Aquella taberna tuvo en su día un bonito nombre más nadie podía recordar cual era. Todos la llamaban "El cruce de caminos" por varios motivos. El primero era su situación, entre el barrio de clase acomodada y un de clase media-baja, otro venía siendo por su mala reputación y esa vieja creencia a pensar el demonio habitaba los caminos cruzados. Los hombres de clase media iban a olvidar las penas y los de clase alta a buscar compañia femenina en sus inmediaciones y a divertirse apartados de los ojos de quienes les creian personas decentes y sin tacha.
Sylvie solía acudir a aquel local portando vestimentas discretas cuando le era posible. A veces la mujer podía pasar por un muchacho joven en la distancia, gracias a la robusta chaqueta en la que solía esconderse. Generalmente acudía ahí en busca de rumores: observar las infidelidades de algunos hombres hacia sus parejas a veces era un buen método para recurrir al chantaje, o para vender la información a sus rivales e incluso a sus esposas.
También solía buscar buenos partidos para sus propios intereses, desde gente con tendencia a acabar lo suficientemente ebria como para ser incapaz de preocuparse por la integridad de su bolsa, a futuros compañeros de negocios.
Aquella noche no estaba siendo especialmente fructífera, pero por lo menos había logrado que la invitaran a un par de copas. Ahora se encontraba sentada en una mesa que hacia esquina, observando abstraídamente a la clientela que iba y venía.
Alistair irrumpió en silencio en el interior de El cruce de caminos y se dirigió directo hasta la barra. Después de la conversación que había mantenido esa mañana, había decidido que permanecería en París por un tiempo, al menos hasta que pudiera conocer todos los secretos mágicos que escondía la Ciudad de la Revolución. Aunque para ello, necesitaba aliados, personas que trabajasen para él proporcionándole rumores, protección, recursos y todo cuanto necesitara. Para el hechicero, el caos que provocasen en la ciudad sólo sería una desafortunada consecuencia.
No había acudido a El Cruce de caminos para encontrar aliados, sino para relajarse tomando una copa o hallar un poco de compañía femenina. Alistair se preguntó si en la taberna habría alguna prostituta pelirroja con la que satisfacer sus más bajos instintos.
Se llevó la mano a su bolsillo derecho y acarició los pequeños guijarros que guardaba en él, convirtiéndolos en numerosos francos de oro. Tomando varias de aquellas monedas que acababa de crear mediante su magia, las apoyó sobre la mesa y se dirigió al tabernero.
-Una copa de tu mejor whisky -le pidió, y añadiendo una moneda de oro más, añadió-: Y esta pequeña propina por si puedes encontrarme a una dama pelirroja a la que no le importe gozar de la compañía masculina por unos cuantos francos.
Una vez que el tabernero le sirvió el whisky, Alistair le dio un pequeño sorbo a la copa y se giró para observar a las numerosas personas que se hallaban en El Cruce de caminos. Carraspeó. Sus ojos acababan de clavarse en un joven de cabello negro y vestido con una chaqueta, situado en una de las esquinas de la taberna, una posición perfecta para captar todo movimiento de quien entrase y saliese en el local, sin llegar a ser visto de un simple vistazo. "Chico listo", se dijo.
Sin embargo, al escrutarle con la mirada, advirtió que aquellos ojos no eran los de un hombre, sino que se trataba de mujer joven que parecía estar tratando de pasar por un muchacho. Desde su posición y sin mantener un contacto visual directo, al hechicero le resultaba imposible leer la mente de la mujer para conocer cuáles eran sus motivaciones. Aunque por el momento, ella ya había captado su interés.
-Otra copa de ese whisky, por favor -le pidió al tabernero, ofreciéndole más francos de oro.
En cuanto el tabernero le sirvió el whisky, Alistair tomó la copa y se dirigió hasta la esquina en la que se encontraba sentada la joven.
-¿Gustáis? -le preguntó el hechicero a la mujer, ofreciéndole la copa del caro whisky que acababan de servirle.
