Partida Rol por web

Victorian Vampire

Escena privada: Crueldades del destino.

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28/12/2017, 22:33
Lady Elisabeth S. Héloïse Des Lioncourt

El astro rey brillaba con timidez aún lejos de lo más alto del cielo cuando, tras un largo y pesado viaje en carruaje de interminables horas, Elisabeth llegaba al que hace no tanto tiempo había sido uno de los puntos álgidos de encuentro de la alta sociedad en París.

Sentía el corazón intranquilo en el pecho.

Cuantos olores nuevos, cuantos lugares nuevos, cuantas sensaciones nuevas, cuantos....no. No era tan nuevo. ¿No? Ella apenas tenía unos días la última vez que estuvo en la capital, pero la conexión seguía ahí, bajo un manto de polvo y telarañas. Polvo y telarañas que eliminaría de un manotazo. Por eso estaba allí, después de todo.

Pero, claro que eso su pobre Tata no lo sabía. Llevaba más cuarenta minutos dándole la charla sobre cortesía y buenos modales que siempre le soltaba antes de tener que afrontar una situación social.

Una de esas que tanto detestaba.

"Las criadas se han adelantado para que estuviera todo en condiciones en el momento en el que llegasemos pero aún falta mucho por hacer. En cuanto hayamos puesto la casa en orden debemos ir a presentarnos en sociedad. Deberías ponerte el vestido rojo. Tienes cuerpo de mujer y debes aprovecharlo. Más todavía si quieres encontrar marido..."

Elisabeth dejó escapar un suspiro de entre los labios carnosos. Lo que no preocupaban sus padres de encontrarle un marido lo hacía Tata Eve, doblemente.

"....para la fiesta que hagamos proximamente deberás comportarte como la anfitriona que esperan, hablar con la gente, integrarte,..."

¿Dónde podría ir primero? Hay tantos lugares...Su mente estaba en otra parte. Oía la voz de su nodriza de fondo, pero tan lejos de su atención que sus palabras no se entendían por encima de sus propias preocupaciones. Padre dijo que aquí tenían una gran selección ecuestre...Estamos a las afueras...¿Podré seguir cabalgando sin problemas? Necesito un lugar aislado, lejos de la ciudad, donde pueda montar en condiciones, sin malditos vestidos y la monta clásica amazona...

"¡Elisabeth! ¿Me estás escuchando?"

Dio un respingo al salir de su ensimismamiento con el grito de Tata Eve, quien negó con la cabeza con desaprobación en lo que bajaba del carruaje. Elisabeth la siguió, quedándose parada para admirar la imponente figura del orgullo de su familia, la mansión Des Lioncourt, de exquisita arquitectura, amplísimos jardines y un edificio trasero dedicado a las caballerizas con su propio campo de prácticas.

                                      

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28/12/2017, 23:13
Director

Desde el carruaje, un poco antes de llegar a tu mansión, pasaste por una calle de casas grandes, propiedades de gente adinerada...sólo que el aroma que te llego al pasar por delante de una valla de madera te resulto intrigante. Siempre habías tenido un olfato portentoso pero nunca olido algo que te resultara tan...familiar. Sin duda era orina, pero tenía un matiz particular.... casi interesante.

Esa sensación te resulto muy extraña ¿Por que la orina de alguien te causaba esa turbación?
 

Notas de juego

Esto es información adicional. No tienes porque rolear esto.

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29/12/2017, 00:42
Édouard Bonnot

Sus días habían transcurrido con absurda lentitud desde hacía unos meses. ¿Sólo meses? No, si hacía el cálculo era por lo menos un año. En parte le resultaba ridículo: había vivido sin ella antes de conocerla, ¿por qué le costaba tanto hacerlo ahora? Había tenido la oportunidad y placer de disfrutar de su existencia, y aunque se sintiese como si apenas hubiesen compartido un minuto en su vida, debería contentarse y bendecir cada uno de esos efímeros sesenta segundos de dicha. Sin embargo, era imposible sentirse agradecido hasta la euforia cuando tenías consciencia de exactamente qué era lo que habías perdido y de lo cerca que habías estado de un destino que solo se oía en cuentos de niños. 

Aún así, estaba determinado a no hundirse en la miseria. Quizás no asistía tanto a eventos sociales como lo hacía en otros tiempos, pero sí disfrutaba ocasionalmente del teatro o de algún concierto, y todas las tardes daba un paseo para socializar con vecinos y conocidos. Una buena vida social era lo que le impedía volverse loco en su soledad. Aunque estaba lejos de casa y su familia era compleja de visitar por la misma distancia y sus propias obligaciones, había encontrado una familia en aquellos que en algún momento estuvieron cerca de ser sus suegros en toda ley. Un par de cenas al mes, con vino y flores, le daban la sensación de no dejar de lado la que podría haber sido su vida sin quedarse estancado en los "que tal si". 

