—Tiene razón, Hakkon —dijo, golpeando la mesa con el vaso vacío—. Si la cabeza está libre, tarde o temprano volverá a conseguir músculo para continuar lo que estaba haciendo. Además, la razón por la que estaban capturando niñas pequeñas, quiero saberla.
¿Podía dejar a su familia atrás si la respuesta estaba en un lugar lejano? Cesare ya era casi un hombre, solo le faltaba subir el último escalón que separaba la niñez de la vida adulta. Pero Lucrecia era todavía una niña. A veces costaba verla como tal, tan inteligente, mucho más que Damira, quizás incluso más que su hermano, y tan precoz. A veces parecía una mujer diminuta, caprichosa e inmadura, pero solo tenía ocho años.
Y Cassio. Para Cassio es lo mismo que esté en casa o en la otra punta de Faerûn.
La exclamación de Céfiro interrumpió el cursos de sus pensamientos.
—¿Qué es, Kayle? —inquirió, preocupada, al ver que sacaba algo del cadáver, y la reacción de la maga al verlo. ¿Qué más podía hacerle el esclavista muerto?
Kayle tragó saliva, no le salía la voz para contestar en ese momento aunque tampoco es que hiciese falta. En lugar de responder con palabras se llevó la mano libre al cuello para coger el colgante que siempre llevaba puesto: una runa del aire de plata.
Sostuvo los dos fragmentos uno junto al otro, el que Céfiro había cogido del cuerpo de Valiskan era un círculo de ónice con un hueco en el centro... que también era una runa del aire. Parecía hecho a medida para encajar con el suyo.
—Tengo... n-necesito... —tartamudeó tras varios segundos. Contuvo el aliento y aferró los dos fragmentos contra el pecho en un apretado puño haciendo un esfuerzo por mantener la compostura—. Algo de... aire. Os espero fuera.
Echó a andar sin brusquedad pero sin esperar respuesta hacia la salida. Viniendo de ella quizá sonase irónico pero era verdad: necesitaba respirar el aire fresco del norte. El de allí dentro le estaba empezando a resultar pesado y denso, como si se le atascase en los pulmones.
Esquemáticamente, lo que ha encontrado Céfiro es así:y lo que tiene Kayle es así:
-Iré contigo -dijo Tabin a Morgan-. ¿Alguien más?
—No estaba con vosotras cuando empezó todo esto —dijo Damira, sujetándose el escudo de Valiskan a la espalda—, pero voy también.
—Y yo —dijo Payne—. Como máxima autoridad de Loviatar llegaré hasta el final en este asunto. Tal y como prometí.
La sacerdotisa fue hacia vosotros y dirigió una mirada indescifrable hacia las manos enlazadas de Tabin y Morgan.
—Estaba equivocada —admitió, desviando la vista—. Morgan... nos ha ayudado a llegar al fondo de esto. Y tal vez nos haya salvado la vida.
Miró a Tabin, esta vez a los ojos.
—Tú y yo somos tan diferentes como el día y la noche. Pero respeto que lucharas cuando lo hiciste.
Bel aún estaba siendo atendido por Aramil, y levantó una mano en gesto de indefensión.
—Yo... os veré más tarde, ¿vale? Prefiero que un clérigo convierta este tormento en un conjunto de cicatrices digno de una buena historia de taberna. Y quizá de una buena moza —dijo, sonriendo pese a que se le notaba cada vez más pálido.
Tabin le devolvió una mirada cargada de orgullo.
-Y yo respeto que nos ayudaras en la lucha. -Se sonrió con tristeza-. Puede que esté siendo una ilusa, pero quizá algún día logres recuperar la fe que perdiste cuando te convertiste en lo que eres ahora. Es más fácil odiar que amar porque para entregar tu corazón a otra persona has de tener valor. Pero las recompensas son infinitas. Incluso cuando sale mal. -Desvió la mirada hacia Morgan y le apretó suavemente la mano-. Merece la pena.
Morgan enarcó una ceja.
—No tienes ni la más remota idea de cómo crían a las sacerdotisas de Loviatar ¿no? —inquirió Morgan—. Tal y como las educan las convierten en.... bueno, siendo compasivas, tullidas emocionales. Lo más probable es que le cueste diferenciar entre la mayoría de sus emociones y se sienta cómoda sólo con el odio, la ira y la condescendencia porque la hacen sentirse fuerte.
Payne apretó la mandíbula.
—Para —dijo, como si Morgan la estuviera diseccionando en pedacitos para estudiarlos primeros y reírse de ellos después.
—Te quebraron ¿no? Te quebrantaron hace hace años y al curarte quedaste jorobada —señaló—. Pero Tabin tiene razón en una cosa: puedes elegir estar sana. Quedarán cicatrices desde luego, pero puede ser mejor mujer de lo que eres ahora.
Payne lazó una risa desdeñosa.
—¿Una mujer que se parezca mucho a ti? —respondió con sorna.
Morgan se encogió de hombros.
—Me temo que yo también tengo algo de tullida emocional. Demasiado cerebro, dicen. Demasiado cómoda en mi propia mente. Pero yo nací así, a ti te hicieron.
