Salisteis del templo de Khauntea y recogisteis a un ceñudo Ossian en el exterior. Aunque el cielo aún estaba plomizo, había dejado de llover. El suelo, no obstante, estaba aún embarrado y lleno de charcos. La hierba chamuscada y los restos de sangre de las ovejas eran los testigos mudos de la destrucción que había sembrado la dragona roja.
Os alejasteis del escenario de la batalla y buscasteis un claro tranquilo y hermoso, que se asomaba a un acantilado y desde el que se tenía una vista sobre el bosque de Velar. A lo lejos se oía el canturreo de un afluente. El lugar tenía algo de solemne tristeza que lo hacía adecuado para vuestro sencillo homenaje al alma de vuestra compañera.
Rengar dejó que sus amigos se pusieran en círculo y, como único entre los presentes que sabía algo de ritos funerarios, tomó la palabra. Era difícil precisar algo sobre Khaila.
-Soy un paladín de Ilmáter. Eso ya lo sabéis. Ilmáter es el dios del sacrificio, todo el mundo lo sabe, también. Nosotros... A nosotros nos enseñan a no temer al dolor. Nos enseñan a sufrir y a aguantar. Y a sacrificarnos si es necesario. Yo estaba dispuesto a morir por que Khaila pudiese escapar. Pero... me sorprendió. No me esperaba que ella se sacrificase por todos. Eso es... eso es digno. Y es increíble. Si Khaila espera en el otro mundo a acompañar a su dios, sé que Ilmáter estará orgulloso de ella. Sé que le espera algo grande. Por eso enco... encomiendo su alma a Ilmáter.
El semiorco unió sus manos y las pegó a su pecho para iniciar una plegaria.
-Gracias a Khaila sigo aquí. Dar la vida por otros es la mejor manera de morir.
Galatea se había limitado a formar parte del círculo. La elfa se mantenía en pie silenciosa con los brazos cruzados y la vista fija en la hierba aunque sus sentidos estaban bien atentos a Rengar.
Había visto de pasada preparativos o incluso ritos funerarios en plena ejecución de su paso por los pueblos del valle pero lo cierto es que era la primera vez que participaba en una costumbre tan humana de despedir a alguien. Por eso prefería no decir nada. Era tan distinta a la de los elfos... Aquello la hacía sentirse un poco perdida pero no por eso le resultaba indigna de respeto.
Sin embargo las palabras del semiorco la hacían pensar aunque no quisiera, pensar una y otra vez en aquella explosión de llamas, era el último recuerdo que conservaba de la guerrera. "Marchaos" les había gritado, ¿realmente la dragona no podía haberles seguido de todas formas? Si era así, entonces...
No, no quería ni pensarlo.
Cerró los ojos con fuerza y aisló todo lo que no fuera la voz de Rengar, el aroma a ozono y hierba mojada del bosque y el tacto cálido de Áscalon que permanecía sentado junto a ella, pegado el costado a una de sus piernas.
Ella también despediría a Khaila... a su manera, solo que no sería en allí. Había que esperar un poco.
Ossian asistió a las palabras de Rengar con solemnidad. Cuando hubo terminado, conjuró un pequeño acompañamiento y tocó una sencilla melodía con su flauta. La música parecía hablar de un barco distante que hacía sonar su cuerno, que partía para no volver... y de un cielo que enviaba cortinas de lágrimas al mundo al verlo partir.
Aidé tampoco hablaba. Estaba cabizbaja, pensativa. Su pensamiento debía estar divagando en un lugar muy lejano de aquel.
Galatea aguardó a que Rengar terminase su plegaria pero pareció también dispuesta a escuchar la melodía de Ossian. Para cuando ésta tocaba a su final, la elfa terminó abriendo los ojos y mirando al cielo con la mandíbula tensa, para ella una balada de despedida tenía un sentido muy poco superficial.
Cuando volvió a hacerse el silencio, Áscalon añadió como colofón un aullido suave y triste que se prolongó durante varios segundos, tal vez porque de alguna manera su instinto animal le decía que sus compañeros no estaban felices.
La elfa, sin descruzar todavía los brazos, giró de pronto sobre sus talones y caminó despacio hasta el roble quebrado y cubierto de musgo que presidía el claro con la vista clavada en sus botas. Se detuvo entonces y se agachó tocando el suelo con la mano en la base, como si buscara algo.
Cuando Áscalon aulló, el semiorco sintió el impulso de imitarlo. Un escalofrío le recorrió la espalda y los ojos se le empañaron de nuevo. Se limpió las mejillas con el dorso de la mano y siguió rezando hasta que terminó con la ceremonia tal y como la conocía. Después levantó la cabeza y buscó la mirada de Galatea. Debían continuar...
Como si hubiera percibido los ojos de Rengar sobre ella, Galatea se puso en pie aunque siguió dando golpecitos con la puntera de la bota en la tierra de la base del árbol. La elfa suspiró, miró a Rengar de reojo y luego apoyó una mano en el enorme tronco del roble partido y habló por primera vez desde que había comenzado la ceremonia.
—Cuando algo tan presente en nuestras vidas cae... deja un vacío desolador, tan grande como lo que se ha ido.
Acarició la madera húmeda por el aguacero pasado como quien acaricia a un herido, el árbol era enorme pero estaba partido por la mitad, la voz de la elfa sonaba neutral, desapasionada en aquél ambiente tan gris. Continuó insistiendo con el pie en la tierra hasta que finalmente pareció encontrar lo que buscaba, apartó el barro y dejó al descubierto un pequeño brote del que a penas salían tres hojas de un brillante y saludable color verde.
—Pero su recuerdo es inmortal—sonrió con tristeza—. Y si lo cuidamos y no lo olvidamos, crecerá, se hará cada vez más presente y nos acompañará toda la vida.
Áscalon trotó hasta ella y Galatea terminó por separar la mano del árbol para recibirlo, antes de repetir una vez más en un murmullo:
—Porque los amigos no te abandonan, aunque no los veas... nunca se van.