De dos maneras podía llegar el viajero a Nesmé: en barco o a caballo. La ciudad se presentaba diferente al que venía por tierra que al que lo hacía por el río.
El jinete veía despuntar en el horizonte los tejados cubiertos de nieve, agitarse las banderolas, girar las veletas, echar humo las chimeneas. Veía un montón de luces encendidas brotando de las ventanas, resplandeciendo en un mar blanco, y pensaba en las ventanas de un barco. Sabía que era una ciudad pero la pensaba como una nave que lo iba a sacar de los páramos congelados, un velero a punto de partir a tierras cálidas, con el viento hinchando las velas todavía sin desatar. Y pensaba en todos los puertos del Mar de las Espadas, en las exóticas mercancías procedentes de Calimshám o Tethyr que los estibadores descargarían en los muelles, en las tabernas donde tripulaciones de distinta bandera se romperían la cabeza a botellazos.
En la neblina del río el marinero distinguía una suave colina que le recordaba al lomo de un caballo, flanqueada por las altas murallas de piedra le recordaba la forma de una silla de montar. Sabía que era una ciudad pero la pensaba como un caballo de cuyas albardas colgaban odres y alforjas de joyas grandes como puños, de buen acero enano y mágicas piedras chardalyn. Y se veía a la cabeza de una larga caravana que lo llevase del interminable río al antiguo y perfumado bosque de majestuoso silencio, a las casitas encaladas donde chisporrotearía alegre una fogata, al castillo de sólida roca tallado en la montaña que habría resistido innumerables ataques de trolls y uthgardt.
Cada ciudad recibía la forma del desierto al que se oponía; y así veían el jinete y el marinero a Nesmé, ciudad de confines.
Pero la visión que tenías tú de Nesmé, como druida, era muy distinta. Para ti era como un ecosistema en si misma, como una madriguera enorme en la que coexistían en paz hombres, elfos, enanos y gnomos por igual, de muy distintos orígenes y condiciones. Era una mañana fría, y el aliento se condensaba en nubecillas. El cielo, blanco, presagiaba quizá la nieve del invierno por llegar.
Un hombre al que conocías bien hablaba con una pareja de Jinetes de Nesmé, la guardia de la ciudad. Se trataba de Brottor, y la forma en la que tenía cruzados los brazos y el ademán imperativo no presagiaba nada bueno.
—¿Y a nosotros qué? No somos tan idiotas como para que nos roben a nuestras hijas delante de nuestras narices.
Camino por el bosque con paso relajado. A pié puedo tardar una eternidad en llegar, pero me da igual, no tengo prisa. La ciudad no va a ir a ninguna parte.
Satara me sigue con mi misma tranquilidad. Sus pies, gracias a los dioses, son más veloces que los míos, con lo que puede adelantarse y cazar lo bastante bien para que ambos estemos bien nutridos durante el viaje. Mi poder para crear agua es más que suficiente para darnos de beber a los dos durante el día, así que apenas si tenemos que preocuparnos por los manantiales.
A lo lejos se ven los primeros edificios cubiertos de nieve. El clima es duro, pero los hombres y las demás razas no se detienen ante nada a la hora de edificar sus ciudades, y eso es algo que Umberli y el resto de dioses de la naturaleza les hacen pagar de vez en cuando. Conforme me voy acercando, voy viendo la ciudad con más claridad. Un grupo de personas entre las cuales hay una que me resulta terriblemente familiar discuten a la puerta. No conozco el motivo de su discusión, con lo que prefiero mantenerme al margen. Es probable que la guardia me ponga algún problema para entrar con Satara, como en algunas de las ciudades que he visitado, con lo que le hago un gesto para que se acerque a mí. Si nos ven juntos es posible que sean más comprensivos.
Una vez ha venido a mi lado, me acerco a la entrada de la ciudad.
-Buenos días.-Digo a todos al llegar.-¿Podemos pasar?
El camino se hace largo y frio. Cada paso al norte hay menos comida y es más difícil encontrarla, sin embargo por algún motivo debemos avanzar. El aire se torna frio y huele a humanos. Muchos humanos, Gnomos, enanos... Todos juntos en una enorme madriguera. Quizás pueda entrar en esta o quizás deba quedarme fuera. No me importa, puedo buscar una entre la nieve y la roca.
Nos acercamos a la boca de la madriguera. Es como las demás, cavada en roca. Aramil me hace un gesto para acercarme a él y empieza a hablar con parte de la manada que habita en esta madriguera. Me acerco y me tumbo a sus pies. Espero que no tarden mucho, aquí hace frio.
Los Jinetes intercambiaron una mirada.