Por supuesto, lo que más cooperaba en su cordura eran sus labores extra oficiales, las que le permitían canalizar su ira y frustración, sus sospechas, su odio, y dejar su mejor cara para enfrentar el día a día. Sin esa nueva obsesión que le había quitado tiempo incluso de su profesión oficial se habría hundido en las primeras semanas de la muerte de su prometida. 

En sus paseos habituales había notado la llegada de una nueva familia a la ciudad. Mejor dicho, inminente llegada. Había visto criados cargando con muebles de indecible finura, generando al mismo tiempo remodelaciones en casas vecinas, producto de la envidia de dueñas de casa aburridas. Sin embargo, bastaba un vistazo a esa casa, a los objetos de la mudanza, al enorme terreno, para saber que ninguna remodelación de última hora podría competir con la clase de quienes llegarían a vivir ahí. 

Lamentablemente, no había tenido oportunidad de ver aún a la familia en cuestión, pero sería traicionarse a sí mismo el no admitir que cierta curiosidad le incitaba a todas las tardes, caminar por fuera de esa casa en vez de tomar otro camino. Quizás hoy, tras tanta mudanza, sería su día suerte.

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29/12/2017, 13:03
Lady Elisabeth S. Héloïse Des Lioncourt

Tras pasar tantas horas metida en ese carruaje sentía el cuerpo entumecido. Agradeció enormemente poder volver a pisar el suelo sin el constante vaivén del vehículo.

Estaba ansiosa, y nerviosa a la vez. Un sinfín de sensaciones desconocidas se agolpaban en sus sentidos. Una red recorría su cuerpo dándole leves descargas, instándola a tomar cientos de direcciones distintas, y todas ellas muy apetecibles.

Bonjour, París. —Musitó en voz baja, para si misma, para nadie, para los viejos adoquines y sus viejas historias ocultas.

Entonces inspiró, y no tardó ni un segundo en darse cuenta de que los olores que percibía eran distintos a los que había conocido hasta el momento.

El aire no corría fresco y puro como en su hogar.

Al entrar en la capital la esencia a muerte la siguió varias calles. Era muy desagradable.

Y mentiría si dijese que en su pequeña ciudad no había captado ese aroma antes, pero nunca con semejante intensidad.

Intuía de qué se trataba, o mejor dicho, de quién...

Aunque por suerte para su fino olfato las flores del jardín ayudaban a enmascarar la podredumbre de los condenados a la vida eterna.

Su madre le dijo que un pequeño grupo de sirvientes iba cada pocas semanas a la mansión para mantenerla en condiciones, de modo que no se encontraba en un estado de dejadez completa, pero si se podía ver que le faltaba un repaso de poda a varios de los setos que adornaban la fuente principal.

La susodicha se alzaba en su pétreo cuerpo de piedra y mármol. Un ángel femenino la coronaba, expulsando agua de las manos extendidas, mientras que media docena de querubines, besados por el musgo y rodeados en un abrazo de enredaderas que crecían sin control ni mesura la admiraban desde abajo.

Padre le habló de ella en incontables ocasiones. De su belleza y la perfección de sus acabados. No obstante lo que más llamaba la atención de la joven era su expresión, de ojos cerrados y semblante pesaroso.

Una enorme tristeza la invadió. ¿Empatía?

"¿Tú también estás atrapada?" Le hubiera gustado preguntarle, de saber que obtendría una respuesta.

No veía nada que justificase su tormento. Podía echar a volar con sus espléndidas alas y dejar atrás lo que fuera que la apenaba. No había cadenas que la retuvieran. Pero las cadenas no siempre eran visibles al ojo humano...Las más dolorosas solo se veían con el alma.

Pero para eso hemos venido. Para romper esas cadenas. Para encontrarnos.

Lo más importante ahora era empezar, y...¿por dónde?

Escuchó un grito proveniente de las caballerizas. El chillido de una mujer y el relinchar furioso de un caballo.

Por ahí.

En un abrir y cerrar de ojos se remangó el vestido con las manos y echó a correr en su dirección, dejando el amplio jardín por el que paseaba para llegar al núcleo del contratiempo.

Conocía a la perfección ese relinchar.

Pecado, en enorme semental negro, era una mala bestia con cualquiera que no fuera ella. Mordía, coceaba...Una vez le arrancó dos falanges de un bocado a uno de los mozos de cuadras. Se había acercado demasiado a su cuadra...

Seguramente ahora se trataba de lo mismo. Alguna de las criadas habría intentado acercarse sin su presencia y a él no le habría hecho ninguna gracia...

