¡Oh! Ya era hora... Rina fue de las primeras que se levantó para poder estirar sus piernas. Sentía que su culo acabaría deformándose y volviéndose cuadrado si tenía que asistir a más de esas reuniones. Los miembros del Consejo empezaron a levantarse y sin muchas ceremonias se fueron yendo.
Rina disimuló un poco, no quería llamar demasiado la atención y levantar las sospechas de los miembros del Consejo. Pero cuando la Capitana de la guardia se alejó, tras proferir una advertencia a los inculpados, la joven se acercó a ellos.
- Hola, mi nombre es Marina Raindel... - Se presentó disimulando una sonrisa. Ahora que se había acercado, pudieron observar las suaves orejas ligeramente puntiagudas que sobresalían de su cabello cobrizo. Éste lo llevaba recogido, se la veía quizás demasiado repeinada, con unos suaves bucles que caían enmarcando un rostro fino pero de mirada pícara. - Me haríais un gran honor si aceptarais venir a mi casa para cenar esta noche... Me gustaría poder escuchar de vuestros labios las nuevas que traeis... - Les invitó con un leve guiño de ojos.
Galatea tenía sus dudas de que el nuevo cargamento fuese a llegar sano y salvo. Tal vez por eso mismo consideraba importante averiguar qué había ocurrido con el anterior o podría volver a pasar... No obstante, apreciaba el gesto así que ella misma podía dar fe de que los burgueses se preocupaban del tema si otro malentendido llegaba al Círculo.
En ese momento una human... no, ¡una semielfa! bajó de la tarima y se acercó a ellos. La druida no pudo evitar parpadear curiosa ante la petición.
—A ver si lo he entendido... —dijo con tono monocorde, levantando un índice como quien pide permiso para hablar—. Primero los Siete Burgueses quieren colgaros por supuesto intento de asesinato y acto seguido una chica desconocida nos invita a todos a cenar a su casa como huéspedes de honor.
Pasaron tres segundos de silencio y entonces puso los brazos en jarras mirando alternativamente a Ossian y a Rengar con una ceja cómicamente enarcada (porque a uno lo tenía a la derecha y al otro a la izquierda, no por otra cosa)
—¿Me he perdido algo?
Antes de dejarles responder, miró a la recién llegada y sonrió de medio lado, como indicando que no tenía nada en contra de ella.
—Encantada de conocerte, por cierto...
Rengar carraspeó.
-No quiero volver a molestar a alguien del consejo, ya lo he hecho suficiente. Pero mi prisa iba en serio. No sé qué es de mi hermanastro... Y creo que ya me he retrasado demasiado...
Rina no estaba acostumbrada a que declinaran una invitación suya. Y se notó en su expresión algo aturdida. Carraspeó ligeramente y se llevó una mano a la frente de forma teatral... - ¡Oh! Sí, tu hermanastro... Es verdad... - Bajó la mano y lo miró con un ligero brillo en sus ojos cobrizos. - Pero, ya es tarde. El sol casi se habrá puesto y tendréis que cenar, ¿no? - La joven llevó su mano al brazo del paladín, cogiéndose una confianza que a muchos aturdiría... - Además, mi marido no se encuentra en casa y las noches son tediosas... Me gustaría amenizar la velada con vuestros relatos - . Rina tiró de forma sutil del brazo del paladín. - La reunión ha sido cuanto menos aburrida. No sabéis lo que es aguantar durante tanto tiempo la compostura... Ufff... Es estresante... - Mientras hablaba comprobó que no habían oídos indiscretos por la zona. - Es más... Cuanto menos me debéis eso - . Guiñó el ojo y tiró del paladín, intentando mover aquella mole de su sitio.
Galatea carraspeó ruidosamente para llamar la atención.
De los dos.
La elfa cambió la mirada a Rengar un segundo, su expresión era indescifrable aunque continuaba con una ceja enarcada que parecía estar diciendo "insisto, ¿me he perdido algo?".
Bueno, para empezar lo del hermanastro secuestrado surgido de la nada ya era una buena novedad porque no sabía que rayos habría ocurrido para que terminase en esa situación.
