No llovía, pero las calles se encontraban tan desiertas como si estuviese cayendo un chaparrón. El cielo latía con una intensidad violeta extraña y hermosa de algún modo, y las nubes encapotadas iban a romper en lluvia de un momento a otro. La percepción de Fiona los condujo hasta la Catedral de St. Nathaniel. Aleph ya había estado en ella. La puerta principal estaba cerrada a cal y canto, pero en el mismo umbral podía percibirse que la energía se concentraba en aquel punto. Fiona no mentía al menos en eso.
Aquí y ahora se enfrentarían a su destino. Elías, Fiona, Aleph, Damien, Junette y un último añadido -Vincent, que por su voluntad flexible sería útil para pelear si era necesario- vislumbraron un rayo rompiendo detrás del campanario, como un prólogo a lo que acontecería al otro lado de las puertas.
-Es aquí.
La mujer albina subió las escaleras que los separaban de la puerta y se estremeció.
-Tanta oscuridad... -Se dio la vuelta y miró a sus acompañantes-. Quizá esta sea la última vez que nos vemos. Si fracasamos, el mundo estará condenado. Pero si tenemos éxito... -Negó con la cabeza-. Puede que haya que matar a Jules. No puedo negar que me duele mucho ese pensamiento... Pero mi hermano ha elegido su camino. Creo que lo hemos elegido todos los presentes. Tú también, Damien. Y tú, Junette. Quería deciros que aunque no hayais venido aquí muy convencidos, os lo agradezco. No es fácil enfrentarse a esto y vosotros no sois más que unos críos que no habéis visto cosas como estas en toda vuestra vida. Damien, te he querido como una madre... o una hermana, sí. Junette, somos primas y, aunque no hayamos tenido demasiado roce, siempre te he tenido en gran estima. Aleph... A ti no te conozco tan bien, pero creo que eres un hombre honorable como pocos. Lo que te he dicho antes no era ninguna mentira. Nadie te olvidará mientras yo viva. Gracias.
Fiona se giró de nuevo hacia la puerta.
-Y ahora, entremos.
Aleph se detuvo frente a la mole de oscuridad y sombras, que se alzaba frente a él como un gigante mitológico. ¿Era ese su destino? Desde abajo, la mole se erguía cuál gárgola expectante, observándoles en silencio, preguntándose qué iban a hacer a continuación. A decir verdad, no solo la catedral sino el mundo entero parecía contener el aliento, como si los mismos cielos fueran espectadores silenciosos de aquel desenlace. ¿Qué ocurriría a continuación? Ninguno podría haberlo predicho
Inspiró, y miró a los demás. La desconfianza de Damien era comprensible, pero Aleph estaba dispuesto a creer en los Lázarus. Llegados a ese punto, seguiría solo a su corazón, pues hasta Celeste había dejado de hablarle. Se sentía solo, más solo que nunca, y esa soledad le arrancaba el alma a tirones, poco a poco. Ni Brannagh ni Yán zhǔ estaban allí para aconsejarle. Ni Lea ni Dalla podían devolverle una sonrisa que le ayudara a seguir adelante. No, no había nadie a sus espaldas, solo vacío
No busco renombre, Fiona Aleph la miró, y en sus ojos solo había tristeza... Y una inesperada determinación Pero si al final es necesario el sacrificio, y no salgo vivo... Promete que cuidarás de Celeste. Promete que no dejarás que el odio se asiente en su alma, prométeme que harás lo posible porque sea feliz
Pandemonium, the castle frozen in time. Que nostalgia me entra al escucharla XD
Genial elección. Estoy escribiendo con los pelos de punta ;)
El odio ya se ha asentado en su alma Aleph, y si mueres nadie podrá sanarla.
Damien había permanecido en silencio durante todo el viaje a la catedral. Su única acción, mirar a la cara de Elías y encontrar sus ojos una y otra vez, como queriendo saber cual sería la reacción a algo tan tonto. Pero en esa acción, esperaba por lo menos ponerle nervioso, que forzara su mano. Que se precipitara.