Les dije que no lo tocaran. Lo dije mil veces.

Oyó a varias criadas más gritar. "¡Se escapa! ¡Se escapa!"

No se equivocaban.

Seguidamente lo vio correr como alma que lleva el Diablo hacia la entrada del terreno.

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29/12/2017, 21:29
Édouard Bonnot

Un grito de mujer lejano seguido de un relincho de caballo le sacaron de su ensueño, haciendo que dejara de contemplar las posibilidades que le ofrecería aquel día. De una carrera se acercó al lugar de donde creía provenía el grito, para su sorpresa, la casa hasta entonces habitada solo por sirvientes, y pensando que alguna dama podría haberse caído de un caballo asustado, se asomó al portal. Grande fue su sorpresa cuando se encontró de frente con un enorme potro, a apenas unos metros, y supo que si bien podía quitarse del camino las probabilidades de que una vez escapado aquel animal acabara por herir a alguien en el camino o por ser herido, lo mantuvieron en su lugar. 

Bendijo a la maravillosamente angosta verja, que le permitía ponerse al medio y tapar así la salida del animal lo suficiente para que se le dificultara pasar sin botarlo, y así hizo. Sería un idiota si interiormente no hubiese considerado la posibilidad de que el equino lo arrollara y lo dejara hecho una estampilla, pero intentó quitar eso de su mente y se mantuvo calmo, con las manos en alto para aparentar un mayor tamaño. Fuese suerte o algo más, el semental frenó parándose en dos patas y relinchando en protesta, amenazando con los cascos. 

Shhhh - intentó calmarlo, bajando las manos poco a poco mientras se acercaba al animal lentamente, con tanta pausa fuese necesaria para asegurarse de que no se asustara nuevamente, prestando especial atención a sus ojos y orejas. - Tranquilo, no te haré nada - siguió hablando, intentando que su voz ayudara - Solo quiero acercarme. Solo eso, nada de montar - prometió con una leve sonrisa, dando un par de pasos más. Se sentía como un loco hablándole a un caballo, pero era lo que le habían enseñado que servía, y lo que a él le había funcionado en la hacienda de sus padres con los potros que ahí se domaban - ¿De que arrancas? - le preguntó, acercando la mano para acariciarle el cuello y apartándola rápidamente cuando el semental le lanzó un bocado que de no esquivar le hubiese dejado con al menos dos dedos menos - Vale, tú mandas, nada de tocar tampoco - sonrió un poco más y mantuvo sus manos alejadas, procurando bloquearle el camino al caballo hasta que algún sirviente apareciera para llevárselo.

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30/12/2017, 11:11
Lady Elisabeth S. Héloïse Des Lioncourt

Sin embargo no fue un sirviente el que apareció para llevarse al caballo, sino la propia Elisabeth.

Su complexión sobrenatural le aportaba una gran resistencia, pero lo que realmente había logrado teñir sus níveas mejillas de un leve rubor era la combinación de la pequeña carrera con el pesado vestido, y, sobretodo, el maldito corsé.

Un par de mechones de cabello azabache escaparon del perfecto recogido que dejaba la melena sujeta en la parte superior con un coletero de plata pero suelto sobre la espalda, enmarcando el delicado rostro de la joven.

Mas cual fue su sorpresa al encontrarse con que si Pecado había tenido a bien detenerse era por la intervención de un valiente hombre, o chiflado, dependiendo de por donde se mirase.

Pero esa intervención no serviría de mucho con el semental. No durante mucho tiempo.

¡Pecado, basta! —Exclamó con voz firme, desde atrás.

El caballo pareció relajarse al momento en cuanto oyó la voz de su dueña, y con un resoplar frustrado dio media vuelta para colocarse a su lado.

Elisabeth rascó suavemente su mentón, dedicándole una mirada severa.

Es este ambiente, este aire teñido de negro por la muerte de vida eterna..¿verdad? Es eso lo que te afecta. A mi también...

Lo sostuvo por las riendas y fue entonces cuando se acercó al desconocido.

Cielos... ¿Se encuentra bien? ¿Está herido? Le agradezco su ayuda, pero ha sido una temeridad. Podría haberle matado; Pecado no es fácil de tratar. —Le tendió su pañuelo de seda, bordado en una esquina con sus iniciales.— Mi nombre es Elisabeth. Acabo de mudarme. Es la residencia principal de mi familia. —Levantó la cabeza, con el cuerpo erguido y el mentón alzado, y le miró, penetrándole con su mirada celeste, fría como el hielo.— Aún no hemos terminado la mudanza, pero permítame invitarle a una taza de té, monsieur.

