigieron raudos, pero sigilosos, colina abajo...
En cuanto vio el rumbo que tomaban, comenzó a presentir hacia dónde se dirigían...
También entendió el por qué de la frialdad de su hija hacia él...
-¡Deméter!- exclamó, aunque no lo dijo muy alto, para evitar ser captado por algien más que no fuese su hija- ¿Por qué me llevas al templo de Deméter, a quien hace casi un año que nadie ha visto por el Olimpo?
-Bien lo sabes, padre- le dijo, no sin más fingida frialdad, aunque Zeus sabía que hervía por dentro- Pero si en tu privilegiada mente aún no se ha formado la idea, en breve obtendrás tu respuesta.
Ambos continuaron su camino, sin proferir palabra alguna tras las pronunciadas por Hebe. Zeus sabía de sobra por qué estaban recorriendo ese camino. No quería creer que había sucedido, pero así era...
Entraron en el templo de Deméter. Las recibió ella misma, deslumbrante, con su armadura puesta, y su imponente imagen mostrando todo su esplendor.
Zeus la miró al entrar, sin decir ni palabra. Deméter, al entrar, se inclinó par hacerle una reverencia, la prueba de que Zeus era el más grande de los grandes. Luego se puso en pie de nuevo, carente de emoción en su rostro, y gélida cual témpano de hielo.
-Zeus... ¡Cuánto tiempo que no pasabas por aquí a verme! En un pasado no muy lejano, venías a verme con cierta frecuencia, aunque eso cambió... No sé... ¿Hace ocho meses? ¿Nueve quizás? Me pregunto qué sería lo que te impulsó a no volver por mi humilde morada, oh Dios de Dioses.
Las palabras de Deméter habrían terminado en un incómodo silencio, de no haber sido acompañadas por el sonido del llanto de un bebé.
Deméter se apartó ligeramente, y detrás suyo mostró una cuna en la que una hermosa criatura yacía, llorando con desgana. Zeus se acercó a verla, mordiéndose el labio inferior con algo de pesar.
-Sí, Zeus, ¿a que es bonita? Es preciosa, realmente preciosa. Mucho más que su madre, eso es innegable. Vamos, Zeus, mira lo bella que es Perséfone, tu hija.
Zeus no se sorprendió demasiado al escuchar las palabras frías y distantes de Deméter. Ya lo sabía... Había intentado negarse a sí mismo lo que había pasado meses atrás, pero era absurdo negarlo. Había seducido a Deméter, y éste era el castigo, la prueba de su delito. Pensó en la promesa que se había hecho esa misma mañana, y al rondar ese pensamiento su cabeza, sólo atinó a decir una palabra:
-Hera...
Justo ahora que se había prometido ser perfecto para la reina de las reinas, justo ahora iba a fallarle de nuevo...
-Sí, Hera- respondió Deméter, acercándose a la cuna, y tomando a su criatura en brazos- No te preocupes por Hera, nunca lo sabrá. Este secreto quedará entre nosotros tres. Sólo me he confiado a Hebe porque sé de la pureza de su corazón, y sabía que ella me entendería, que entendería lo que te voy a pedir a cambio...
-¿A... A cambio? ¿A cambio de qué?
Zeus no comprendía nada, aunque Hebe se acercó y le susurró al oído... "De silencio".
"Si... ¿Silencio? ¿A qué demonios se refiere? ¿Cómo vamos a silenciar que Perséfone es hija mía? Todo el mundo sospecha que hace unos meses Deméter y yo fuimos algo más que amigos, nadie creerá que la criatura es hija de otro..."
Entonces pensó en Hera, y en el qué dirán, en el futuro...
-Dispara, Deméter- ahora era el imponente Dios quien hablaba, el justo, quien mediaba en todas las discusiones y problemas, el juez supremo entre los Dioses- Nada te será negado para pagar por mi falta, y por no herir a Hera de nuevo. Pide, y sii es justo, te será entregado.
