Galatea abandonó Velarburgo en la silenciosa compañía de Drizzt, Ossian y Aidé. La advertencia de la genasí de que no molestaran a la elfa pareció surtir efecto. Después de lo que habían visto, ni el niño ni el bardo tenían demasiadas ganas de poner a prueba la paciencia de una hechicera.
A medio camino entre el pueblo y el campamento, la elfa manifestó que quería estar un tiempo a solas en el bosque, bajo la lluvia, para tranquilizarse un poco y poner en orden sus ideas. Pensativa y meditabunda se la encontró Rengar, que venía recogiendo bayas.
Galatea acariciaba distraídamente su hombro izquierdo mientras caminaba bajo la lluvia, aquella marca era tanto un símbolo como un auténtico misterio para ella.
Desde que había ido con Rengar al templo no había logrado sacarse de la cabeza la extraña respuesta que le había dado Olavia cuando, preocupada por la falta de un clérigo en el grupo junto al que enfrentarse al dragón, había ido a preguntarle. Ahora, sin comerlo ni beberlo, una de las Siete Hermanas ni más ni menos le había pedido algo todavía más extraño y aquél pensamiento no la dejaba en paz.
Selûne, Selûne... ¿Por qué parecía la diosa cada vez más presente en todo?
Suspiró con resignación y se detuvo levantando la cabeza hacia las copas de los árboles. El resultado fue la lluvia acariciándole la cara pero le dio exactamente igual, lo había hecho para eso, porque era una sensación con la que siempre había disfrutado. Solo que ahora le costaba encontrar aquella paz interior que buscaba.
—.......
Se acercó a un tronco caído y cubierto de musgo para sentarse, rebuscó en su mochila y sacó el símbolo de Selûne que había encontrado en el templo en ruinas. Lo sostuvo ceñuda en una mano, recorriendo distraídamente el contorno de cada una de las estrellas de plata con el pulgar como si aquello fuera a ayudarla a pensar mejor.
"¿Qué quiso decir?" se preguntó absorta totalmente del mundo que la rodeaba "¿Qué tengo que hacer... ?".
Antes de que el semiorco apareciese en escena, Galatea alcanzó a escuchar con sus finos sentidos de elfa lo que parecía una voz grave y cavernosa cantando con más bien poca fortuna una canción soldadesca. Decía algo sobre las llagas de Ilmáter y las siete espinas de una corona cuando se interrumpió. Un azorado Rengar venía con algo verde en la mano. Mirado atentamente parecía una gran hoja plana convertida en un cono, y el interior estaba repleto de zarzamoras moradas y brillantes. Lo cierto es que los dedos y los labios de Rengar estaban manchados de lila desteñido. A pesar de estar empapado como una sopa, lucía bastante contento.
-Ah, Galatea. Estaba... cogiendo... He ido a buscar moras. -Se acercó a ella. Era sorprendentemente baja para lo mucho que le imponía. Le tendió el cucurucho improvisado-. ¿Quieres? Están maduras.
Galatea estaba tan ensimismada que a penas había empezado a caer en la cuenta de que estaba oyendo algo hasta que Rengar habló en voz alta, aquello la hizo soltar un respingo y girar la cabeza en su dirección. Casi se le cae el símbolo de las manos de lo rápido que se había espigado.
Acostumbrada a que fuera imposible seguirle la pista lo último que se había esperado había sido aquello.
—R... ¿Rengar?—parpadeó como si quisiera asegurarse de que sus ojos no la estaban engañando, luego pareció caer en la cuenta de algo y volvió a meter el símbolo rápidamente en la mochila—. Seldarine, acabo de tirar por tierra siglos de fama de agudeza sensorial élfica...
Se peinó el flequillo tras una oreja desviando la vista en un principio pero cuando miró de soslayo y reparó en las pintas del semiorco que le ofrecía una mora no pudo evitar sonreír ligeramente. La idea del cucurucho era graciosa.
—¿Qué haces aquí?—dijo estirando una mano al cucurucho para coger una. Al siguiente milisegundo cayó en la cuenta de que esa pregunta se la habían respondido ya antes y carraspeó—. Quiero decir... no sabía que te gustase recoger bayas mientras está lloviendo a cántaros.
-Quería dejar sola a Khaila.
El paladín se sentó junto a Galatea y el tronco crujió ostensiblemente bajo su peso. Unos gruesos goterones rodaron por la frente hasta quedar temblorosos en la punta de su nariz. Rengar se los limpió con un dedo sin dejar de sujetar el cucurucho.
-Hemos hablado sobre lo que le pasa. Ella dice... No sé. Creo que le pasa algo muy grave. No me lo ha querido contar. Tampoco la he presionado. Pero me ha dicho que... en un tiempo... se irá. Que tiene que hacer algo y que tiene hacerlo sola. Creo que ya se ha calmado un poco... ¿Cómo estás tú?
