Tu caja de munición no tiene fondo, pero te abasteciste en la armería equivocada, su eslogan "haz el amor y no la guerra" iba mucho más allá de una palabrejas robadas a la reserva de los Indios Hippitaka.
Cuando una de tus balas alcanza a una persona está inmediatamente queda hechizada por el velo del amor que la une con la persona que se encuentra al final de la siguiente estela que creen tus balas. Un amor puro, pero no único, y a veces, ni siquiera es tan puro.
Pero un corazón ligado a dos, será en el momento de la muerte del primero de sus amantes que se decidirá, preso de la culpa y la insensatez por su amor perdido, y la pena acabará con él.
(si A ama a B y C, el primero que muera entre B y C se lleva a A).
Pero ¡oh! si es el desdichado corazón de multiples amantes quien fallece, pues entonces a las doce del mediodía se decidirá que amante obtiene la mula de herencia. Con un duelo, como auténticos pistoleros.
(si A ama a B y C; si A muere, B y C se baten en duelo y muere el que pierda).
Y el que de los dos amantes cuernudos fallezca, dejará atrás otros posibles amores que pudiera tener.
(Si B muere en duelo y amaba a D además de a A; D se libra).
Pero ante tanto amor, se te ha cerrado el estomago al mismo. Ya es dicho: "en casa de herrero, cuchillos de palo".
(No puedes autoenamorarte, podrás espiar una pareja cada noche, y repetir).
Eso sí, ser la celestina oficial, aunque clandestina, del pueblo te reporta un beneficio. Una pareja puede convertirse en tu ojito derecho, y si ganan, ganar con ellos. Debes elegirla en cuanto la formes.
Tu pareja elegida ganará un escudo protector que les salvará del primer ataque nocturno que reciban.
Muajajajaja... Cuanta malignidad :3
Maybelle salió de la habitación que le habían proporcionado en el burdel, con el ceño fruncido por ese terrible ruido que la había despertado. Había caminado gran parte de la noche y se podría decir que no había tenido un buen despertar.
Tenía ganas de sacar a sus pequeñas de paseo, aunque esas balas que le había comprado a los Hippitaka no habían sido exactamente lo que ella había esperado... Sin embargo, estaba claro que en esa ciudad necesitaban una dosis de la magia de los ancestros indígenas.
Con disimulo sacó una de sus pistolas, la más pequeña que solía llevar en la liga cuando vestía faldas y empezó a apuntar hacia la gente con la que se cruzaba, aprovechando cuando le daban la espalda. Según iba lanzando sus balas de forma certera se iba poniendo de mejor humor. Era hora de que el amor llegase a Bala Dorada y tenía la impresión de que se iba a divertir en aquel pueblo.
Bien... Pues empecemos a hacer el mal, muajajaja.
Vamos a tener un romance de machotes entre El Ravenger y Red Hardigan <3.
También vamos a unir en homorollo a Wyatt Stolesouls y a Francis Prescott.
Lila Rocarroja es una indígena y las balas Hippitaka la adoran. Va a caer en los brazos de Giesie... Pero también en los más femeninos de Rosalind.
El Coronel Luisiana y Jessy Gang se van a enamorar perdidamente :3.
Nuestro querido Reverendo Adam Strong va a descubrir los misterios que se ocultan bajo el cancán de Ella Watson. Y esta va a ser mi parejita escogida para ganar con ellos. También van a ser los primeros a los que espíe.
Por ahora sería sólo eso :3.
Qué bonito es el amor <3
Maybelle sabía cómo permanecer en un discreto y distante segundo plano. Observante y atenta. Más de lo que podría parecer a simple vista teniendo en cuenta su expresión entre aburrida y desinteresada. Había convertido en un arte la capacidad de pasar desapercibida.
Sus ojos verdes captaban los detalles de las conversaciones, las miradas y las palabras que intercambiaban los presentes... Y tras un rato en el Saloon decidió que había llegado el momento de que las balas de los Hippitaka actuasen de nuevo. Demasiados roces entre los presentes, tal vez un poco de magia indígena podría apaciguar sus corazones.
Se fijó en primer lugar en el hombre que bebía agua en la barra. A pesar de que la había mirado mal por ser cazarrecompensas, había algo en su mirada que le provocaba lástima, como si le faltase algo en la vida. Tal vez algo de alegría le vendría bien. Como la alegría que puede dar una buena partida de cartas. Y con la locura que parecía poblar la mente del croupier seguramente Riley no podría aburrirse. Una bala voló a toda velocidad cuando nadie la miraba, aterrizando silenciosamente en la espalda de ese hombre. Y después otra bala impactó en el señor Thorton.