-Es simple- Deméter abrazó con dulzura al bebé, que dejó de llorar y se durmió plácidamente- Quiero que la envíes lejos de aquí, lejos de ti. Quiero alejarla de Poseidón, Hades, y Ares, y todos los demás- lo miró desafiante- Perséfone será enviada a la Tierra, como hiciste con tu predilecta Atenea.
-E... ¡Estás loca!- Zeus movió la cabeza con energía, negando- ¿Por qué enviarla al mundo a vivir entre insectos cuando es hija de Dioses? ¡Perséfone es Diosa como tú y como yo! Y además... De adulta podría defenderse por sí misma, pero de niña... ¿Cómo voy a enviar a una criaturita aún indefensa al mundo, como envié a Atenea? Atenea iba a estar protegida por todo su ejército del santuario, pero tu hija iba a estar sola, rodeada de peligros, en vez de estar rodeada de los mayores lujos y riquezas imaginables, como estaría aquí...
Movía la cabeza con energía, negando, una y otra vez. No comprendía por qué alejar a Perséfone de la divinidad. Había hecho lo mismo con Atenea, muy a su pesar, porque sabía que era necesaria en la Tierra, pero esta nueva hija suya no estaba destinada a hacer nada grande allí. Era ilógico, absurdo, estúpido, una temeridad. Pero por otra parte...
-No estaría sola- dijo Hebe, interrumpiendo a su padre- Me he comprometido a tomarla bajo mi protección. Yo bajaré cada cierto tiempo a comprobar que esté sana y salva, ajena a todo peligro hasta que desarrolle sus poderes como hija del Dios más poderoso, y no la enviaré sola. Tengo una persona a mi cargo, una de mis doncellas, que se ha ofrecido a acompañarla. Es de mi entera confianza, y sé que no me fallará. Deméter ha hablado con ella, y está satisfecha con lo establecido por mí para ayudarlas a ambas- la mira, y Deméter asiente con la cabeza- Consiente, padre, está todo decidido, y no tienes más remedio, si no quieres despertar la cólera de Hera... Otra vez- estas últimas palabras sonaron con un fuerte reproche hacia su padre.
Zeus las miró durante unos segundos, pensativo. No quería enviar a la recién nacida al mundo, no quería, y sin embargo... Es que era la mejor opción. Y además, ¿cómo negarse a la petición de Deméter? Era justo, estaba en su derecho de solicitar lo que deseara a cambio de su silencio, y Hera...
Suspiró, y agachó la cabeza con resignación, asintiendo, muy a su pesar. No pronunció palabra, y salió del templo de Deméter sin despedirse siquiera, abatido.
-Bien- dijo Hebe, sonriente, acunando a Perséfone en sus brazos- Has hecho lo correcto. La paz del Olimpo no será alterada por este desliz de vuestro pasado, y Perséfone no será una Diosa menor, sino que vivirá como una mortal, aunque no lo sea, pero donde será mucho más feliz, viviendo como una persona normal, y sin sufrir los pesares que le sucederían siendo Diosa del Olimpo. Dame unas horas, Deméter, y lo dispondré todo para partir esta noche...
Por la noche, dos figuras encapuchadas partieron del templo de Deméter, una de ellas, la más bajita, sujetando una pequeña canastilla. Se acercaron a un valle alejado y oscuro, y de pronto, una brillante luz emergió de las manos de la figura más alta, cubriendolas a las dos por completo. Al extinguirse la luz, ninguna de las dos estaba donde se encontraba justo antes de que la encapuchada más alta utilizase su conjuro de teletransportación.
Hebe había cumplido su palabra. Ella, Perséfone, y la protectora de la criaturita habían puesto rumbo a su nueva vida, alejada de los otros dioses.
Perséfone había bajado a la Tierra. El secreto de Zeus y Deméter estaba a salvo...
¿O no?
Una figura emergió entre las sombras, se acercó al punto en el que Hebe y su doncella habían estado segundos antes, y se agachó, tocando con las yemas de los dedos el pequeño círculo negruzco que había quedado tras desaparecer ambas.
-¿Qué escondes, Deméter? -dijo, en voz baja- No sé qué es, pero lo averiguaré.
Y aquí arranca nuestra historia.