Cuesta del Antiguo, Cubil de Julkooruth, año 217 4E
Julkooruth se movía lentamente entre las sombras que proyectaban los pinos que rodeaban su cubil en Cuesta del Antiguo, incluso por la noche las la luz de las lunas causaban un efecto siniestro sobre la piel rojiza del viejo dragón, pues no era intención de la sierpe esconderse, sino causar terror por la sugerencia que proyectaba una imaginación fértil con aquello que uno no ve completamente.
Admiro tu ahkrin, mortal. la voz grave del dragón, raspada por la edad. Mientras los demás joor huyen de la dinok, la muerte, tú vienes a buscarla.
El imperial estaba en pie frente frente al colosal dragón, impertérrito, sin demostrar miedo, sino una seguridad de acero con la que ni siquiera temblaba. Julkooruth fue de los últimos dragones resucitados por Alduin, no por ser el menos poderoso, sino por ser uno de los pocos que antaño fue capaz de desafiar el señorío del predilecto de Akatosh y el Alduin jamás confió plenamente en Julkooruth.
No temo a la muerte, Julkooruth. respondió con voz tranquila, desapasionada. Hay destinos peores. añadió mirando al rostro medio en sombras del dragón, esto causó una grotesca risa leve que hizo temblar las copas de los árboles nevados que rodeaban su cubil. Como que tu alma sea devorada por un Sangre de Dragón.
Estas palabras hicieron que la bestia reaccionara con violencia, Julkooruth prácticamente se abalanzó sobre el humano con las fauces abiertas, pero incluso cerrándose a escasos centímetros de su rostro, no reaccionó. Aquello arrancó cierta sorpresa por parte del dragón, que habló entre dientes, con unas mandíbulas que fácilmente podían engullir al humano de un bocado.
Pero tú no eres dovahkiin, solo queda uno, y no está aquí. el resuello hizo que la capa del imperial bamboleara, sus ojos reptilianos escrutaron al imperial, paseó la lengua entre sus colmillos. No tienes faas, humano. Me intrigas. admitió, retrocedió lentamente, pero ahora aposentándose sobre las ruinas nórdicas revelando tu titánico tamaño. Vamos a tinvaak, a conversar, me hablarás porque estás aquí.. cuales son tus intenciones..
El imperial alzó la mirada hacia la exultante figura del gran dragón anciano, gesticuló lo mínimo, pero era contundente en su expresión corporal.
Alduin murió. La profecía del Fin de los Tiempos fracasó. El Sangre de Dragón impidió que el mundo acabara usando un Pergamino Antiguo para viajar al pasado, robar un conocimiento que no pertenecía a este tiempo y cambiando el orden de las cosas. explicó con tranquilidad, se llevó la mano al pecho, y sacó un colgante en el que se veía el símbolo de Akatosh, los ojos de Julkooruth se estrecharon. El Sangre de Dragón mató al Primogénito de Akatosh, ha asesinado a incontables de tus hermanos y vuestro Padre ahora está en silencio. Temes al Sangre de Dragón, sabes que vendrá a por ti tarde o temprano. Yo vengo a ayudarte a matar al Sangre de Dragón.
A medida que Julkooruth escuchaba las palabras del imperial, iba mostrando sus colmillos de forma más prominente y amenazadora, siseaba como una serpiente a punto de atacar. El imperial podía ver como si en cualquier momento la sierpe fuera a caer sobre él, pero este seguía imperturbable.
¿Por qué necesitaría tu ayuda, jul? El dovahkiin mató incluso al traidor Miraak, ¿qué posibilidades tienes tú que no pueda tener yo? lo midió con la mirada, amenazante. El imperial entonces lo miró directamente a los ojos, serio e implacable.
Porque cuando venga a por ti, vas a tener a tu propio sacerdote-dragón esperándole. las palabras del imperial causaron la sorpresa en Julkooruth, el dragón descendió de nuevo, se acercó al imperial y alzó una de sus alas atrayéndole hacia él.
Bien, jul. Julkooruth te escucha.. ahora.. tú aprende mi Thu'um. declaró el dragón mientras la noche seguía cayendo sobre el cubil remoto del viejo dragón.
Sótano húmedo, en algún lugar de la Ciudad Imperial, año 212 4E
La parodia de un cuerpo humano reposaba en forma de huesos y un corazón aun fresco en el centro de un círculo de velas, su lumbre danzaba proyectando formas grotescas en las paredes mohosas del sótano de la finca de su familia. El dinero se había dilapidado, y los grandes barriles repletos de vino y cerveza ahora solo criaban telarañas. Delante de ese macabro círculo de velas, el último heredero de una estirpe en desaparición, incapaz de concebir descendencia, se encontraba arrodillado con una daga de hierro en una mano y una flor de belladona en la otra, junto a él reposaba un vetusto volumen de tapas rojizas prohibido en el Imperio.