La camarera parecía una buena mujer. Atenta, bonita... Y parecía estar soltera. Los ojos de Maybelle se detuvieron en esos dos hombres que habían recibido sus balas un rato antes. Finalmente, una bala voló para impactarse en la espalda del fotógrafo y después otra se dirigió a la camarera. Le daría al hombre una buena musa.
Sin embargo, las balas parecían cosquillear en sus dedos y su mirada se detuvo en el otro hombre que estaba unido al fotógrafo. No tardó en dispararle a él también para unirlo al coronel y al vaquero que compartían la carreta. No había sabido mucho de ellos o de cómo les iba desde que les había unido. Le parecía increíble que el ganadero fuera tan racista al mismo tiempo que se veía en secreto con un hombre. Tal vez verse envuelto en un triángulo de romance con otros hombres apaciguase sus prejuicios.
Por el momento tal vez sería suficiente, aunque la mirada escrutadora de la mujer no dejaba de recorrer el lugar mientras sus dedos acariciaban la pequeña pistola, con más delicadeza de la que parecía posible encontrar en Maybelle a simple vista.
Vamos a repartir más amor en este Saloon :3.
James E. Riley va a encontrarlo en brazos de Joey Thorton. James E. Riley y Joey Thorton
Red Hardigan va a caer rendido ante los encantos del ganadero, Francis Prescott. Pero este también lo hará del Coronel Luisiana. (Triangulito completo de amoooor <3).
Francis Prescott y Red Hardigan
Francis Prescott y Coronel Luisiana
Por otro lado Susie Powell caerá en brazos de Wyatt Stolesouls.
Susie Powell y Wyatt Stolesouls
Quiero espiar a Susie Powell y Wyatt Stolesouls ^^.
Pocos conocían la cámara dentro del cuadro del viejo reloj que adornaba la calle principal del pueblo, un viejo reloj que necesitaba que se le diera cuerda cada noche para poder funcionar hasta el mediodía siguiente, un viejo reloj que había sido olvidado por el pueblo, al que solo se acudía para darle apenas cinco minutos de cuerda, la necesaria para que la minutera se desplazara del XI al XII dibujados con pintura negra sobre su esfera, ahora, ocre.
Siempre realizaba el mismo recorrido, la fuerza de los engranajes permitían que la aguja subiera, la fuerza de la gravedad y un engranaje roto, que retrocediera.
Quizás el pueblo de Bala Dorada había integrado ese reloj en el paisaje, ignorándolo por completo, pero el ojo de Maybelle Canary no. Al contrario, sus ojos se habían puesto sobre ese reloj como un tesoro.
Por suerte o por desgracia lo mismo hicieron los de Emily.
Oculta en la cámara que guardaba, espaciosa, la maquinaria del reloj Maybelle oyó un repique metálico en la escalera que llevaba a su escondite. Afiló su oído acostumbrado al rastreo y se arriesgó a adjudicar ese tintineo al propio de unas uñas golpeando el metal. Segundos después Emily asomó su cabeza a la buhardilla.
Su mirada se hizo un barrido del lugar, sin prestar a Maybelle más interés que a los muebles que había secuestrado, y a las cuerdas y engranajes del reloj. Terminó su ascenso y una vez abandonó la escalera para pisar el suelo de madera que cerraba la cámara, se sacudió el dedo índice de la mano derecha y se adecentó las ropas.
- Maybelle Canary. Cazarecompensas. - se situó dedicándote un repaso de pies a cabeza - Presuntamente colabora con la ley.
- Buenas tardes. Curiosa estancia la suya.
Maybelle había terminado por refugiarse en la cámara que había tras la corona del reloj de la torre. Estaba cansada de estar rodeada de gente y probablemente había hablado más en ese día que en el último mes completo. Necesitaba soledad y tranquilidad, al menos durante un rato.
No había visto ni rastro de ese hombre vestido de granate desde que había llegado al pueblo y tampoco había podido hablar con la mujer que le iba a dar la información, así que se sentía un tanto frustrada al verse envuelta en el revuelo de un pueblo que ni le iba ni le venía sin conseguir ningún resultado sobre sus objetivos.
