Dejaste a Midori encargada de todos los preparativos y fuiste a ver a Edmund. El Agente Arpista tenía un piso minúsculo cerca de los muelles al que a él le gustaba llamar "su escondite". Llamaste con discreción y tras comprobar que eras tú abrió la puerta. Te recibió el familiar desorden de la habitación de Edmund, y el olor a la hierba de fumar de Maztica a la que se había aficionado hacía unos años. El arpista tenía el torso desnudo, la mirada turbia y el pelo revuelto de quien se acaba de levantar. Por la penumbra que gobernaba la estancia, probablemente era exactamente lo que sucedía.
—Perdona el desorden —se disculpó Edmund en un murmullo, como si alzar la voz le resultara doloroso—. Apenas he dormido. Ha sido una noche movidita. ¿Te puedo ofrecer algo?
Antes de salir de la mansión y dirigirse al pequeño refugio de Edmund, Marina Raindel se convirtió en Rina. Se cambió las ropas y cogió su sombrero, del que estaba muy orgullosa. Se lo puso y tras activarlo parecía toda una dama. Sonrió al reflejo del espejo y salió de la casa.
Caminó por las calles con tranquilidad, saludando a los pocos vecinos con los que se encontró. Cuando estaba a punto de salir de la zona donde vivía, se metió en un callejón y salió siendo de nuevo Rina.
Llegó al piso de Edmund. Cuando éste le abrió la puerta, ella sonrió al verle. Le precedía el aroma a la hierba de fumar de Maztica. Hacía demasiados días que no coincidían.
- Ummmhhh... Ahora me explicas qué ha ocurrido... Pero... ¿No vas a dejar pasar a una dama? - Le preguntó guiñándole un ojo y moviéndose con agilidad entró en la estancia. Estaba como siempre, el desorden era habitual en aquel pequeño piso. Cuando estuvo dentro, se dio la vuelta y miró al Agente Arpista. Sentía como su corazón latía con fuerza al ver su torso desnudo. - Esta noche vienen a cenar aquel grupo del que me hablaste. Por fin los he encontrado - . Una sonrisa sesgada se dibujó en sus labios, - he pensado que podrías venir también. Nadie sospecharía con tanto extraño en casa... Así ellos podrían explicarte de primera mano qué es lo que saben. Aunque parecen, ummmhhh... No sé... Muy celosos de sus cosas. Bfff tendrías que haberlos visto, al paladín lo acusaron por atacar a unos en una taberna, y lo llevaron ante el Consejo de la ciudad. Que por cierto, ahora Merwin forma parte de él, pero como está fuera me hice cargo yo - . Sin darse cuenta, Rina empezó a explicarle la situación de forma atropellada. Siempre que estaba junto a él se sentía como una adolescente nerviosa y sus mejillas se ruborizaban ligeramente.
Edmund esbozó fugazmente esa sonrisa cómplice de la que te enamoraste.
—Pasa. Haré té. —Señaló con el pulgar por encima del hombro.
Mientras le contabas las nuevas, Edmund abrió los postigos de las ventanas.
—Enhorabuena por lo de tu marido —dijo al fin, con tono de voz neutra. No hacía falta darle inflexión a unas palabras que ya de por si traían demasiados recuerdos—, pero también es una oportunidad para ti. La información privilegiada a que podrás acceder será muy valiosa para la organización.
Edmund cogió una marmita, echó agua de un barril y la puso a hervir.
—No creo que sea una buena idea ir a tu casa. Cuanto menos sepan sobre mi, mejor. Confío plenamente en ti para hacer lo que debe hacerse.
Edmund estaba de espaldas, llenando la tetera de agua, y no llegó a ver la mueca de disgusto que se dibujó en los rasgos de Rina. Había fantaseado con que el Arpista fuera su acompañante en aquella velada. Pero todas sus fantasías acababan de esfumarse ante su negativa.
Suspiró y se dirigió hacia un pequeño taburete de madera. Se sentó, cruzando las piernas, y nuevamente cruzó su mirada de cobre con la de él.
- Creí que te gustaría conocerles... - Dijo con voz suave y un leve mohín en sus labios. Habían llegado al acuerdo de que nunca más pasaría nada entre ellos. Aquello formaba parte del pasado. Ella había tomado una decisión y Edmund siempre la había respetado. Pero cada vez que estaba junto a él sentía su corazón latir dolorosamente. ¿Por qué todo era tan complicado?
- Además, parecen bastante reacios... No confían en los desconocidos y me será muy complicado eludir sus preguntas. Querrán saber por qué les quiero ayudar, y no sé que explicarles sin meter a la organización de por medio - . Le explicó, confesando su temor a no saber llevar aquel tema con la soltura requerida.
—Lo que se quiere hacer y lo que se debe hacer son a menudo cosas distintas —replicó Edmund, utilizando de nuevo un tono neutro en unas palabras que parecían ir más allá de la conversación actual.
El Arpista se apoyó contra uno de los pilares del pequeño piso.
—Hasta que vuelva tu marido eres una de las Siete Burgueses del Valle y tu deber es velar por la ciudad y por sus ciudadanos —señaló—. No tienen razones para desconfiar de ti. Mas al contrario, sé todo lo útil que puedas ser para ellos y les darás razones para fiarse de ti. ¿Y bien? ¿Tienes alguna idea de por qué han venido a la ciudad y cuál va a ser su siguiente paso?
