Todo hombre necesita su espacio personal, aunque este espacio privado se encuentre en la incomodidad de la carreta pública abandonada en la entrada del pueblo; incluso aunque aquel espacio individual sea compartido con otro hombre en busca de la misma calma. Pero bien sabido es que el roce hace el cariño, y que el cariño en una vieja carreta que ha olvidado su dueño, termina siendo amor (o vicio).
Habéis sido enamorados por las balas de cupido. De ahora en adelante vuestras vidas quedan ligadas, si uno muere, el otro muere con él, a menos que el destino decida separaros antes de tal suceso.
Podéis ganar según vuestro rol o bien como enamorados, siendo los únicos supervivientes del pueblo.
Miré a mi compañero de carreta, con el que había compartido tantos momentos juntos, con el que había desarrollado un cariño que iba más allá de la amistad. Aquel hombre había hecho que la solitaria y asqueada existencia de un tipo como yo recibiera la luz de una sonrisa, de alguien que comprendía mis sentimientos y emociones.
Nunca habría pensado que tal solaz lo encontraría en la compañía de otro hombre, pero el destino es irónico y le gusta de reírse en la cara de los simples mortales.
A pesar que su silenciosa compañía era suficiente para mí, era importante que habláramos de lo que sucedía en el pueblo.
- ¿Qué opinas de todo esto, Rav? Presiento que se va a convertir en una caza de brujas, y los silenciosos nunca son bienvenidos en este tipo de situaciones. Me pasó en Oldville y me hablaron de lo mismo en Green Corral. Deberíamos ponernos de acuerdo en cómo actuar y qué decir.
Se ha modificado tu amor, porqué ante la inactividad de Revenger esta noche va a caer, y estando en noche uno, no creo que quieras acompañarle.
Nunca pensó que una criatura como él podía fijarse en un lisiado. Es más, jamás pensó que nadie se fijara en él, y mucho menos después de lo que le pasó en la guerra. Y su parálisis. Y todas las dificultades que había para vivir con ello.
Él lo sabía, y entendía que todos se quisieran separar de él, o que no hubiera un acercamiento mucho más estrecho, pero cuando lo vio, y el sol salió de una nube oscura, y la luz lo bañó por entero, el coronel olvidó quién era para sólo transformarse en un ser embelesado por la belleza de aquel hombre.
No fue hasta mucho más tarde que se atrevió a hablar con él, y, en parte, retrasaba su viaje de negocios a otras tierras por él, por verlo un día más. Y cuando se decía que dejara la locura, que aquello no podía salir bien, o cuando tenía pensamientos mucho más oscuros, como que él jugaba con él para reírse de un pobre lisiado, una luz lo envolvía, y sacudía la cabeza para, acto seguido, avanzar lentamente con su silla de ruedas hasta donde su ángel estaba, y saludarlo con una sonrisa tímida, y unos ojos brillantes.
Y allí estaban de nuevo. Un día más. Mientras el calor del sol iluminaba la calle central, y el pueblo despertaba con su quehacer de nuevo, el coronel lo esperaba, como siempre, algo nervioso e impaciente.
—Buenos días, Red… caballero Hardigan— se corrigió de inmediato, pestañeando, y notando el rubor subir hasta sus mejillas—. ¿Buen día, no le parece?— dijo, tratando de abrir algo de conversación, y poder estar el máximo tiempo con él. A veces se preguntaba si el amor tan profundo que sentía él también lo sentía su amado—. ¿Cómo está usted? Un nuevo sheriff…— dijo el coronel, sonriendo de manera tímida, cambiando de tema rápidamente—. Qué cosas…
Saludé a Jásper con un toque de sombrero y una sonrisa. Habíamos compartido grandes conversaciones, risas y botellas de buen wisky. Aquel hombre había hecho que la solitaria y asqueada existencia de un tipo como yo recibiera la luz de una sonrisa, de alguien que comprendía mis sentimientos y emociones. Había algo en la inteligencia y sentido del humor del Coronel Luisiana que lo encandilaba.