Payne no contestó, se cruzó de brazos y miró para otro lado.
-Yo también voy.-Respondo separándome dos pasos de Bel y echando un ojo al vendaje que le he colocado.
-Lamento no haber podido hacer más, chico, pero mi magia da para lo que da y no me quedaban conjuros. Si no la habría usado contigo para curar eso en un segundo.-Digo con una cierta pesadumbre mientras lo miro.-Por cierto, si vas a ver a un clérigo creo que no te dejará cicatrices... al menos los que yo conozco no suelen hacerlo. Si las quieres lo mejor que puedes hacer es dejar curar esas heridas siguiendo el curso normal de la sanación del cuerpo. Si eres capaz de soportar el dolor media docena de días te quedará un cisco ahí que seguramente vuelva loca a cualquier moza de taberna. Busca algo de ropa que deje entrever alguna parte de las cicatrices, no menciones que eres nigromante, sino mago en general, haz dos tonterías con un poco de magia y disfruta de la juventud.
Dicho esto y con una sonrisa me dirijo hacia mis compañeras.
-Vamos a ver a la vocal.-Añado. Sin embargo algo en mi interior me impulsa a acercarme por un instante a Payne. Puede que lo que debo decirle no le guste, pero espero que al menos me escuche.
-Payne, en primer lugar te doy las gracias por ayudarme con tu magia en la anterior batalla.-Comienzo diciendo.-No tenias por qué, así que te lo agradezco. En segundo lugar, voy a decirte algo. Puede que no te guste, puede que incluso te parezca una estupidez, pero es lo que soy, es lo que siento y creo que debo decírtelo.
Tomo aire un instante y continúo.
-Puede que lo que Morgan dice no te guste, sea en el fondo o en la forma, pero algo de razón si que tiene. Uno no puede condicionarse a sí mismo toda una vida por la educación que ha recibido. Mírame a mí. Soy un enano criado por elfos. Un jodido enano criado por elfos. Puedo... podía haber permanecido en el bosque de mi círculo toda mi vida, y habría sido una vida feliz, pero algo en mi interior y en mi exterior me decía que no soy como ellos. Yo pude elegir, pude y puedo marcharme de mi bosque, conocer a mi clan, a mi familia, entenderlos, comprender su modo de vida y elegir por mi mismo si volver o no.
Mi padre adoptivo hizo un druida de mi, casi podría decirse que me formaron como un druida elfo. Hay palabras del enano que aún no entiendo y otras que he aprendido hace menos de un año, pero sin embargo soy capaz de hablar élfico casi en cualquiera de los dialectos que se hablan en el bosque de donde vengo. Pero mi educacion, mi formación, no es suficiente para mi igual que puede no serlo para ti. Yo busco mi lugar en el mundo, mi yo, mi sitio y mi identidad. Eso no me convierte en un mal servidor de Mielikki, me convierte en alguien que aspira a ser feliz del mismo modo que puedes hacerlo tu.
No tienes por qué ser como Morgan. A su modo es una mujer increible, lo acaba de demostrar, pero es solo una del infinito abanico de posibilidades que se abre ante ti. Damira, Kayle, Tabin, Bel... Ellos también son ejemplos de esas posibilidades. Puede que a primera vista las deseches todas, pero al menos piensa en ello con detenimiento. Estudia la posibilidad del cambio como algo bueno. No tienes que volver la espalda a tu fe ni a tu dios, solo tienes que centrarte un poco más en qué quieres para ti.
Esa es la poca sabiduría que puedo aportarte. Haz con ella lo que estimes oportuno.
Damira se sirvió otro vaso antes de irse, mientras esperaba a que todos estuvieran listos; el último de la botella. Caliente, esta vez. El intercambio que se producía entre las tres mujeres y el sermón de Aramil arrancaron un suspiro de lo más profundo de sus pulmones.
—Si ha llegado el momento de sincerarse —dijo, con gesto serio pero la mirada perdida—, debo haceros una confesión. En realidad soy un ogro.
Payne encontró en el comentario de Damira el escape perfecto para desviar la atención sobre su persona y no tener que responder a Aramil:
—Si algo parece un ogro y huele a ogro, es que es un ogro. Nada que no supiéramos ya.
Una risotada se escapó de los labios de Damira. Tuvo que hacer un esfuerzo para que no se convirtiera en la primera de muchas. El exceso de alcohol y la pérdida de sangre no hacían una buena sopa.
—¿No serás mi hermana perdida? —preguntó, repuesta del conato de ataque de risa, antes de mirar a los demás—. Deberíamos irnos antes de que encuentre otra botella.
Tabin dejó escapar un suspiro de exasperación.
-Payne, cállate. -Qué poco había durado la tregua-. Ya hablaremos sobre... todo eso después -Hizo un gesto descuidado con la mano. Las palabras de Aramil la habían mareado-. Vamos a ver a la Vocal. No podemos dejar que Jezzen se nos escape.
-De acuerdo, vámonos.-Digo saliendo. La sacerdotisa no me responde, pero no siempre hace falta. A veces el silencio es la mejor respuesta.