Los siguientes días te recordaron a aquella calma tras la tormenta que se respiraba en los acontecidos tras el caos que Uldred había organizado en la Torre. Solo que con menos sangre y elementos truculentos. Pero había estanterías que ordenar, material que organizar, desechar y realmacenar, restos de hollín que limpiar... siempre quedaban tareas por hacer y calculabas que iba a seguir siendo así al menos una semana más.
Y te hizo bastante gracia que, a la mañana siguiente de regresar, Balaena y Nolan se presentaran de visita en la puerta. ¡A traerte a un indignado Señor Keefles! Y a contarte que se habían establecido como carro de suministros en la ruta Círculo-Risco Rojo-Lothering.
Por lo que te contó Lynn, Irving se había dedicado a repasar los estudios de magia de Ayla, enviándola al Velo en lo que parecían los sencillos ejercicios de concentración a los que cualquier maestro sometería a su aprendiz. Pero aquello no tenía nada de sencillo en verad, pues ella sospechaba que, a juzgar por las palabras de Greagoir, en el fondo se trataban de una especie de pruebas, cuyo fin no era otro que observar el cómo la ex-apóstata reaccionaba ante la presencia de entidades del Velo sin que ella lo supiera.
Te contó también con alivio que, en efecto, Ayla se alejaba de cualquier presencia remotamente hostil que detectase en aquel onírico lugar, no buscaba las fuentes de lirio, ni trataba de hacer nada fuera de lo que le mandaba el Primer Encantador, con lo que estaba demostrando que, en efecto, la Magia de Sangre no era un tema que le hubiera interesado nunca. Estaba progresando en su meta de volver a ser considerada una maga de no-riesgo.
El Caballero Comandante se había encargado de algo nuevo: En el entramado de caminos que recorrían el jardín del Círculo había cuatro zonas circulares que actuaban de unión central de encrucijadas, y todas tenían una bonita fuente en medio salvo una. La de la zona más oriental. Nunca habías sabido por qué aquella no tenía fuente; si se habían cansado de ellas, se les había agotado el presupuesto o a saber el Hacedor qué, pero el caso fué que mandó esculpir una bonita estatua de mármol que era la viva imagen de Wynne. Tu mentora había sido representada de pie, con su cálida sonrisa y sosteniendo un libro bajo el brazo mientras la otra mano se alzaba ligeramente... sosteniendo una pequeña esfera de mana. ¡De mana real! Greagoir había solicitado la ayuda de Irving para crear aquella pequeña bola de luz azul y al Primer Encantador se le había ocurrido la idea de imbuir un lúcilo del Velo con su propio mana para que permaneciese brillando sin consumirse de forma autónoma. El resultado era sencillo pero muy bonito, y el contraste de la estatua con aquel elemento mágico fué una ingeniosa idea que volvió mucho más hermosa aquella zona del jardín. Aparte, el azul siempre era el tono de los hechizos de sanacion para un mago. Era simplemente perfecta.
A los pies de la estatua, una placa de plata grababa la frase que tú habías elegido para inmortalizar a tu maestra.
Todo había vuelto a la normalidad. A la paz. Sin más peligros mortales ni cuentas atrás para salvar al mundo en el último segundo. De nuevo confortable seguridad. Pero para ti la torre no era igual... Eran los mismos muros, era tu misma habitación, era tu hogar... pero no se sentía igual. Se sentía estático, parado. Como si te hubieses metido en un armario en lugar de en un edificio supuestamente diseñado para hacer vida dentro y necesitaras abrir las puertas.
Pero aquello no era lo peor: Habían pasado cuatro días ya desde que habíais regresado y a cada cual se te estaba haciendo más largo. Astucia todavía no había regresado de su búsqueda y no parecías alcanzarlo si lo llamabas. ¿Tan profundo se había adentrado en el Velo? No debía tardar mucho más en volver pero echabas de menos la efervescente presencia del espíritu como nunca hubieras imaginado que lo harías. Y la curiosidad por ver qué iba a ser lo que te contase al hacerlo te estaba carcomiendo hasta el límite.
Aquella mañana te encontrabas tirada sobre la cama hecha, te habías vestido y aun te quedaba una hora para ir a echar una mano con unas estanterías en la biblioteca pero no tenías ganas de invertir aquel pequeño tiempo libre en nada concreto salvo en simplemente quedarte allí tumbada disfrutando del pequeño placer que suponía la calidez del sol entrando por la ventana e incidiendo sobre ti. Creías que ibas a comenzar a echar raíces sobre la colcha de un momento a otro cuando de pronto alguien llamó a la puerta.
