A pesar de que Édouard se enorgullecía de su capacidad y eficiencia al trabajar solo era consciente de que los tiempos habían cambiado, y así mismo era lo suficientemente astuto para saber cuando pedir ayuda y reunir miembros para engrosar las filas de la sociedad, que sin duda encontraría un punto álgido en su actividad prontamente. Su primera adquisición, si se le podía llamar así a la reciente alianza, había sido un joven prometedor que a pesar de no tener mentor, guía o grupo de caza, había conseguido cruzarse en su camino más de alguna vez cuando le seguía el paso a criaturas sobrenaturales. Si el chico podía hacer eso por su cuenta sin ningún entrenamiento formal, no le cabía duda de que con instrucción adecuada se convertiría en un grandioso cazador, uno que se enorgullecería de llamar compañero de profesión, y una vez se aseguró de que este fuera de su completa confianza no dudó en ofrecerle su mentoría.
Aquella tarde, regresaban en un viaje de un par de días en coche tirado por caballos tras pasar una semana fuera de París, pues lo había llevado a conocer a sus padres y al consejo, ambos presentes en Bordeaux. Lo primero lo había hecho con la intención de revelar parte de la dinámica de su familia y sus costumbres a su aprendiz. En general, eran una familia normal, conversacional, risueña e incluso bastante cálida, pero los puntuales y efímeros momentos en que hablaron de asuntos relacionado a la sobrenatural lo hacían con suma seriedad, y cualquier rastro de la aparentemente perpetua jovialidad de los padres del joven Bonnot desaparecía para dar paso a una mirada fría y cruel, un cambio automático que también se dejaba ver en Édouard. Quiso mostrarle aquella diferencia a Sean, y quiso también que supiera donde encontrar ayuda. No temía exponer a sus padres, pues sabía que ambos podían defenderse de lo que fuera, y por eso confiaba en que pudieran prestarle socorro al aspirante de no estar él presente.
Del consejo el novato no conocería más que el edificio donde se encontraban, oculto a plena vista. La puerta de Cailhau, donde los sabios se reunían para tomar las decisiones que afectarían a todos los miembros europeos, recibir visitas y ofrecer su asesoramiento a quienes lo necesitaran, además de enviar mensajes al Nuevo Mundo por métodos del todo desconocidos para aquellos que no formaran parte del mismo consejo. Édouard había entrado a la sala donde se encontraban los altos mandos de la Sociedad Ann Putnam, y tras tres cuartos de hora, había salido de ahí ligeramente nervioso, aunque no había dudado en sonreír al neófito con tal de aportarle tranquilidad y comunicarle sin palabras las buenas noticias de su ingreso a la sociedad antes de salir de ahí y subir al coche, camino a su próxima tarea.
Aunque sin duda hubiese gustado de tener tiempo en silencio para masticar lo que acababa de ocurrir, prefirió conversar con Sean sobre temas ajenos a la caza o a la sociedad, buscando conocerlo un poco más, tal como había hecho durante esos días que habían pasado en Bordeaux. La distracción le haría bien y acabaría por relajarse, resultando en que al llegar al castillo de la descendiente rumana horas más tardes, ya tuviese una sonrisa sincera en el rostro y la disposición de, aunque se encontraba indeciblemente agotado, darle la bienvenida a la mujer a Francia y requerir su presencia en el oficio. Si bien alguien hubiese considerado sabio descansar y tomárselo con calma, el hombre tenía una urgencia difícil de comprender, basada en teorías, evidencia, resentimiento y una pizca de paranoia cautelosa, suficiente de esta última para mantenerse vivo y a salvo.
