Partida Rol por web

Parriwimple vio como el lupino se cebaba en Urik y volvió a golpearle con su garrote. Nuevamente tuvo éxito, pero, probablemente, no lo bastante para ser una diferencia reseñable en el curso del combate.

Los golpes simultáneos del Burgomaestre y del Caballero del Cuervo hicieron que el lobo no tuviese hueco para contraatacar. La canica de Ivalic dió en el blanco e hizo que la bestia soltara un ladrido quejumbroso. El licántropo cayó con extrema facilidad, mucho más que la anterior vez, como si se tratara de un licántropo incompleto o aún más joven. Desangrándose en el suelo, la mujer lobo recuperó su verdadera forma...

Los temores más profundos de Arik se habían hecho realidad: habían segado la vida de su hija con su propia alabarda de plata. Poco había durado la promesa de Urik. Layla había saboreado tres noches de libertad: una huyendo de los juguetes de Maligno, otra correteando libre por los bosques y una última noche encontrando la muerte cuando volvía para tratar de reconciliarse con su padre.

La buena noticia era que el mordisco de una licántropa infectada no contagiaría la licantropía a Urik, pero tenían allí un cadáver del que deshacerse, y en estos momentos no podían incinerarlo como hicieran con Arik. El montón de tierra que cayó a la galería cuando se vino abajo por la excavación de los necrófagos sería suficiente para ocultar el cuerpo. Pocas personas sabían de la existencia de Layla, pero en la cueva en la que se refugiaba medio pueblo la conocían Natalija, madre de Ivalic, y Katta, su hermana.

Me quedo congelado en el sitio mirando el rostro de la niña fallecida. Guardo la alabarda a la espalda y toco mi sangrante herida. ¡Era una loba, y me ha mordido! ¿Cómo podíamos saber que era ella?

Tras un tiempo sin saber como reaccionar, le pido con tristeza a Ivalic que me ayude a taparla y a ocultar su cadáver para no inquietar todavía más a la gente del pueblo.

El niño tan solo seguía sus instintos de supervivencia y el ejemplo del paladín que se había lanzado contra la criatura para protegerlos. Su canica impactó e hizo aullar levemente al lobo, que cayó tras todos los golpes recibidos.
Ivalic abrió mucho los ojos cuando vio al animal transformarse en Layla... Sintió una pequeña punzada en el pecho al ver lo que habían hecho y unas lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.

-Es Layla snif, snif. La hemos matado, la hemos matado snif snif. Herr Urik, Señora Helene, ¿No podemos hacer nada? Quizás no está del todo muerta... ¿Podéis salvarla? Por favor... no quiero que se muera, la hemos matado nosotros, esto no es justo, se supone que debíamos protegerla y salvarla, no es justo, no es justo...

Se sorbió los mocos mientras esperaba que los adultos tuvieran alguna solución, que los golpes que le habían dado no fueran tan graves como para haberla matado, que solo estuviera inconsciente, aunque sabía que no siempre las cosas acababan bien, todo lo contrario, en su pueblo normalmente todo acababa mal.
A esas alturas ni siquiera le importaba recuperar su canica de plata, había cosas que seguían teniendo más valor y la muerte de su fugaz amiga era una de ellas. Al menos Arik había fallecido y no había participado o presenciado la muerte de su pequeña hija. Pero ahora tocaba ser realista y cumplir de nuevo las órdenes de los mayores. Layla se merecía un buen entierro y seguramente lo tendría en cuanto pudieran salir de aquellas catacumbas, pero por el momento debían ocultar su cadáver. Asintió sin muchas ganas al paladín y se puso a su lado para ayudarle, no sin antes abrazarlo, necesitaba algo de cariño para poder superar aquel varapalo y mientras le abrazaba, la siempre ondulante, chula y guay capa de Herr Urik le rozó el rosto en varias ocasiones dándole consuelo con su tacto y limpiando lágrimas y mocos. Cuando se recuperó ayudó a tapar el cadáver de la chica.

Me arrodillo junto al cuerpo, escuchando las palabras de Ivalic, y le acerco a la nariz la pulida superficie de mi escudo mágico a ver si se empaña. Si lo hace es que aún respira, y entonces la atiendo usando las migajas de energía que me quedan de los Poderes Benignos.

- "Vino en forma de loba, Ivalic. Y ella me mordió primero, antes de que yo la atacara. No podíamos saberlo." -

Helene.

Sus peores temores se confirmaban mientras Layla se convertía en la humana que siempre había sido, pese a su forma de loba. Avanzó, apartando a los lados a los asesinos de la muchacha y se arrodilló a su lado.

-Apártate -espetó con una voz que hubiera hecho que las llamas del infierno se congelaran, mientras recogía el cuerpo de Layla en su regazo-. Llorar sobre la leche derramada no es un acto de hombría. Ni matar. ¿Acaso podéis devolver la vida a quien se la habéis arrebatado? Y tú, Urik, paladín y Caballero de la Orden del Cuervo, deja de buscar excusas que justifiquen tu proceder antinatural. Ahora, alejaos unos pasos y guardad silencio. Me gustaría no oír vuestros gimoteos de lástima por vuestra propia pena furto de vuestro éxito en reunir a hija con padre.

