La genasí de fuego se encogió de hombros.
—Hay cosas peores —dijo con tono aburrido.
Drizzt te tiró de la capa.
—¿Pero por qué te dijo ella que saludaras a Selûne? ¿Conoces a la diosa, Gala?
Galatea observó al cuervo echar a volar por la ventana para quedarse posteriormente mirando a ésta hasta que los demás comenzaron a hablar, que fue cuando bajó la vista.
—No te quejarás de que con nosotros no hay material para escribir... baladas épicas, ¿eh, Ossian?—suspiró. Aún le costaba sacudirse la sorpresa del cuerpo—. Seldarine, lo que pueden dar de sí unas botas hoy en día...
A decir verdad, estaba de acuerdo con Aidé en que había cosas peores que aquello, la druida no tenía buenas referencias con respecto a las maldiciones... algunas podían ser peores que la muerte, perdurando tras ella incluso. Aquel pensamiento casi le dio un escalofrío.
—Bueno, supongo que Chiban ya ha aprendido que "las apariencias engañan". Una mujer te pareció algo que luego no era, y te convirtió en algo que parecías pero no eras—dijo posando una mano sobre el hombro del mago—. Ahora otra mujer te ha liberado de la maldición. Ya con eso tienes una oportunidad para no volver a caer en el mismo error. Aprovéchala.
Sonrió para quitarle algo de tensión al asunto y que aquél hombre se calmara un poco, pero entonces Drizzt llamó de nuevo su atención sobre aquello que tanto la había extrañado.
—No... —respondió sin mucha seguridad, como si le hubieran preguntado si todos los días se tomaba un te de hierbas con ella. Entonces añadió—... que yo sepa.
Guardó entonces silencio y se cruzó de brazos con gesto pensativo. La inocente pregunta había removido incógnitas que iba arrastrando desde que saliera del templo en ruinas. Sus padres habían sido selunitas, ella misma era una lythari, cantaba a la diosa todas las noches y curiosamente nunca se había preguntado el por qué de que siguiera inconscientemente aquella tradición... ¿significaba eso que también ella había sido selunita? ¿lo seguía siendo y no lo sabía? aunque lo más importante tal vez fuera... ¿por qué no recordaba nada de aquello?
—Quizá me... haga una idea—murmuró—. Pero no tengo muy claro por qué lo ha dicho.
—¿Y qué idea es esa? —dijo, interesado, Ossian.
—Obviamente no quiere hablar de ello, Ossian. Déjala en paz.
Ossian se extrañó muchísimo de que Aidé te defendiera y no acertó a decir nada más. Olavia contempló a Chiban.
—¿Y qué vas a hacer ahora?
—No lo sé —admitió Chiban—. Les prometí que ayudaría al pueblo a defenderse del dragón. Pero a parte de eso, no lo tengo muy claro.
El mago os buscó con la mirada.
—Parecéis buenas gentes. ¿Qué debería hacer?
Galatea se había quedado con gesto pensativo mirando al suelo mientras se pellizcaba la barbilla. Aunque no cambió de postura, las palabras de Aidé le dibujaron una tenue sonrisa en el rostro, pero la borró cuando volvió a levantar la vista tratando de apartar sus cavilaciones a un lado y de centrarse en el tema que les ocupaba.
—Te agradecemos que no quieras escaquearte de la promesa...— dijo sinceramente. Luego añadió sin malicia—. ¿Pero te ves capaz de enfrentarte al dragón, Chiban? Es decir, no sé hasta qué punto se puede sentir uno "bien" después de regresar a la normalidad tras haber estado tanto tiempo como has estado tú.
Ya fuera física, mentalmente, o ambas... si no se sentía como mínimo un poco agarrotado, se quitaba el sombrero. Bueno, si lo tuviese.
—Tengo mis achaques —admitió Chiban—, no sé si sería de mucha utilidad tras caminar durante horas en busca de ese reptil gigante. Pero si se da la desgracia de que atacara la aldea, podría ayudar mucho más.
—Quieran los dioses que no haga falta—dijo Galatea descruzando los brazos—. Es precisamente lo que nosotros queremos evitar.
Ciertamente, no quería ni imaginarse el resultado de un vuelo de dragón sobre el pueblo... escupiendo aquél terrorífico aliento de fuego. Además, a la gente de aquella región no le hacía mucha gracia la magia...
Entonces se quedó un momento pensando en lo que Chiban acababa de decir y añadió.
—En cuanto a qué hacer... ¿no tienes un lugar al que regresar?—pregunto, y luego sonrió ligeramente de lado—. Aunque antes de nada yo pensaría en recortar un poco esas barbas, o te las pisarás.
—He pasado más años transformado en bota de los que he vivido —dijo con amargura el mago—. Mi familia habrá muerto, mis amigos no me recordarán. No, no tengo ningún lugar al que llamar hogar. Creo que prefiero empezar de cero, y este es un sitio tan bueno como otro cualquiera. Y supongo que habrá un barbero.
La mirada de Galatea se ensombreció un poco por la compasión, aquello era lo que se había temido. La parte más... cruel del castigo que el mero hecho de estar convertido en una bota.
Era irónico pero ella podía hacerse una idea de lo que era no tener un lugar al que regresar pese al que teóricamente pertenecía al Círculo Druídico de los Valles pero era como si faltase... algo más.
¿Era normal que una se pasase más tiempo fuera de su hogar que en él?
—Me parece una gran idea, Chiban—dijo dándole unas palmaditas en el hombro—. Velarburgo te encantará. Dicen por ahí que es la ciudad de las enseñas.
Miró a Ossian de reojo y levantó las cejas en un disimulado gesto cómico, luego se puso a mirar al techo, como si de pronto se hubiese dado cuenta de lo bonita que era la vidriera...
Ossian se sonrió pero fue, obviamente, el único que captó la broma.
Luego vino el momento de rascarse el bolsillo. Chiban no había mentido: la bolsa de contención que llevaba colgada del cinto parecía la cornucopia de la abundancia. Pagó a la Madre Segadora por su encantamiento e insistió en que os quedarais con una cuantiosa recompensa en oro y joyas por haberle ayudado. Recalcó que quería que le dierais la mitad a Khaila que era, al fin y al cabo, quien había perdido sus botas mágicas.
Cuando Icarus os ayudó a tasar todo aquello, descubriste que el anciano había sido muy generoso.
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Oro y joyas valoradas en 1.000 piezas de oro