Gabby también lo esperaba, ¡la pobre chica! Tenía que estar realmente desesperada para recurrir a la magia de sangre. Que la atrapasen los templarios era lo mejor que le podía pasar. La otra opción era mucho peor: quedarse a merced de los demonios, convertirse con el tiempo en una abominación que hubiese olvidado quién era y convertirse en una máquina de asesinar inocentes. No entendía cómo alguien informado, como alguien que hubiera estudiado en el Círculo, podía caer en prácticas semejantes.
—¿Tenemos alguna idea de dónde podía haber ido? ¿Tiene familiares o amigos que le pudieran dar cobijo?
No pudo evitar pensar en su propia familia y lo mucho que los echaba de menos. ¿Pasarían cerca de Nordale para visitar a sus padres? ¿Cómo le estaría yendo a su hermano en Risco Rojo?
—No—respondió Irving con pesar—. Los templarios encontraron a esa muchacha abandonada y llorando en medio de ninguna parte cuando tan sólo era una cría. A veces... ocurre que un pueblo exilie por miedo a un niño que descubre sus poderes de golpe. Por desgracia.
El Primer Encantador suspiró con resignación. Que aquellos casos llegaran a darse era realmente triste; gente repudiada por su propia familia y vecinos sólo por poseer el don de la magia, tratada como un monstruo sin comprender por qué.
—Y no, no tenemos ni idea de adónde ha ido pero por eso va Lynn con vosotros; ella puede rastrearla—añadió—. Aunque, siguiendo la lógica, si lo que quiere es escaparse tal vez haya ido al este. El único puerto en pie que queda es el de Amarantine, atravesar las montañas de la Espalda Helada al oeste es una locura en esta época del año y los senderos del norte y el sur están desiertos porque todas las labores de reconstrucción se centran en el Camino Imperial que va a Denerim. Si algo viaja por ellos, o es una manada de animales salvajes, o una banda de asaltantes de caminos.
—¿Y... no tenía amigos en el Círculo? ¿Nadie que la ayudara o que pudiera saber a dónde se dirigía?
—Se relacionaba bastante poco... —meditó el Primer Encantador rascándose la barba—. Nunca le gustó mucho estar aquí, aunque lo poco que se relacionaba era precisamente con Dreren, con Lynn y con otro aprendiz llamado Cole.
Irving hizo una pausa como si estuviera corroborando los datos, sus ojos castaños mostraban cierta preocupación, como la de un padre que teme por un hijo que se le ha ido de casa.
—Aunque Cole ahora mismo no está en el Círculo—agregó finalmente y se masajeó la sien de nuevo—. Tenía unos asuntos fuera que se han complicado y me temo que lo van a mantener lejos un tiempo. No sé si Dreren o Lynn tendrán alguna idea o no pero podrías preguntarles a ellos si quieres.
Gabby asintió.
—Estaría bien hablar con ese Cole —dijo con más firmeza de la que habituaba—. No... no es porque crea que esos asuntos que se le han complicado tengan que ver con Ayla pero... si no nos desvía mucho de nuestro camino estaría bien asegurarse, ¿no?
Se rascó la mejilla mientras le seguía dando vueltas al asunto. Estaba segura de que Astucia la estuviera viendo desde el Velo, estaría satisfecho de verla discurrir de aquella manera.
—¿Se llevó algo con ella? ¿Tenía dinero? Tendrá que alojarse en algún sitio, comprar comida. ¿Sabe algún oficio que pueda desempeñar? Porque si se pone a vender su magia levantaría muchas sospechas.
Irving mantuvo el gesto meditabundo y preocupado hasta que preguntaste sobre lo que se había llevado Ayla, sus facciones entonces se suavizaron.
—Lo único que se llevó fue su bastón, su mochila y supongo que todo el dinero que tuviese encima, que tampoco es que fuese mucho.
Gabby torció el gesto.
—Bueno, pues podríamos preguntar a la guardia. No creo que puedan atrapar a un maga, pero quizá alguien la haya visto robando y nos pueda dar alguna pista de su paradero. Y desde luego, deberíamos pasearnos por el puerto. Lo más probable es que trate de poner tierra de por medio intentando colarse de polizón en un barco. Si nada de eso funciona, supongo que podríamos revisar las posadas y los hospicios por si está alojada en alguno. No creo que duerma en la calle a menos que no tenga más remedio —pensó Gabby en voz alta—. Oh, Primer Encantador, ¿qué sabe hacer Ayla? ¿Qué conjuros aprendió y quién fue su mentor?
—Buen planteamiento de cómo empezar—aprobó Irving cruzándose de brazos tranquilamente para oirte.
Cuando le preguntaste sobre las habilidades de Ayla, contestó con una sola palabra.