Había avisado con anticipación de su llegada por medio de un rápido mensajero que había partido de Bordeaux un día atrás con la intención de darle tiempo a la mujer de prepararse, aunque no suficiente para negarse y darle tiempo al mensajero a volver. Y por supuesto, en el viaje hasta ahí solo se habían detenido en una ocasión para reposar, comer, y darse un baño para arreglarse antes de llegar a la residencia de Nicoleta. Ahora, frente al castillo, no quedaba más que recolectar las energías que quedaban y disimular el cansancio para conseguir hacer una buena impresión. Aprovechando también aquella situación para ver que tanta gala de protocolo podía hacer el chico a su lado, se despreocupó de darle consejo alguno, considerando que cualquier paso en falso en aquella ocasión podría ser reparado con un poco de cortesía y las palabras precisas. Después de todo, aquello estaba mucho más cerca de una visita social que de una negociación.
Tocó la puerta él mismo, esperando con una botella de buen vino de los famosos viñedos de Bordeaux, en particular el del terreno de sus padres, para entregársela al sirviente que le abriera.
Sean se había pasado el día completo acompañando a su maestro. La verdad es que había sido agotador pero se podía decir que había sido provechoso. Al fin y al cabo todos los inicios eran duros y suponía que aquello no iba a ser ninguna excepción. Además no había entorpecido su trabajo que ese día se desarrollaba por la noche. Así pues no podía quejarse aunque todo aquello le parecía demasiado grande para una persona insignificante como él. Estaba adentrándose en un verdadero Leviathan y no tenía muy claro si saldría de allí siendo el mismo hombre.
Sin embargo pese al cansació Sean no perdía su perpetua sonrisa. Todos sabían que si se encaraba la vida con actitud positiva esta daba su mejores frutos. Y esa era su aspiración. Que cada día fuera mejor que el anterior y sobretodo que la noche diera paso a nuevo día. Eso y conseguir triunfar como actor pero esa estrella ya hacía años que estaba suspendida en el lejos horizonte. Sus obligaciones familiares lo tenían atado al suelo con las más gruesas cadenas.
Lo que no esperaba para nada era encontrarse delante de un castillo. Él era de origen modesto y la verdad es que se sentía incomodo ante los grandes alardes de riqueza y entre la alta sociedad. Esto se veía reflejado en su postura inquieta, como si quisiera desaparecer de la vista de los poderosos. Miró con inquietud a su maestro. Se veía calmado y sereno tras el viaje. Sin duda era motivo de elogio. Todo lo contrario a él que, fuera de su sempiterna sonrisa, se veía en su rostro el cansacio arrastrado durante el día.
Habló en voz baja con su maestro. -¿Algo que deba tener en consideración, señor? Dijo con voz alegre pero cansada.
A finales de ese invierno se cumplirían ya cuatro años de la muerte de Razvan. Cuatro largos y oscuros años que Nicoleta había pasado sumida en un estado de melancolía, intentando romper con un pasado que, por mucho que ella lo intentara, jamás dejaría de perseguirla.
La misiva que había recibido solicitando una audiencia con el joven Bonnot había removido demasiadas emociones en su interior. En un primer momento, nada más leer su contenido, estuvo tentada a excusarse para no tener aquel encuentro, pero no tuvo la oportunidad de hacerlo. Una buena jugada por parte del joven que la obligaba sin remedio de aceptar la entrevista.
A partir de ese momento, los recuerdos se pasearon ante ella más dolorosos aún que cuando los había vivido. Su vida pasada junto a su familia, sus duros entrenamientos, sus cacerías, su amor… Intentaba acordarse de los buenos momentos vividos, de todo lo que había disfrutando junto a Razvan, de los instantes tan placenteros cuando conseguían liberar a una aldea, a una comunidad, a un pueblo de cualquier plaga de bestias o brujas que los asolaran. Pero no podía. Los buenos recuerdos quedaban empañados por aquella trágica noche en la que aquel maldito vampiro los acorraló a los dos tendiéndoles una trampa, en aquella terrible noche en la que sus ojos tuvieron que soportar ver la muerte de Razvan, en aquella aciaga noche en la que ella misma, herida, estuvo a punto de caer también, la noche en la que fue rescatada de los colmillos sedientos de sangre por aquel desconocido, la misma noche en la que todo su mundo y sus creencias se tambalearon peligrosamente.