—Esa sí es una buena cuestión—dijo finalmente observando a Rina—. ¿Exactamente por qué has interferido por Rengar y Aidé?
Descruzo un brazo haciendo un gesto de "alto".
—Tienes nuestra gratitud—aclaró ya que lo último que quería era sonar como una desagradecida. Simplemente le despertaba curiosidad—. Pero... vaya, que la gente que trata de ayudar a completos desconocidos acusados de asesinato y luego les invite a su casa no es que abunde, ya me entiendes.
Rina suspiró exasperada... Estaba acostumbrada a conseguir lo que quería, y se daba cuenta que aquellos dos eran duros de roer. Soltó al paladín y extendió las manos, mostrando las palmas vacías...
- Tranquilos... Sólo quiero pasar una velada tranquila con vosotros. Había oído de vuestras hazañas. Y... Bueno, preferiría no tener que hablar aquí - . La joven se mordió el labio indecisa. Tanto tiempo ocultando quién era en realidad, que se le hacía complicado explicarles a unos desconocidos.
- Soy una persona respetable... - ¡Oh! Increíble... Parece que me estoy vendiendo... Rina sonrió. Bueno, más bien una enorme sonrisa asomó a sus aterciopelados labios. - Chicos... Tengo que irme para hacer que preparen la cena... Os espero. Vivo en la mansión que se encuentra en la calle Ciprés... - Tras decir esas palabras, guiñó un ojo cómplice y se dio media vuelta para alejarse. Normalmente esa técnica le solía funcionar, y esperaba que no fuera aquella la excepción. Además... Tenía prisa ya que debía encontrar a Edmund.
-No acepta un no -gruñó Rengar-. La gente de la ciudad...
El paladín se detuvo. Acababan de salvarle de la cárcel o de algo peor, probablemente. No era de recibo insultar a sus salvadores. Además, ahora tenía otras cosas de las que preocuparse, y una de ellas la tenía delante: el modo en que Galatea le miraba y le había mirado le hacía sentir tan culpable e inferior como una babosa.
-Galatea... Lo siento.
—¿Que lo sientes? —repitió Ossian, en tono de auténtica consternación—. ¿Qué pasa, que tiene que estar Galatea para darte cuenta de que te has comportado como un auténtico imbécil? ¿A mi no me debes ninguna disculpa?
Rengar: tu relación con Ossian ha aumentado en 1 punto: Rivalidad — Asociado (1)
Galatea arqueó una ceja contrariada ante el hecho de que Rina se largase asumiendo sin más que iban a ir a la cena y listo. Pues... bueno, qué diablos. Definitivamente ella tampoco iba a entender en la vida a la gente de ciudad.
¡Si había dicho "mansión" y todo! Surrealista.
—¿Respetable... ?—parpadeó con gesto interrogante, luego se miró a si misma; la capa de pieles, las ropas de cuero de aspecto silvestre, el tatuaje tribal, las plumas...— ... pues si ella es "respetable" no sé exactamente en qué lugar me deja a mí eso.
Suspiró con resignación y volvió a cruzarse de brazos (no tenía la menor intención de cambiar un ápice su aspecto porque en honor a la verdad había que decir que le importaba un ardite lo que los demás pensaran de él) luego guardó silencio por un instante. Sabía que Rengar se disculpaba de corazón, y no le gustaba verlo triste. De hecho ni si quiera estaba furiosa... pero tampoco era capaz de soltar un "no pasa nada" y ya está.
Porque sí pasaba algo. Fuera lo que fuera; ni ella misma sabía por qué exactamente la sensación de decepción era tan grande. Tal vez había estado tan segura de que en su ausencia iba a ser el semiorco quien mantuviese las cosas tranquilas que al volver y encontrarse con semejante disparate no había terminado de dar crédito. Parecía una broma desagradable.
—Ya lo sé—murmuró al final, y no mentía. La expresión de su cara era la misma calmosa de siempre, pero sus ojos rehuyeron la mirada desviándose hacia un lado. Tal vez para no parecer hostil porque luego tuvo que añadir muy a su pesar:—. Pero... Ossian tiene razón en lo de la disculpa.
Rengar miró a Ossian de reojo, inclinado bajo el peso de su propia vergüenza.