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04/01/2018, 19:12
Édouard Bonnot

Por un momento, su aparente calma se quebró al ver acercarse a toda prisa a un dama perfectamente ataviada con vestido y corset en vez de a un sirviente. Sus ojos se desviaron a ella un segundo, aunque sin perder de vista al semental, intranquilo ante la posibilidad de que al acercarse la mujer recibiera alguna patada de las piernas traseras del caballo, mas bastó que esta le gritara al animal para que sus preocupaciones se despejaran. El lenguaje corporal del semental cambió tan rápido que casi se hizo difícil creer que hubiese estado desbocado unos segundos antes, y como si se tratara de un niño obedeciendo a su madre, volvió hacia su dueña de inmediato. 

Sonrió con la comisura de los labios mientras pensaba en el nombre del animal y veía a la noble mujer acariciarlo, preguntándose como habría logrado domarlo para que no lanzara mordiscos como el que le había lanzado a él y fijándose recién entonces en los rasgos de la noble. Su piel de porcelana tenía una suave tonalidad rosada que solo podía deducir provenía del apuro de correr tras Pecado, y si bien su peinado estaba ligeramente desordenado, aquellos mechones rebeldes que ahora enmarcaban su rostro no hacían más que embellecerla. Sin embargo, si algo robaba su atención hasta el momento en que la mujer se acercó a él guiando a su caballo, eran los ojos de la misma. Azules, brillantes y llenos de fuego, tan similares a los que le habían cautivado hacía casi dos años. 

No se preocupe, ha sido un placer ayudar. - sonrió con sinceridad. Habría sido tontería negar que no había sido una acción sabia, pero no se arrepentía un segundo de haberla llevado a cabo. Sus ojos se desviaron de la mujer al pañuelo paralizándose por una fracción de segundo, pues aquella demostración de interés tan temprana le tomaba por sorpresa, pero aunque su sonrisa se tornó incómoda por un momento delatando su primer pensamiento, enseguida la corrigió con amabilidad queriendo pensar que había pecado de soberbio y la dama solo demostraba preocupación - No es necesario, muchas gracias. Pecado fue piadoso y no me exigió demasiado antes de frenar sus pasos - amplió su sonrisa para compensar aquel efímero momento de silencio. 

Al escuchar su nombre se inclinó levemente con una sutil reverencia por medio de un movimiento cortés de su cabeza - Encantado de conocerla, Elisabeth. Mi nombre es Édouard Bonnot - contestó en cuanto a la presentación, deteniéndose un segundo en sus penetrantes ojos azules otra vez. 

Una taza de té suena perfecto - aceptó gustoso, con la misma sonrisa encantadora que había demostrado en un principio - Quizás en conversación pueda compensar la falta que cometí al no adelantarme con la misma invitación para celebrar su bienvenida a este sector de la ciudad. - se mostró algo avergonzado por aquel fallo - Si le soy sincero, me llamaba poderosamente la atención que una casa diseñada y construida con tan exquisito gusto estuviera deshabitada por sus dueños. ¿Es su familia de fuera de París? - preguntó con tal de hacer conversación, dispuesto a seguirla. 

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05/01/2018, 21:56
Lady Elisabeth S. Héloïse Des Lioncourt

Elisabeth inclinó la cabeza en lo que devolvía el pañuelo a su lugar inicial.— Es un alivio que esté sano y salvo. Temo decir que la mayoría no salen tan bien parados. —Admitió acercando el rostro al enorme cráneo del animal sin dejar de acariciarle el mentón desde abajo, mirando directamente a sus ojos oscuros.

Contuvo una sonrisa al sentir que le mordisqueaba con suavidad la muñeca. Era el único amigo que tenía. Ambos fuertes, solitarios, con carácter. Su relación era pura y sincera, sin segundas intenciones ocultas, ni exigencias, ni envidias. Estaban solos aún rodeados de gente.

Cuán triste debe de ser que mi único y mejor amigo sea un caballo. Pensaba, divertida.

Su mirada se había suavizado por tales pensamientos cuando la fijó de nuevo en su invitado accidental. No era dada a hablar más de lo que los protocolos lo indicaban, siempre de manera superficial.

Eran sus ojos las puertas de su alma. Y por alguna razón aquel hombre no dejaba de mirarlos.

Le sostuvo la mirada. Lo que para la mayoría sería incómodo, claro. Sobre todo tratándose de la de Elisabeth, en eterna gelidez.

¿Qué escondía bajo esa cortés sonrisa y ese nerviosismo?

Encantada de conocerle, monsieur Bonnot, pese a que haya sido en tales circunstancias. —Le devolvió la sonrisa. La más ensayada; la de cortesía, de curvos labios cerrados.

Así pues, se encaminó hacia la entrada de la mansión. A lo lejos veía a una preocupada Tata Evelyne, acompañada de dos sirvientas.

