Partida Rol por web

Los recientes actos de Galatea han provocado un cambio en la actitud de un compañero:

Ossian: amistad +5

khaila suspiró y levantó la mirada para clavarla en la hechicera. La estaba cansando el sarcasmo y la prepotencia de la joven. Tendría que estar agradecida de que Rengar y Galatea la hubieran sacado de allí...

Aunque mirándola mejor, la guerrera supo que la prepotencia de Aidé la llevaba a creerse mejor que nadie. Supo que si le recriminaba algo, ella optaría por decir que se hubiera salido con la suya, y si hubiera matado a más gente, no le hubiera importado.

Así que optó por ignorarla, tras echarle una mirada glacial, volvió su rostro y observó los nubarrones que permanecían allí, estáticos y amenazantes.

- Espero que estos dos no tarden, me gustaría estar lejos de aquí cuando empiece la tormenta - . Comentó Khaila encogiéndose de hombros. Cogió su gran espadón y se lo colgó a la espalda. Ella ya estaba preparada. 

La mirada de Khaila era de hielo negro, como las afiladas y traicioneras cumbres de la Espina del Mundo. Pero los enormes ojos de la genasí atrapaban un fuego furioso, abrasador, sobrenatural, capaz de derretir el hielo y fundir el metal. Aguantó la mirada de la guerrera con la sonrisilla impertinente aleteando en los labios antes de devolver su atención a Rengar.

—Yo también te puedo ayudar a pensar, medio-orco —siguió la hechicera—, en Ossian, por ejemplo. ¿De verdad crees que sólo pensaba en ayudarnos proponiendo ese juramento a la suma sacerdotisa? Lo que a mi me parece es que se quería asegurar de que matásemos al dragón y Galatea se lo puso en bandeja. Es la gloria personal lo que persigue, no ayudar a la gente. Ossian maneja el cayado y os guía como ovejitas mansas por donde a él le interesa. Mientras nosotros estamos aquí, él está con Galatea, llenándole las orejitas de punta de mentiras endulzadas.

Echó una mirada de soslayo a Khaila, sin abandonar el ademán de provocación.

—Jamás pensé que diría esto, pero vuestra monstruosa mujerona del mandoble es la única con un poco de sentido común. Si tuviera un poco más, se largaría con viento fresco pero tampoco le vamos a pedir peras al olmo.

El paladín la miró, ahora ofendido de verdad, y habló, o más bien espetó:

-¡Te salvamos la vida! ¿Así es como lo estás pagando? ¿Es que no te avergüenzas de hablarme así? Pensé que sabrías lo que es ser un semi-humano y que no serías como eres. No pienso hablar más contigo ni escuchar tus tonterías.

Como venía siendo habitual cada vez que Galatea se ausentaba un momento del campamento, se encontró un ambiente de lo más enrarecido. Todo el mundo estaba callado, y Rengar estaba ceñudo y enfadado. Khaila estaba de pie, preparada para partir como si sus botas mágicas la impulsaran hacia delante sin que ella pudiera evitarlo. Aidé cerró un extraño libro con hojas de metal grabado mientras su familiar Hijwyz salía de su escondite.

Galatea pensaba que la sensación que le hormigueaba en la nuca era debida a la proximidad de la tormenta, pero no. Al llegar al campamento se dio cuenta de que no era otra cosa que la confirmación de algo que muy a su pesar se temía: Encontrarse a todo el mundo hosco.

Es decir, todos menos Áscalon que debía haberla detectado de antes porque ya llevaba un rato mirando el camino con la plumosa cola balanceándose suavemente y las orejas picudas enhiestas. Ahora se había acercado a ella y le hociqueaba una mano.

La elfa traía un estuche con forma de tubo atado al cinturón que debía haber conseguido en Velarburgo porque antes no lo tenía. En un principio sólo se detuvo y miró alternativamente a cada uno de los tres compañeros con las cejas enarcadas, luego terminó suspirando.

—Creo que voy a arrepentirme de preguntar esto...—dijo—. ¿Me he perdido algo?

Khaila se encogió de hombros ante las palabras de Aidé. Ella lo tenía claro, no iba a dejar a sus amigos. Aunque no le gustara aquello en lo que se habían embarcado, la guerrera continuaría a su lado. 

Alzó una ceja al escuchar la réplica de Rengar. Al final la hechicera había conseguido enfadarle, sus continuos comentarios despectivos habían provocado que el paladin le dijera finalmente las cosas claras.

La guerrera se volvió hacia Aidé, la miró con frialdad, sus ojos eran dos pozos profundos... - Su nombre es Rengar... - Le dijo de forma tajante. Se volvió al ver como Áscalon se acercaba al camino, sus orejas puntiagudas estaban erguidas, y su cola la balanceaba de un lado a otro.

- Galatea ya viene... - Comentó, y confirmando sus palabras, en breve aparecieron ella y Ossian. 

Khaila ya se encontraba preparada para partir. El espadón colgado de su espalda, y la mochila cogida con una de las manos. Saludó a ambos con un leve gesto de cabeza y miró a la elfa cuando ésta preguntó qué se había perdido...