Después de aquello apenas tuvo fuerzas ni valor para continuar con la caza y, a pesar de aún mantenerse al lado de su familia mientras guardaba el primer año de luto, el ambiente frío de Rumanía no era el mejor para calentar de nuevo su corazón.
La decisión de irse fue dura para todos, en especial para su padre pues temía que se rompiera para siempre la larga tradición familiar, pero Nicoleta no podía continuar viviendo en el mismo lugar en el que había conocido la felicidad junto a su marido, cerca del mismo bosque donde murió. Deambuló de un sitio a otro sin encontrarse a gusto en ninguna parte hasta que, hacía muy poco tiempo, decidió recalar en París, alquilando aquel discreto château a las afueras de la ciudad y donde, poco a poco, la monotonía de una vida considerada normal para una noble, fue haciendo que el dolor y los recuerdos se fueran difuminando… aparentemente.
Pero ahora recibía aquella misiva que había conseguido alterar la tranquila rutina que tanto esfuerzo le había costado. Por supuesto que conocía a la familia Bonnot y, a pesar de compartir el mismo tipo de actividad, no compartía sus métodos. En Rumanía se cazaba para preservar la vida humana, en defensa propia, para erradicar el mal, pero no se torturaba, no se disfrutaba con las matanzas, simplemente se cazaba para sobrevivir. Cazar o ser cazado, así de simple. Además… había visto y vivido la compasión en el gesto de una bestia a la que le estaría eternamente agradecido.
¿Cómo iba a poder entonces volver a cazar?
Conocía la respuesta a esa pregunta y, mientras se arreglaba delante del espejo para atender debidamente a los invitados que estarían a punto de llegar, pensó en ella. Por mucho que hubiera intentado renegar de lo que había sido, sabía que en su fuero interno siempre sería una cazadora. Una cazadora que no había dejado de entrenar ni un solo día, una cazadora que había soñado con la venganza, una cazadora que sólo tenía en mente dos tipos de bestias a las que no dudaría en perseguir… los vampiros como el que había desangrado a Razvan y las brujas practicantes de magia negra, pues muchas de ellas los solían frecuentar.
Ha llegado el momento. Con un gesto elegante y coqueto se colocó bien uno de los mechones rizados de su cabello mientras se contemplaba una última vez en el espejo antes de bajar a atender a la visita que acababa de llegar y que, seguramente en esos momentos, estarían siendo conducidos al pequeño salón de té, mucho más acogedor que cualquiera de las otras salas del pequeño castillo.
Entró en la habitación y observó que el joven Bonnot no venía solo, sorpresa que disimuló perfectamente tras una sonrisa encantadora mientras tendía su mano, en primer lugar, hacia Bonnot.
—Buenas tardes caballeros. Espero que no les haya resultado difícil encontrar este apartado château.
Sonrió al escuchar la pregunta de su aprendiz. Le hacía gracia que lo llamara señor cuando estaban destinados a pasar tanto tiempo juntos, pero no había tenido ocasión de aclarar que aquel título no era necesario cuando estuviesen solos. Por supuesto, la impresión que le causaran al resto era importante, así que formalidades como aquellas no eran prescindibles cuando estuviesen en situaciones como aquella. De cualquier manera, no era ese el momento para aclararlo, así que solo se limitó a responder su pregunta, satisfecho al ver que tenía la sensatez de formularla.
No te lo tomes demasiado en serio, pero nunca olvides dónde estás - le recomendó, con una sonrisa en la comisura de los labios. Si había algo que a él le ayudaba cuando se trataba de la alta sociedad era pensar que nada ahí era de vida o muerte. No había nada que no tuviera arreglo, e incluso de hacerse los peores enemigos por un error en protocolo, siempre se podía conseguir una solución o pactar un arreglo. Por otra parte, tampoco convenía irse de bufón por la vida, o faltar el respeto a diestra y siniestra por ello. - Vas a estar bien - sonrió un poco más cálidamente, procurando aumentar la confianza del chico.