Sin esperar a recibir una respuesta afirmativa o negativa por parte de la joven, Alistair tomó asiento frente a ella y esbozó una sonrisa maliciosa. Sabía que le bastaba con mirarla a los ojos para saber su nombre, su pasado, sus miedos y deseos, pero la mujer había captado su interés, por lo que el hechicero no pensaba en leer su mente como hacía siempre con aquellos a quienes controlaba y corrompía. A veces, comportarse como un humano corriente le resultaba mucho más divertido.
-¿Qué lleva a una joven parisina a acudir a un antro como este? -preguntó, con interés.
La mujer permanecía cruzada de piernas, y con la cabeza apoyada en una de sus manos, con el codo apoyado en la mesa. Estaba ya planteándose marchar cuando vió llegar a aquel hombre. No sabía cuál era el motivo, pero había algo en él que llamó su atención. No le pasó inadvertida su bolsa cuando pagó al posadero, a juzgar por la cantidad entregada debía ser algún licor de gran calidad.
Observó algo sorprendida como tras ello, se dirigía a su mesa. Quizás aún no era el momento de volver a casa.
-¿A quién debo el placer? -preguntó con voz melódica, en un tono que mostraba cierta seguridad, tal vez estaba acostumbrada a que se le acercaran tomándola por una ramera barata. Si bien era cierto que solía alquilarse, lo hacía siempre desde la discreción y escogiendo la clientela con buen gusto. Sin embargo tomó la bebida y tras examinar su contenido inclinándola un poco, dio un pequeño e insonoro sorbo, apenas mojándose los labios y paladeando para saborear el whisky.
-Una viene y va allá donde cree poder obtener diversión o algún beneficio. -Expresó con parsimonia, aún examinando a Alastair con la mirada. Parecía una mujer bastante curiosa y aunque trataba de ser sutil, no ocultaba del todo su descaro.
-Incluso a veces logro beber gratis. -Bromeó ahora mientras giraba ligeramente la copa con un suave movimiento de muñeca, haciendo que el líquido de su interior se bamboleara ligeramente.
-Vaya, yo siempre bebo gratis -declaró el hechicero, con una sonrisa pícara.
Sabiendo que la joven no sabría a qué se estaba refiriendo con sus palabras, Alistair introdujo una mano en uno de los bolsillos de su traje y sacó de él un franco de oro. Sujetando la pequeña moneda entre los dedos índice y corazón, hizo bailotear el franco, mostrando que en efecto se trataba de una moneda por ambas caras. Luego, acercó su otra mano y la colocó sobre la moneda, cubriéndola. Al retirarla, el franco de oro había desaparecido y en su lugar había un pequeño guijarro atrapado entre dos de los dedos del hechicero.
-Digamos que es un pequeño truco que aprendí hace mucho tiempo -se limitó a decir.
Alistair apoyó ambas manos sobre la mesa, juntándolas, en una postura que casi recordaba a la de un sacerdote a punto de iniciar un rezo. Miró directamente a la mujer a los ojos.
-Mi nombre es Alistair Klein, mago y escapista -fue su presentación, en tono cordial-. No negaré que también busco diversión allá donde voy, aunque el benificio... -sonrió con malicia-, para mí es lo principal. ¿A qué os dedicáis?
-¿Mmmh? -ladeó ligeramente la cabeza mientras seguía con la vista el movimiento de la moneda. Al principio, divertida por como oscilaba entre sus dedos, aunque no era el primer artista en ese aspecto que había conocido. Sin embargo sus ojos se abrieron un poco más, denotando sorpresa, cuando el franco fue sustituido de aquella manera. Meció la cabeza al lado opuesto fijándose aún en sus manos, como si quisiera descubrir el truco. Pero aquello quedaba fuera de su alcance.