- Nada... ¿Nos vamos? - Fue su escueta respuesta. Explicarlo en aquel momento era entrar en una nueva discusión, y no tenía ganas. Además, esperaba que Aidé hubiera aprendido a respetar al paladín...

-Después -indicó el paladín, lacónico-. ¿Cómo ha ido?

Se echó el petate al hombro y se enganchó el escudo a la espalda, como solía, y el hacha al cinturón. Se apartó de la genasí y buscó la diestra de Galatea, poniendo obstáculos entre la línea visual de Aidé y él.

Galatea miró a Khaila con un ojo más entornado que otro, como si estuviera preguntándole mentalmente si le veía cara de tonta como para que se creyera que no había pasado "nada". La respuesta de Rengar sin embargo pareció valerle aunque también le dibujó la sombra de la resignación en el rostro.

—Pues os veo un poco secos para no pasar "nada"— suspiró. Tras pronunciar la palabra «seco», miró al cielo tormentoso que vaticinaba lluvia—. Qué sabia es la naturaleza...

Cogió el estuche que llevaba colgado del cinturón y desenroscó la tapa redonda para sacar con cuidado cuatro pergaminos enrollados del interior. Cuando Rengar se acercó, le dio un golpecito flojo con ellos en la nariz para llamar su atención y se los tendió.

—Ha ido bien—sonrió ligeramente, como si con ello tratara de levantarle el ánimo—. Pero voy a necesitar tu ayuda con estos, Rengar.

Esperó a que los cogiese y los guardase antes de continuar hablando.

—Protección contra el Mal—dijo—. Yo no puedo lanzarlo aunque se trate de un conjuro divino porque no lo conozco. Pero tú sí.

Tendría que ser el paladín quien se encargase de lanzar aquello sobre los miembros del grupo una vez estuviesen arriba y antes de encarar a la bestia. Galatea volvió a cerrar el estuche que parecía tener un par de vitelas más en su interior.

—Los pergaminos suelen ser más baratos que las pociones, preferí cogerlos así—añadió mientras rebuscaba esta vez en su mochila. Sacó una redoma que contenía un líquido transparente y dorado que hasta parecía emitir una tenue luz áurea y se la tendió a Aidé—. Supongo que contarás con algún conjuro de armadura. A parte, Rengar debe ser capaz de lanzar al menos una protección sin pergamino, por eso cogí cuatro. Pero aun así toma esto, es un Escudo de la Fe.

En ese momento pensó que resultaba muy irónico aquello de que la hechicera "usara la fe" si veía que le hacía falta pero se ahorró el comentario. Una vez hecho el reparto suspiró hondo y se encogió de hombros mirando al resto del grupo.

—Y por último, entre lo que he memorizado hoy y lo que queda aquí dentro—dio unos golpecitos con el dedo en el estuche para pergamino—. Vamos a ir protegidos también contra el fuego. El resto va a ser cuestión de ser más ingeniosos que el Dragón y  de lo que también haya memorizado Aidé.

Áscalon no había parado de revolotear alrededor de su compañera hasta que finalmente logró que esta le acariciase la cabeza con la mano libre. Una vez conseguido su propósito, el lobo permaneció quieto y atento a su lado, como el silencioso guardián que acostumbraba a ser.

El semiorco sonrió tontamente ante la broma de Galatea, pero cuando le dijo que uno de los pergaminos iba a ser para él, su rostro se tornó preocupado. Pero si decía en alto el motivo de su preocupación, iba a echarle más leña al fuego. Aidé no necesitaba más motivos para reirse de él.

Prefiriendo esperar a decírselo a Galatea cuando tuviesen intimidad, Rengar sonrió y le apretó el brazo.

-Bien hecho. Ahora sólo hay que esperar que Aidé colabore -dijo mirándola de soslayo.

Aidé hizo un aspaviento teatral.

—Síii... Aidé es tan mala y tan terrible... ¡ooh! —se mofó la genasí.

—No creo que sea mala—dijo Galatea rebuscando con una mano en su mochila, sacó algo envuelto en un paquetito que le cabía en la mano y se lo tendió resignando un poco la sonrisa de medio lado aunque sin atisbo de burla en el tono de su voz—. Sólo algo gruñona.

Se lo echó para que lo cogiese y luego se giró dándole una palmadita a Rengar en el brazo y señalando con la cabeza hacia el camino.

—Bueno... vamos allá.

Se puso en marcha nada más decirlo, quería ir la primera... para que así nadie pudiera ver la expresión que se le dibujó en el rostro nada más darle la espalda al grupo: Le preocupaba la tensión que pudiera haber entre ellos, iban a necesitar colaborar más que nunca si querían vencer al dragón.

Aidé recibió el paquete con estupor, y frunció el ceño mientras lo abría. Cuando vio su contenido, y contra todo pronóstico, se puso colorada como una doncella timorata.

El lagarto salió de entre su vestido como por ensalmo.

—¿Pistachos? —preguntó, venteando el aire—. ¡PISTACHOS!

La criatura mágica se abalanzó alegremente sobre los frutos secos.

Aidé iba a decir algo a Galatea pero parecía demasiado avergonzada para hacerlo.

Aidé: amistad +20