—¿Quería que la dejaran sola? qué inusual...
Galatea no pudo evitar que la respuesta fuera ribeteada de cierto tinte entre sarcástico y frustrado, fue a llevarse la mora a la boca pero cuando el semiorco explicó el resto se quedó congelada en aquella postura y giró la cabeza hacia él como impulsada como un resorte.
—¿QUÉ?
Durante unos segundos se quedó así mirándolo con las cejas enarcadas, pero enseguida los ojos de la elfa se oscurecieron, volvió a apartar la vista lentamente como si se estuviera repitiendo en su fuero interno lo que acababa de oír para ser capaz de creérselo. Finalmente, soltó un suspiro con la expresión sombría de alguien que se resigna a ser incapaz de conseguir algo por más que lo intente y se metió la mora en la boca apoyando apáticamente una mejilla en la mano.
Pareció que la conversación se iba a acabar ahí porque no fuera a añadir nada más (de hecho se veía que había quedado con la mora en el carillo) la lluvia parecía apañárselas para escurrirle por la cara de modo y manera que no molestase porque no hacía ni un solo gesto por apartar las gotas. Tras un silencio demasiado largo, terminó mordiéndola y tragándosela para contestar.
—Necesitaba... pensar un rato—respondió escuetamente, evadiendo mencionar "cómo" se encontraba ella y cambiándolo por "qué" estaba haciendo. Más que nada porque lo primero no lo tenía muy claro—. En un principio creía que enfrentarnos a un dragón sin clérigo era un problema... pero visto lo visto, creo que me estaba quedando corta. Si ni si quiera somos un "grupo" el dragón es precisamente el menor de los problemas.
"Y lo del clérigo aun no lo tengo claro... ".
-Vamos, pero sí somos un grupo -repuso el paladín con entusiasmo-. Ya hemos arreglado lo de Khaila. Bueno, tiene que disculparse. Pero estoy seguro de que Aidé y Ossian harán bien su papel. Yo tengo fe en que todo vaya bien. No digo que no me preocupe un poco... La verdad es que... precisamente quería hablarte sobre ello.
Rengar se rascó la nuca sin mirarla.
-Comprastes aquel pergamino y... ¿qué pasa si no me sale utilizarlo? Nunca he leído pergaminos. Eso es cosa de magos. A mí... Yo no sé... La verdad, tengo un poco de miedo. O lo que sería el miedo si podría tenerlo todavía.
—¿Lo hemos hecho?—Galatea sonrió sin alegría ante el comentario sobre Khaila, aunque no añadió nada más.
Pese a que el asunto la inquietaba de verdad, la actitud entusiasta del semiorco rallaba lo inocente pero la verdad es que precisamente por eso resultaba encantadora. Borró la sonrisa de golpe al darse cuenta y de nuevo adoptó un gesto más neutro.
—No es sólo eso... Los amigos no "molestan", Rengar—suspiró—. Y tengo la impresión de que si Khaila quiere hacer algo y quiere hacerlo sola es porque no nos va a gustar. Pero es que si tus amigos te intentan detener en algo, es cuando deberías preguntarte por qué lo hacen, no tratar de esquivarlos para que no lo hagan.
Pero entonces Rengar dijo aquello y levantó la cara de la mano arqueando las dos cejas.
—¡Claro que sabrás utilizarlo! ¿Por qué no ibas a saber?—respondió con franca sorpresa. Al último comentario sobre los magos no pudo evitar sonreír de nuevo—. Mírame, soy una archimaga de pies a cabeza.
Se señaló a si misma con las palmas de las manos haciendo un gesto de arriba abajo como "quien se alisa la túnica" para puntualizar el chascarillo pese a que la sonrisa se le volvió a diluir antes de terminar.
—Si no confiase en que lo harás bien, menuda amiga sería—cogió otra mora del cucurucho—. Además, yo tampoco he usado un pergamino nunca. ¿Y si lo hago mal yo?
Levantó una ceja con teatral gesto interrogante.
-¡Pero tú no puedes hacerlo mal! -replicó el semiorco con absoluta convicción-. Eres muy lista. Estoy seguro de que lo vas a hacer bien.
Rengar estaba un poco confuso. ¿De verdad Galatea pensaba que no iba a poder leer el pergamino llegado el momento? ¡Eso era una tontería! Para él, Galatea era una de las personas más sabias e inteligentes que había conocido. Estaba seguro de que a Kestrel le hubiese encantado a pesar de ser una elfa. Kestrel daba una oportunidad a todo el mundo.