Con ceremoniosa actitud, el encapuchado untó las hojas de belladona en la hoja de la daga tiñéndola del añil de sus pétalos. Alzó el puñal en señal de súplica y, sin mediar palabra, al menos al principio, empezó a apuñalar violentamente el corazón al son de un oscuro cántico ya olvidado por la mayoría.
Santa Madre, Santa Madre, envíame a tus hijos, pues los pecados de los indignos deberán purgarse en un bautizo de sangre y miedo..
Con la poca sangre que aun quedaba de ese corazón, la sangre le salpicó dotando de trazas rojizas sus oscuras vestimentas, el rostro hierático de celebrante era absoluto, la emoción lo había abandonado hacia ya mucho tiempo, así como las ilusiones, las alegrías y la fe, una fe que estaba desesperado por encontrar.
Y en la oscuridad del abismo negro que hay más allá de todo, alguien escuchó los sollozos mudos de desesperación. Alguien sintió esas puñaladas como si fuera uno mismo quien las recibiera. Alguien tendió la mano al que ya no tenía nada, porque en la nada se encuentra la absoluta verdad.
Es una canción hermosa. dijo una voz en la espalda del celebrante, este ni se inmutó. Se volvió lentamente hacia el asesino que la Hermandad Oscura había enviado. Hermosa, salvo que aquel que deseas que asesinemos es a ti mismo. el asesino se movió sigiloso entre las sombras, apenas definido por las velas.
Quiero morir para renacer, regresar a la nada para volver a ser. respondió el celebrante, el asesino contempló con siniestra perplejidad al celebrante.
El Sacramento Negro exige el pago por la muerte de una víctima, ¿cual será tu pago por tu propia muerte? preguntó intrigado.
Entonces el hombre que lo había perdido todo miró fijamente al asesino, sin parpadear respondió de un modo que incluso el asesino sintió miedo.
Patio de Alto Hrothgar, mes de Helada
Phyleas Volkar, sacerdote caído de Akatosh, contemplaba con el incipiente eclipse que iba devorando lentamente la luz diurna. Permanecía en pie, rígido como una columna, ante el altar que habían alzado en el centro del patio de Alto Hrothgar. Junto a él permanecía un silencioso Tee-Lei, el argoniano llevaba casi un minuto esperando a que su señor saliera del inquietante trance en el que se había sumido. Un gesto de cabeza invitó al lacayo a hablar.
—Los Barbas Grises fueron asesinados, intentaron rebelarse. El más anciano huyó, mandamos gente tras él —hablaba con seguridad, pero en sus palabras se filtraba un denso sentimiento de pavor hacia la figura del sacerdote.
Antes de que se pudiera decir nada más, un fornido y nervioso caballero con los colores y emblemas de Akatosh interrumpió la conversación.
—¡Mi señor! Los prisioneros han escapado. Han aprovechado la confusión para huir —casi de inmediato, el caballero tragó saliva. Phyleas ignoró al caballero, miró directamente a Tee-Lei, una mirada que heló la sangre del argoniano más allá de su propia condición de réptil.
—El eclipse está a punto de llegar a su cenit —anunció sombrío, cuajó la mandíbula con seriedad —. Tee-Lei, confié en ti para esto. No me estás fallando a mi. Le estás fallando a Él.
Algo había en esas palabras que el pavor que sentía el argoniano se cristalizara. Algo malévolo más allá de toda razón y sentido, primitivo como la noche o la oscuridad. Tee-Lei se volvió con intensidad hacia el caballero.
—¡A por ellos! ¡Moved a los akaviri! —se volvió hacia Phyleas, respirando nervioso —. Traeremos a los sacrificios a tiempo, mi señor. Tenéis mi palabra.
El sacerdote avanzó unos pasos hacia el altar, no volvió la espalda hacia el argoniano. Su voz sonaba inalterable, con el eco de una alma muerta ya hace tiempo.
—Ya no hay tiempo. Llama a los caballeros de Akatosh. El sacrificio debe hacerse durante el eclipse. No habrá otra oportunidad —sentenció se miró la mano, una mano que no temblaba, plácida e inerte —. El Padre llama a su Hijo. El Perdido largo tiempo muerto regresará.
