Partida Rol por web

Una pequeña comitiva compuesta por el señor Guillaume du Montverte, Fray Erwan y el joven Eozen parte de la torre en dirección a Rennes para atender a la llamada de presentarse a la corte de Rennes a rendir fidelidad a Constanza de Bretaña.

El viaje hasta Rennes no es demasiado fatigado, especialmente para Guillaume, el único que viaja montado. Los caminos están embarrados y las rodadas de los carros llenos de piedra marcan poderosamente su superficie, pero el tiempo acompaña y el viaje es corto, de apenas un día. Partiendo de buena mañana llegáis a Rennes antes de la caída de la noche. Allí conseguís recibir la hospitalidad de la corte, ahora hospedada en la ciudad.

La señora de Bretaña es avisada de vuestra presencia y sois conducidos, a excepción de Eozen, a presencia de ella misma en sus cámaras privadas (y bien protegidas).

Descubrís con sorpresa dos cuestiones:
a) Constanza es una muchacha de apenas 20 años a pesar de su condición de señora del Condado/Ducado de Bretaña.
b) su prometido, Godofredo Ortega (Geoffrey II, conde de Richmond), 4º hijo del rey Enrique de Inglaterra, ha sido dejado de lado para este asunto.

Pasea la mirada, escrutinadora, por vosotros dos, deteniéndola finalmente en Guillaume.

-Vos, Guillaume du Montverte, sois un hombre singular en una situación ciertamente peculiar. Un hombre venido desde tan lejos y del que apenas puede demostrarse línea de sangre alguna que testifique en favor de vuestra noble cuna. No obstante vuestra misma pose lo revela y no es mi intención ofenderos. Por otro lado está la oportuna intervención de ese personajillo, Hwithgref, que ha mediado sutil pero tenazmente hasta encontrar el momento en el cual ofrecer vuestro generosa "dote" por las tierras. Los tiempos no están para denegar vuestra generosa dádiva, parte de ella ya ha sido gastada y mantendré mi palabra, pero quiero saber a qué se debe todo este comportamiento, qué hay detrás...

-Mi señora Constanza, Hwithgref no es sino un criado a las órdenes de un sabio amigo de los señores de Montverte, que han tenido a bien procurar un señorío para su familiar reencontrado. Desconozco si hay razones últimas tras su decisión, pero soy un hombre de honor y mañana, si me lo permitís, os juraré lealtad. Juraré sobre las sagradas escrituras y mi alma irá en ello. Mi fidelidad a vos será indudable, no temáis -dice el voluminoso hombretón, improvisando un discurso convincente como buenamente puede. Para ser tan parco en palabras, esta vez no le ha salido nada mal.

Fray Erwan que se ha mantenido a dos o tres pasos de Sir Guillaume no abre la boca en ningún momento sintiéndose un poco fuera de lugar.

Tras esta extra-oficial entrevista, se os conduce nuevamente a la cámara que se os había asignado y donde aguardaréis hasta ser llamados de nuevo a presencia de la señor de Bretaña, esta vez para recibir el feudo de Pléchâtel a cambio de la fidelidad de Guillaume.

Como es tradicional, la noche se pasa en vela, en parte purificando el alma, en parte pensando en las palabras y los ritos a realizar, así como otras muchas cosas que inevitablemente atraviesan el pensamiento en una situación así.

En cualquier caso, tras toda una noche de rezos del caballero, asistido por el buen fraile, finalmente sois llamados a presencia de la dama, al gran salón, en presencia de otros tantos nobles, todos desconocidos para vosotros.

La dama se levanta de su gran silla de madera, toda engalanada con un traje de terciopelo y seda, y se adelanta para la realización del tribunal. Su confesor personal se acerca, evangelios en mano, para asistir en el rito.

Ella pregunta:

-¿Quieres convertirte en mi vasallo?

-Lo quiero.

Después, juntando las manos que la duquesa cubrió con las, se alían por un ósculo(1).

Guillaume promete fidelidad en estos términos:

-Prometo por mi honor y jurando sobre los Santos Evangelios ser fiel a la duquesa y guardar contra todos y enteramente mi homenaje, de buena fe y sin engaños.

-En nombre del señor, Yo, Constanza de Bretaña, te doy en feudo a ti, Guillaume de Montverte y a tus descendientes y os entrego el pueblo de Pléchâtel para que lo tengáis en feudo mío, salvo mi fe, mis derechos señoriales y mi justicia. Año 1179 de la Encarnación del Señor.

Con estas palabras la dama hace un ligero asentimiento y se da por concluida la ceremonia. El confesor de la duquesa os hace señas para que os retiréis y nada más sale de esta reunión.