—¿Gabby, estás despierta?—dijo una voz amortiguada desde el otro lado—. Paso, ¿eh?
Un chirrido precedió a la cabeza de Lynn asomándose por la abertura.
—Hola, ¿te has derretido?—saludó sonriendo ligeramente al verte tan plana sobre la colcha. Aunque entonces carraspeó—. Irving me ha pedido que venga a buscarte.
Se rascó la barbilla inocentemete. Hasta miró al techo.
—Ha venido alguien a verte... y creo que desde bastante lejos.
Los siguientes días te recordaron a aquella calma tras la tormenta que se había respirado en el pueblo después de que la Guarda hubiera echado a patadas a aquellos cultistas. Anne te visitaba a todas horas para que no estuvieras solo, pero lo cierto es que ella parecía necesitar también constatar que seguías allí.
El gato que Lynn le había regalado había hecho milagros en su maltratado estado de ánimo pues iba con él a todas partes (y el animal resultó ser bastante cariñoso, o al menos agradecías el no estar cada dos por tres con arañazos en los tobillos) Era evidente que aquella fase de ceguera había dejado una veta algo triste en la muchacha pero que por suerte era fácil de iluminar en cuanto se entretenía haciendo algo que le gustaba.
Pero era como si el pueblo entero de pronto se hubiera volcado en buscarte para todo. Por supuesto, el acompañante local de una de las heroinas más grandes que había conocido Ferelden. ¡Como para no! Los trabajos de reconstrucción del puente al templo trajeron a cuatro constructores de la lejana Denerim, así como un pequeño puñado de soldados que vigilaba más para dar la alarma si aparecía el dragón que para combatirlo, no sobraba la mano militar y ya era un milagro que vuestros trabajadores pudieran contar con un quinteto de protectores.
"Alexei necesitamos algo de leña", "Alexei, ¡cuéntanos cómo era viajar con Wynne!", "Alexei, se ha acercado un grupo de lobos demasiado a esta granja, ¿me ayudas?". Siempre tenías alguna pequeña cosa en la que invertir tu tiempo. Y siempre tus vecinos tenían un saludo amable para ti.
Pero... no tenias tiempo propio. Había pasado una semana desde tu vuelta y ni si quiera habías podido enviar una carta la Círculo para saber algo de cómo les había ido a tus tres amigas o qué se habían encontrado. Y la sensación de que aquel pueblo se hacía cada vez más pequeño te oprimía el estómago. Te sentías entre la espada y la pared. Aquél era tu hogar, allí estaba todo lo que te quedaba, y de hecho Anne parecía bastante dependiente de tu presencia para sentir la seguridad de que la normalidad había vuelto al fin. Pero tú no podías ser feliz pasando el resto de tu vida allí. ¿Cómo decir aquello? ¿Qué excusa poner?
Aquel día te sentías especialmente fastidiado. Habías estado toda la mañana recogiendo leña y de nuevo parecía ser que por la tarde alguien te necesitaba para arreglar no sé qué con un tejado... así que aquel pequeño rato de tiempo libre lo dedicaste simplemente a sentarte en uno de los bancos del lago para tratar de respirar algo del aire fresco de la montaña. Era cerca de la hora de comer y la plaza del pueblo estaba desierta así que era el único remoto momento de solaz que tenías
Estabas suspirando hondamente por enésima vez cuando por el rabillo del ojo viste que alguien llegaba al pueblo. Un viajero algo encorvado que se apoyaba en un bastón de madera e iba envuelto en una gruesa capa de lana gris. Te vió desde la entrada y empezó a acercarse con paso cansado pero seguro.
Una vez llegó a varios pasos de ti, se detuvo parsimoniosamente.
—Buen día, muchacho—te saludó una voz algo cascada desde las profundidades de la capucha, ¿una anciana?—. Parece que no hubiera nadie en este pueblo... ¿Eres de aquí? ¿Esto es Refugio?
—No, no, pasa —respondió Gabrielle—. Solo estaba pensando.