Nunca habría pensado que tal solaz lo encontraría en la compañía de otro hombre, pero el destino es irónico y le gusta de reírse en la cara de los simples mortales.
- Cierto, buen día. Aunque ese nuevo sheriff no me causa buena espina. - Le respondí. - Además, le digo que no creo que traiga buenas intenciones para con el pueblo. A mí la verdad me da igual lo que haga, pero espero que no se entrometa en nuestros asuntos.
Se agradece! ^__^
Sería muy injusto caer por inactividad del amante :P
Escuchó las palabras de Red, y asintió con la cabeza, corroborándolas. Ciertamente, en su compañía se sentía bien, cómodo. No quería decir que no estuviera a gusto con la compañía de mujeres, pero se sentía mejor entre hombres, sentía que lo comprendían mejor. De la misma manera que había mujeres que preferían la compañía de sus amigas.
—Mal asunto este— dijo el Coronel, torciendo el gesto, después de todos los acontecimientos de la mañana—. Dos muertos, todos culpables de buenas a primeras— suspiró, encogiéndose un poco en su silla de ruedas—. Y yo con la posibilidad de linchar a uno de nosotros, siempre y cuando no me equivoque.
Hizo una pausa, y escudriñó los ojos claros de Red. Chasqueó la lengua, y miró al horizonte, perdiendo su mirada más allá de la calle principal, lejos, entre las sombras que las nubes proyectaban en la ladera clara y empolvada.
—Qué fatalidad. Ya lo siento por usted, Red— comentó el coronel, torciendo el gesto—. Espero no equivocarme cuando decida señalar a alguien.
- Así lo espero yo también, Jásper. Me he acostumbrado a su compañía y no creo que pudiera regresar a la soledad y mantenerme cuerdo. - Era mi manera de expresar los sentimientos. Mi destino estaba ligado al suyo. - La cosa se pone muy cuesta arriba.
Reflexioné unos instantes la situación. Parece que una caza de brujas se iba a iniciar en el pueblo y cualquiera puede acabar siendo señalado como culpable de asesinato de Ravenger. Y el asesinato se paga con la horca.
- Lo peor es que quien acabara con El Ravenger no se conforme con lo que han hecho hasta ahora. Entonces habría dos frentes abiertos y, si nos acorralan entre dos fuegos, será muy difícil escapar. ¿Sabe usted algo de todo esto, Jásper? - Pregunté de repente, como quien habla del tiempo.
Asintió con un gesto lento de la cabeza hacia lo que Red decía. Realmente, la cosa se complicaba, y, pese a que no quería demostrar que temía un poco por lo que pudiera pasarle a Red, sí que estaba preocupado por que terminaran señalándolo a él, por alguna absurda razón.
Escuchó la pregunta del vaquero, y torció el gesto, compungido.
—Me gustaría saber mucho más, Red— respondió, algo contrariado—. La vida castrense me ha dotado de mirar mucho más allá de lo que los civiles hacen. En el campo de batalla uno puede perder una pierna si no mira bien.
Chasqueó la lengua, y miró a su alrededor.
—Esta noche he visto que el fotógrafo es un buen hombre. De hecho, pienso que es el más bondadoso de los que estamos aquí— comentó, retrepándose en la silla—. Protege a los demás, asegurándose que están bien cuando duermen. Es como un ángel de la guarda— sonrió ante lo último.
Miró después a Red, y negó con la cabeza.
—Es lo único que puedo decirle, Red.
Asentí a las palabras de Jásper con gravedad y alcé una ceja cuando dijo lo del bueno del fotógrafo. Parece mentira, pero en esta vida aun quedan héroes. Pocos, pero aun alguno hay.