Se puso en tensión cuando su fino oído la puso en alerta y su espalda se envaró cuando tensó todos sus músculos. Sabía que no sólo el negro había sido atacado, también otras dos personas, como mínimo, y lo primero que le pasó por la cabeza fue que alguien quería descubrirla a solas. Su mano se dirigió a la culata de la pistola con un gesto automático y aprendido, pero al ver el tocado de la señorita Emily aparecer por el hueco de las escaleras, volvió a enfundarla con un suspiro.
Recuperó la postura indolente que había tenido hasta que el hilo de sus pensamientos había sido interrumpido y una media sonrisa mordaz se dibujó en sus labios al escuchar a la otra mujer.
- Emily, solamente Emily. Agente de Pinkerton. - Dijo, mientras devolvía la mirada con firmeza. - Presuntamente colabora con el sheriff Roca como su ayudante.
Con un ademán de la mano señaló el lugar. - Una estancia tranquila, lejos de toda esa multitud enardecida. - Sus ojos se dirigieron al exterior a través del cristal del reloj y después volvió a mirar a la mujer. - Ya nos hemos presentado, así que... ¿Qué quiere? - Preguntó sin más rodeos.
- ¿Qué quiero? -arrugó su nariz chata volviéndola casi inapreciable - La buscaba a ella, sí, eso quería. Vi el reloj, vi que estaba parado y supuse que los habitantes no le prestarían atención. Pero usted ve mucho, ¿desde dónde sino lo haría? Por eso estoy aquí. - respondió sin acertar en la pregunta que Maybelle le había hecho.
Volvió a mirar a su alrededor y luego hundió su nariz en su libreta negra, que parecía una extensión de su brazo izquierdo, un pozo de bilis cuadrado en medio de su antebrazo.
- Soy agente de Pinkerton. - repitió como si ese título no pudiese gastarse - Mis propios asuntos me han traído a este pueblo, cómo a usted. No, ella está de paso. Aunque sea temporalmente. - se corrigió.
Hizo una pausa, encantándose por unos segundos en el rostro de Maybelle. - ¿Alguna vez a pisado un cementerio? El cementerio común a diez kilómetros de aquí ¿tal vez? ¿Ha visto las tumbas revueltas? ¿los cuerpos exhumados? ¿la ausencia de carroñeros? - sonrío fugazmente Qué graciosos me resultan esos bichos.
Maybelle contempló en silencio a la mujer mientras ella parecía expresar sus pensamientos en voz alta mezclándolos con las palabras que iban dirigidas a la pistolera. Su ceja se enarcó mientras la veía consultar su libreta y cuando terminó mirándola a ella y hablando del cementerio, Maybelle permaneció todavía algunos instantes mirándola con una leve incredulidad en sus ojos.
Pasaron un par de segundos de silencio antes de que parpadease y sacudiera la cabeza, intentando centrarse en la parte que le resultaba más razonable de la conversación.
- He estado en muchos cementerios, pero no he tenido todavía el placer -remarcó la palabra con una pizca de ironía- de visitar el de Bala Dorada. ¿Dice que alguien ha estado saqueando las tumbas? - Frunció el ceño. Eso no le gustaba ni un poco. No era supersticiosa ni mucho menos, había visto suficientes cosas raras como para que no la asustaran los espíritus -ni las balas de los Hippitaka-, pero le parecía una falta de respeto a los difuntos que alguien anduviese abriendo sus tumbas.
Emily entornó los ojos al techo poniendo de manifiesto que consideraba a su interlocutora tonta de remate. – Saqueadores…- pensó con reproche perdiendo el hilo de sí misma y su mirada en la inmensa barra metálica que cruzaba sobre sus cabezas. - ¿Cuánto pesará?
Parpadeó un par de veces antes de volver a centrarse en Maybelle. – Ah, sí, los muertos. – se recordó a si misma e hizo deslizar sus dedos a gran velocidad sobre las gastadas páginas de su libreta que se acumularon mal encajadas al lado izquierdo de la misma. - ¿A matado usted alguna vez a un hombre, señorita Canary? – preguntó con una entonación natural, dando por sentado que así era- Mire. – le indicó volteando la libreta todavía sujetada sobre su propio brazo.
Las páginas seleccionadas guardaban en su pliegue un conjunto de fotografías, que Emily invitó a que fuesen ojeadas clavando su mirada en Maybelle sin pestañear ni media vez. Tres de ellas mostraban ejecuciones, una los momentos previos, las otras el posterior; pero detrás de esas se encontraban otra serie de fotografías de cuerpos ya enfriados, junto a sus tumbas o en el mismo suelo donde descansaron por primera vez y entre ellas, se encontraba una pareja dolorosamente familiar, en el dorso había sido anotado “Redemption”.