—Pues... no somos los encargados de controlar las puertas —dijo uno de ellos, señalando a una pareja de compañeros suyos, más lejanos, que controlaban a los viajeros—. Pero no os van a dejar entrar en la ciudad con un jodido lobo.
—¿De dónde venís, viajero? —dijo el segundo, echándote una mirada de arriba abajo mientras mascaba tabaco de Maztica.
Brottor resopló.
—De recoger flores y atrapar mariposas.
-Vaya.-Digo mirando con cierta pena a mi compañero animal.-La verdad es que en el fondo me lo temía. Hoy te tocará dormir fuera, amigo mío.
Acto seguido me vuelvo hacia el guardia y mi pariente.
-Mi nombre es Aramil.-Digo con una sonrisa.-Como mi... medio pariente acaba de decir, soy un druida. Llevo muchos años al servicio de Mielikki, con lo que no me resulta extraña la desconfianza que mi amigo despierta. Su nombre es Satara, es mi compañero animal, no causará problemas. En fin, si no requieren mi ayuda para nada creo que intentaré explicarle mi situación a sus compañeros. Espero que se muestren comprensivos. Me ha alegrado verte, Brottor.
Dicho esto, hago un gesto a Satara para que me siga y me encamino hacia la otra pareja de guardias. Apenas he dado un par de pasos, me doy la vuelta.
-Disculpen,-Digo- pero no he podido evitar escuchar algo acerca de unas... ¿niñas robadas? ¿Podrían explicármelo con más detalle?
Tras un rato hablando parece que nos vamos, pero como siempre no nos vamos, ni siquiera me levanto del suelo y espero a ver cómo acaba esto. Seguramente tenga que dormir fuera de la madriguera, pero es igual, estoy acostumbrado.
—Eh, eh. No te vayas —dijo uno de los Guardas cuando te fuiste a dar la vuelta. Se cruzó de brazos y dijo:—. Te hemos hecho una pregunta: ¿de dónde vienes exactamente?
-Soy un druida del bosque de Noyvern, en la costa de la espada.-Respondo sin mirar a Brottor.-Mi linaje entronca con el noble clan Puño de Hierro, al que pertenece Brottor aquí presente, sin embargo al haber sido criado por druidas no se me reconoce como parte del mismo... Cosas de la vida.
Los Jinetes de Nesmé intercambiaron una mirada.
—Supongamos que nos creemos eso de que eres un druida enano —carraspeó el otro guarda—. Mi compañero te preguntaba de dónde vienes ahora mismo. Este asentamiento lleva tiempo aquí.
Ante la incredulidad del guardia, no puedo más que sonreir imaginándome que Brottor se lo estará pasando en grande. En fin, son las circunstancias de mi vida, no puedo ni quiero cambiarlas. Aramil ha sido mucho más que un mentor, ha sido un padre para mí, y mis hermanos han sido mi auténtica familia. Este tipo de reacciones son algo esperable allá donde vaya, así que creo que no debo preocuparme.
-Pues he venido a pié desde la costa de la espada, seguido por mi fiel compañero Satara.-Respondo.-Como druida he podido sobrevivir al viaje sin problemas, además he aprovechado para ir conociendo la fauna y flora locales conforme avanzaba. Aunque sobre todo la flora... no se me da demasiado bien tratar con animales.
Naturalmente deben llevar mucho aquí. Andando a la velocidad a la que nos movemos los de mi raza... hemos tardado bastante. ¿Debo ejecutar un conjuro para que me creáis? Brottor debería poder confirmaros quien soy.
—Y también puedo confirmar que no acabamos de llegar sino que llevamos un tiempo instalados aquí —contestó Brottor con una sonrisilla desdeñosa—. Este... druida viene de vez en cuando por aquí para molestar, pero no sé dónde habrá estado las últimas horas. Quien sabe, quizá haya estado ocupado raptando niñas.
Los Jinetes os miraron gravemente.
—Nos vais a acompañar a los cuarteles de la guardia para aclarar todo esto. Los dos.
-Gracias por aclarar al menos que soy un druida.-Digo mirando a Brottor con un leve desprecio.-Supongo que esto irá para largo, así que, si me lo permiten, voy a pedir a mi compañero que me espere fuera de los muros de la ciudad
Dicho esto, me inclino sobre mi compañero peludo y le indico que esta noche deberá dormir fuera. Segundos después, me vuelvo hacia el guardia con la intención de seguirle.
-Adelante, vayamos.-Digo haciendo un gesto con la mano.-Tal vez así alguien me explique de qué demonios se trata eso de las niñas.
-Lo sabía.-Pienso mientras Aramil me indica que me toca dormir fuera.-Estos humanos son tan desconfiados...
En ese instante me levanto y me marcho hacia el bosque en busca de un lugar adecuado donde pasar la noche.