Sentado, mirando la infinidad del desierto que se abría al lado de la carreta opuesto al pueblo, me decidí a hablar, pese al natural callado por el que soy conocido.
- Mire Jásper, usted no es el único que ha descubierto cosas y, viendo que somos dos tipos con algo más de sesera que la mayoría, por lo menos que la mayoría que aun la conservamos dentro del cráneo, le diré lo que sé.
Escupí al exterior de la carreta.
- Cuando Giese muera en las votaciones, la pobre Lili, la pielroja, le irá detrás. No sé qué ha visto en el muchacho, pero está enamorada de él hasta las cachas y no puede vivir sin él, según tengo entendido. Quizá es una costumbre india, pero la comprendo perfectamente. - Diciendo esto último, me tembló algo la voz, pues difícil se me haría la vida si algo le sucediera a Jásper.
- Es más, le diré que me he enterado recientemente que efectivamente Giese es un forajido. Como también lo son Francis y Riley. Ellos son los que se cargaron al negro. Aunque la verdad, no me extraña nada.
Volví a escupir. Ese cigarro se deshacía en mi boca cuando no debía. Lo que daría por un buen puro no lo sabe nadie.
- Y, para acabarlo de adobar y cerrar el círculo, el amigo Francis, tan puritano y de buenas costumbres, está enamorado de Wyatt. El héroe del que me ha hablado hace unos instantes.
Miré nuevamente dentro de la carreta y, más concretamente, a los ojos de Jásper que, estaban llenos de asombro.
Quizá fuera la única vez en que escuchaba a Red decir tantas palabras seguidas. Pero, lo que dijo le pareció más relevante que la cantidad de palabras que había dicho.
No daba crédito a lo que había dicho, y no se podía imaginar cómo sabía todo aquello. Se quedó en silencio, pensando en esa información, y pestañeó varias veces, antes de murmurar:
—Vaya.
Fue escueto. No sabía qué más añadir, y se limitó a mirar las sombras que el sol creaba en el pueblo a medida que el tiempo pasaba.
—Son acusaciones muy graves éstas— dijo el coronel, mirando de soslayo a Red—. Si lo que dice usted es cierto, y Riley, el muchacho y Francis son los autores de la muerte de aquel hombre…— no terminó la frase. No sabía cómo.
Se llevó una mano a la frente, y se la frotó. Se rascó la coronilla, y se quedó pensativo, mirando al horizonte polvoriento, con demasiada calina para su gusto.
—Pobre muchacha— murmuró Luisiana—. La india, digo— indicó, torciendo el gesto—. Enamorarse de alguien así…— también dejó la frase morir. No creía que fuera una persona indicada para hablar de la vida de los demás.
Negó, sin embargo, firmemente con la cabeza, ante aquello último.
—No está enamorado de Wyatt, Red— dijo el coronel, frunciendo el entrecejo—. El muy bandido está detrás de mí— confesó, agachando la cabeza—. Se reúne de vez en cuando conmigo. Busca algo de mí.
Me quedé perplejo ante esta revelación acerca de Francis. Después de unos segundos, reaccioné.
- Y de mí. - ¿Cómo podía ser posible? - Pensé. - Ha sucedido hace unos momentos, justo ahora que está a punto de caer el sol. Antes no hubiera hecho caso alguno de ese hombre. - Cierto que era un hombre con un encanto irresistible, pero parecía que algo en todo esto excedía los límites de las casualidades. - Aunque él no sabe lo que yo sé. De momento. - Me resistía a creer que Francis estuviera utilizando su encanto para su beneficio, engañándonos al resto, como colegialas enamoradas. Pero, por lo dicho por el Coronel, Francis ya había encandilado a Wyatt, a Jásper y a mí mismo.
Cayó la noche y fui nuevamente al encuentro de Jásper.