Y mientras iban su mente trabajaba a toda velocidad.
No respondió a Fiona, no se atrevía a responder lo que pensaba de ella. Si era como Damien creía que era, todo lo que decía era azucar envenenado, y si estaba equivocada... entonces Elías era responsable.
Y entonces Aleph habló. Aleph, tan noble y sacrificado... Damien no pudo sino apartar la mirada... sus ojos se humedecían, no... no podía ser...
-Aleph... no... no puede ser así ¡Esto no puede ser así! ¡No puedes morir!.- Las lágrimas corrieron por el rostro del joven.-No... -abrazó por un instante al gigantón. Y se apartó temblando.
Era sin duda, un horrible destino.
Y cuando Aleph sintió a Damien abrazándole, la voz del joven sonó como un susurro al oído. Un susurro más suave que la lluvia... pero bien sonoro para los entrenados oídos del gigantón. Sin nada de la sensiblería de un momento antes.
-Cuando sea, finge morirte en la primera cuchillada. Veamos la cara de Elías.
Damien se apartó mirando hacia otro lado, mucho le había costado esos lloros, había tenido que morderse el carrillo bien fuerte, esperaba que Aleph entendiera el plan. Si era cierto lo que decían Elías y Fiona... daría igual esperar a la segunda cuchillada y si no era cierto y Damien tenía razón el maldito Elías se desenmascaría al ver a Aleph desangrándose en el suelo...
-Estad preparados. No sabemos lo que podemos encontrar dentro -dijo Elías lacónicamente.
-Damien... -Junette tenía una lágrima resbalándole por la mejilla tras las palabras de Fiona. La joven había destacado siempre por su entereza, pero esta vez no había sido capaz de resistir la tristeza-. Todo va ir bien. Ya lo verás.
La muchacha lo miró con fe, pues fe en la bondad de Fiona y Elías era todo lo que tenían. Cuando les había traicionado Jules, su pilar, ¿qué les quedaba, salvo ellos mismos y la esperanza de que no todos estuviesen metidos en aquella trama?
Damien se enjugó las lágrimas y trató de sonreír a la joven.
-Lo se. Seguro que sí.
Si al menos sus propias palabras no sonaran tan vacías...
-Te prometo que haré lo que esté en mi mano por cumplirlo -dijo Fiona-. Entremos.
Aleph entra en el sueño. Su entereza comienza a disolverse entre jirones de hipotecada tristeza. Oye palabras a su alrededor, y algunas se quedan en su mente, pero todas pierden el sentido tarde o temprano. Se gira hacia la puerta, y da el primer paso, pues nadie más queda para darlo. El sacrificio desinteresado, la sangre hervida ante toneladas de adrenalina y el mismísimo anhelo de una vida arrebatada, todo se mezcla en un remolino de imágenes y sonidos. Y, de repente, sólo queda una cosa: El deber
Aleph sigue en el sueño. Anda como si fuera una marioneta, impulsado por un motor invisible e inaudible, una energía que parece proceder de ningún lado. A su alrededor, sus hermanos despiertan, ecos de espíritus ya olvidados que susurran a sus oídos para darle las fuerzas que sus músculos parecen echar en falta. La propia madre tierra se conjuga entre sus cabellos y sus pestañas, entre la vidriosa superficie de sus córneas y el frío sudor que recorre sus antebrazos. Ha llegado el momento, no hay nada a su espalda
Aleph camina en el sueño. Una mano en el picaporte, un empujón tras otro, la puerta se abre. El viento parece aullar una despedida, y sus piernas le llevan hasta las tinieblas. Un último vistazo fugaz, prestado, al cielo, y sus pupilas se llenan de negrura, de noche y estrellas. Aunque no sabe por qué, estampa esa última imagen en su mente, pues detrás de la consciencia algo le dice que nunca volverá a verlo. Un cielo estrellado, lleno de luz y vida. Un mar de puntos en la negrura. Sí, eso es lo que está intentando proteger
Nació para protegerlo. Ha llegado el momento de cobrar la deuda