La mirada de Phyleas recayó sobre el altar. Sobre él latía un conglomerado cristalino de color negro que brillaba con la luz de incontables almas atrapadas en él, un corazón de dragón junto a él perfectamente conservado y, en la mano de Phyleas desenvainada ahora, una daga ceremonial de los antiguos sacerdotes-dragón de la Era Merética.
—Perdiste tu corazón, mi señor Lorkhan. Deja que hoy te dé uno nuevo —respiró hondo —. Santo Padre, Santo Padre, envíame a tu Hijo, pues los pecados de los indignos deberán purgarse en un bautizo de sangre y miedo.
Necrópolis de Falkreath, Mes de Helada
—Y ahora el cielo —anunció con gravedad Ganlius Dratinius, Vigilante de Stendarr, negó con la cabeza —. Esto no tiene buena pinta.
Junto a él, un rostro habitualmente despreocupado, fruncía el ceño Kennard Baylor, sacerdote de Arkay, enjuto en su armadura de ordenado con telas anaranjadas cayendo por los costados de la misma.
—Tormenta, eclipse.. no sé qué cojones está pasando, pero sí, grandullón, no tiene buena pinta —asintió el sacerdote bretón rumiando con preocupación —. ¿Descubriste algo sobre los hijos de puta que están matando gente por los caminos?
Ganlius volvió la cabeza hacia su viejo amigo, bufó mirándole con reprobación.
—¿Ahora te interesas por lo que sucede por el mundo? Pensaba que a ti todo te importaba una mierda —espetó el enorme Vigilante, aunque luego negó con la cabeza mostrando una risa leve aunque amarga —. Quita, quita.. en la Ciudad Imperial no encontré nada, espera, pero sí en el priorato de Weynon, a mi vuelta. Las armaduras de esos tipos, son las mismas que la de los Cuchillas.
Kennard volvió la mirada hacia su interlocutor con el gesto circunspecto, negó con la cabeza escéptico.
—Siempre me he interesado, pero ahora tengo un motivo adicional para hacerlo que no te tengo porque decirte, Ganlius —escuchó con detenimiento los descubrimientos del siervo de Stendarr —. ¿Los Cuchillas? ¿No los habían exterminado en la Gran Guerra? Que cabrones más persistentes.
Ganlius negó con la cabeza, le dio un golpe en el hombro a su compañero y emprendieron el camino de salida del gran cementerio de Falkreath.
—No, imbécil. Esos tipos no son Cuchillas, son reptiles. Pregunté a los eruditos y descubrí algo. Akaviri, no sé como coño habrán llegado a Tamriel, pero son hombres-serpiente adoradores de los dragones —reveló Ganlius, el sacerdote de Arkay lo miró con detenimiento, pero sabiendo que no tenía porque dudar de su compañero asintió.
—Eso no explica.. qué está pasando ahí arriba —dijo en un deje de creciente preocupación, bajó la cabeza sombrío —. Ganlius.. hay alguien que quiero que protejas si la ves..
El enorme Vigilante de Stendarr miró extrañado ante la petición de Kennard, algo inesperado para él, y la identidad que le reveló le dejó aun más sorprendido.
Posada "El Final del Camino", Helgen, Mes de la Helada
La gente se había congregado bajo el techo de la posada regentada por Rodegar, el gran edificio del posadero no era capaz de cobijar a todo el mundo, pero el miedo al eclipse y a la tormenta que se había desencadenado alrededor de la Garganta del Mundo empujaba a la gente a reunirse.
—¿Dónde está papá? —preguntó con miedo Danna, la hija de Aster, tirando de la túnica a una preocupada Eisya Cabellos Dorados, la sacerdotisa de Kynareth, que intentaba calmar los ánimos de los habitantes de Helgen. Se arrodilló junto a la pequeña.
—Tu padre volverá pronto, ¿de acuerdo? —sonrió tratando de dotar de confianza a la niña, aunque en su fuero interno estaba maldiciendo al druida bretón por no estar ahí. Las palabras de Eisya no lograron tranquilizar en exceso a Danna, aferrada a ella como estaba, temiendo que ella también se escapara.
En otra escena de la posada, un apurado Kaeso Adamo apelaba a la tranquilidad de los presentes.
—¡Debemos mantener la calma! No sabemos que está ocurriendo, debéis confiar en el thane Hadvar. Es un eclipse, es raro, pero no imposible —consciente de que tampoco tenía ni idea de lo que sucedía, el imperial seguía apelando a la calma a los presentes —. La Legión Imperial está aquí, protegerá Helgen de cualquier amenaza. Por favor, tranquilos.
