Tal es el terror que despierta vuestra sombra que en las patrullas en busca de problemas únicamente os encontráis uno al otro, y tanto paseo con mirada incisiva habéis hecho esperando que el otro realizara un gesto que sirviera de excusa para desenfundar que no visteis venir las balas de cupido.
La maldad y la falta de escrúpulos son vuestra firma, por ello solo podéis mostrar vuestro amor en el abrevadero, en un encuentro pseudocasual, quizás incluso hablando ocultos tras el cabello ultrarepeinado únicamente por un lado.
Habéis sido enamorados por las balas de cupido. De ahora en adelante vuestras vidas quedan ligadas, si uno muere, el otro muere con él, a menos que el destino decida separaros antes de tal suceso.
Podéis ganar según vuestro rol o bien como enamorados, siendo los únicos supervivientes del pueblo.
Nunca pensó que una criatura como ella podía fijarse en él. Es más, jamás pensó que nadie se fijara en él, y mucho menos después de lo que le pasó en la guerra. Y su parálisis. Y todas las dificultades que había para vivir con ello.
Él lo sabía, y entendía que todos se quisieran separar de él, o que no hubiera un acercamiento mucho más estrecho, pero cuando la vio, y el sol salió de una nube oscura, y la luz la bañó por entera, el coronel olvidó quién era para sólo transformarse en un ser embelesado por la belleza de aquella mujer.
No fue hasta mucho más tarde que se atrevió a hablar con ella, y, en parte, retrasaba su viaje de negocios a otras tierras por ella, por verla un día más. Y cuando se decía que dejara la locura, que aquello no podía salir bien, o cuando tenía pensamientos mucho más oscuros, como que ella jugaba con él para reírse de un pobre lisiado, una luz la envolvía, y sacudía la cabeza para, acto seguido, avanzar lentamente con su silla de ruedas hasta donde su ángel estaba, y saludarla con una sonrisa tímida, y unos ojos brillantes.
Y allí estaban de nuevo. Un día más. Mientras el calor del sol iluminaba la calle central, y el pueblo despertaba con su quehacer de nuevo, el coronel la esperaba, como siempre, algo nervioso e impaciente.
—Buenos días, Jessy… señorita Gang— se corrigió de inmediato, pestañeando, y notando el rubor subir hasta sus mejillas—. ¿Buen día, no le parece?— dijo, tratando de abrir algo de conversación, y poder estar el máximo tiempo con ella. A veces se preguntaba si el amor tan profundo que sentía él también lo sentía ella—. ¿Cómo está usted? Un nuevo sheriff…— dijo el coronel, sonriendo de manera tímida, cambiando de tema rápidamente—. Qué cosas…
Tu amorcito se ha dado de baja de la partida, y con ello, este amor queda anulado (porqué ella muere sí o sí esta noche y no creo que quieras acompañarla). Pero no temas, se ha encontrado un rápido sustituto para tu corazón.
Oh, mi amor me abandona *.* Lloraré toda la noche, y todo el día, durante cuarenta lunas D:
XDDXDXDXDXD
Bueno, pues ya repetiré el post, que me ha gustado cómo me ha quedado :P
síiii porqué me ha dado mucha pena justamente por tu post! Era magnifico!!
Si sus encuentros hubiesen algo más "oficiales" pocos hubiesen entendido qué hacían juntos, pero todos hubiesen asegurado que se traían negocios entre manos, y no hubiesen errado.
Francis tenía justo lo que el Coronel necesitaba: un par de piernas, jóvenes y rápidas; el coronel tenía todo lo que Francis deseaba: el poder de eliminar los pueblos indios, y con sello oficial.
Así que el joven iba y venia, señalando la mejor ruta para el ferrocarril -la mejor y más molesta para la subsistencia india- y el Coronel la trazaba en un mapa que pronto le reportaría mucho, muchísimo oro.
Pero ambos encontraron algo más que beneficios banales. Encontraron el auténtico compañerismo, y el amor.
Habéis sido enamorados por las balas de cupido. De ahora en adelante vuestras vidas quedan ligadas, si uno muere, el otro muere con él, a menos que el destino decida separaros antes de tal suceso.
Podéis ganar según vuestro rol o bien como enamorados, siendo los únicos supervivientes del pueblo.
Francis saluda al Coronel con suave movimiento de su sombrero, da dos zancadas para ayudar a que mueva su silla del barro y le da dos golpecitos cálidos en el brazo, se pone de cuclillas y le mira a los ojos, le dedica una sonrisa picara y se ríe.
Asi que… me a votado… poco o nada me necesitará usted… no?
Estuvo moviendo su silla para dar un pequeño paseo mientras los rayos del sol aún calentaban, cuando decidió parar al notar que sus manos le dolían de tanto empujar las ruedas por el barro.
Sonriendo en su soledad, se detuvo, mirando las gentes que pasaban por la calle, mientras se limpiaba de vez en cuando una mota de polvo, o una pluma de un pájaro.
Fue, entonces, cuando lo vio. Su sombra se proyectaba sobre el lisiado como si fuera una navaja. Acercándose, poco a poco, con la silla, ensanchó la sonrisa al recibir la ayuda de Francis.
