Galatea se había puesto a hablar con Rengar, Ossian charlaba con Drizzt y Aidé parecía estar sumergida en la lectura, así que te retiraste unos momentos a disfrutar de la soledad. Entonces escuchaste una voz dentro de tu cabeza:
—Ya podía lavarse los pies de vez en cuando.
Era una voz masculina, gruñona.
Khaila acababa de escurrir la capa y de dejarla colgando en un pequeño saliente de la cueva. Tras eso se había sentado en aquel rincón y cogió la mochila para poder repasar el estado de sus pertenencias. Se encontraba tranquila, escuchaba de fondo las voces de sus compañeros. El enano parecía emocionado con el leño, lo había convertido en alguna especie de juego. Khaila negó con la cabeza y con el ceño fruncido, pero con media sonrisa en sus labios, continuó rescatando las cosas de su mochila.
De repente, escuchó dentro de su cabeza una voz masculina. La guerrera levantó la mirada y observó a su alrededor. Nadie parecía haber escuchado aquello.
Tengo que habérmelo imaginado... Se dijo extrañada. Además, había sido tan irreal... Que no, no podía ser real. Sacudió un poco la cabeza, intentando despejarla. El sueño, el cansancio de estar todo el día bajo aquella inclemente lluvia, hacía que escuchara cosas extrañas. Khaila suspiró y nuevamente se centró en la mochila que ya tenía medio vacía. Las cosas yacían en pequeños montones a su alrededor...
Escuchaste un bufido en tu cabeza.
—Pues tu olor no es ninguna imaginación, y eso que no tengo nariz —rezongó la voz—. En fin, si la montaña no va al profeta...
Para tu asombro, tus botas se transformaron en una palangana de agua tibia... fuertemente aromatizada.
El rostro de Khaila pasó por diversos colores. Primero se quedó pálido, tan blanco como el papel, al escuchar nuevamente aquella voz en su cabeza. Aquello ya no podía ser imaginación suya. El blanco cogió una suave tonalidad verde al ver como sus botas se transformaban en una palangana de agua tibia. Sus pies habían quedado sumergidos... Y cuando se dio cuenta que sus propias botas le estaban diciendo que olía mal, el blanco verdusco se fue transformando hasta dejar su rostro completamente ruborizado.
- Pero... ¿Ésto qué es? - Preguntó sacando los pies del agua y levantándose del suelo. - No tuve que fiarme de aquel vendedor charlatán - . Había cogido su espada y amenazaba a la palangana. Visto desde fuera hasta podía parecer cómico, la audaz guerrera asustada de una palangana llena de agua. - ¿Quién eres? - Le preguntó con un tono de voz imponente. Ella nunca se había fiado de la magia, y tan sólo había adquirido objetos de necesidad, que pudieran ayudarla. Pero nunca se había encontrado ante semejante situación. - Responde... - Le apremió...