Galatea pareció en un principio sorprendida de la vehemencia de la respuesta de Rengar, más que nada porque se lo quedó mirando unos instantes con las dos cejas arqueadas durante los cuáles sólo se escuchó el repiqueteo de la lluvia. Finalmente desvió de nuevo la vista a un lado (que no la cabeza) y sonrió ligeramente.
—¿Te has dado cuenta que los dos hemos dicho lo mismo?—respondió. Tras unos segundos volvió a mirar al semiorco—. Rengar, crees que puedo hacerlo porque confías en mí, al igual que yo creo que puedes hacerlo porque confío en ti.
Estiró una mano y le dio un capirotazo suave en la nariz que hizo que saltasen un par de gotitas de agua, si bien fue para sacudirlas o para llamarle la atención no quedo muy claro.
—Lo listo que seas no tiene que ver, a veces hace falta la voluntad para conseguir las cosas. Y a ti voluntad te sobra, sólo tienes que usarla. Vales más de lo que crees—rió entonces un poco por lo bajo ante la cara que se le debió quedar al paladín con el golpecito antes de añadir—. Además, yo tampoco soy perfecta, también me equivoco...
Torció ligeramente el gesto, la sonrisa se le volvió a diluir y suspiró mirando de reojo a alguna parte.
— ...e incluso ahora hay cosas que no entiendo. Últimamente es como si me persiguieran los fantasmas.
Rengar no se molestó en negar en viva voz que Galatea pudiera equivocarse. La elfa diría que no, pero a él le parecía muy improbable que alguna vez no tuviese razón. De algún modo, siempre acababa dando en el clavo. Sin embargo, saber que algo la preocupaba le hizo sentir ansioso.
-¿Qué ocurre... si lo puedo preguntar?
—Eso me gustaría saber a mí.
Galatea doblo una rodilla apoyando el pie sobre el tronco y se abrazó la espinilla. Luego miró hacia arriba, le gustaba sentir la lluvia en la cara, era algo que siempre le aportaba serenidad.
—Antes—dijo—, solía preguntarme de vez en cuando de dónde he salido exactamente. Cuando descubrimos aquél... templo creí que encontraría alguna respuesta.
Bajó otra vez la vista y se quedó callada mientras un grueso reguero de agua le escurría pro la cara por culpa de haber hecho eso.
—Pero no, en lugar de eso, las preguntas se multiplicaron por mil—Galatea lanzó un sonido a medio camino entre el bufido y la risa sin alegría—. Y son tantas que no puedo sacármelas de la cabeza. ¿Sabías, por cierto, que quien había maldecido a Chiban fue nada menos que La Simbul? la mismísima Reina-Bruja de Aglarond, una de las Siete Hermanas. Se plantó allí en el templo sin más en cuanto deshicimos el hechizo... y antes de irse me dijo que le diera recuerdos a Selûne.
Hizo un gesto teatral con la mano y luego la dejó caer con un resoplido fastidiado.
—Es como si tuviera que darme cuenta de "algo" y no fuese capaz...
Pero... ¿qué rayos hacía hablando de aquello? La elfa solía ser bastante reservada en cuanto a cualquier cosa que conllevara hablar de si misma, más por costumbre de lo que conllevaba aquello que por otra cosa. Recordar el extraño episodio en el templo de la Luna Oscura no era agradable, no la hacía sentir bien, y se esforzaba por mantenerlo lejos de su cabeza. Pero de algún modo era como si con Rengar no se sintiera tan incómoda. Tal vez porque el semiorco sabía mejor que nadie lo que era "ser distinto"... o eso suponía. Tenía que ser eso, ¿no?
—En fin, es igual... eso no tiene nada que ver con esto—se mesó una sien con gesto cansino, como si quisiera dejar a un lado un tema que le provocaba dolor de cabeza—. Ahora tenemos cosas más importantes que hacer, como ver cómo nos las apañamos para librarnos de ese dichoso dragón.
-¿La... La quién? -preguntó Rengar, algo perdido. Le sonaba algo sobre una bruja que... Pero muy escasamente-. Bueno, es igual. Me alegro de que Chiban esté bien. Y si te ha dicho eso de Selûne... ¿puede ser que sepa lo que prometimos? ¿Recuperar el templo? He pensado... Cuando acabemos con el dragón podemos enviar dinero para que reconstruyan el templo. O hacerlo nosotros mismos. Yo no sé nada de construir, pero... Es algo que me gustaría hacer. Por Selûne, que nos salvó la vida. Y por tu familia.
No te preocupes, la sensación de que tengo que darme cuenta de algo la tengo todo el rato. Si no lo piensas mucho se va. Ya verás cómo todo va bien.
Galatea se encogió de hombros y negó con la cabeza.