Junto a él, un más directo Aren Lorren, el amigo de Eldrid, saltaba a la palestra con un vehemente apoyo al nervioso populacho.
—¿No habéis escuchado al imperial? ¡Me cago en Alduin! Como no os comportéis aquí os saco a patadas a la de ya —parecía que la pose de Aren y las palabras de Kaeso, que ambos se asintieron mutuamente, lograron calmar los ánimos. Aunque no sabían por cuanto tiempo iba a ser posible.
En algún lugar de la comarca de Hibernalia, Mes de Helada
—El cielo se ha oscurecido, nuestros exploradores nos informan que se ha congregado una tormenta alrededor de la Garganta del Mundo —informó Kaeron a un taciturno Assus que miraba al fuego de la hoguera cuyo brillo golpeaba las paredes de la caverna donde se refugiaban.
—¿Qué otra mierda se traerán los imperiales entre manos? Esto es cosa suya, estoy seguro —aseveró el caudillo rebelde mientras miraba de soslayo a su lugarteniente —. ¿Qué más tienes, Kaeron?
El nórdico dudó unos instantes, cuajó la mandíbula, bajó la cabeza un instantes antes de alzarla.
—Es tu hermano. Lo han visto en Helgen, con la Legión Imperial —explicó con toda la sencillez que pudo resumir, Assus volvió la mirada hacia Kaenor, con una mirada capaz de derretir el hielo reinante de la zona.
—Mi hermano está muerto. Ese que han visto, solo es una broma de mal gusto, ¿queda claro? —la voz grave y amenazadora del líder nórdico hizo que su subordinado asintiera algo tenso.
—Totalmente, Assus —repuso Kaenor, miró al exterior donde reinaba la oscuridad por el eclipse —. ¿Qué debemos hacer?
—Prepara a los hombres. Es hora de ir al sur.
Necrópolis de Falkreath, Eclipse Roto
Kennard Baylor y Ganlius Dratinius contemplaron atónitos lo que sucedía en los cielos de Tamriel, ninguno de los dos alcanzaba a decir nada mientras la lluvia de fuego peinaba el cielo aun oscuro.
—No me jodas.. —dijo Kennard mirando de soslayo al enorme bretón, pero con la mirada clavada en un bólido que se acercaba peligrosamente hacia ellos.
—¡Kennard a cubierto! —gritó el Vigilante de Stendarr tirándose al suelo para cubrir a su camarada, afortunadamente no hizo falta, puesto que aerolito atravesó sus cabeza y se estrelló un par de kilómetros más allá. Ganlius miró a Kennard, hubo unos segundos de tensión y, de repente, ambos rieron nerviosos ante la situación.
—Gracias por los reflejos, Vigilante —agradeció Kennard con la risa nerviosa en el cuerpo, pero aquella situación no duró demasiado. La tierra empezó a temblar bajo sus pies, por todos lados —. Por todos los..
No hubo un orden, no hubo advertencia. El suelo de la necrópolis de Falkreath, la más grande de toda Skyrim, empezó a vomitar a los muertos que ahora despertaban animados por una fuerza siniestra que empezaba a propagarse por todo el mundo.
—¿¡Qué clase de nigromancia es está!? —bramó Ganlius echando mano de su arma, Kennard, sin palabras al principio también desenvainó su espada mirando a su compañero clerical.
—La peor, grandullón.. la peor que podía tener un lugar así..
Helgen, Eclipse Roto
La lluvia de fuego había perdonado Helgen, pero con ella había llegado algo mucho más oscuro. Los muertos enterrados en su cementerio se alzaron causando el terror entre sus habitantes, más de lo que ya estaban por los fragmentos lunares que caían sobre Nirn. Afortunadamente la Legión Imperial dirigida por el thane Hadvar logró atajar los pocos muertos que se habían alzado, la ayuda inestimable de Silgurf Mano Centelleante y algunos de sus habitantes permitieron al pueblo sobreponerse del sorpresivo ataque, aunque no sin bajas.
—¿Qué narices está pasando? —se quejó Aren Lorren hablando con el hosco hechicero de Helgen, este lo miró con desdén acompañado de una hiriente respuesta.
—Estoy intentando averiguarlo, rubito. Así que puedes callarte por ti mismo o te callo yo, no necesito paletos que me estén gritando al oído —repuso mientras trataba de concentrarse en un conjuro, esto hizo que Aren casi entrara en frenesí contra el mago, afortunadamente fue detenido por Kaeso Adamo.
