Rojo.
Rojo era el nombre del risco sobre el que descansaba el arlingo, rojo era el sol que asomaba por el horizonte y rojo era el color del que teñía las aguas del Lago Calenhad. Habías visto muchas veces el bello conjunto, todos los días, desde el alba al atardecer en tus largas jornadas de entrenamiento con el resto de templarios.
Nada había vuelto a ser igual desde que las noticias de que el Círculo de Hechiceros se encontraba pasando una horrible crisis. Sólo recordabas los gritos y los empujones, casi media docena de templarios habían salido maltrechos de tu infurctuoso intento de huir de Risco Rojo para encaminarte hacia el Círculo. Uno de ellos, tu propio mentor.
Geden era un hombre curtido, severo pero justo, y sobre todo un ejemplo a seguir. Pero desde entonces su decepción y descontento por las acciones de su pupilo parecían no haberse aplacado. El hombre no se mostraba cruel contigo pero sí bastante más estricto y te imponía tareas mucho más duras, amén de hablar lo justo.
Pero aquél día era distinto, Geden te había hecho llamar del barracón hasta el edificio de guardia que era donde los templarios que disponían de aprendiz solían hallarse siempre. No tenías ni idea de a qué se debía aquél cambio en la rutina pero era un cambio. Sólo quedaba saber si significaba algo bueno o algo malo.
Tras llamar a la puerta, el amortiguado "adelante" que se escuchó detrás no te reveló nada del estado de humor de tu mentor, es más, al entrar lo pudiste ver trabajando en unos pergaminos que tenía sobre la mesa. Aquél hombre escribía de pie pero al verte te dirigió una mirada indescifrable como el destino y firme como el acero de una espada. Dejó la pluma sobre la tabla para apoyar ambas palmas enfundadas en guantelete.
Se formó un incómodo silencio durante el cual el templario pareció contemplarte con ojo analítico. Finalmente, una vez pareció satisfecho con el resultado, habló con voz profunda y modulada.
—No sé qué motivos habrán llevado al Hacedor a escuchar tus plegarias, Derek, pero el caso es que parece haberlo hecho—dijo tratando de evitar la aspereza—. No estoy de acuerdo con esto pero se trata de una orden directa del Caballero Comandante y debo obedecerla.
Negó con la cabeza como corroborando que, en efecto, no le hacía ninguna gracia la idea, y se pasó los dedos por el cano y corto cabello peinándolo hacia atrás.
—Ha solicitado tu presencia en la Torre del Círculo. Debes partir en cuanto yo haya presentado este informe al arl—hizo una pausa como si evaluara mentalmente si continuar hablando o no, finalmente lo hizo con algo tal vez no muy esperado—. Dime, muchacho, ¿tienes idea de por qué se te ha asignado este nuevo puesto?
Derek esperaba un rapapolvo, un castigo o algún tipo de vejación encubierta. Se lo merecía. No era propio de un templario comportarse como se había comportado. No era con otros templarios con quien debía ejercer la fuerza, sino con los magos peligrosos y con los apóstatas. Pero había dejado de pensar con claridad en el momento en que había escuchado que la Torre estaba en peligro y que se rumoreaba que los templarios estaban contemplando el Rito de Anulación. La sensación de estar perdiendo a Gabrielle y de no volver a verla nunca más le había vuelto loco. Por suerte todo había pasado... pero no comprendía por qué lo destinaban allí. ¿Acaso era un premio?
De cualquier manera, él sentía como si lo fuese.
-No tengo ni la menor idea, señor -respondió a la duda de su maestro. Sonreía de oreja a oreja.
Volver a ver a Gabrielle después de tanto tiempo sin ella... Apenas podía creerlo. Le daban ganas de besar al viejo aunque se arriesgara a recibir un puñal en la garganta.
—No, no la tienes—contestó Geden con sus ojos grises como el acero fijos en ti—. Y borra esa sonrisa absurda de tu cara, no hace más que poner en evidencia que estás pensando ya más en tus propias cosas que en la pregunta que te he hecho.
Suspiró con exasperación y soltó la pluma sobre la mesa estirando los dedos hasta abrir la palma totalmente.
—Precisamente por esto no estoy de acuerdo con el Caballero Comandante—confesó pellizcándose el puente de la nariz—. Me voy a limitar a decírtelo una vez más, Derek. Sabe el Hacedor que no puedo hacer más por metértelo en la cabeza a no ser que te la abra de un hachazo y empuje... así que, por favor, escúchame.
El Templario hablaba con la misma disciplina de siempre, quizá no tan hostil pero tampoco es que pareciera un padre dando el un consejo amoroso a un hijo.
—Eres un templario, chico—dijo—. Los templarios existimos para proteger a los magos, servir a la Capilla, combatir a los demonios y a quienes pacten con ellos. Para eso hace falta sacudirse de encima el egoísmo y sustituirlo por la entrega. Disciplina, Derek, si con este panorama dejas que tus emociones te controlen o te mueves según tus propios intereses, no acabarás bien.