—Lo que se quiere hacer y lo que se debe hacer son a menudo cosas distintas —
Al escuchar aquellas palabras, el corazón de Rina dio un vuelco. Sus mejillas se sonrojaron ligeramente y apartó la mirada, incapaz de aguantar la del Arpista. Para disimular su turbación recorrió visualmente el pequeño apartamento de Edmund, mientras intentaba poner en orden sus ideas y recordar con exactitud cómo había ido el "juicio".
- El paladín busca a su hermano. Le dijeron que lo habían llevado al castillo de Halvan. Propició una reyerta y por eso fue llevado ante el consejo. Querían condenarle, pero conseguí abogar en su defensa - . Sus ojos brillaron ligeramente. - El consejo le ha "ordenado" que reanude la investigación sobre los sharinos. Parecen estar operando nuevamente, intentando poner a los elfos en contra y matando a miembros del consejo, con fuego mágico y negro. Empezarán buscando en el castillo... - Terminó explicándole, intentando resumir la información lo mejor posible.
Edmund meditó la información durante unos momentos.
—Hmmm. Los Arpistas jugamos a ser los agentes del destino y nos creemos capaces a decidir el flujo de los acontecimientos en Faerûn. Y sin embargo, a veces parece que es el destino el que juega con nosotros.
Destapó la tetera y la volvió a tapar con un tintineo.
—Uno de nuestros agentes fue alcanzado por fuego mágico, mientras exploraba las proximidades del Castillo de Halvan ayer mismo. Dudo que sea una coincidencia. Puedo arreglarte un encuentro con él. No sé si podrá darte demasiados detalles, pero te permitirá probar una vez más tu utilidad a los aventureros. ¿Qué me dices?
Rina escuchó las palabras de Edmund. Sus pupilas se dilataron al escuchar lo que le había pasado al agente. - ¿Cómo se encuentra? - Le preguntó a la vez que asentía con un ligero movimiento de cabeza. Sí, si tenían que investigar el Castillo de Halvan, cuanta más información tuvieran de lo que allí ocurría, tanto mejor.
- ¿Qué estaba investigando allí? - Antes de darle tiempo a responder su primera pregunta, ya le estaba formulando otra. Se levantó del taburete y empezó a dar pasos de un lado a otro. Se sentía nerviosa y no podía estar quieta.
—Está bien, gracias a Tymora. Es un aventurero independiente y tiene medios para pagarse un clérigo. Y eso es exactamente lo que hizo —contestó Edmund—. Estaba investigando los alrededores. Ha habido movimiento en el castillo recientemente: los lugareños hablan de luces y alguna que otra desaparición de ganado. Pensábamos que se trataba de una bestia, o a lo sumo una banda de salteadores que estuviese utilizando los niveles superiores de la fortaleza como base de operaciones pero... las similitudes son evidentes. Es probable que los sharinos actúen desde allí.
Sí, podían estar en lo cierto y los sharinos actúen desde el castillo. Las palabras de Edmund no hacían más que corroborar las sospechas que se habían despertado durante la reunión del consejo.
De una forma extraña, Rina se sentía exultante. Si destapaban la red, Edmund empezaría a valorarla más y quizás... Por Tymora... Nunca seré suya. Aquella verdad le dolía, pero ya hacía tiempo que había aprendido a convivir con ella. Sonrió lánguidamente mientras dejaba caer, con un suave aleteo, sus pestañas.
- Intentaré averiguar que se cuece. Pero si, por lo que dices hay muchas posibilidades que los sharinos actúen desde allí... - Se acercó, casi ronroneandoy extendiendo los brazos los apoyó sobre los hombros de Edmund. Ambos quedaron muy cerca, ambos cuerpos casi se rozaban y podía sentir el cálido aliento de Edmund sobre el rostro. Acercó sus aterciopelados labios al rostro deL agente y le dio un suave beso en la mejilla. Se apartó con una sonrisa pícara... - Intentaré averiguar algo... - Repitió haciendo eco a sus propias palabras.
Posteado desde el curro a través del móvil... A ver que tal queda^^
—Bien —dijo Edmund, soltando todo el aire que había estado conteniendo. Se apartó suavemente de ti con la excusa de comprobar la marmita que había puesto a hervir—. Imagino que si el hermano del paladín ha desaparecido allí tendrá prisas por llegar. Querrá partir al alba. Es mejor concertar la cita con nuestro contacto después de que cenéis. ¿Te parece bien a medianoche, en el almacén número tres del puerto?
Los labios de Rina hicieron un mohín cuando Edmund se apartó para comprobar la tetera. Pero ella se giró, disimuladamente, para que el Arpista no viera la sonrisa que empezaba a dibujarse en su rostro. Era consciente de lo nervioso que se ponía junto a ella. Le gustaba ponerle al límite, aunque sabía cuando parar, y ese era el momento. Caminó unos pasos, dejando espacio entre ellos, y volvió a girarse al escuchar sus palabras.
- Por mi perfecto... - Le dijo, mientras distraidamente cogía una plumilla que había sobre una pequeña mesa y empezaba a jugar con ella. Cuando se sentía nerviosa tenía que tener algo entre las manos, si no, no sabía qué hacer con ellas.
- Aunque no sé cómo se lo tomarán ellos... - Comentó recordando la cara de la elfa cuando ella se les acercó para invitarles a cenar. - Parecen no confiar en extraños y son reacios a explicar mucho... Pero intentaré ganarme su confianza - . Suerte que no está Merwin en casa, si no, esta vez sí que me costaría explicarle mi ausencia... Pensó mientras continuaba dándole vueltas a la plumilla entre sus dedos.