—Fuego—dijo—. Su preferida es la escuela Elemental.
Muchos magos estudiaban por su cuenta, algunos tenían la suerte de que un Encantador Superior se interesara por ellos y les adoptase como pupilos, pero no era raro que alguien se interesa sólo por una o dos escuelas. Aunque teniendo en cuenta que Elemental era la más agresiva, Ayla debía haber tenido un aprendizaje como mínimo... emocionante.
Gabby se encogió instintivamente.
La gente le tenía miedo a la magia por ese tipo de hechizos y con razón. Gabby siempre había pensado que una espada guardaba el propósito singular de matar, pero que la magia también podía ser utilizada para curar. Le intimidaban un poco los magos que se decantaban por la vertiente más destructiva de la magia.
—En ese caso me alegra que nos acompañe ese templario —dijo tragando saliva—. ¿A quién habéis elegido para la misión, Primer Encantador?
Irving sonrió con cierto brillo divertido en los ojos.
—No es de nuestros templarios del Círculo—respondió como si el "por tanto el nombre da igual" fuera implícito—. Aquí todavía hay mucho por hacer así que tuve que solictar uno de fuera. Llegará hoy de mañana, o como muy tarde a mediodía. Pero no te preocupes, estoy convencido de que quedarás encantada...
Gabby frunció el ceño en un gesto de extrañeza.
—¿Yo? ¿Encantada? ¿A qué os referís, Primer Encantador?
—Oh, sólo a que creo en que te resultará grato el viajar con él—Irving se encogió de hombros—. Es un buen chico.
Gabby le echó una mirada de sospecha a Irving, pero ¿de qué serviría insistir? De nada, a parte de resultar descortés.
—Estoy segura —replicó. El Primer Encantador iba muy por delante de todos lo demás. Si él lo creía es que sería probablemente cierto—. Creo que esas eran todas mis preguntas. Gracias de nuevo por concederme este honor, Primer Encantador. ¿Me puedo retirar?
Irving dejó que te fueras siempre con aquella expresión paternal en el rostro. Regresaste a los aposentos de Wynne para ver si Lynn se había despertado pero por lo visto la clériga aún iba a tardar un buen rato en hacerlo por lo poco que había dormido.
Aprovechaste entonces para ir a despedirte de tus amistades y conocidos en todo el Círculo. Por lo general todos te daban la enhorabuena por tu éxito en la Angustia, algunos se sorprendían de que fueras a emprender un viaje tan pronto tal y como estaba Ferelden pero aún así se despedían con una sonrisa y deseándote que tuvieses cuidado. Cuando terminaste, fuiste a tu habitación y preparaste la mochila para el viaje; tu recién estrenada túnica, tu bastón, algo de dinero, algo de comer... ¿Qué más podrías llevarte? ¿Algo para dormir? ¿Cómo estarían las posadas por el reino?
Te llevó un buen rato hacer los preparativos y, cuando finalmente hubiste terminado, era casi la una con lo que volviste a dirigirte a la habitación de Wynne.
Encontraste a tu maestra ordenando unos libros en una estantería demasiado alta para ella (de hecho, los mandaba levitando a los estantes de arriba cuando no llegaba) A Lynn no se la veía por ninguna parte. En el sillón en el que había estado antes sólo quedaba la manta y el Señor Keefles cómodamente enroscado sobre ella.
Gabby quería preguntar por Lynn, pero lo primero era lo primero.
—Hola Wynne —saludó—, ¿quieres que te eche una mano con eso? Últimamente he pasado mucho tiempo colocando libros. Ya tengo maña.
—Oh, hola hija. ¿Ya has hecho la mochila?—respondió Wynne girando la cabeza sobre un hombro. Luego envió otro libro al último estante—. No te preocupes, ya he terminado.
Se giró sacudiéndose las manos ya vacías y volvió a mirarte.
—¿Dónde te has dejado a Lynn?—sonrió—. ¿Haciendo la mochila que antes le daba pánico hacer?
—No lo sé, no la he visto. He estado despidiéndome del resto de la gente pero aún no la he encontrado —dijo acercándose al Señor Keefles para rascarle detrás de las orejas—. ¿Crees que ha podido ir a su habitación?
Wynne levantó una ceja.
—No creo, salió corriendo a buscarte—dijo— ¿No te la has encontrado por ahí?
Entonces pareció recordar algo.
—No te preocupes, no le he dicho nada. Esa alegría se la tienes que dar tú—soltó una risita—. Aunque antes tuve que camelarla con unas cuantas galletas más porque se había enfurruñado conmigo.
Gabby cogió al Señor Keefles en su regazo.
—Bueno... pues voy a ver si la encuentro. ¡Hasta luego, Wynne!