—¡No seas estúpido, Aren! —le hizo una presa al joven nórdico que gruñía, el hechicero ignoraba por completo a Aren, al final se resignó mirando al imperial.
—¡Esto parece el puto fin del mundo y no sé nada de Eldrid! ¡Mierda! ¡Cría tonta! —se quejó frustrado soltando una patada contra un muro de piedra que, a todas luces, le dolió horrores. Kaeso le miró comprensivo y suspiró, miró hacia la Garganta del Mundo, el único lugar donde uno podía alcanzar a mirar con genuina preocupación temiendo por el destino de la persona especial para él.
Soledad, Eclipse Roto
Mientras el apocalipsis celeste teñía la oscuridad de lágrimas de fuego, en la capital de Skyrim se contemplaba aquel acontecimiento con el mismo miedo que lo hacía todo Tamriel. Uno de estos testimonios era la Reina Suprema Elisif, que miraba el cielo desde uno de los balcones del Palacio Azul, impacto tras impacto la soberana de Skyrim veía con impotencia la luna quebrada de Masser precipitarse sobre Nirn y sus fragmentos sembrar de destrucción su tierra y súbditos. Al norte pudo ver como el Mar de los Fantasmas era también acuchillado por los meteoritos generando olas de creciente tamaño.
—Mi Reina, debería ponerse a refugio —aconsejó el edecán de la monarca nórdica, pero esta volvió una mirada sobria a su protector negando la cabeza.
—¿Qué importa donde esté ahora cuando llueve fuego sobre nosotros? Si he de ver con impotencia como destruyen mi tierra, al menos será desde aquí, y no escondida como una cobarde —sentenció la Reina Suprema. Recordó los convulsos tiempos de la guerra civil, el peligro real que suponía la amenaza de los Capas de la Tormenta y su líder Ulfric, pero todo eso se le antojó minúsculo comparado con lo que estaba sucediendo —. Siempre fue.. una cuestión de perspectiva.
Aquel susurro fue lo último que dijo Elisif la Justa, Reina Suprema de Skyrim, un enjambre de proyectiles llameantes impactaron por todo Soledad trayendo la devastación a la capital nórdica. Un infierno de llamas arrasó la ciudad, las explosiones se sucedieron en una concatenación de miedo y desesperación, en apenas un minuto Soledad había sido borrada del mapa. El Castillo Severo reducido a cenizas, el Palacio Azul borrado del mapa, el Colegio de Bardos arrasado, y fue tan fuerte el impacto que el gran arco de piedra donde se aposentaba la ciudad cedió y lo que quedaba en pie se derrumbó sobre los muelles causando la ruina total y la muerte de miles de personas.
Castillo de Volkihar, Eclipse Roto
Desde el balcón ruinoso de la vieja fortaleza familiar una solitaria figura contemplaba el cielo en llamas, a pesar de su inmortalidad sentía miedo, a pesar de su vasta experiencia temía lo que aquello significaba. Agarró con firmeza el borde del balcón, como temiéndose caer si no se sostenía, pero aunque las grandes olas provocadas por los fragmentos caídos en el Mar de los Fantasmas golpeaban incesante, era consciente de que los sólidos muros del castillo resistirían incólumes gracias a la ingeniería y a la magia.
Desde algún lugar del patio pudo escuchar una siniestra campana que se propagaba hasta su lugar, la figura miró hacia abajo sabiendo lo que significaba. Con naturalidad se lanzó al vacío para descender mágicamente hasta el patio del castillo, al posarse miró aquel que la había hecho llamar. Uno de los pocos habitantes que quedaban tras la muerte de todo su clan años atrás.
—Lady Serana, tenemos noticias preocupantes, mi señora —apuntó el lacayo sin alzar la cabeza, la Hija de Puerto Gélido volvió la mirada sin perder detalle del cielo, este se dio por autorizado —. Malphareus ha muerto. Fracasó. Vitris está libre.
Aquella nueva hizo que el cuerpo de Serana se tensara por instinto. No lamentaba la pérdida del vampiro, le parecía un perro despreciable al que azuzar cuando era necesario, pero estaba convencida de que podría acabar con la antigua. Ya se veía que la había subestimado.
—¿Cuales son las instrucciones, milady? —preguntó inquieto, se escuchó una explosión atenuada. No había sido cercana, pero había tenido la suficiente potencia como para que su eco llegara a Volkihar, que se encontraba en una isla a pocas millas de la costa de Skyrim.
—Me ocuparé yo misma. Avisa a mi madre que marcho al continente —anunció tras unos segundos de reflexión.