Maybelle permanecía inalterable mientras contemplaba a la mujer de Pinkerton hablar consigo misma, perder y recuperar el hilo de la conversación. Y finalmente cuando empezó a buscar algo en su libreta, el ceño de la pistolera empezó a fruncirse. La irritaba que esa mujer hubiese interrumpido su tranquilidad para molestarla con sus locuras.
Tomó las fotos que le tendió y empezó a pasar una tras otra sin demasiado interés. Hasta que llegó a una de las últimas y sus ojos se paralizaron sobre ella. No necesitaba colorear la fotografía para poder recrear la escena en su mente con tanta intensidad como si la estuviese viendo en ese mismo instante. Sus dedos se crisparon arrugándola muy levemente y todos los músculos de su cuerpo se tensaron. Todo era rojo en su mente. Granate.
Un picor tras los ojos y en el pecho le hicieron darse cuenta de que estaba conteniendo la respiración y el aire salió entre sus labios con un sonido casi inaudible, pero doloroso. Las imágenes que la asaltaban en sueños cada noche haciéndola despertar empapada en sudor se presentaba ahora ante sus ojos. Y volvía a sentirse como una cría asustada. - No, Ellie. - Se dijo a sí misma, llamándose inconscientemente con el apelativo cariñoso que siempre usaba su padre. - Ya no eres una niña.
Sus labios se habían convertido en una línea y sus ojos centelleaban cuando se posaron sobre Emily. Sentía la punta de sus dedos cosquillear, ansiando tomar la culata de la pistola y vaciar el cargador en la cabeza de la detective. Sin embargo, controló el impulso. Devolvió a la mujer las fotografías con un gesto seco y las manos temblorosas. Tan sólo le hizo una pregunta con la voz rascada por el nudo que atenazaba su garganta. Cada palabra salió de su boca como un tiro. Seca, cortante, dolorosa. - ¿Qué... quiere... de mí?
Emily observaba a la cazarecompensas, con el corazón tan frío como sus manos, sin mostrar compasión ni saña, desconociendo lo que acababa de mostrar pero sin ignorar la conclusión lógica a la que los gestos, tintineos y temblores de Maybelle la conducían.
- Conocidos, familiares, amigos, quizás incluso un amante. - se planteó sobre la voz cortada de la propia Maybelle - Acompáñeme. - respondió sin creer necesarias más palabras; si la cazarecompensas estaba dispuesta a hacerlo, lo haría. De no ser así, Emily no tenía porqué perder el tiempo convenciéndola. Tenía sus propios recursos.
La oscuirdad propia de la noche llegó a Canary incluso antes que al resto de habitantes de Bala Dorada, pero, en compensación, su sueño terminó mucho antes de que otros se acostasen.
Cuando Maybelle abrió los ojos se encontró tumbada en medio de desierto, frío, helado, nocturno. Acompañada únicamente del vaivén de la danzante luz de una fogata, que suponía, por el calor, que quedaría a su espalda. Sus manos habían sido atadas con la misma cuerda que se había usado en Giesie, y quizás no la hubiese reconocido -especialmente porqué optó por no asistir a la ejecución-, si no fuese por las irregulares manchas oscuras que se dibujaban en el trenzado.
- Treinta y dos grados Norte, noventa y cinco Este. Pronto llegaremos al cementerio común: Bala Dorada, GeenYard, Damville, Oxville. – Emily se encontraba inmersa en sus pensamientos y un repiqueo metálico perteneciente al martillo del revolver completaba sus espacios en blanco – Le deseo tener la mente abierta señorita Canary, lo va a necesitar. – soltó un suspiro arrepentido, mostrando un primer signo de humanidad desde su llegada – Qué razón tenías Jhonny. No, déjala dormir, no volverá a hacerlo en mucho tiempo.
Esta noche te han atacado. Oficialmente has muerto por lo que pierdes el voto y el rol. De momento.
Maybelle no tenía ninguna intención de acompañar a esa mujer si podía evitarlo. Así que cuando Emily se dio la vuelta para marcharse de la estancia, ella también se giró, en dirección opuesta, para volver a asomarse a través del cristal ocre del reloj.
Sin embargo, no llegó a su destino, pues la oscuridad se cernió sobre ella antes de que pudiera dar más de un paso.