Contempló los ojos que se habían puesto a su altura, y sonrió, devolviéndole la burla.
—Lo he votado porque ha sido usted muy precipitado— indicó el coronel—. Para la próxima, no hable. Cierre el pico, y cállese— dijo, sin petulancia, ni malos modos, como una madre que riñe a su hijo por haber comido de más—. Dio una conclusión precipitada, y eso lo puso ante mí como una persona desorganizada ante su primer asesinato. ¿Me equivoco?— preguntó, alzando una ceja, inquisitivo.
Francis miraba a ese hombre y su cabeza se evadía, pensaba en morder a ese hombre,en azotarlo y hacerle suplicar, no sabía el por que, jamas había notado algo así, entonces escuchó la pregunta y volvió a su ser.
Pero..., jajaja si usted pudiera andar seria Gobernador mi muy señor mio... y digame, que mas sabe hacer?
El coronel escuchó aquella risa, y miró hacia el horizonte, sin saber aún qué responder ante aquella pregunta tan directa. Se preguntó, si, al fin y al cabo, podía confiar en una persona que acababa de conocer, y con la que se estaba viendo a hurtadillas.
—¿Qué se hacer?— preguntó, enarcando una ceja—. ¿Por qué no me lo dice usted? Al fin y al cabo, usted se ha librado hoy de un tiro— dijo con mordacidad—. Se ve que es más listo que todos nosotros reunidos. Dígame, ¿qué sabe usted hacer?
Nosotros? A quienes se refiere Coronel? No se si soy listo, pero si le diré que soy sincero en todas mis palabras, por ello le digo que he sentido como amenazas sus palabras del Saloon, busca irritarme para que le de dos azotes o realmente bbusca mi muerte y no me desea tanto como delatan sus ojos, le diré que no se que hacer, respondiendo a su pregunta, pero si se hacer albo básico, ver, oír y callar.
Negó con la cabeza, sin dejar de sonreír.
—Nosotros. Los demás. Todos, salvo usted— lo señaló con un gesto de mano—. Su premura, y su ansiedad para conocer de mí, ¿qué quiere que le diga? Me gusta un buen licor, la buena música, el tintineo del dinero en mi bolsa, y que la persona con la que quizá comparta mi vida sea sincera conmigo— lo atravesó con su mirada clara—. Dígame, Francis, ¿qué hace usted por las noches?
He votado aGiesie, el era un asesino en vuestra su realista ley... y usted ? Sale de noche? Duerme? Coronel, me pregunta demasiado para lo poco que habla, se parece a mi intentando llevar al pajar a una mesonera... busca eso? Solo soy un objeto u objetivo?
Hizo un gesto exasperado con la mano, poniendo los ojos en blanco.
—Por Dios, yo no le he pedido nada acerca de a quién ha votado— dijo el coronel, cansino—. Ni me interesa— añadió, arrugando la nariz.
Chascó la lengua, algo molesto ante la diatriba de Prescott.
—¿Pregunto demasiado? Oh, sí, pregunto. Y no se me responde— apuntilló el militar, clavándole, de nuevo, su mirada—. ¿Objeto u objetivo?— repitió, alzando las cejas, y llevó sus manos a la silla, pensando que lo mejor era irse.
Sin embargo, prefirió calmarse, respirar hondo, y dejar que el canto de los grillos le tranquilizaran.
—Simplemente, quiero saber si el pequeño de Giesie le tenía como compañero— murmuró el coronel—. Tan solo eso.
No entendía la obcecación del Coronel, pero no podía negarle nada a esos ojazos azules, por muy guapo y Coronel qque sea no termino d fiarme de su inesperada fijación por mi, digame que piensa de mi, que visión tiene y sobre todo hable de usted, comprendame, se lo suplico.
El coronel tragó saliva, y puso los ojos en blanco, pensando en por qué aquel hombre quería saber tanto acerca de él, pero Prescott apenas decía nada de sí mismo cuando se le preguntaba.
—Veo que hemos entrado en un círculo del que usted no quiere salir, y yo no quiero entrar— resumió el exmilitar, retrepándose en su silla para acomodarse—. Está bien— dijo, finalmente, como si hubiera tomado una decisión.
Miró al joven Prescott, y se llevó una mano a la mandíbula, para apoyar la cabeza.
—Creo que usted estuvo entre los que idearon la muerte del joven negro trajeado— indicó el lisiado—. Creo que tiene conexiones con más gente, contactos, y que, en cuanto le cuente algo, irá corriendo a decirlo. Pienso que está teniendo demasiada suerte para librarse de la pesadilla de la Muerte, por lo que, la única opción que queda es que usted, y su grupo de compañeros, son la Muerte— ladeó la cabeza—. Y considero que, si quiere sobrevivir, deje de hacer comentarios escarniosos y estúpidos delante de todo el mundo, porque lo que no debe hacer es atraer las miradas. Deje que se ocupen de otro, y sobreviva en silencio. Es un consejo que le doy, y es gratuito.