Más formalidades.— No diga eso. Hemos llegado hoy mismo, y tenía en mente visitar a los vecinos más cercanos en cuanto la mudanza hubiera terminado. De ese modo nos habríamos visto igual, pero evitando el atentar contra vuestra vida. —La sonrisa de cortesía se tornó natural por un segundo, pero fue un segundo efímero.

¿Eso era lo que le intrigraba...?

Retomaba su seriedad.— En absoluto. La familia Des Lioncourt es originaria de París, y hasta mi llegada no habían abandonado su asentamiento principal. —Las sirvientas se acercaron a Elisabeth con la intención de llevarse al semental, usando por supuesto un largo ramal que atar a su cabezada para mantener las distancias en la medida de lo posible.

Tata Evelyne, su antigua nodriza, le preguntó que había ocurrido.

Monsieur Bonnot tuvo la amabilidad de detener a Pecado. Iremos a la sala de estar de la primera planta. Creo recordar que ya se encontraba amueblada. Si es tan amable de hacer que nos traigan el té...

La mujer, a duras penas conteniendo su alegría, asintió con la cabeza y se puso en marcha, mientras Elisabeth se dirigía a la sala de estar de la que había hablado.

Se sintió ruborizar en lo que recorrían la distancia hasta la habitación en sumo silencio. La nodriza entrada en años tenía la habilidad de avergonzarla. Cada vez que la veía con un hombre sólo le faltaba echarse a reír y llorar presa de la emoción.

Disculpe todo esto... —No sabía si se refería a la casa en mitad de la mudanza, o al comportamiento de su nodriza.— Como decía...fueron mis padres los que, al nacer yo, vieron conveniente que creciese en el entorno tranquilo que la pequeña ciudad del norte del país donde tenían su residencia vacacional podía proporcionarme. El aire allí es mucho más puro. —Decidió sentarse en uno de los sillones laterales, esperando, obviamente, a que él también tomara asiento.

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10/01/2018, 00:44
Édouard Bonnot

Contempló con curiosidad las notorias tonalidades en las expresiones de la mujer, que en los momentos más desconcertantes eran espontáneas y en otros absolutamente ensayadas, aunque no por ello menos amables. Él, por su parte, prefería una sonrisa sincera ocasional a una falsa permanente, pero podía entender a la perfección la necesidad de fingir algo distinto para cualquier persona con un mínimo de interés en etiqueta o que se viera obligada a relacionarse con miembros de la alta sociedad.

Recibió de buena gana la broma de la mujer, sonriendo él también en referencia a su aparición casi suicida, incluso con un poco de vergüenza por su atrevimiento, pero sin perder un brillo travieso en su mirada. Sin embargo, tanto aquella sonrisa como el brillo de sus ojos se desvaneció gradualmente al volver a encauzar la conversación a lo que podía parecer reglamentario. Para otro lo sería, pero para él, un apasionado de la arquitectura, era doloroso ver una propiedad así descuidada por el desuso. Lo que hacía, al hablarle de la construcción, era compartir con ella una de sus pasiones.

Se despidió del semental con una mirada. Muy cerca había estado de tomar su vida y su comportamiento había sido demasiado humano como para no ver que ese caballo era más persona que mucha gente que hubiese conocido en el pasado. Eso no quería decir que fuera a entablar una conversación sobre economía con el animal, pero al menos podía tener la decencia de saludar y despedirse del potro cuando entrar o saliera de su vista. 

Al encontrarse con una mujer anciana con ojos casi tan azules como los de la mujer a su lado, se presentó con cortesía, inclinándose tal cual como lo había hecho con Elisabeth cuando esta lo nombró. Asumió que se trataría de una sirvienta o nodriza por la manera en que la mujer le hablaba, pero no quiso dar nada por hecho. Quizás solo era una abuela muy amable. Y divertida también, ha juzgar por la emoción con que había recibido la noticia de una visita masculina para la joven dama que lo recibía. 

Sin embargo, lo que más le llamó la atención de aquella interacción no fue la anciana, sino el ver a una mujer de palabras tan duras y medidas sonrojarse por algo más que esfuerzo físico, como había visto anteriormente. Tuvo la consideración de no importunar sus pensamientos con conversaciones que a todas luces intentarían aplacar su vergüenza, pues el instinto, la relación cercana de la mujer con un animal y distante con los humanos, y el poco tiempo que habían interactuado, le daba a pensar que se trataba de alguien que apreciaba la sinceridad y el trato directo en vez de las formalidades y charlatanerías.

No hay nada que disculpar - le aseguró antes de dejarla continuar para escuchar sobre la decisión de sus padres mientras él tomaba asiento en uno de los sillones viendo que ella hacía lo mismo. 