Interrumpiendo aquel momento, un sirviente abrió la puerta del castillo dándoles la bienvenida. Parecía algo sorprendido de ver a su aprendiz, y Édouard podía solo asumir que a su falta de especificaciones habrían asumido que venía solo. Era nuevo en aquello de hacer mentor, así que tendría cuidado de informarlo la próxima vez. Sin embargo, no pareció preocuparle en absoluto al joven Bonnot, quien saludó de forma encantadora al sirviente y le agradeció su bienvenida, conversándole incluso mientras los guiaba a un salón de té precioso y casi hogareño, de no ser por el enorme edificio donde se encontraba. No sería tradición aristocrata relacionarse tanto con sirvientes, pero Édouard había guiado toda su vida por el lema de "Se cazan más moscas con una gota de miel que con un barril de vinagre".
Se mantuvo de pie esperando a la llegada de su anfitriona, y cuando esta se presentó frente a ellos, saludó con un leve movimiento de su cabeza antes de inclinarse para tomar con la delicadeza de un roce la mano de la dama y besarla, manteniendo sus ojos azules fijos en los de ella con una incipiente sonrisa aún formada en los labios.
Es un placer encontrarnos por fin en su presencia - dijo una vez estuvo nuevamente erguido - No se preocupe, no ha sido problema encontrar su hogar. Mi cochero tiene un envidiable sentido de la orientación - bromeó con una sonrisa un poco más amplia. Ojalá dependiera solo de eso encontrar a todo aquel que quisiera visitar - He venido acompañado de mi aprendiz, Sean Yorick. Espero no seamos demasiada imposición. - con aquella mujer no tenía sentido presentar a Sean solo como su amigo, pues aunque no fuera a caer en la falta de educación de hablar directamente de lo a que venía sin un poco de danza oral previa, no caería en el desprecio de subestimar su inteligencia.
Si en algún momento había dudado, aunque sólo fuera un poco, sobre las intenciones de aquella cita, en aquel preciso instante le había quedado bien claro que su pasado volvía a golpearla con fuerza. Disimuló la amarga sonrisa que pugnaba por aparecer en sus labios por otra mucho más cordial pero más falsa.
Hizo un movimiento leve de cabeza en dirección hacia el compañero del joven Bonnot a modo de saludo mientras tomaba asiento, indicándoles a los dos hombres que podían imitarla.
—El placer es mío. Apenas conozco gente en la ciudad, así que siempre resulta agradable recibir visitas.
Formulismos que había que cumplir, palabras huecas para halagar los oídos ajenos pero que la educación y la etiqueta exigía pronunciar.
Nicoleta cogió una campanilla que había encima de la mesa de té y, después de llamar para que acudiera Antoine, el mayordomo, volvió a centrar su atención en los dos caballeros, observándolos con curiosidad y atención, preguntándose hasta qué punto serían grandes cazadores, en especial el joven Bonnot ya que el otro, Sean, debía estar en los inicios de su entrenamiento.
—¿Qué desean tomar? ¿Té, café, un jerez tal vez? O quizás prefieran algo más fuerte como un licor o un vino.
Sabía que, una vez terminado ese inicial cruce educado de palabras y que Antoine se hubiera retirado, llegaría el momento en que se pondrían las cartas sobre la mesa, desvelando de esa forma los verdaderos motivos de aquella visita, aunque para Nicoleta estaban bastante claros.