Hizo un gesto con la mano como indicando resignadamente "eso es todo" y las piezas metálicas del guantelete tintinearon con suavidad.
—Si no tienes ninguna pregunta puedes retirarte—añadió como si realmente esperara lo contrario—. Puedes tomarte la tarde libre. Mañana al alba te quiero pertrechado con tus cosas en la puerta del castillo.
Derek dejó de sonreír, pero sus ojos chispeaban. Obedecía presto a las órdenes sencillas: ven aquí, deja de reírte, cierra la boca. Lo que se le complicaba más era dominar sus pensamientos. No podía (ni quería) borrar el destello de euforia que sentía al saber que podría volver a ver a Gabrielle y estar con ella. Se mantendría firme y haría como que escuchaba seriamente las palabras de Ser Geden sobre sacrificio y entrega, pero Derek sabía que no eran más que patrañas. No se había contagiado del entusiasmo por el deber de sus compañeros. Le habían enseñado a luchar, a defenderse y a utilizar el lirio para acabar con los magos peligrosos. Él había decidido que su única lealtad estaría siempre con Gabrielle y que seguiría las normas siempre y cuando no se inmiscuyeran con ella o su bienestar. Si aquello no era sacrificio y entrega, no sabía a qué denominarlo como tal.
-Sí, señor. Gracias, señor -dijo cuando el rapapolvo terminó.
Tan pronto salió de la sala se encaminó a los barracones para preparar su equipaje. Iba tan contento que parecía alelado, y los dos reclutas con los que se cruzó hicieron mofa de ello, pero no le importó lo más mínimo. Cuando acabase de hacer su equipaje, iría a orillas del lago a mirar la Torre, como hacía todos los días. Su corazón palpitaba con fuerza. Una parte de él incluso intentaba atreverse a confesar su amor. Quizá ella había sentido lo mismo en secreto, y después de tanto tiempo deseaba... No, no, no tenía sentido. Su sacrificio era también su silencio. ¡Y Geden no tenía ni idea de lo entregado que podía llegar a ser!
Geden suspiró al parecer tras haber estado esperando algo. Algo que no llegó.
—Vete—dijo haciendo un gesto cansino con el brazo como quien se quita de encima algo—. No será porque no lo he intentado.
Mientras te marchabas, creíste oír una especie de reflexión propia murmurada entre dientes mientras tu maestro se enfrascaba de nuevo en la tarea de terminar con el informe.
—La vida nos devuelve lo que sembramos tarde o temprano. Nos guste o no.
Tuviste todo el día para preparar tu equipaje, aquella noche casi no pudiste dormir, si es que dormiste directamente, porque te embargaba la excitación por el inminente viaje a aquella torre a la cual tanto habías ansiado ir desde hacía ya mucho.
Al día siguiente te levantaste con el sol y te dirigiste pertrechado con tu mochila, tu escudo y tu espada a la pendiente de tierra apisonada que conducía a la pequeña explanada en la que se encontraba el molino. Desde allí se ascendía por otra cuesta hasta el castillo de Risco Rojo o simplemente se salía del pueblo por el camino.
Mientras subías haciendo sonar tus botas contra los largos listones de madera incrustados que se sucedían a lo largo de la pendiente, te preguntaste por primera vez qué encontrarías una vez llegaras. ¿Te estaría esperando Ser Geden? No tardaste mucho en descubrirlo.
Ni Ser Geden, ni ningún templario. No había nadie conocido allí... pero el caso era que al menos había alguien.
Nada más llegar arriba lo único que viste en la entrada del castillo fue a un tipo vestido con una larga túnica del color del trigo que se encontraba parado de pie con los brazos cruzados sobre el pecho frente a la empalizada (y el guardia de turno) que cerraban el acceso al hogar del arl mientras observaba ocioso los altos pináculos del castillo.
Derek esperó a estar a su altura para llamarlo. Estaba tan lleno de energía que apenas sentía cansancio o dificultad en subir los empinados escalones hasta el molino. Sonriendo como un idiota, saludó al hombre de la túnica trigueña.
-Hola. Soy Derek. Soy... estoy entrenándome para ser templario. Creo que me estás esperando.
Todo era maravilloso. Todo era sencillo. Quizá no estaba siguiendo las normas y se le iba a caer el pelo, pero, ¿qué más daba? ¡Iba a ver a Gabrielle!
El interpelado se volvió y descruzó rápidamente los brazos.
—¡Oh!—dijo al verte—. Hola.
Era un tipo bajo, robusto, con el oscuro cabello muy rapado al ras de la cabeza y la sombra de una barba. Te tendió la mano.
—Así que tú eres Derek—aventuró estudiándote de arriba abajo—. Bienhallado, amigo. Soy Emeric, mago del Círculo.
Señaló con un pulgar hacia atrás.
—Me envían de guía, según me dijeron nunca antes has estado en la torre—explicó—. Si ya estás listo, vámonos.
