Partida Rol por web

Victorian Vampire

Escena privada: Caridad, robo y perdón.

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01/01/2018, 20:37
Hasel

Caridad, robo y perdón

 

 

Era domingo por la mañana, un día que amaneció lluvioso y rodeado de niebla densa. La espesa capa del blanco aire atmosférico le obligaba a ir despacio y caminar con precaución por la calle, no quería chocarse con otra persona. Le costaba ver más allá las fachadas de los edificios y los rostros de los parisinos que se cruzaban con él. Estaba ciego porque el desánimo se había apoderado de la luz que antes brillaba en sus ojos, miraba sin mirar, avanzando como un alma en pena por aquellas calles frías, desnudas y vacías como él.

Hacía frío, y Hasel no tenía nada, nada que calmase la desesperación que sentía. Se había quedado sin trabajo, un hogar donde refugiarse, su padre había muerto en un accidente trabajando junto a él en una función en el circo, y el señor Bouvier aunque amable en un principio, pagando con sus ahorros y los del chico un médico que le curase la pierna, lo había echado después sin miramientos. Su recuperación según él le había costado una fortuna y ahora era un lisiado que ya no servía para trabajar como gimnasta.

El hambre, la soledad, y sus manos vacías era todo lo que tenía. Gastarse los pocos francos que le quedaban en el bolsillo era lo más estúpido que podía hacer, supondría vivir en la calle como un perro, aguantando los intempestivos cambios de temperatura, lluvia, nieve, barro y pasando más frío. No, necesitaba ahorrar ese dinero aunque no tuviese nada para comer. El techo donde se cobijaba era más importante, si encontraba trabajo pronto mejoraría su situación y el hambre no le rugiría tan fuerte en las tripas.

Dios, ayúdame a sobrevivir una vez más. Deambulando por las calles llegó a una plaza donde una cola de gente atravesaba en diagonal todo el espacio peatonal, abrió los ojos y entre la niebla identificó lo que parecía ser un convento. Una monja guiaba a los mendigos y pobres como él que estaban afuera esperando por un plato de comida caliente, pidiéndoles que entrasen por la puerta con tranquilidad guardando su turno.

Esperó una media hora antes de entrar a una especie de cripta donde las monjas guardaban las provisiones de reparto a los pobres. Entró fijándose en la sonrisa bondadosa que le dedicaba la monja pero no pudo sonreír, aunque la miró de vuelta como un niño, con respeto y admiración. Al notar el resguardo seco y cálido de los muros de piedra del convento y los pequeños fuegos que caldeaban la cripta, suspiró exhausto quitándose el abrigo de lana raída que llevaba encima, posicionándose detrás de otras personas en una nueva cola, en este caso donde se pedía el alimento.

Miraba con ansia y hambre los sacos de patatas, las verduras, las frutas y esas grandes cazuelas de barro humeantes donde estaba seguro que habría algún potaje, caldo o estofado. Volverás a ser otro cuando tengas algo en el estómago. En la cola donde se puso a esperar había una señorita pelirroja de cabellos rojos y piel pálida, extrañamente le recordó a Ludmilla, sus facciones eran tan delicadas como las de su pequeño amor. Desde su humilde opinión parecía un ángel, por su belleza y la buena voluntad con la que ayudaba a las monjas a repartir la comida.

 

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19/01/2018, 23:41
Lilianne Leblanc

Hacia muchos años que mi padre tenia claro que mi ritual de los domingos por la mañana no cambiaria. De muy niña al salir de la primera misa con mi familia y pasear por las calles de Paris había visto a los pobres y mendigos entrando en un convento para recibir comida y cualquier útil del que pudieran disponer las monjas para darles. Recuerdo haber visto a una niña que tendría un par de años menos que yo cogida de la mano de su madre en aquella cola y yo miraba a la mía sin entender como nosotros podíamos tener tanto y otros tan poco.