Personalmente, me parece un acierto de parte de sus padres. Amo París, pero agradezco haber tenido la oportunidad de haber sido criado en los campos de Bordeaux. - sonrió con dulzura, correspondiendo su confianza al contarle aquellos detalles con información sobre él mismo - No solo es el aire más puro, sino que la posibilidad de disfrutar de terrenos infinitos para la vista de un niño compensa con creces la falta de las comodidades de la ciudad. - recordó con cariño sus excursiones por los bosques, las largas caminatas, los mundos imaginarios que podía construir en ls verdes planicies que albergaban los viñedos de sus padres - Por supuesto, de mayor, es preferible el ajetreo citadino para desarrollar una carrera profesional respetable y explorar las propias opciones, pero no descarto volver a Bordeaux en un futuro.

Por un momento, su sonrisa pareció debilitarse por apenas uno o dos milimetros, solo notorios para un excelente observador. Lo cierto era que la opción de volver a las tierras que le habían visto nacer había sido un sueño que, de haberse hecho realidad cuando tuvo oportunidad, hubiese significado que en este momento Édouard hubiese estado ocupado con la mudanza con su nueva familia. Pero no había tales lazos, y así mismo, el sueño de volver al campo con la mujer que amaba se había esfumado con la muerte de quien creía fervientemente había sido hecha para él, tanto como él para ella. 

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12/01/2018, 16:43
Lady Elisabeth S. Héloïse Des Lioncourt

De normal cualquier situación minimamente social suponía una molestia para Elisabeth.

Nunca había logrado sentirse cómoda entre otras personas, sin importar lo cercanas que fueran, o la amabilidad con la que la tratasen, pero eso no significaba que no supiera cómo comportarse en sociedad. Sus modales eran impecables. Y qué decir sobre su don para la interpretación; podía sonreír con la dulzura de un ángel mientras, en su interior, deseaba desgarrarse el vestido y salir a correr bajo la luna llena, lejos de ese hipócrita teatro que era la burguesía.

Pero lo peor era la dichosa capacidad con la que nació a causa de su naturaleza. La capacidad que le permitía percibir los sentimientos ajenos, y en ocasiones hasta sentirlos como propios, tal y como estaba ocurriendo con la repentina tristeza de su acompañante.

Conocía "qué", mas no el "por qué", aunque la incertidumbre no impidió que quisiera suavizar el pesar de Édouard después de que una sirvienta entrase a servir el té, dejando una bandeja con dos juegos de tazas de porcelana, la tetera humeante, un azucarero, la jarrita de la leche y una bandeja de aperitivos dulces antes de retirarse.

¿Ha dicho Bordeaux? Debe de estar preciosa en esta época del año. —Le dio un sorbo a su té, preparado al estilo inglés que tanto le gustaba a Tata Eve, con leche, azúcar y limón.— Tuve la suerte de conocerla en una ocasión, hace mucho tiempo. —Sonrió, saboreando los recuerdos que se refrescaban en su mente.— Fuimos a ver una obra en el Grand Théâtre, y no pude evitar enamorarme del arte que surgió de Victor Louis al erigirlo. Me hubiera quedado horas y horas admirando su imponente estructura, las columnas corintias que lo mantenían, los frescos internos...

En el fondo Elisabeth era un buena persona, pura. El problema era la dificultad para confiar en los demás que cargaba.

Las personas estaban hechas de ambición y mentiras.

Quizás esa fuera la razón de su rechazo.

Se adornaban con palabras tiernas y gestos considerados al esconder sus verdaderas intenciones. Si no... ¿Cuantas veces había sido cortejada por hombres a los que solo les interesaba su cuerpo, su apellido o su riqueza? ¿Cuantas veces la habían agasajado con néctar y ambrosía cuando lo único que sentían hacia ella era envidia o repulsión? Tantas que hacía mucho tiempo que perdió la cuenta, o más bien, dejó de contarlas con tal de mantener una diminuta pizca de esperanza en la humanidad...

La cortesía era su armadura contra ese mal. Al menos en su forma homínida, claro...En el momento en el que la Diosa Luna la llamaba el son se invertía...Era libre. Podía hacer lo que quisiera sin temor a las represalias.

Recorrer los bosques en mitad de la noche, seguir el rastro de una presa, jugar en las grandes explanadas de hierba, convertir en aullidos el aura de melancolía que la cubría como un manto y que tanto le pesaba en el alma...

Y ni en semejante forma era más monstruosa de lo que llegaba a ser la raza humana, pero más le valía ir con cuidado si no quería perder el pequeño retazo de libertad que la oscuridad le concedía.

Su ingenuidad no llegaba a más. El lugar al que acababa de llegar albergaba luces y sombras. No era la única criatura sobrenatural. Y tampoco sería singular el número de aquellos que les daban caza.