-¡Vaya! Ahora no sé si deciros que vuestra invitación ha perdido valor o alabar vuestra gracilidad. -dijo divertida mientras daba otro sorbo a la copa, antes de dejarla sobre la mesa. Se frotó una de sus mejillas, que permanecía ligeramente encendida, posiblemente ruborizada por el alcohol. Distaba de estar ebria pero aquella no había sido ni la segunda ni la tercera copa de la noche.
-Me llamo Sylvie. -expresó de manera sencilla, omitiendo el apellido al creer que ya carecía de importancia-. Y me temo que mis oficios son tantos, que lo sensato será declararme como una mera superviviente, para no aburriros. -añadió pensativa, antes de apuntar discretamente con el índice el resto del salón, con un movimiento circular de muñeca- Por aquí, entre otros lugares, suelen encontrarse oportunidades de negocio si se tienen oídos prestos.
Alistair escuchó con atención las palabras de Sylvie, mientras uno de los dedos del hechicero realizaba círculos sobre el borde de la copa de whisky que tenía a medio consumir.
-Y entre esos muchos oficios que desempeñáis, ¿no se encontrará por casualidad el de ser una vendedora de información? -preguntó Alistair, esbozando una sonrisa maliciosa. Había decidido no leer la mente de la mujer, al menos por el momento-. Como seguramente hayáis intuido, acabo de llegar a París y me gustaría poder contar con unos ojos y oídos que me ayudasen a conocer más sobre esta bella ciudad y sus habitantes. Pagaría bien, por supuesto. La riqueza nunca ha sido uno de mis problemas.
Como si necesitase recalcar el poder de sus habilidades, el hechicero guarda en su puño el guijarro que antes había depositado sobre la mesa. Al volver a abrir el puño, el pequeño objeto ya no es una piedra, ni una moneda de oro, sino un diminuto rubí.
Sylvie tomó la silla y la acercó más a la mesa, ladeándose ligeramente en la misma y haciendo que esta se tambalee un poco. Parecía controlar bien el movimiento entreteniéndose con el mismo, aunque posiblemente aquel comportamiento se debiera a su ligero estado de ebriedad.
-¿Vendedora de información? -dijo bajando un poco el tono de voz, deteniendo el movimiento de la silla para ladear un poco la cabeza-. Una escucha y ve algunas cosas por aquí y algunos otros lugares. -expresó gesticulando discretamente con la zurda, al inicio abarcando el interior de aquella taberna, y después el exterior, señalando ventanas y puertas-. Anuncios de festejos, rumores de traspaso de negocios, infidelidades. A veces me entero de todo un poco, ¿si? ¿Cuál es vuestro interés? Tal vez... -dejó la frase inconclusa, percatándose del nuevo gesto.
Sus ojos brillaron con cierto interés al observar aquel rubí. Luego soltó una risita que pronto ahogó con la zurda tapando sus propios labios.
-¿Dónde está el truco? -preguntó con cierto escepticismo tras haber visto sus anteriores capacidades. Por lo que ella respectaba, a esa distancia bien podría ser una piedra pintada.
Alistair advirtió aquella mezcla de interés y escepticismo en los ojos de la mujer, tan habituales en las personas a las que mostraba sus talentos.
-Eso es lo mejor de todo -declaró, con una sonrisa satisfecha-. No hay truco. El guijarro era un guijarro, pero también puede ser una moneda, un rubí o lo que podáis imaginar.
El hechicero empujó el rubí con el dedo índice de su mano derecha hasta situarlo al lado de la copa de whisky de Sylvie, ofreciéndoselo.
-Consideradlo un regalo como gesto de buena voluntad, o un primer pago por adelantado por los servicios que me podáis prestar en el futuro, como prefiráis -afirmó Alistair, en tono serio e impertérrito. A continuación, procedió a explicar a la mujer lo que necesitaba-. Dicen que París oculta más de un secreto. Secretos que harían que un hombre capaz de convertir piedras en rubíes pase totalmente desapercibido en comparación. Necesito saber quiénes moran en esta ciudad desde las sombras. Personas con capacidades especiales para las que lo que acabo de hacer no deja de ser una nimiedad. Os pagaré bien, por supuesto. También necesitaría información sobre posibles lugares en los que alojarme, siempre y cuando sean lo suficientemente discretos como para no revelar a quiénes acojen bajo su techo. ¿Conocéis a alguien que case en esa descripción, lady Sylvie?