—Es la hija de una diosa, ¿por qué no iba a saberlo?
No parecía muy entusiasmada, como si ella no lo tuviese tan claro. De hecho era como si el tema le ensombreciese el humor porque se había quedado mirando al suelo ceñuda. Kalonos le había pedido que dejara aquél lugar descansar en paz, y sin embargo...
—No lo sé... es como si...
¿Como si tuviera que volver? ¿Como si hubiera olvidado algo? ¿Algo que le decía que un pedazo de ese puzzle que era incapaz de completar estuviera en algún lugar de aquellas ruinas? No sabía explicarlo, podrían ser mil cosas... y ni ella misma sabía por qué no había recordado nada de aquél lugar hasta que lo pisó. No. Si había un sitio en el mundo en el que pudiera encontrar un porqué a aquel extraño enigma era allí, tenía que ser allí.
En aquél momento, la voz de Rengar volvió a meterse en medio de su hilo de pensamientos, soltando con toda la panchedad del mundo que "la sensación de que tenía que darse cuenta de algo la tenía todo el rato" y simplemente aquello provocó que Galatea soltara una carcajada. El semiorco había respondido de forma tan sencilla algo tan aparentemente metafísico que le había hecho gracia. De hecho se tapó el rostro con ambas manos, sorprendida ella misma de aquella reacción.
—Ay, por los dioses... —dijo tratando de cortar la risa floja, encogida la cabeza incluso entre los hombros para que no se la escuchase—. Me encanta tu sinceridad, Rengar.
Y estaba sonando franca, tanto esta vez no le costaba mantener la sonrisa, se mantenía ella sola.
Rengar alzó las cejas entre la sorpresa y el estupor y terminó decantándose por la sonrisa. El semiorco sonreía raramente, su rostro siempre compungido por alguna preocupación aunque estuviese de buen humor. Su cara no parecía hecha para sonreír, con aquel ceño prominente, la mandíbula cuadrada y los colmillos. Pero, cuando se iluminaba por una sonrisa, era muy atractiva. Los ojos avellana chispeaban de alegría y las facciones se suavizaban. Incluso su voz, tan grave, era cálida en una carcajada.
Estaba tan ávido de risas aun sin saberlo que una vez empezó, le costó parar. Reír era fácil cuando Galatea reía.
-Si eso te hace reír, está bien -contestó sonriente.
A Galatea le costó varios minutos dejar de reírse. Ni ella misma era conscientes de lo mucho que había estado necesitando hacerlo hasta ahora, y para colmo, como Rengar también se estaba riendo era más difícil todavía parar.
Seguía sin poder sacarse de la cabeza todo aquello, aquél misterio sobre Selûne y aquellos fantasmas sobre su propia herencia que siempre la acechaban pero de alguna forma el paladín era capaz de quitar la tensión que se acumulaba sobre sus hombros y aquello era suficiente para ayudarla a contrarrestarlo con su habitual paciencia de siempre. O al menos durante un tiempo más...
Se dio cuenta entonces de que se lo había quedado mirando de soslayo y desvió rápidamente la vista. Tenía el rostro medio cubierto con una mano por el ataque de hilaridad pero carraspeó de todos modos y sacudió la cabeza contrariada consigo misma.
—Creo... creo que sería mejor que volviésemos al campamento—dijo finalmente—. Antes de que se crean que nos hemos encontrado al dragón en el bosque.
Se levantó del tronco apartando detrás de las orejas varios mechones de cabello empapado que no dejaban de gotear y le tendió una mano como si quisiera ayudarlo a levantarse (folclóricamente, claro, ya que como a Rengar se le ocurriese tirar de ella para que tirar a de su peso le iba a arrancar el brazo)
—Pero prométeme que me harás caso con lo que te he dicho de los pergaminos—sonrió de lado pero justo dos segundos después se dio una palmada en la frente con esa misma mano en la frente—. ¡Ay! Seldarine... deberíamos de haber dejado a Drizzt esperando en el templo. Se me pasó totalmente por alto.
Se cruzó de brazos mientras se rascaba una mejilla con el dedo y gesto de circunstancia. Luego añadió con una sonrisilla casi de disculpa.
—¿Crees que serás capaz de convencerlo ahora?
Rengar tomo la mano de Galatea pero usó su propia fuerza para levantarse. No obstante, no dejó de apreciar lo suave que tenía la piel y que, a pesar de estar mojada, transmitía un calor reconfortante. No podía decir que no.
-Está bien. Te prometo que me concentraré.
Mientras empezaban a caminar (lentamente, muy despacio) hacia la cueva, Rengar asintió.
-Seguro que sí. Le diré que es parte de la misión, algo muy importante. Vigilar que el dragón no se acerque a la ciudad, por ejemplo.