Raoul du Fougères, ese es el nombre del bellaco. No Raoul II, claro, sino su hijo primogénito. Tú eras todavía una chiquilla cuando te enamoraste de él. O más bien cuando él te sedujo. Sus numerosas escapadas del poderoso castillo de Fougères para cazar en el bosque de Rennes, eran la excusa que necesitaba para huir de su mujer, 10 años mayor que él, con la que se había tenido que casar por conveniencia para su familia. Te encontró un día por casualidad lavando ropa sola, sin compañía de nadie. Ya eras una belleza en aquellos días. Sin duda te deseó desde el primer momento. No te llevaba más que un par de años, pero ya era todo un hombre, en más de un sentido. Tras el primer encuentro hubo otros, siempre a escondidas. Te llevó a su castillo para ejercer de sirvienta y tenerte cerca. Te confesaba sus pensamientos y pensaste que cuando le dijeras que te habías quedado embarazada repudiaría a su mujer y se casaría contigo. Dulce inocencia de la niñez. Nunca pasó tal cosa, sino más bien al revés. Tú fuiste repudiada y expulsada violentamente del castillo tras confesarle vuestro pecado a su esposa. Ese día te ganaste un poderoso enemigo.
Por fortuna, buena para ti, mala para él, su padre, Raoul II de Fougères, lideró una banda de nobles bretones rebeldes contra la toma de poder de Enrique II de Inglaterra y no tuvo éxito. Su castillo fue demolido tras 3 meses de asedio. Pero Raoul, padre e hijo, sobrevivió. El castillo se comenzó a reconstruir inmediatamente. Han pasado ya muchos años, pero su odio debe todavía perdurar.
Mientras tanto tú tenías otras cosas de las que preocuparte. Estabas embarazada, habías sido rechazada por un poderoso noble y no serías aceptada de regreso en tu aldea, dado que los rumores corren más rápido que los caballos. Entonces encontraste a Ysabeau, tu salvadora y mentora desde entonces. Ella te ayudó a perder al bastardo y luego te proporcionó un lugar donde cobijarte y vivir. Era evidente que no era una mujer ordinaria y los conocimientos de hierbas y pócimas no las tenía cualquiera, eso estaba claro. Nunca tuviste la oportunidad de adentrarte en sus más oscuros secretos, pues un día los soldados de Fogères se presentaron en la cabaña y dieron muerte a la vieja bruja.
Huiste, huiste todo lo lejos que pudiste sin provisiones ni enseres. Pasaste varios días vagando sin rumbo, procurándote lo que la naturaleza podía darte, atravesando el bosque de Rennes. En unos días te encontraste frente a Rennes.
Rennes es una pequeña ciudad, pero en comparación con Fougères es de una extensión enorme. Famosa por su resistencia a Normandía, es la capital actual de Bretaña. Tiene una iglesia muy vieja, fundada sobre un templo romano todavía más antiguo, que dedicada a San Pedro. Por la ciudad discurre el río Vilaine, lo que contribuye, como en Fougères, a que el ambiente no sea excesivamente rancio.
Dentro de sus murallas encontraste la protección de los hombres libres que vivían en la ciudad. Ningún noble osaría ir a matar a alguien en una ciudad. Pero eso también la hacía peligrosa. Seguro que había más de un proscrito huido de la justicia buscando la libertad del hombre libre que ha vivido 1 año y 1 día en la ciudad. Guardaste con cuidado las pocas monedas que tenías. Pero el hambre te venció y acabaste en una taberna de la que salía el delicioso aroma de la carne recién preparada. Una moneda sació tu apetito y otra tu sed, atrasada como estaba la primera ya un par de días.
Fué allí donde conociste a Julian. No es para ti difícil darte cuenta que le resultaste atractiva, como al resto, con la diferencia de que él sí se atrevió a intervenir cuando un par de maleantes decidieron avanzar gratuitamente y con ganas de gresca hacia ti. Julian se impuso. Era un muchacho fuerte y bueno que se apiadó verdaderamente de ti. Habló contigo un rato y al verte tan desamparada te ofreció algo: él era un cantero, trabajaba en la cantera de Rennes y había conocido de una oportunidad para quien tuviera agallas suficientes. Últimamente se había pedido más piedra que de costumbre, para una fortaleza nueva en el pueblo de Pléchâtel. Podía ser una oportunidad para una chica lista como tú, si no hacías caso de las habladurías, porque se decían cosas extrañas sobre ese lugar...
Estás en la ciudad de Rennes, la más importante de la región. Atesoras todavía 18 monedas y Julian, el cantero, te acaba de hablar de la oportunidad que podría suponer para ti Pléchâtel. No sabes más, de momento. Tú dirás :-)
Le agradezco a Julian con un beso en la mejilla que haya intervenido, sin él a buen seguro me hubiesen robado y quien sabe que más. Y le digo que le tengo que pedir un último favor, pues quien sabe si los caminos a la fortaleza de la que me ha hablado son seguros, quizás le pueda acompañar cuando lleven el siguiente pedido de piedra y podríamos charlar y así se le haría mas ameno el camino.
