—Somos personas ocupadas —dijo Sheera, cogiendo un pastelillo de salmón—, es una práctica habitual enviar a alguien de confianza de tanto en cuanto.
La elfa se llevó el pastelillo a la boca y lo masticó con delicadeza. Tras limpiarse la comisura de los labios con una servilleta añadió:
—El Consejo se reunirá esta tarde, en la Sede. Os veré allí —dijo, dando por terminada la conversación.
- Está bien, nos veremos allí. Ahora, si me lo permite... - La joven sabía entender cuando alguien finalizaba una conversación. Y no le gustaba imponer su presencia más de lo necesario. Hizo un leve gesto de cabeza y con una sonrisa sesgada se despidió de la elfa.
Buscó con la mirada a Midori. Ya no había nada que hacer allí. Su presencia había servido para dejar constancia de su preocupación, pero no era allegada a la familia, y si la alargaba podía ser tildada de morbosa. Así que cuando encontró a su sirvienta enarcó levemente una ceja. Era una señal para que entendiera que ya era hora de irse de allí...
Midori te acompañó de vuelta a casa, donde los criados te entregaron un nuevo mensaje de Helena Treskeden. En él te detallaba lo mismo que había comentado Sheera Frondáurea en el velatorio de Alosius Grimwarrow: que era habitual que los Burgueses enviasen a alguien de su confianza si ellos estaban fuera.
Comiste, elegiste un vestido diferente y te dirigiste a la Sede del Consejo. A las puertas del impresionante edificio estaban hablando Helena Treskeden y Sheera Frondáurea.
—Ah, aquí estás. Bienhallada, Lady Raindel —te saludó Helena.
—Bienhallada —abundó Sheera—, lamento haber sido deliberadamente lacónica con vos en nuestro último encuentro. Pero no era el mejor lugar para hablar de las cosas que me preguntasteis.
Rina se había arreglado para la ocasión. Según habían ido pasando las horas, su emoción se había ido enfriando. No le apetecía nada formar parte del Consejo. Era algo que la ponía nerviosa, tantas apariencias y tanto saber estar y saber qué decir.
Normalmente hacía bien su papel. Pero cuando más disfrutaba era cuando se convertía en Rina y podía sacar su verdadera personalidad. Cuando se encontraba sola, se miraba al espejo y le parecía ver a una desconocida. Suspiró y guiñándole un ojo a su reflejo decidió que ya debía ponerse en marcha.
Llegó a la sede del Consejo. En la puerta se encontraban Helena Treskeden y Sheera Frondáurea.
Las saludó con una ligera inclinación de cabeza. - Bienhalladas seáis vos, lady Treskeden y lady Frondáurea... -
- Oh, disculpad mi falta de tacto. La preocupación me hizo hablar más de la cuenta - . Se disculpó ante Sheera. Una sonrisa sesgada asomó a sus suaves labios.
—Pensamos que el ataque a las cuadras de Sheera y la desgraciada muerte de Alosius podrían estar relacionadas —dijo Helena en un tono de voz discreto—. Alguien parece interesado en desestabilizar el gobierno de la Rastra. Ahora que tu marido forma parte del Consejo... mejor que extremes las precauciones.
Sheera te dedicó una mirada empática.
—¿Quieres que entremos ya? —dijo señalando la entrada a la Sede.
Ante las palabras de lady Treskeden, Rina asintió con un leve movimiento de cabeza. Sus ojos cobrizos brillaron ligeramente. Tengo que encontrar a Edmund y comentarle lo que está ocurriendo. Quizás él sepa algo... Aunque ya imaginaba que no. Era más su deseo de volver a verle, volver a perderse en su mirada, que el hecho de conseguir aquella información. La última vez que lo había visto le comentó de pasada lo que había ocurrido en las caballerizas. Le habló de las dos mujeres que habían encontrado a la pequeña elfa, y de como, junto a un paladín semiorco, habían acabado con la maldición que corría por sus venas. Le pidió que investigara sobre ese asunto. Pero por más que había intentado indagar, por los bajos fondos no había encontrado nada. Los sharinos estaban bien escondidos y organizados. Ahora, quizás, tendría una oportunidad... Pero... ¿A qué precio? Su corazón se estremeció por un momento. Aquellos movimientos podían poner en peligro a su querido marido...
La joven dama de alma aventurera, clavó sus ojos en los de lady Frondáurea.
- Sí, mejor que entremos ya... - Le respondió con un casi imperceptible guiño de ojos (a la joven a veces le costaba recordar con quién trataba) y apartándose ligeramente, dejó que ambas mujeres le precedieran al interior de la Sede.