Podría ser que no fuera justa ni ecuánime con sus compañeros, pero era bien cierto que cada vez más, un abismo se abría entre su forma de proceder y la de ella. No había compasión ni empatía en sus corazones, no buscaban la conciliación y la paz. Estaban sedientos de sangre, infectados por el mal que asolaba a Barovia. Eran tan monstruos como los elfos licántropos, los vampiros o cualquier otro que funcionara movido solo por sus pulsiones básicas de matar, destruir y arrasar.

Helene lloraba por dentro, el alma desgarrada por la promesa prontamente incumplida a Arik. Nada la había preparado para aquel dolor, para aquella angustia, para la impotencia que experimentaba. Oró con verdadera devoción, conducida a un trance espiritual de la mano de su profunda vocación maternal, de su sentido de la justicia y del bien. Pedía que la muchacha estuviera viva, apenas un hálito de vida al que aferrarse para que ella pudiera devolverla al mundo al que pertenecía y en el que pudiera hablarle en el nombre de su padre.

Parriwimple palideció. Había visto a Urik atacar, y le había seguido. Al fin y al cabo, todo parecía indicar que se trataba de un explorador de los hombres lobo, y nada de lo que había hecho, o dicho, señalaba lo contrario.

No era, sin embargo, momento para dudas, o reproches. Con el corazón en un puño, aprovechando su cercanía al cuerpo, el hombretón intenta poner su mano en la herida de la que mana sangre, esperando así evitar que Layla "duerma" también.

- Acabar de caer. ¿Poder aun salvarla?- pregunta con la voz cavernosa, llena de preocupación.

Mientras algunos se lamentan o tratan de encontrar las constantes vitales, Layla abraza a la Muerte. Helene tiene la impresión de notar el último latido antes de que el corazón de la joven se detuviese. La torpe y bienintencionada acción del Burgomaestre tampoco logra evitarlo. Ya es tarde para Layla... y muy pronto para lamentos y remordimientos. Los aullidos vuelven a mantener una conversación en las calles de Barovia...

AUUUUUUUUUUUuuuuuu...

Con los escudos empujan la tierra para cubrir rápidamente el cuerpo desnudo de Layla con tierra de cementerio. Luego se repliegan hasta las hierbas amontonadas de matalobos y a la cueva, con el resto de la gente. Nadie pregunta qué ha pasado. Las caras de los cuatro Guardianes de Barovia les hacen suponer derrota, y que el lobo ha escapado y tiene oportunidad de avisar al resto de la manada. La derrota es de otro tipo.

Un poco más tarde, los ruidos se hacen más cercanos.

Grrrrrr...

Iiiiiiih...

Hay que interpretarlo como que uno de los licántropos acaba de llegar a la parte trasera de la iglesia, junto al cementerio. Eso ha puesto nervioso a los caballos de los Litmunova, que empiezan a relinchar. No llegarían a tiempo de salvar a los dos caballos, pero si ahora vuelven a recorrer la galería hasta una de las fosas abiertas podrían salvar a uno. La cuestión es... ¿merece la pena descubrir la guarida por la vida de uno de los últimos caballos del valle?

Miro a Frau Helene y a Parriwimple:

- "¿Intentamos salvar a los caballos? Vos deberíais de decidirlo, señor Parriwimple Indirovich, os toca ser el nuevo Burgomaestre de Barovia por herencia de vuestra sangre." -

Helene cerró los ojos de Layla al tiempo que un velo negro cubría su ser, volviéndolo opaco. Al menos, espiritualmente hablando. El fracaso, la incapacidad para salvarla, las promesas incumplidas no la ayudaban y sentía sus sentidos embotados y la garganta atenazada por la congoja mientras avanzaba hacia el grupo reunido en la cueva.

Por ello, la natural insensibilidad de Urik aderezada por una cortesía demasiado servil que abogaba porque otros tomaran decisiones, siendo ese otro el bueno de Parriwimple, que ni siquiera entendía lo que ocurría dada su natural escasa inteligencia, provocaron en ella ganas de gritar, un deseo no satisfecho por la presencia de las gentes del pueblo, demasiado asustadas.

-Deja los títulos a un lado, Urik, y ciñámonos a lo que tenemos entre manos. La protección de un pueblo y de una niña recién nacida. Los caballos posiblemente escapen y en todo caso no son razón suficiente para arriesgar la seguridad de este lugar ni nuestras vidas. Y hazme el favor de no poner a Parriwimple en situaciones difíciles o lo siguiente será enfrentarlo con la vampiresa que ha asumido el título que ahora esgrimes para referirte al que no es sino tu amigo.

- "Opino que debemos salvar a los caballos y que no hay tiempo que perder. Esos hombres lobo volverán si no les causamos una derrota decisiva." -

Me hiergo en toda mi estatura acorazada con relumbrante armadura y miro a la renegona sacerdotisa con abierto desafío al tiempo que mi capa ondea elegantemente detrás de mí.

Parriwimple estaba desolado con la muerte de Layla. Había sentido como la vida se escapaba a la joven, literalmente, entre sus dedos.

- Layla... muerta- dijo con la voz rota para luego negar con la cabeza- Parriwimple tonto. Pero no querer combatir más. Si alguno salir llegar más hombres lobos. Si más hombres lobos, más muertos. No quiero más muertos. Quedarnos protegiendo gente pueblo. No más muertos.

- "Muy bien, aguardaremos aquí en silencio, aunque odio escuchar los relinchos de muerte de unos nobles animales y no poder hacer nada." -

Regresamos a una posición resguardada y monto guardia con la alabarda en mis manos y el interior de la cueva iluminado por farolillos.