Motivos que temía escuchar para no tener que enfrentarse a una decisión difícil para ella. Había intentado por todos los medios olvidar el pasado, una tarea harto difícil de cumplir, pero desde que había llegado a la ciudad, y quizás debido a la escasa vida social que tenía, aislándose en aquella casa a las afueras y saliendo sólo para acudir a alguna representación teatral o a la ópera, había comenzado a sentir la monotonía que se había impuesto para olvidar pero que, dado su carácter, le era muy difícil mantener. No había nacido para lucirse en fiestas y eventos, para pasar las horas muertas en su casa bordando, pintando o tocando el piano. Ella había sido educado para un fin muy distinto y, por mucho que lo había intentado, a medida que el tiempo pasaba más insoportable se le hacía la inactividad.
Pero tenía miedo. Tenía miedo de volver a perder a un ser querido, tenía miedo de entrar de nuevo en una depresión de la que no pudiera salir, tenía miedo de fallar a todo el mundo, tenía miedo de no ser capaz de ser la que había sido antes de la muerte de Razvan.
Cuando por fin las bebidas estuvieron en la mesa y Antoine, tan silencioso como el resto del servicio, hubiera desaparecido, había llegado el momento de hablar con claridad. Andarse con rodeos a esas alturas era una tontería y la cordialidad del momento ya había pasado.
—Me imagino que esta visita es mucho más que una simple visita de cortesía. —Lució una sonrisa para romper la posible tensión que sus palabras pudiera crear, aunque dudaba que aquellos dos jóvenes se ofendieran por ser tan directa—. Así que no tienen por qué preocuparse buscando una excusa para exponer el verdadero motivo de su presencia en mi casa.
La falsedad de la sonrisa de la dama no le pasó desapercibida, y de inmediato se preguntó qué de lo que había dicho o hecho había causado esa reacción. No creía haber cometido ninguna falta de cortesía, por lo que solo podía asumir que había sido algo externo a él lo que le había molestado. Tan solo esperaba no haber traído malos recuerdos. En Bordeaux le habían advertido de la historia de la mujer a grandes rasgos antes de incitarlo a reclutarla, pero "a grandes rasgos" no daba suficiente información para evitar gatillar la memoria de una joven viuda.
Sonrió con dulzura ante las palabras de bienvenida de la mujer. En ciertos aspectos Édouard era ingenuo, y aunque por lo general sabía leer bastante bien comportamientos ajenos debido a su entrenamiento, su naturaleza optimista y esperanzada solía ponerse en el camino nublándole el juicio. En esta ocasión, el error de lectura podía ser incluso favorable, pero en otras ocasiones podía ser el origen de un problema mucho mayor.
Recibió a Antoine con una sonrisa agradecida nuevamente, y ante el ofrecimiento de la mujer respondió pidiendo un té. Acto seguido se despidió del mayordomo con una mirada y un medido asentimiento. Si bien muchos nobles acostumbraban a rodearse de servidumbre, Édouard se había deshecho de la gran mayoría de esto hacía una larga temporada, cuando Lilianne había muerto. Entonces solo se había quedado con su ama de casa, la misma mujer que le había criado de pequeño y que le había acompañado cuando había dejado Bordeaux. Debido al inmenso cariño que le tenía, como si se tratara de una segunda madre, no había tenido corazón para despedirla y a la larga aquello había sido su salvación. Durante los primeros meses había sido tan miserable, se había hundido tanto en la desesperación y el odio, que de no ser por su fe aquello habría acabado con resultados desastrosos de más de una manera.
Cuando Antoine volvió, agradeció su servicio y tomó su taza de té para agregarle azúcar y tras revolver, dar un sorbo. Su mirada se fijo en la mujer al escucharla romper el misterio con aquellas palabras, lamentando no poder conversar durante más tiempo antes de que el tema central de la visita surgiera.
No se preocupe, no buscaba excusas. Simplemente esperaba que tuviésemos tiempo de disfrutar de su presencia. - contestó con incuestionable sinceridad y una sonrisa acorde - La verdad es que también esperaba lograr conseguir su simpatía antes de interrumpir su tranquilidad - admitió mientras la sonrisa anterior tomaba cierto tono de culpabilidad. Dejó la taza de té sobre la mesita y continuó, mirándola a los ojos.