Sylvie apoyó una de las manos en la mesa, deteniendo el tránsito de aquel pequeño rubí para luego sostenerlo con un par de dedos. Lo examinó con ojo crítico y quizás incluso con cierto saber hacer, fuera como fuera, la sonrisa que se le dibujó en el rostro mostró que estaba más que satisfecha.
-Ya, decís que sois como aquellos que se hacen llamar alquimistas y pueden convertir cualquier sustancia en otra, ¿no? -preguntó aún con una ceja alzada. A todas luces no parecía creerle, pero sin duda había juzgado que sus capacidades le resultaban interesantes.
-Os lo agradezco. -dijo devolviendo la mano que sostenía el rubí bajo la mesa, lejos de la mirada de cualquiera, para esconder el susodicho en un bolsillo oculto en la cara interior inferior del pantalón que llevaba.
Escuchó con atención aquello que tenía por decir, tomándose una mano con la otra mientras evaluaba sus palabras. Era cierto que últimamente estaba viendo algunas cosas complicadas de explicar de un modo puramente racional, pero no se atrevería a afirmar algo como lo que exponía Alistair. Sin embargo se encogió de hombros y finalmente se aventuró a contestar.
-Que coincida con vuestra descripción, se me ocurre un negocio familiar -hizo una pequeña pausa, tal vez añadiendo algo de dramatismo-. Aparentemente vende remedios naturales, pero no se anuncia públicamente. Sus clientes la conocen a partir del boca a boca, lo cuál, probablemente indica que algo oculta. Me la recomendaron en una ocasión en la que sufría de fiebres, pero mi falta de medios en aquel entonces evitó que me personara en el negocio. Sin embargo me juraron que la mujer que regenta el negocio es capaz de sanar la peor de las enfermedades.Incluso escuché que deshacía maldiciones. -explicó bajando un poco el tono. Estaba claro que parte del relato no acababa de creérselo ni ella, siendo bastante escéptica. Y que consideraba que posiblemente se tratara de alguna curandera magnificada por la rumorología. Pese eso, parecía creer que su mención podría resultar interesante.
-Si quiere visitarla, habita una pequeña casa de dos plantas, cerca del río. Busque por la señora Grinac y seguro que la encontrará. -expresó con sencillez llevando una mano al pecho.- Y hablando de hogares y alojamiento, yo misma dispongo de una casa bastante espaciosa. Ahora mismo sólo habitada por mí y un inquilino. Aún dispone de algunas carencias, es demasiado grande para tan poca gente. Pero la discreción reina en ella.
-Alquimista sería un término demasiado científico para definir lo que soy, aunque os lo admito -comentó el hechicero, con una sonrisa aviesa, para acto seguido dar un trago con el que terminó su copa de whisky.
Mientras escuchaba las palabras de Sylvie acerca de la señora Grinac y sus supuestas habilidades curativas, Alistair pasó una mano junto a la copa, realizó un rápido chasquido de dedos y esta volvió a llenarse de alcohol, tal y como se encontraba al principio.
-Creo que visitaré a esa señora Grinac -afirmó el hombre, a quien la información proporcionada por la mujer le había convencido de que, al menos, aquella curandera merecía una visita-. ¿Sanar enfermedades? ¿Deshacer maldiciones? Habéis captado mi interés, sin duda. Creo que, mientras viva en París, vuestra colaboración me resultará de lo más productiva. -Alistair dio un nuevo sorbo a su bebida, mientras pensaba en acudir a visitar a Grinac a la mañana siguiente. Depositó la copa y volvió a dirigirse a Sylvie-. Con respecto esa casa vuestra, me basta con que sea lo suficientemente discreta. ¿Cuál consideráis que podría ser un buen pago para poder alojarme en ella?