-T-tienes razón, Ossian. Me he comportado como un imbécil. Te pido perdón. He intentado hacer lo que creía que era lo justo, pero me he equivocado. Galatea me ha hecho verlo.
Porque había pensado que Ossian era un cobarde complaciente y no totalmente digno de su confianza. Porque Aidé había echado más leña al fuego y Rengar no había sido capaz de distinguir lo que quería de verdad de lo que ella le animaba a hacer. Y porque, de todas las personas que conocía, a la que más respetaba y adoraba era a Galatea, y ella rara vez se equivocaba. Si la elfa le había dicho que había actuado mal, ni un veredicto judicial ni las palabras de sus otros amigos podían cambiarlo. Y por eso mismo, el semiorco no había admitido su equivocación hasta que ella lo había mirado con decepción.
-Tengo que intentar compensar muchas cosas... -murmuró, incapaz de hacer un resumen de todas las cosas que pensaba y sentía-. Pero lo único que quiero hacer ahora es ir a salvar a Joxer, y ni siquiera me dejan. Todo ha sido culpa de mi cabezonería.
Que conste que mi odio hacia Ossian sólo es superado por mi odio hacia Nanthleene. O a Payne.
Rina salió del edificio que albergaba la Sede del Consejo. Fuera esperaba su cochero, fiel como siempre. Ya hiciera frío, calor, o hubiera tormenta, el hombre siempre estaba esperándola para llevarla a donde necesitara.
- Llévame a casa, Nicolás... - Le dijo mientras se subía al coche. El hombre cerró la puerta detrás suyo y se colocó delante, para poder manejar los caballos.
Esta vez Rina no apartó las cortinitas, como siempre hacía, para poder espiar el exterior. Se quedó con la cabeza echada hacia atrás y divagando sobre lo ocurrido en el Consejo. Creo que he actuado de forma demasiado impetuosa. No debería acercarme a ellos. Ese paladín seguro que no sabe guardar mi secreto. Estoy jugando con fuego y puedo quemarme. Pero estoy cansada de estar siempre trotando de un lado a otro sin ningún objetivo... Ellos son la oportunidad que estaba esperando. Además, Edmund seguro que se alegra. La joven continuó con sus divagaciones hasta que llegaron a la mansión. Sin esperar a que le abriera la puerta, saltó fuera del carro, ante el estupor del cochero, y se encaminó a la puerta de entrada.
- ¡MIDORI! - Rina entró en la casa llamando con voz fuerte a su sirvienta... Era la única en la que podía confiar...
Alarmada por la urgencia de tu grito, la sirvienta salió de la casa a todo correr.
—¡Mi señora! ¿Qué ocurre?
Cuando vio aparecer a Midori, Rina sonrió y guiñó uno de sus ojos cobrizos.
- Oh... Tranquila... Tenemos invitados esta noche y necesito que te encargues de todo; será algo informal... Yo saldré un rato - . Le dijo mientras empezaba a subir las escaleras. - Por cierto, no hay ningún mensaje para mi, ¿verdad? - Dudaba que Edmund le hubiera enviado nota alguna. Solía ser muy discreto, pero su corazón anhelaba tener noticias suyas. Tengo que encontrarlo, hace demasiados días que no sé nada de él...
Galatea hizo ademán de levantar una mano, como si quisiera palmear a Rengar o algo así, dudó unos instantes y terminó usándola para peinarse hacia atrás.
—Hablando de eso... —suspiró—. Estaría bien que alguien me explicara cómo te enteraste de que tu hermano ha ido a parar a un castillo. Preso. Aunque la verdad es que no sabía que tuvieras uno... pero eso es otro tema.
Bajó el brazo de nuevo y empezó a contar lentamente con los dedos.
—Ir al castillo, encontrar un clérigo, hablar con la madre de Drizzt y ver qué quiere esta tal Rina. Todo eso hay que hacer—le dio la vuelta a la palma como quien muestra el número de dedos a los demás—. Ahora viene la parte complicada: establecer el orden. ¿Sugerencias?
Para empezar le interesaba la disponibilidad de sus compañeros, no tenía ni idea de hasta qué punto tendría cada uno la paciencia roída, o la voluntad de querer hacer según qué cosas...