Desde aquel domingo le pedí a mi padre poder ayudar a las monjas, al principio no le hacia mucha gracia la idea de que estuviera allí dentro, no era mas que una niña de apenas siete u ocho años, pero tambien sabia que cuando se me metía algo en la cabeza no se me iría. Mi madre termino cediendo rápidamente, ella tambien decía que había que ayudar a los menos afortunados así que cada dos domingo ella y yo pasábamos allí unas horas dando comida, entregando a las monjas ropa que ya no usábamos o que a mi me iba quedando pequeña, mantas viejas y juguetes que no quería.

Con los años mi madre dejo de acompañarme y era el cochero quien se quedaba conmigo, era la única condición que ponían, que no estuviera sola, así que el buen hombre me acompañaba e incluso ayudaba a las monjas a cargar o meter algunas cosas pesadas mientras yo repartía comida o enseres. Brandon siempre había sido un buen hombre, llevaba tanto tiempo trabajando para mis padres que era casi como de la familia.

Aquella mañana era especialmente fría, así que agradecía estar al lado de las ollas calientes, llevaba unas ropas sencillas, no me gustaba estar allí con ropas caras, no por estropearlas si no porque me parecía una falta de respeto para la gente que venia a pedir alimentos. Mi cabello aunque estaba suelto tenia los mechones delanteros recogidos hacia atrás para que no me callaran sobre la cara y a medida que la gente se iba acercando les iba sirviendo un plato de potaje caliente con un pedazo de pan, aunque intentando que no me vieran mucho bajo la mesa tenia una bolsa llena de pequeños chocolates que le daba a los niños que se acercaban a por su ración. Haciéndoles un gesto con la mano de que no dijeran nada acercando uno de mis dedos a mis labios en señal de guardar silencio, como un secreto complice entre ellos y yo. Sabia que las monjas no me dirían nada pero aun así no quería arriesgarme a una regañona de mis padres si se enteraban ya que pasaba de un domingo a otro dos semanas guardando en mi cuarto chocolates para repartir.

Justo acababa de darle uno a una pequeña que apenas tendría cinco años cuando vi al siguiente en la cola, era un chico joven, muy delgado - Buenos días - Lo salude con una cálida sonrisa cogiendo un plato para después coger con el cucharón de la olla y servirle.

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07/02/2018, 20:50
Hasel

Vio como le daba chocolate a una niña que había delante de él en la cola y sonrió enternecido por el gesto de la joven señorita. Se la veía buena tal y como pensó, y es que como iba a ser malo alguien que ayuda a las monjas a repartir comida.

- Buenos días señorita. - dijo saludándola con un leve cabeceo de cabeza en señal de respeto. Después miró las ollas humeantes servidas sobre la mesa, habían varías con potaje, estofado y pensó durante unos segundos que pedirle a la chica. - ¿Me podría dar un plato de estofado? tiene muy buena pinta y hace mucho que no como ternera en condiciones. - lo cierto es que no sabía si aquella chica sería una voluntaria o una novicia de la propia iglesia, era la primera vez que iba a este punto de encuentro de repartida de comida pero tirando de la picaresca que le caracterizaba y que aún no había perdido a pesar de las circunstancias díficiles que vivía le preguntó con morro y en voz baja.

- ¿No tendrá algo de chocolate para darme? Los niños no son los únicos a los que les gusta el dulce... - sonrió con cara de pillo. - Sabe no hace mucho que me he quedado sin trabajo y Dios de alguna manera me ha guiado hasta aquí, no conocía esta iglesia. - él era muy creyente, a pesar de no tener razones para ello, se había educado en la fé, y necesitaba tenerla para poder sobrevivir y no rendirse. Siendo pobre como una rata era difícil no morir por una enfermedad o acabar uno con su vida harto de todo.  

Ya había cogido carrerilla hablando con la chica. - ¿Alguna vez ha estado en la calle pasando frío y hambre como nosotros, los desgraciados que estamos aquí?