Pensando era lo que más había hecho durante los últimos días. No había tenido tiempo de pensar durante su aventura fuera de las murallas, y necesitaba poner en orden el desastre que había en su cabeza. Además había llorado mucho, al reabrir las heridas no cicatrizadas aún, pero después se había sentido mejor. Necesitaba llorar a sus caídos. También había rezado, puede que las cosas no fueran realmente como siempre le habían contado, pero su fe seguía intacta. Por último había visitado mucho la estatua de Wynne en el jardín. «La voluntad es más fuerte que muchas cosas» era la frase que había elegido para la placa que adornaba la estatua. Wynne le había dirigido esas palabras cuando se preparaba para su Angustias, hablando de que la Guarda había sido una insignificante elfa salida de un clan dalishano. Pensaba que a su mentora le hubiera gustado el hecho de que cualquiera que se acercara a su estatua se llevara a la vez un consejo y unas palabras de aliento.
—¿Alguien ha venido a verme? —dijo, incorporándose, con un gesto intrigado—. Está bien. Me pongo las botas y vamos.
Estaba retrasando lo inevitable. Y no sabía por qué, porque el realmente quería abandonar Refugio. Quería pasarse por el Círculo y después marcharse a la fortaleza de los Guardas Grises. Pero por algún motivo no se terminaba de ir. Anne parecia tan dependiente de él, casi todo el pueblo lo hacía. Y al Alexei de antes todo eso le hubiera encantado, pero al de ahora... Esto no es lo que quería para nada.
Y entonces, mientras estaba sumido en sus pensamientos, apareció la anciana.
—Sí, esto es Refugio—le respondió—. No soy de aquí exactamente, pero como si lo fuera. Bienvenida. ¿Puedo ayudarla en algo? Es raro que no haya encontrado a nadie en el pueblo...
—No tanto, hace un poco de fresco para estar fuera... —respondió la peregrina—. ¿Te importa que me siente? Vengo desde muy lejos y la entrada a este lugar es todo cuesta arriba.
Sin esperar realmente respuesta (de hecho lo estaba diciendo mientras lo hacía) se sentó con un suspiro de alivio a tu lado en el banco.
—Iba a preguntarte que si está abierto el camino al templo, pero tengo entendido que se ha derrumbado el puente. Es una pena, me habría gustado subir—añadió—. Pero no creo que parezcas tan enfurruñado por eso, ¿no? Tengo otra pregunta para ti entonces...
Giró ligeramente la cabeza en tu dirección. El cómo demonios podía ver con la capucha de una capa que le quedaba como dos tallas más grande escapaba a tu comprensión. De hecho te sorprendía que no hubiese caído rodando varias veces cuesta abajo antes de llegar al pueblo.
—¿A qué esperas para llevar ese maldito caliz hasta Amarantine?
La pregunta te hizo arquear una ceja involuntariamente. No obstante, en ese momento viste que se le agitaban ligeramente los hombros... sacudidos por una risa entre dientes difícil de contener.
Antes de que pudieras preguntarle si se había pasado con el anís o algo, la peregrina se echó la capucha hacia atrás y una melena de rabioso color naranja se le desparramó sobre los hombros. Dió un leve golpecito con el asta del bastón en el suelo y viste que la parte superior de éste rielaba y desaparecía como si fuera un espejismo... dejando ver la verdadera parte de arriba del bastón: un cristal de bastón de mago.
—¿A que se me da bien imitar voces?—Ayla te miró con una sonrisita burlona.
Descubrir que sabía cómo se sonreia debía ser el segundo milagro que presenciabas aquella semana.
Alexei pegó un bote al ver a Ayla
—¿Pero qué haces aquí?—fue lo primero que acertó a decir y entonces un montón de preguntas se acumularon en su cabeza y comenzó a escupiarlas conforme le venían a la cabeza—Un momento, ¿entonces todo fue bien al final en el Círculo? ¿Qué paso allí? ¿Qué te dijeron? ¿Cómo están Gabby y Lynn? ¿Cómo es que ha venido?
El joven guerrero hizo una pausa para respirar y se obligó a calmarse un poco. Entonces respondió a la primer pregunta que le había dicho Ayla.
—Precisamente estaba pensando en eso. Esperaba un momento que no termina de llegar.
—¿Y perder el tema de conversación para el camino?—respondió Ayla girando ociosamente el bastón sobre si mismo entre dos dedos—. Ni hablar.
Lo terminó apoyando sobre el banco para poder cruzarse de brazos.
—He venido precisamente para acompañarte—dijo—. Prometí a alguien que vigilaría que no te metieras en líos, ¿recuerdas? Y de aquí a Amarantine te puedes meter en muchos líos. Así que venga. Mueve el trasero y ve a hacer el equipaje. No sé qué esperas que tiene que "llegar"; lo único que tienes que hacer para que un momento llegue es dar el primer paso.