- Hola Jásper. - Saludé como tantas otras veces. - Ha sido un día muy duro. Estoy cansado, pero vengo a decirle algo importante, Jásper. Si sale esta noche a investigar por ahí, no pierda el tiempo con Ella, yo podré contarle cosas a cerca de esa mujer. A su debido tiempo. Y tenga cuidado. No le prometo nada, pero haré lo todo lo que esté en mi mano para que no le suceda nada. Igualmente, tenga usted cuidado.
Sonreí al Coronel con ese afecto más allá de la amistad.
El coronel abrió mucho los ojos, sin dar crédito a la confesión que acababa de darle el vaquero.
—¿De usted también?— repitió—. ¿Cómo es posible? ¿Por qué? No lo entiendo…
Acto seguido, pensó que el cariño y, después, el amor no podían entenderse, sino sentirse, pero aquel triángulo que se había formado… El exmilitar no lo entendía del todo, y empezó a rascarse la barba, pensando.
—Es todo muy extraño— dijo, más para sí que para Red—. Estamos ligados muchos de nosotros— contempló, mirando al vaquero—. A mí me ha pasado igual. Después del altercado que ha ocurrido con la india y con el muchacho— lo iba a echar de menos. Le traía el periódico, y se lo agradecía, a veces, haciéndolo sentar con él para desayunar, otras, con una bonita moneda dorada—. Lo he visto y he sentido…— dejó la frase morir, algo incómodo. No quería que Red se molestara por haber notado un estúpido cosquilleo en el estómago al ver a aquel hombre tan salvaje y sincero—. En fin, no lo entiendo— resumió.
Contempló la figura alta de Red, ahora a la luz de la luna, y lo sonrió, algo melancólico, tras todo lo que había pasado. La noche siempre le traía recuerdos tristes. Sobre todo, porque fue una noche en la que se quedó paralítico.
—¿Ella?— preguntó el coronel, al tiempo que asentía—. De acuerdo.
Torció el gesto, y miró al horizonte, a un cuadrado amarillo, una ventana tras la que había luz.
—Creo que yo me encargaré de sonsacarle algo a nuestro amigo Francis— escupió el nombre—. No entiendo cómo un hombre puede atraer tantas miradas.
Suspiró, y contempló la negrura de la noche. Se rascó la barba de nuevo, y murmuró:
—El reverendo es un hombre que me hace sonreír de manera famélica— torció el gesto—. Veré qué es lo que guarda bajo llave su solitario corazón.
Hizo una pausa, y miró el perfil de Red.
—Guárdese de la noche— aconsejó el militar—. Sólo trae desgracias.
Asentí en silencio. Miré a Jásper de perfil y me toqué el sombrero a modo de despedida. Cambié el cigarro de comisura y lo dejé solo. É tenía trabajo que hacer. Yo también.
- Hasta mañana, Jásper. - Susurré, aunque me ahorré un "espero".
Me giré un momento hacia Jásper, en el filo de lo que la voz alcanza.
- Por cierto, Jásper, ¿Ha usted dicho algo de lo que le he contado a Francis? Tengo miedo que si digo a Francis que os he contado lo que sé de él, tema por su vida y pueda querer buscaros la ruina. Pero si le digo que no os he contado nada, y resulta que nos contradecimos, el resultado puede ser desastroso.
Negó con la cabeza de manera seca. Ciertamente, algo más físico y puramente inexplicable había hecho que el coronel se sintiera atraído por aquel hombre, pero su corazón sentía que latía a la vez que el de Red, y, por ello, no lo traicionaría. No.
—El pequeño bandido no tiene ni idea de lo nuestro, ni de lo que usted me cuenta, ni nada de nada— indicó de manera seria el exmilitar—. Pregunta mucho, y se ofusca cuando ve que no lo respondo, pero no hablo con él acerca de nosotros, ni de lo que sabemos, ni de lo que me ha contado.
Miró a los ojos claros de Red, y sonrió de manera melancólica.
—Cuídese, Red— dijo, antes de comenzar a arrastrar su silla.