-Cada viernes hay un envío de piedra a Pléchâtel. Sólo tienes que estar de buena mañana en el camino de la cantera hacia el sur y podrás acompañar al carretero en su viaje -diría el fornido Julian todavía afectado y algo descolocado por el beso en la mejilla- Si puedo hacer algo más por ti... -añade, buscando desesperadamente alargar el encuentro como sea.
El chico es buena persona, pero no tiene muchas luces ni debe haber tratado con muchas mujeres. Se siente claramente atraído por ti (lo que no es ninguna sorpresa) y es probablemente fácil de manipular. Por otro lado estáis sólo a miércoles, así que faltan dos noches que pasar.
Le sonrío, "La verdad es que no tengo donde hospedarme hasta el viernes, si pudiese quedarme en tu casa", pongo cara de inocente y buena.
Mi intención es quedarme en su casa pero no hacer "nada" (ya sabes estoy en esos días, me duele la cabeza...), darle solo conversación y si acaso tenerle la comida preparada para cuando venga del duro día de trabajo. El viernes estaré mas que puntual para ir con el carretero.
A Julian se le iluminan los ojos cuando le pides alojamiento en su casa. Es un chico joven y fornido, que aunque no te lo diga está claro que estaría encantado de entra en tus faldas. Pero tiene buen corazón y cuando le planteas las excusas con tu "inocente" cara de pesar, no puede sino aceptarlas. Al día siguiente sí agradece la comida preparada. Como cantero tiene un buen sueldo y facilidades para construirse una buena casa, lo que le ha hecho poderse permitir vivir solo. Pero no se ha casado, lo que no deja de ser extraño.
En cualquier caso, consigues eludir el punto de conflicto con él y a la mañana del viernes acaba tu estancia en la ciudad de Rennes y comienza tu corto viaje hacia Pléchâtel. El carretero, aunque no hubiera mediado Julian -que lo ha hecho- te hubiera recogido alegremente, aunque fuera por tener a alguien bonita a quien poder mirar y con la que poder conversar durante el aburrido trayecto hacia el destino de la piedra.
El carretero, un tal Marcel, es un hombre cuarentón con voluminosa barriga y fuertes brazos al que encomiendan el aburrido trabajo de ayudar a cargar y descargar los sillares de piedra en el carro, cuidar del carro, mantenerlo en buenas condiciones y llevarlo hasta donde se tenga que entregar la mercancía. Lleva 3 bueyes, dos de los cuales estiran y otro más para refresco. La carreta abierta tiene cuatro pesadas ruedas macizas de madera con refuerzos de metal que discurren a la perfección por las rodadas del camino, marcando estas más todavía, si cabe.
Un día es todo lo que se necesita para recorrer las 15 millas que os separan de Pléchâtel... si se viaja a pie. Los bueyes son muuuucho más lentos y van a tardar el doble para llegar, volviendo a casa algo más deprisa, ya sin peso. Viajáis todo el viernes, acampando en un recoveco del camino que resguarda de las corrientes de aire y cenando sentados y compartiendo alimentos, sin proseguir el viaje, a diferencia de la comida.
Durante ese día logras averiguar algo más del lugar a donde os dirigís. La cantera sólo ha aportado piedra tallada para la muralla que todavía están levantando, pero no para la torre. La torre es de mármol veteado de colores, lo que es extremadamente caro y explica porqué no han traído la roca para la construcción de la cantera. Tan bien construida está que no parece haber ni junturas entre las piedras. A él le impresiona lo bien hecha que está, pero le parece demasiado alta para ser segura. Es tan alta como una catedral. La verdad es que parecen exageraciones, pero lo dice con mucha convicción. Y si lo que quieres es trabajar allí, tendrás que hablar con el encargado de todo por allí, un tal Tinaeus, que es el que maneja los pagos, aunque tal vez te iría mejor que pasaras de ese tipo, que es más bien entrometido y fueras directamente a hablar con Wizgrev, Uizgef, o algo así, que fue el que encargó el trabajo al principio y parece mucho mejor persona, te dice con una sonrisa y un guiño.
Si quieres hablar de algo más con Marcel, hazlo ahora. Mi próximo post será ya en la escena de la Alianza...
Seguiré tu consejo Marcel, pero ¿qué le pasó a ese Wizzz.. grev has dicho? para que dejase de ser el encargado.
Le doy coba para que no se aburra por el camino y trato de que me cuente lo que sabe de la gente de por allí.