Despertó confusa, tendida sobre el suelo del desierto y con el frío de la noche congelando su cuerpo inmóvil. Abrió los ojos y escuchó la voz de Emily mientras se hacía consciente de que sus manos estaban atadas. Sintió miedo entonces. No estaba segura de cómo había llegado allí y se sentía un poco mareada. Forcejeó con las cuerdas, intentando aflojarlas y liberarse de ellas, sin resultado. Entonces se giró, rodando sobre su espalda para mirar hacia la hoguera y suponía que también hacia la detective de Pinkerton. Sus palabras la habían alertado aún más que el hecho de que la hubiese inmovilizado y arrastrado al desierto en plena noche. Estaba hablando con alguien... ¿Quién era ese tal Johnny?
Los ojos de Maybelle se entrecerraron al contemplar la hoguera y desde las llamas se movieron, buscando a Emily y a su interlocutor. - ¿D-dónde estamos? - Preguntó. Se sentía sumamente confusa. Y sin embargo, todavía sentía la cabeza muy pesada y le costaba un gran esfuerzo mantener los ojos abiertos.
No tardó en deslizarse de nuevo hacia la oscuridad, sin saber si había obtenido respuesta.
La segunda vez que Maybelle abrió los ojos lo primero que vio fueron la pequeña cabeza de Emily observarla de cerca, a medida que su cuerpo se fue despertando y su mente despejándose, sintió como ésta la estaba sacudiendo sujetándola por los hombros.
- Despierte señorita Canary. – insistió por su intención no era suficientemente clara – Necesito que atienda. – puntualizó con tono que se alejaba de toda petición para parecerse más a una orden.
El sol se filtraba en el horizonte, detrás de Emily, y por consiguiente entorpecía y molestaba a la visión y ojos de la cazarecompensas. Más cuando la agente de Pinkerton se dio por satisfecha con el grado de consciencia de Maybelle y se retiró para hurgar en la alforja de algún caballo que había tomado “prestado”.
Ambas seguían en el desierto, sin embargo no quedaba rastro ni de las ataduras, ni del fuego ni siquiera podía verse el círculo de contención de este último.
Empezó a hablar aun inmersa en sus quehaceres - Nos encontramos a Treinta y dos grados Norte, noventa y dos Este. Justo en el cementerio de Bala Dorada. Los cadáveres debían ser enterrados, y deberían haber permanecido así.
Encontrada su libreta, Emily observó el lugar en busca del asiento menos polvoriento, descartó la gruesa rama de árbol que sin ningún sentido ni justificación de su existencia se encontraba en la llanura arenosa; descartó asimismo un conjunto de rocas cubiertas de liquens amarillentos; y finalmente descartó la idea de sentarse.
- Se lo dije, señorita Canary, están desapareciendo muertos.- Hizo una pausa mientras se concetraba en insertar su uña en el margen de su libreta justo entre las dos páginas que precisaba hacerlo - Y reapareciendo. – concluyó al abrirse la libreta por la pagina que sujetaba las fotografías que ya había mostrado a la cazarecompensas. Esta vez no lo hizo.
- Cuerpos, no huesos, usted los reconoció ¿Cuántos años habrán pasado? – levantó la vista de sus escritos el tiempo indispesable para hacer notar a Maybelle que se dirigía a ella - ¿Usted lo sabe?
Remiró la liberta unos segundos antes de cerrarla con brusquedad y resignarse a ensuciar su pañuelo de cuello para sentarse en las rocas.
- Ha descansado durante una noche y un día entero. – se adelantó posiblemente a sus preguntas para poder formular las suyas - ¿Qué ha visto? Cuénteme.
Maybelle abrió los ojos despacio, sintiendo que se deslizaba a la consciencia proveniente de un mal sueño. Una terrible pesadilla en la que se encontraba rodeada de algunas de las personas que habían muerto en Bala Dorada. La luz del sol provocó una mueca en la que frunció el ceño. Levantó con un gesto automático la mano para hacerse sombra sobre los ojos y en ese movimiento se dio cuenta de que ya no estaba atada. Tampoco sentía el frío de la noche sobre ella. Y sin embargo, una parte de su mente parecía resistirse a abandonar aquel lugar, atrapando su consciencia. No estaba segura de si eran los últimos resquicios de un sueño o si había perdido la cabeza, pero apenas reunió ánimos para apoyar la otra mano en el suelo arenoso del desierto e incorporarse lentamente, con temor a marearse al hacerlo. - No estoy muerta. - Pensó con un cierto alivio.
