Habías pasado muchos años vagando, mejorando tus conocimientos sobre astronomía y astrología, aprendiendo sobre otros lugares. Viajar y conocer nuevas gentes, otros nobles, otras costumbres, era una afición y un vicio, pero también una forma de procurarte el sustento.
Este es un tribunal muy escaso en vis y muy rico en mundanos. Los vuestros son los únicos que pueden campar a su gusto sin necesidad de ocultarse y pudiéndose aprovechar de la civilización y comodidades que traía consigo la nobleza francesa. Tú habías encontrado tu camino entre ellos al regresar a tu tierra. La verdad es que en ciertos momentos los hilos del destino te empujaban más de lo que tú podías seguirlos, pero a trompicones o no, la verdad es que acabaste en el lugar que menos te esperabas: la corte del rey de los francos, en la mismísima París.
Desde luego el lugar era impresionantemente opulento, fastuoso se podría decir. Había pocas cortes tan impresionantes como esta lejos del Mediterráneo. No obstante también estaba repleta de alimañas y reptiles traicioneros que hacía demasiado fácil resbalar. Era un terreno poco confortable para permanecer demasiado en él.
Al llegar a la corte te precedió la fama (o infamia, depende cómo se mire) de tus precisos pronósticos y la corte, aburrida a la vez que ávida de nuevos entretenimientos y curiosidades, se lanzó sobre ti para saber. En un par de semanas te llovieron las monedas por diferentes trabajos, aunque también se evaporaron otras tantas en el enloquecido estilo de vida al que empujaba la vida en la corte. Por ironías del destino el adivino no pudo prever el resultado de los juegos de azar, quedándole en los bolsillos sólo unas pocas monedas. También era difícil atesorar dinero en la corte, todo el mundo gastaba a manos llenas, como si sus posesiones fueran las más ricas del reino. El juego de las apariencias. A veces te preguntabas cuántas riquezas se habrían dilapidado entre estos muros.
En cualquier caso, como de costumbre, la novedad dejó paso a la curiosidad y después a la necesidad. Los primeros encargos, más anecdóticos y divertidos que otra cosa, meras pruebas y entretenimientos de los poderosos, dejaron paso a consultas más serias y más discretas y finalmente las consultas fueron de la mayor crudeza: las predicciones del tiempo y la suerte en el amor de tal o cual prima, dieron paso a consultas sobre muertes, planes de conquista y traiciones. Nunca hubieras pensado en pisar la corte de París, como tampoco hubieras pensado nunca en la crueldad que se esconde tras la sonrisas y los vestidos de seda.
Poco a poco, de manera educada pero firme, fuiste retirándote para atender a tus propias actividades, consistentes en parte en predecir cuándo se daría tu marcha (aunque puede que esa predicción estuviera preñada de intención y por tanto tendente a una respuesta que buscabas) y en qué condiciones. De nuevo el destino te arrastraba: la reunión de magos, el Tribunal de Normandía. Aunque tu participación había sido escueta, por no decir nula, en los asuntos del Tribunal durante los últimos años, en esta ocasión sí debías acudir. Tu camino estaba claramente marcado. Y para tu sorpresa no avanzaba solo, sino acompañado de otro hombre. Te costó dar con él, pero al fin lo reconociste: Jean-Louis Lacroix, un sirviente de Guillaume III de Garlande, un barón con algunas posesiones en l'Île-de-France, lejano pariente del rey según decían. El chico se te había acercado en alguna ocasión, maravillado por tus artes, pero con la cara de aquel que espera que le puedas responder a sus preguntas, aunque no puede formulártelas. En su momento supusiste que porque no podía permitirse el lujo de pagártelas, pero ahora ya dudas que sea esa la razón.
Las estrellas dictaminaron la partida ese mismo domingo. Era la mejor fecha para comenzar el viaje, de manera que saliste a su paso, le invitaste a entrar a tu servicio y la pesada carga de acontecimientos que el muchacho llevaba a cuestas le empujaron en tu dirección. Aceptó sin apenas dudar un instante y ese mismo día abandonásteis París.
Os he abierto una escena común en la que podréis conversar y hacer el resto de la introducción juntos.
Por favor, postea aquí la actividad de la estación de verano de 1179.
Ante la falta de otras cosas más productivas que hacer, a parte de comenzar a conocer a tus nuevos compañeros ya en un entorno provisto de paredes y techos, comienzas con la farragosa tarea de adecentar tu nuevo laboratorio. El material es bastante "estándar", pero suficiente para comenzar. Recibes la ayuda de tu sirviente, Jean-Louis, que pasa a verte cada mañana por si pudiera servirte de algo, pero en general sólo le pides ayuda para mover las partes más pesadas, para el resto es preferible que tú sigas las instrucciones que vienen con el material y que vayas colocando los enseres cuidadosamente cada uno en su sitio. Y luego sólo queda redistribuirlos un poco más a tu gusto por la habitación.
La habitación, por otro lado, no dista demasiado de una mazmorra: fría, húmeda y oscura a no ser por las luces que o bien generáis con un simple hechizo de imaginem o bien con las velas de las que os provee la Alianza. Y entonces, con esa luz, se puede apreciar la belleza de esas cuevas naturales de las que Gornych ha sabido extraer el espacio para cuatro laboratorios en este nivel. Son una caverna natural, de piedra rojiza veteada de negro y que brilla de manera peculiar cuando la luz se refleja en ella. Es a la vez un contraste y una similitud con la propia roca de la que está creada la torre. Algo curioso. Tal vez lo hiciera a posta el líder.
Posteo yo en vista de la inactividad. Por favor, la próxima vez postea tú o al menos avisa...
La actividad de montaje del laboratorio no genera experiencia, lo siento.