-No está preso. Mi padrastro me dijo que se había ido de aventuras, y ese elfo oscuro lo mandó a Halvan. Mi hermano no ha ido nunca de aventuras. Ni siquiera es adulto. Es sólo un chaval jugando. ¿Entiendes por qué me enfadó tanto? -El semiorco frunció los labios-. Mi madre no dejaba de llorar y mi tío dijo que era culpa mía. No puedo volver sin él.
Rengar podía ser un tonto, pero sabía un par de cosas de la vida. Sabía que su madre amaba más a sus hermanos que lo que alguna vez pudiera amarle a él, pero no la culpaba. No dejaba de ser el fruto de una violación, por mucha capa blanca y mucha armadura plateada. El recordatorio feo y verde de una experiencia traumática. Perder a Joxer la sumiría en una depresión de nuevo, y Rengar no iba a permitirlo. No obstante, no hacía más que buscar el modo de retrasarlo. Por Ilmáter, menudo zopenco estaba hecho.
-Tendríamos que haber dejado claro que... -Rengar suspiró-. No, no quiero molestar al Consejo otra vez. Será mejor que vayamos a su casa. Podemos buscar el clérigo, pero creo que yo me he... hecho unos cuantos enemigos entre los aventureros. Y mañana mismo ir a Halvan. Por favor.
—Fíate de un drow... —resopló Galatea, evitando llamarlo "elfo oscuro". Para ella sólo un tipo de drows merecían llamarse "elfos oscuros" y... no, por desgracia el que le había descrito el paladín no parecía uno de esos.
Lo que ya le resultaba surrealista era que el tío de Rengar le echase a él la culpa de lo ocurrido. ¿Exactamente qué clase de retorcido razonamiento era aquél? ¡Ni que hubiera sido el semiorco el que hubiese sacado a patadas de casa a su hermano para que se fuera por ahí de aventuras a castillos desconocidos! Seguramente sería algo basado en el ejemplo que le daba... en fin, qué diablos. Pensar en aquello no ayudaba ahora.
—Si esa tal Rina nos ha echado una mano y también "ha oído de nosotros" pero "no puede hablar en medio de la calle", seguramente sea porque necesita decirnos, saber, o hacer algo que tiene que ver con lo que estamos haciendo últimamente—dedujo dándose unos golpecitos en la barbilla—. Aunque todavía es pronto para cenar, podríamos dejar el resto de cabos atados mientras y mañana ir al castillo.
"¿Y por qué cuernos estoy yo otra vez decidiendo el plan de acción, a todo esto?"
Miró de reojo a los demás en busca de un indicio de lo que estuviese pensando cada uno. Estaba claro que no sería sensato que ni Rengar ni Aidé fueran allí de nuevo o podría liarse la gorda.
—Yo podría... ir a la Lluvia de Estrellas a buscar ese clérigo—propuso—. Y tú mientras, Rengar, a hablar con la madre de Drizzt. ¿Vas con él, Aidé?
A fin de cuentas, ir a decirle a aquella mujer que no era necesario que le enviara más dinero a su hijo porque éste quería formarse como escudero e iba a ser Rengar quien se encargara de tal cosa, era algo que le correspondía al propio Rengar. ¡Si casi el chaval estaba más a salvo viajando con ellos que trabajando en una taberna en la que le daban palizas y que además se encontraba en un pueblo amenazado por un dragón!
-De acuerdo -dijo el paladín-. Nos encontraremos aquí cuando acabemos cada uno lo nuestro.
Rengar sonrió con cierta tristeza a modo de despedida y echó a andar con Drizzt y con Aidé, si es que la genasí lo seguía.
Galatea asintió, luego se quedó unos instantes con los brazos cruzados pensando en que ojalá no hubiese más contratiempos. ¿Por qué se seguía sintiendo tan mal?
Enseguida pareció darse cuenta de que cuanto menos lo pensara, mejor.
Suspiró, dejó caer los brazos y miró al bardo, ella no había estado en la Lluvia de Estrellas pero aún quedaba alguien que sí y tal vez podía echarle una mano.
—¿Me acompañas, Ossian?