Pertenezco a una sociedad de cazadores de la que confío habrá escuchado en su trayectoria: la Sociedad Ann Putnam. - tomó una breve pausa - He recurrido a mis superiores en busca de ayuda, y estos me han informado de su presencia cerca de París en la esperanza de que pueda ayudarnos a controlar la población sobrenatural creciente en la ciudad. Ese es el verdadero motivo de nuestra visita. - se sinceró, esperando su reacción antes de dar razones o entrar en negociaciones.
Nicoleta observó con atención cada uno de los movimientos de los dos jóvenes mientras Antoine servía las bebidas, intentando hacerse con una opinión sobre ellos. El acompañante de monsieur Bonnot parecía estar perdido en su propio mundo mientras que el propio Bonnot se mantenía tranquilo y educado, actitud que fue del agrado de la mujer.
Le dio un pequeño sorbo a la taza de té que tenía en la mano mientras escuchaba las directas palabras que el joven le dirigía, asintiendo en silencio cuando nombró la Sociedad Ann Putnam, de la que por supuesto había oído hablar a su padre, y se ratificó en su idea de que le agradaba comprobar que monsieur Bonnot no se andaba por las ramas e iba directo al tema, sin que ninguno de ellos tuviera que perder el tiempo con inútiles y vanas palabras de mera cortesía.
No le tomó por sorpresa su invitación a unirse a la Sociedad pero sí se sorprendió al saber que el número de criaturas sobrenaturales que debía existir en la ciudad era abundante y que incluso iba en aumento. Desde que había llegado a París, convencida de que dejaba toda su vida anterior apartada, no se había preocupado por informarse de qué criaturas pudiera haber por los alrededores. Tenía claro que la mayoría de ellas no le interesaban lo más mínimo y su tiempo de persecuciones y muertes se había terminado. O eso creía ella ya que aún seguía entrenando y practicando todo lo que sabía. Había costumbres difíciles de desarraigar.
Meditó durante unos instantes la petición que le hacía el joven Bonnot, pensando cuál sería la mejor manera de explicarle que sólo había un tipo de criatura sobrenatural por el cual ella volvería a tomar las armas y emprender de nuevo la caza. Un tipo de criatura que odiaba por encima de todas las cosas. Una criatura que debía ser aniquilada de la faz de la tierra para siempre. Una criatura de la noche ansiosa de sangre y cualquiera que la secundara. Esos eran los únicos objetivos por los que Nicoleta volvería a la acción. Si ese no era el caso, entonces tendría que declinar la propuesta amablemente.
—Por supuesto que he oído hablar de la Sociedad aunque… —Dudó un instante si continuar con lo que tenía pensado decir— sus métodos de actuación son bastante distintos a los que empleábamos en Rumanía. —Dio otro sorbo al té antes de dejar la taza en una pequeña mesa al lado de su asiento—. Me halaga con su propuesta pero no sé si sabe que me he retirado de la vida… activa. —Pasó su mirada de Bonnot a su mudo acompañante para volver a centrarla de nuevo en Bonnot—.Sólo habría un tipo de criatura por la que volvería a cazar. —La mirada de Nicoleta se volvió más dura y fría al igual que el tono de voz que empleó—. Por un vampiro saldría de nuevo de caza. Vampiros y sus seguidores, sobre todo practicantes de magia negra… Contra ellos volvería a empuñar las armas, —se notaba el odio que destilaban sus palabras— sólo contra esas criaturas. Esa es mi única condición...
Y, nada más terminó de hablar, la calma volvió a la mirada de Nicoleta y una amable sonrisa asomó a sus labios, como si la conversación no estuviera versando sobre muerte, sangre y destrucción y, en cambio, estuvieran hablando de la próxima fiesta a la que acudirían.
Mil perdones, he tardado mucho más de lo que creía. Pero en principio ya estoy más o menos en activo.