La mujer asintió ligeramente. Había algo que no acababa de cuadrarle acerca de Alistair, pero tampoco era demasiado supersticiosa y aquello de aceptar que aquel truco era realmente magia no acababa de ir con ella. Sin embargo por el momento tampoco había encontrado otra explicación, se consideraba bastante perceptiva y no había encontrado el truco aún estando alerta. Sería cosa del alcohol...
-De seguro que visitarla os satisface, si sus habilidades os son necesarias en algún momento. Según sé, es la mejor curandera que encontraréis en la zona. -comentó rascándose el cuello por un instante, pensativa. Ladeó un tanto la cabeza sopesando cuál podría ser el pago adecuado para un inquilino como él- Apenas cobro algunos francos a la semana, adelantando la primera y conservando otra como fianza. Pero, es posible que se me ocurra otra clase de pago, si de verdad sois tan... hábil. -dijo aquello último frotándose un ojo con la zurda, si bien vocalizaba correctamente y tenía pleno control de sus movimientos, tanto el whisky como las copas anteriores habían hecho que se soltara algo más- Además de crear rubíes de la aparente nada, no contactaréis con espiritus, ¿verdad? -preguntó en un tono más bajo. Tal y como sonreía parecía burlarse de si misma por la pregunta que había hecho.
Alistair arqueó una ceja ante la pregunta de Sylvie. Pese a que se había prometido no leer la mente de la mujer, esta estaba aumentando poco a poco su interés de hacerlo, aunque el hechicero se hallaba seguro de que descubrir sus secretos por sí mismo sería mucho más divertido.
"No es común que una persona esté interesada en hablar con espíritus si no es aficionada al espiritismo o ha perdido a alguien querido recientemente" se dijo el hechicero, para sí. Y advirtiendo que Sylvie era bastante práctica, era más probable que hubiera perdido a una persona cercana a que fuera una apasionada del espiritismo.
-Tengo muchos dones y entre ellos, sí, puedo contactar con los espíritus de los difuntos -reveló Alistair, bajando aún más su tono-. Aunque en un lugar como este -El hombre observó con desgana la bulliciosa taberna en la que se encontraban-, es muy poco probable que pueda contactar con nadie. Necesitaría una estancia silenciosa en la que pudiera concentrarme y un objeto que pudiera pertenecer a la persona difunta. Teniendo ambas cosas, no debería serme muy complicado conversar con alguien del Otro Lado.
La mujer asintió lentamente, sopesando las palabras de Alistair. Seguía sin tenerlas todas consigo, a fin de cuentas su forma de pensar no iba a variar de un día a otro, pero la cantidad de cosas extrañas que estaba presenciando últimamente hizo que no cerrara aquella puerta de inmediato.
-Mi hogar es bastante tranquilo la mayor parte del tiempo. En cuanto al objeto, si bien no será una petición que os vaya a hacer inmediatamente... lo tendré a mano cuando considere que es el momento y os venga bien. -comentó en un tono tampoco demasiado alto, algo incómoda por el asunto a tratar, pese a que había sido ella misma quien lo había presentado en la conversación.
Entrelazó los dedos de ambas manos y flexionó los brazos hacia adelante, para desperezarse.
-Creo que se acerca mi hora de partir. Os puedo mostrar la casa si gustáis, sinó, aquí podréis encontrarme a menudo. -cabeceó discretamente señalando el resto del local.
Alistair sonrió con picardía. Parecía que había conseguido una casa en la que poder dormir durante las noches y, en cierto modo, el pago del alquiler le había salido gratis. Al menos, mientras tuviera suficientes guijarros a mano a los que convertir en piedras preciosas u oro.
-Creo que os acompañaré a vuestra casa -decidió el hechicero, sin pensarlo demasiado-. Me vendría bien un lecho en el que dormir cómodo. Mi espalda ya no es lo que era.