Lo primero que hizo en cuanto su torso recuperó la verticalidad fue llevar una mano a su cintura, tratando de asegurarse de que sus pistolas seguían allí. Sin embargo, cuando palpó en busca de la más pequeña, la que estaba cargada con las balas de los Hippitaka, no la encontró en su lugar. Después de todo lo que había pasado, ¿quién sabía en qué punto del desierto la había perdido? Miró a su alrededor, sacudiendo la cabeza y tratando de despejar su mente mientras escuchaba las extrañas explicaciones de la señorita de Pinkerton y terminó mirándola mientras enarcaba una ceja.
- ¿Qué me ha hecho? ¿Me ha secuestrado para drogarme y traerme al puto cementerio? - La mujer se sentía más que molesta, estaba enfadada. Pero al mismo tiempo todavía sentía su mente extrañamente dividida y no se sentía con fuerzas como para meterle un tiro entre ceja y ceja a Emily. Quería respuestas. Y sin embargo, sin estar segura de por qué, se descubrió a sí misma respondiendo a sus preguntas.
- Han pasado catorce años. Y lo que he visto ha sido un sueño en el que me encontraba en este mismo cementerio, pero lleno de gente que pensaba que había muerto. ¿Qué me ha hecho, Emily? ¿Por qué la mitad de mi cerebro sigue soñando? - Terminó preguntando. Sus labios se habían apretado en una fina línea y su ceño se fruncía con molestia.
Los labios de Emily se estiraron en una mueca de satisfacción rayana a la sonrisa, aunque más tétrica - ¿Sigue allí? Interesante. – Hizo saltar el carboncillo sujeto en el lomo de su libreta y realizó unas anotaciones – Catorce años son suficientes para ser solo huesos. Catorce años ¡y lo creíamos algo nuevo!
Levantó de nuevo su mirada en un respingo de cervatillo al escuchar, al fin, las preguntas de Maybelle – Peyote Hippitaka. – respondió como si aquello fuese un conocimiento universal.- Inhalado, no mascado.
Volvió a anotar algo en su libreta y después la guardó en la alforja, para sacar de ella una pipa india que tendió a la cazarecompensas. – Pregúnteles por sus cuerpos.
Maybelle dudó un instante antes de tomar la pipa. Desde luego necesitaba sentir el humo en sus pulmones y tal vez eso calmaría el temblor de sus manos.
- ¿Me está diciendo -comenzó, arrugando la nariz con cierta desconfianza- que eso que veo es real? ¿Que me ha dado peyote mágico y ahora puedo hablar con los muertos? - Hizo un gesto con la mano, como si esa idea fuese ridícula y después prendió la pipa para inhalar el humo despacio mientras mascullaba para sí misma. - ¡Venga ya! - Y sin embargo, si alguien conocía las habilidades de los Hippitaka y su magia... Esa era ella.
Te costó varios intentos y tomar consciencia del increíble peso de tus parpados pero una vez más conseguiste abrir los ojos. Esta vez te encontrabas sola, con la única compañía del caballo que muy probablemente os había traído hasta allí; de Emily no había rastro, como si jamás hubiese estado en ese lugar y quizás hubieses dejado que tu dopada mente así lo creyera si no fuera por una hoja atrapada debajo de la pezuña del caballo que te acompañaba.
Intentase ponerte en pie y al hacerlo se precipitó desde tu regazo la pipa de los Hippitaka, devolviéndote los recuerdos de la última vez que estuviste consciente, aunque no tenias muy claro cuando había sido. Quizás se debió a esos recuerdos condicionaron a tu subconsciente, quizás fue la glándula de supervivencia, o quizás al eco de un disparo lejano en el Este; quizás incluso una mezcla de todos ellos, pero como fuere, miraste hacia el cementerio, justo a tiempo para ver como florecían una mano tras otra, cabezas, pies…y finalmente un cuerpo entero que se levantaba de sus propia tumba para dirigirse torpemente hacia ti.
Oíste un silbido cruzar el desierto y al caballo de Emily alterarse con él, liberando la hoja que apresaba, el vuelo de esta llegó hacia ti, mostrando el escrito “Redemptiom”, no necesitaste voltear la fotografía para saber de qué se trataba.
El silbido volvió a repetirse, y la exaltación del caballo lo llevo a liberarse él mismo de la rama que sostenía sus riendas; el asustadizo animal se debatió entre acudir al silbido o desaparecer en dirección contraria, lejos del hedor andante. Finalmente, tomaste esa decisión por él.
Zombies!!!!!!