En un par de ocasiones su crueldad llegó a las puertas de su pequeña ciudad. Los vió actuar desde la lejanía, matando sin rastro de compasión en sus miradas. Tuvo pesadillas durante semanas. ¿Y si sus verdaderos padres se habían topado con alguna de tan viles criaturas? No quería ni pensarlo. Debía encontrarlos. La búsqueda la llevó a la capital, y no se movería de allí hasta hallar su propósito...

Aquello le encendió la bombilla.

Y, dígame, monsieur Bonnot, ¿lleva mucho tiempo viviendo aquí? Tengo idea de los lugares que quisiera visitar, librerías y joyas arquitectónicas en su mayoría, pero agradecería cualquier recomendación. —Era una buena forma de abordar la situación, tanteando el terreno.— He oído que París está repleta de misterios y leyendas sobrenaturales la mar de interesantes.

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29/01/2018, 10:54
Édouard Bonnot

Esperó a que la mujer tomara el té que había traído la sirvienta para prepararse el propio, aunque no perdió tiempo para dedicarle una sonrisa amable en agradecimiento a la criada justo antes de que esta se volteara para dejar la habitación. Aquel brebaje caliente le venía perfectamente en ese momento, cuando necesitaba el reconfortante sabor de un buen té para dejar atrás lo que había podido ser y no había sido. Mientras se llevaba su taza a los labios, dejó ir la imagen de la roja cabellera de su prometida para concentrarse en la conversación que la mujer frente a él le proporcionaba. 

Sin duda le sorprendió la mención del Grand Théâtre. No era difícil entender que un monumento maravilloso como aquel le llamara la atención a cualquiera, sino que la pasión por la arquitectura que destilaban las palabras de la mujer y el conocimiento con respecto al origen del edificio lo que capturaron su atención. Fue tal la agradable sorpresa, que por un momento realmente olvidó lo que le había puesto melancólico al hablar de su ciudad natal. 

Me alegro de que pudiese disfrutar del Grand Théâtre y apreciarlo como una construcción como aquella merece. No muchas damas conservan interés sincero por la arquitectura - sonrió encantado, mirándola esta vez con la cercanía que producía la verdadera curiosidad - Ciertamente Bordeaux florece en esta época. No solo por sus obras y gente, sino por sus cultivos y las fiestas relacionadas. Es un estupendo lugar para visitar. - dio otro sorbo de té, para luego volver a sonreírle - Hace poco regresé de un viaje a Bordeaux. Mi familia sigue viviendo allí, por lo que procuro presentarme en mi hogar de la infancia con periodicidad. 

Cuando no se encontraba envuelto en negocios que le absorbieran cada momento de su jornada, ya fuera del tipo sobrenatural o de oficio, Édouard se hacía el tiempo para visitar a sus parientes en el campo. Ahí podía encontrar la paz de un ambiente familiar tanto como la concentración necesaria en casos difíciles, o incluso la perseverancia y espacio para poder entrenar a placer sin cuidar lo que pudiesen pensar los vecinos. Si bien su enorme casa tenía suficientes cuartos, tanto a simple vista como ocultos, para poder entrenar lanzamiento de hachas o dagas, no podía practicar con tranquilidad tiro al blanco por el ruido, ni correr por paisajes que le distrajeran del ejercicio. 

La conversación parecía encaminada hacia la normalidad, sin embargo, la última frase de la mujer le hizo detener la mirada en ella una fracción de segundo, analizando la intención tras aquella pregunta. Nada podría hacerle creer hasta ahora que esa mujer era cualquier cosa además de justamente eso, una noble dama. Era de día, no había visto rastro de rechazo animal, ningún comportamiento anormal... Lo más probable era que solo fuera una mujer curiosa con mucho tiempo para novelas de fantasía. Aquella efímera mirada quedó atrás pronto para inmediatamente sonreír con naturalidad. - En una ciudad tan llena de vida bohemia sería imposible que no lo estuviera  - amplió su sonrisa - ¿Como podrían tantas mentes creativas como las de escritores y músicos conformarse con la simple realidad científica? - dio un breve sorbo a su té. Édouard creía con absoluta sinceridad que la mejor forma de mantener seguros a los inocentes era manteniéndolos en la ignorancia. Sabía, por lamentable experiencia propia, que tan pronto se le sugería a alguien no entrar a determinada zona se veían motivados a averiguar exactamente por qué... y aquello nunca tenía buen resultado. Meterse en el territorio de una criatura viciosa no traía más que problemas, y en la mayoría de los casos, la muerte del pobre desafortunado. 