Volvió a coger el bastón y se puso en pie.
—Y hazlo deprisa, por amor de Andraste... sin ánimo de ofender: odio el clima de este sitio—añadió frotándose los brazos con un enfurruñado "brrr".
Cuando se fijó en tu gesto de circunstancia torció ligeramente el gesto.
—Es por esa amiga tuya, ¿no?—preguntó sin miramientos. Y antes de dejarte responder continuó:—. Mira. Presta atención porque sólo lo voy a decir una vez... lo mío no son las charlas inspiradoras. Pero si algo aprendí del inmenso jardín en el que nos metimos es que los amigos de verdad te entienden aun cuando no comprenden lo que haces.
Se volvió a echar la capucha sobre la cabeza, aunque esta vez menos holgada para que se le pudiera ver el rostro.
—Evelynn salió detrás de mí aun cuando todo apuntaba a que me había vuelto loca y convertido en maléficar. Y siguió detrás de mí hasta que entendió por qué lo hice. ¡Incluso me ayudó a conseguir lo que intentaba! Quizá esa chica no entienda por qué te largas y la "dejas sola" para irte por ahí a meterte en más follones ahora... Pero si de verdad es tu amiga, sólo necesitará comparar tu careto actual con el que tengas cuando salgas para hacerlo.
Lynn soltó una risita entre dientes y se apresuró a ofrecerte un brazo para salir de allí. Caminaste por el paisllo con la sospecha de que tu amiga se callaba algo... más que nada porque daba saltitos de vez en cuando. Sólo le faltaba ir tarareando una cancioncilla. No obstante, no dijiste nada.
Cuando finalmente llegásteis al recibidor del Círculo, te deslumbraste un poco al entrar. Algún gracioso se había dejado la puerta abierta.
Parpadeaste y localizaste a Irving cerca de la columna central, ojeando unos pergaminos que tenía en la mano.
—Oh, Gabrielle—dijo al verte—. Gracias por traerla, Lynn.
Enrrolló los susodichos para sujetarlos bajo el brazo y carraspeó haciendo una ligera reverencia hacia la puerta.
—Te presento a Cassandra Allegra Portia Calogera Filomena...
—Cassandra—corrigió una voz con cierto tinte de fastidio desde la entrada y un marcado acento nevarrano—. Cassandra Penthagast.
Cuando miraste, ahora perdiendo el contraluz pues la dueña de la voz entrecerró la jamba tras de si, viste una mujer de aspecto bastante poco femenino. Su gesto era severo y su mandíbula cuadrada, tenía el cabello negro muy corto, lucía una fina cicatriz en una de las mejillas y una espada larga pendía de su cinto. De hecho, podría decirse que ella misma se parecía bastante a una: inspiraba el mismo tipo de "belleza peligrosa".
Pero lo que más te llamó la atención fué la coraza que cubría con un tabardo blanco sobre el que se encontraba grabado el símbolo del ojo y la espada: El emblema de los Buscadores de la Verdad.
Le dirigió un ceño ligeramente fruncido al Primer Encantador, como si aquel sobre su nombre fuera una especie de chascarrilo que no era la primera vez que le oía. De hecho, Irving se rió entre dientes alzando ligeramente las manos en teatral gesto de clemencia.
—Eres Gabrielle, ¿cierto?—preguntó de forma directa, redirigiendo su mirada hacia ti—. Le comentaba a Irving si tienes algunos días libres. Las paredes tienen oídos y me gustaría que me acompañaras a una pequeña fortificación que tenemos cerca de Risco Rojo.
Alzó la mano y pudiste ver en ella algo que te resultó tremendamente familiar: La carta que habías enviado en su día desde Nordale. Abierta.
—Tengo algo de lo que hablar contigo...
Tanto Gabrielle como Alexei habían vivido una aventura digna de figurar en las leyendas. Habían luchado, habían sufrido, habían tocado docenas de vidas y las habían cambiado, habían hecho amigos hasta en el Velo, se habían enfrentado a lo imposible y habían triunfado. Aquella aventura había llegado a su fin. O eso creían; el destino había tardado menos de una semana en volver a llamar a sus puertas.
Que una aventura termine tan solo significa que otra puede empezar... y aunque aún no lo supieran, aquella era una de esas veces.
Pero esa... esa es una historia para otro momento.