A menos que quieras preguntarle algo más sobre el camino, el tiempo que se tarda, por dónde se va o si le gustan los polos de limón, hacemos salto de lugar.
-Vámonos -asintió Derek, que siguió los pasos de Emeric sin dudar. Después de un rato de marcha, ya alejados de Risco Rojo, se atrevió a preguntar-. ¿Cómo está la Torre? Después de lo que ha ocurrido, quiero decir.
Las primeras horas de camino transcurrieron sin novedad. Pudiste ver enseguida los claros signos que la horda había dejado a su paso; a ambos lados de la arenosa calzada pronto empezaron a aparecer los vestigios de innumerables campos de batalla abandonados: lanzas, hachas, astas partidas y toda una colección de armas herrumbrosas clavadas aquí, allí, o rotas entre los arbustos. Árboles tumbados, astillados y asaeteados... incluso huesos asomando entre algún que otro ocasional montón de metal que en su día fue una armadura.
Hasta a la hierba parecía costarle crecer y recuperarse, como si una especie de miasma invisible dejada tras la corrupción de los engendros tenebrosos sólo permitiera que unos raquíticos brotes pugnaran por salir a la superficie formando parches irregulares en varios puntos del terroso suelo.
—Está—había respondido Emeric con un suspiro—. Que ya es toda un hazaña después de cómo las pasamos por culpa del maldito Uldred.
El único sonido que os acompañaba era el de vuestros propios pasos, no se veía un alma.
—El Círculo se debilitó mucho entre todas las vidas que se perdieron tanto en la crisis de las abominaciones como luego durante la carga contra el Archidemonio en Denerim—explicó—. Pero bueno... al menos en lo que se refiere a orden, la torre ha vuelto a ser casi la que era.
Pateó ociosamente un guijarro que salió dando botes y se perdió en un afloramiento herboso a la linde el sendero.
—Normalmente se tardaban tres días en llegar al Círculo, pasando por Lothering. Pero como ahora todos los esfuerzos de reconstrucción pasan por ahí, cuanto menos colapsado esté, mejor. El arl mandó hacer un nuevo puente que cruza un pedazo del Lago Calenhad, nos ahorrará la mitad del tiempo al tomar esa ruta.
Recibió las noticias sobre la Torre con disgusto, pero también con alegría. Gabrielle estaba viva, de eso no había duda. No se lo habían dicho directamente, pero lo había escuchado en los días siguientes a la liberación de la Torre. Además, él podía sentirlo. A veces le gustaba pensar que tenía un vínculo con su hermana pequeña, algo que sólo compartía con ella. Sin embargo, saber que había estado tan cerca de morir le parecía espeluznante. La desesperación con la que había intentado abrirse paso entre sus compañeros nacía del miedo a que el destino le hubiese jugado una mala pasada. Se había alistado en los Templarios para proteger a Gabrielle. Si la atacaban antes de que pudiese realizar su iniciación y convertirse en un templario de pleno derecho, ¿de qué habría servido todo? Ya se habían reído de él suficiente cuando le habían destinado a Risco Rojo en lugar de a la Torre. Pero después de tantos años de separación, al fin se reencontrarían.
-Me gusta saber que por una vez se hacen bien las cosas. Si la heroína hubiese tenido el puente para cruzar directamente, quizá se habrían salvado más vidas -respondió Derek, como si reprochara todo lo ocurrido al arl. Era absurdo y lo sabía; nadie había tenido la culpa de que no le hubiesen llevado a la Torre. Pero aún así, le resultaba mucho más fácil culpar a "los demás" por sus desgracias, siendo los demás cualquier persona en el mundo.
—Bueno, quizá—respondió Emeric encogiéndose de hombros—. Pero por aquél entonces la Ruina estaba a las puertas de Risco Rojo, supongo que en lo último en lo que pensaba el arl sería en construir puentes.
Luego añadió con un sonoro suspiro.
—En lo que a mi respecta, me conformo con que el Círculo se librase de ser anulado. Habría sido bastante triste escapar de las abominaciones para terminar masacrados por los templarios—hizo una pausa al caer en la cuenta de algo y, con expresión sincera, enarcó las cejas y levantó ambas palmas mostrándotelas como si le estuvieses apuntando con un arco—. Sin reencor, que conste.
-Mi hermana es maga y está en el Círculo -contestó Derek negando con la cabeza.
No iba a decir en voz alta que la Anulación se la pasaba por el Hacedor sabe qué parte, porque ya lo había hecho y había recibido el reproche de sus superiores. Un templario debe obedecer sus votos y proteger a los inocentes, acabando con los magos apóstatas y las Abominaciones. Y si para eso debe acabar con su propia sangre, mala suerte. Eso, al menos, le habían dicho. Derek había aprendido a callar sus opiniones para que le permitiesen continuar con el entrenamiento, pero para él todo eso no tenía sentido.
Prosiguió el camino sin hacer más comentarios.