Te habla del tal Bizgrin o algo así -es que es inglés, ¿sabe? -lo que deja patente lo mucho que puede él saber de inglés, más que el hecho de que su nombre sea más o menos complicado- un hombre amable y educado, ya entrado en años y con una ligera cojera. Viste con buena ropa y trata a la gente con buenas maneras, pero todo el mundo sabe que obedece las órdenes del... bueno, su señor, que no es Dios precisamente, ya me entiende... yo no quiero decir nada, pero se dicen cosas muy raras de ese lugar... ¿seguro que quiere trabajar allí, muchacha?- el hombre se muestra incluso algo protector, al fin y al cabo podría ser tu padre. No sacas en claro muchas cosas, excepto que hay dos hombres encargados del funcionamiento de Pléchâtel, uno el contable, un tal Tinaeus y otro el tal Hwithgref, criado de un extraño hombre del que prefiere no hablar (le asusta y no cree que pueda ser nada bueno). Luego está el noble, un tal Guillaume du Montverte -pero ese pinta menos que el viejo raro, créeme- La verdad es que el asunto pone los pelos de punta. Tal vez esté tratando de tomarte el pelo, pero si lo hace, lo está haciendo de manera muy convincente.
Marcel, ha sido un placer venir contigo hasta aquí, y agradezco tu preocupación pero Rennes no es sitio para una chica solitaria como yo, probaré suerte aquí, no creo en las habladurias
Me despido de él mientras busco a alguien para que me indique donde puedo encontrar a Bizgrin, Wizgrev, Uizgef o como se diga.
De buena mañana volvéis a retomar el camino. Nuevamente los bueyes estiran vuestra pesada carga arriba y abajo por las suaves colinas y el trayecto se va acortando cada vez más, aunque no de muestra alguna de ello. Os véis obligados a acampar a pesar de que el terreno, siguiendo el río, desciende. Afortunadamente, el hombre no intenta nada raro y te sientes afortunada de tener a un hombre fornido como él como protector.
El camino continúa siguiendo el río en paralelo, imperdible. Los bosquecillos jalonan el curso del río, pareciendo, en cierta medida, que dais saltos en el paisaje al reaparecer éste aquí o allá.
Finalmente aparece ante vosotros el portentoso edificio del que tanto te había hablado: una torre alzándose en lo alto de una colina, dominando el río.
La torre, de piedra blanca veteada de colores y lisa, incluso brillante, recoge los últimos rayos de sol del día. Se alza, imponente, al menos una treintena de metros en el aire. Podría haber sido una torre de madera, como las antiguas, pero es evidente que quien se haya podido procurar algo así tiene mucho dinero y poder. Unas murallas en plena construcción comienzan a ser visibles, pero quedan eclipsadas completamente, pues son bajas y tocas en comparación.
Ascendéis pesadamente el último trecho del camino, ascendiendo la última cuesta con el denodado esfuerzo de las bestias de carga y al llegar Marcel se despide mientras se hace cargo de la descarga de las pesadas piedras. Por lo que sabes tiene que organizarlo bien y ayudar o tendrá que pasar más tiempo del debido en el camino y luego todo son problemas. Varios hombretones fornidos se afanan a ayudarle. Marcel pregunta a unos de ellos si saben dónde está Hwithgref y le contestan que no está. Tendrás que hablar con el hombre de armas, el senescal Edmund.
No habías llegado. La referencia espacial del momento era "allí", no "aquí" :-P
El recibimiento, si cabe llamarlo así, corre a cargo de un soldado al que nada más verte se le alegra la cara y el senescal de Pléchâtel que te mira de arriba a abajo, como analizándote. Al menos no es una mirada para admirar tu belleza, es otro tipo de mirada, escrutinadora, de las que llegan a lo más profundo del alma, que hacen que gires la cara cuando tienes algo que ocultar.
-Me acaban de avisar de tu llegada. Soy Edmund Simon, senescal de Pléchâtel. ¿Qué te trae aquí, muchacha? -dice en un tono bastante neutro, a pesar de la mirada.
Sorry ya estoy estos días he estado muy ocupado, en cuanto pueda me pongo al día.
Un saludo
Ánimo y al toro, un saludo. Sólo me preocupaba el hecho de que la cosa no acababa de avanzar al ritmo que quería, pero ya se va encauzando todo :-)
Bastante nerviosa y rehuyendo la mirada.
-Ehh, yo esto...., venía en busca de trabajo, había oído que una imponente fortaleza se estaba construyendo.
-La gente me ha dicho que no viniera, que estaba embrujada, pero yo dije que eso eran tonterías.
-He sido sirvienta en el castillo de un noble y pensé que aquí necesitarían de mis servicios.
Quizás ahora en verano postee más lento, pues estoy yendo y viniendo del pueblo y allí no tengo Internet.