Llevo tan solo cuatro años viviendo en París, pero creo que ha sido suficiente para conocer más de algún lugar que pueda ser de su interés. Si usted quisiera y su padre estuviese de acuerdo, sería un honor ofrecerle un recorrido guiado por París. - ofreció entusiasmado por tener con quien hablar de arquitectura. Sin duda era un cambio agradable, pues las sociedades respecto a esa temática o los caballeros que había conocido en la profesión padecían de una seria e irremediable falta de pasión por aquel arte. 

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04/02/2018, 04:14
Lady Elisabeth S. Héloïse Des Lioncourt

Elisabeth asintió. La mención del Grand Théâtre parecía haberlo animado lo suficiente como para que no sintiera su tristeza. En definitiva, se preocupaba más por los sentimientos de los demás de lo que podía fingir. Más todavía de lo que se atrevía a reconocer interiormente, o de tan si quiera saber. No era tal malvado el lobo como lo pintaban, y ella se pintaba mucho peor de lo que era, pues de no hacerlo ¿qué males le causarían, alejado el respeto que el miedo confería, además de los que ya sufría?

A mi padre también le alegró, no le quepa duda. Fue él quien me instruyó en el arte de la arquitectura, una de sus mayores pasiones, y talentos; no son pocos nuestros conocidos cuyas residencias y mansiones han sido diseñadas por sus manos. —No podía disimular la sonrisa con la mera mención de su padre. Se le llenaba el corazón de alegría cada vez que hablaba del hombre al que más quería en el mundo entero, y que tanto la adoraba, por mucho que no compartiesen la misma sangre, detalle que a la gente siempre le importaba en demasía, para molestia de su progenitor.— Por mi parte, lo único que he sido capaz de crear fue un simple quiosco en el jardín, con la ayuda de padre, claro. —Se encogió de hombros.— Sin ningún tipo de intervención...—Alargaba la incógnita más por la duda de si continuar, que por no recordar la respuesta.— ...una casita para pájaros. —Admitió, con un gesto cerca de la carcajada rápidamente apaciguada.— Mi conocimiento y admiración es con creces mayor a mi maestría práctica en la materia, me temo. Aunque debo añadir, sin ánimo de sonar prepotente, que esa casita para pájaros no salió tan mal como esperaba. A las aves no pareció importarles su apariencia...pero agradecí que no estuviesen dentro cuando se vino abajo. —Al menos era sincera, o con eso se consolaba.

La joven le dio otro sorbo a su té.

Durante un segundo se le atravesó la idea de que quizás el anterior sentimiento de aflicción de Édouard se había debido a encontrarse lejos de su familia, pero ahora no parecía entristecerle. Para ella era diferente.— Debe de ser duro estar en una ciudad distinta a la de sus seres queridos y familiares. Tendrá que decirme su secreto, pues no llevo ni media semana lejos de mi hogar y ya me afecta la distancia. —Al menos el poder llevarse a Pecado consigo era de gran ayuda.

Y, en contra de lo que habría esperado, el efecto de sus palabras con respecto a temas más sobrenaturales, provocó una rara reacción en Édouard, imperceptible para un humano, mas no para un licántropo.

Había supuesto emociones más enfocadas a la sorpresa, la extrañeza, la curiosidad o incluso la mofa. Basándose en pruebas anteriores, los sentimientos procedentes de Édouard eran insólitos.

También estaba esa inquietud en su interior, esa pequeña vocecilla, su instinto lobuno, que trataba de alertarla sobre algo. Pero...¿qué era? ¿Qué escondía aquel hombre, tan mundano que casi resultaba insípido? No veía indicios de que fuera una mala persona, de momento, y no encajaba en su perfil de "hombre sin escrúpulos". Tampoco tenía un olor diferente al del resto de humanos. Nada familiar, nada con la peste de la muerte de los no-muertos, nada fuera de lo común.

¿Qué oculta, Monsieur Bonnot?

Entonces le tomo la palabra, si no le importa, y le doy las gracias de antemano. Como le digo, mi padre sigue en la casa de verano, con mi madre, y es madame Evelyne quien toma estas decisiones, pero no me cabe duda de que aceptará. —Tomó el azucarero para echarse un terrón de azúcar más, ofreciéndoselo antes a Édouard, a quien miró a través de la densidad de sus pestañas negras. Su instinto seguía allí, y debía complacerlo, con un nuevo tanteo.— Cuatro años...ajá....¿sabe también algo sobre el ámbito ecuestre de París? Tengo pensado dar un paseo en la profundidad del bosque con Pecado. Cuando pasé de camino a aquí tenía aspecto de ser tranquilo, y quisiera probar el terreno, por lo que me preocupa que sea frecuentado con normalidad por otros jinetes. Ha podido comprobar de primera mano cómo es Pecado, y su relación con otros caballos no es mejor que con las personas.