El Eclipse Roto
Mientras estabais derribados os invadió una gelidez como nunca la habíais sentido antes. Un frío que no solamente helaba vuestros huesos, sino también vuestra alma, un terror primitivo que os impelía a huir de ahí cuanto antes, pero también os paralizaba. Os sentisteis morir de terror decenas de veces, incapaces de asimilar lo que sucedía ante vuestros ojos y lo que significaba en toda su oscura magnificencia.
Un coro de gritos y lamentos acompañó la columna de energía negra que ascendió a los cielos, lo hubierais jurado, pero aquella energía pareció impactar en la misma luna que ocultaba el brillo del sol. Durante unos segundos todo fue oscuridad, una oscuridad densa como una niebla que escondió a vuestra vista todo, y cuando la oscuridad remitió Masser, la gran luna que orbitaba Nirn junto a su hermana Secunda, se empezó a resquebrajar. Grietas de un rojo brillante se propagaron por toda la luna, ningún sonido escapaba a aquel acontecimiento, un silencio sepulcral era cuanto erais capaces de percibir pues ni siquiera el latir de vuestros corazones acelerados eran capaces de llegar a vuestros oídos.
Masser se rompió ante vuestros ojos, ante los ojos de Nirn, y mientras sus pedazos se desprendían atraídos hacia el planeta, ni siquiera el sol oculto tras la luna era capaz de brillar. Pronto la campana de irrealidad en la que os habíais metido también se rompió, empezasteis a escuchar el sonido de explosiones en la parte alta del cielo y centenares de bólidos empezaron a caer sobre el mundo. Una lluvia de pedazos de la luna que sembraron Nirn de destrucción, la tormenta desapareció de repente, dejándoos ver en esa oscuridad sobrenatural y privilegiada desde vuestra posición, como no solo Skyrim, sino más allá de las montañas Jerall, la lluvia de piedras estelares llenaba el paisaje de impactos que provocaban incendios y explosiones de distinta consideración. Teníais la conciencia de que esa destructora sinfonía se extendía por todo Tamriel.
Aquella lluvia de fragmentos duró cerca de diez minutos. Era terrible y hermosa a la vez, las líneas de fuego rasgando la oscuridad hasta chocar contra el suelo alumbrando deflagraciones que, en ocasiones, permanecían y en otras desaparecían. No llegabais a asumir la destrucción que había causado aquel acontecimiento, pero lo habíais detenido, ¿verdad? ¡Habíais parado el ritual! La gema de alma negra la habíais destruido, ¿por qué estaba sucediendo todo aquello aun así?
¿Qué terribles consecuencias hubiera tenido no destruir la gema? Pero la única certeza que teníais ahora era lo que contemplabais, en los cielos rugió el dragón que sorteaba los bólidos con habilidad, este parecía descender sobre vosotros y, a pesar de lo que os temíais, casi pudisteis ver un rostro de pesar en aquella bestia antigua. Y algo más, dos jinetes cuyos rostros algunos de los presentes reconocíais.
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[Todos. Tirada de Sabiduría a CD 18 en vuestras escenas personales]
El Eclipse Roto
Mientras estabais peleando por no caer de Paarthurnax os invadió una gelidez como nunca la habíais sentido antes. Un frío que no solamente helaba vuestros huesos, sino también vuestra alma, un terror primitivo que os impelía a huir de ahí cuanto antes, pero también os paralizaba. Os sentisteis morir de terror decenas de veces, incapaces de asimilar lo que sucedía ante vuestros ojos y lo que significaba en toda su oscura magnificencia.
Un coro de gritos y lamentos acompañó la columna de energía negra que ascendió a los cielos, lo hubierais jurado, pero aquella energía pareció impactar en la misma luna que ocultaba el brillo del sol. Durante unos segundos todo fue oscuridad, una oscuridad densa como una niebla que escondió a vuestra vista todo, y cuando la oscuridad remitió Masser, la gran luna que orbitaba Nirn junto a su hermana Secunda, se empezó a resquebrajar. Grietas de un rojo brillante se propagaron por toda la luna, ningún sonido escapaba a aquel acontecimiento, un silencio sepulcral era cuanto erais capaces de percibir pues ni siquiera el latir de vuestros corazones acelerados eran capaces de llegar a vuestros oídos.
Masser se rompió ante vuestros ojos, ante los ojos de Nirn, y mientras sus pedazos se desprendían atraídos hacia el planeta, ni siquiera el sol oculto tras la luna era capaz de brillar. Pronto la campana de irrealidad en la que os habíais metido también se rompió, empezasteis a escuchar el sonido de explosiones en la parte alta del cielo y centenares de bólidos empezaron a caer sobre el mundo. Una lluvia de pedazos de la luna que sembraron Nirn de destrucción, la tormenta desapareció de repente, dejándoos ver en esa oscuridad sobrenatural y privilegiada desde vuestra posición, como no solo Skyrim, sino más allá de las montañas Jerall, la lluvia de piedras estelares llenaba el paisaje de impactos que provocaban incendios y explosiones de distinta consideración. Teníais la conciencia de que esa destructora sinfonía se extendía por todo Tamriel.
Aquella lluvia de fragmentos duró cerca de diez minutos. Era terrible y hermosa a la vez, las líneas de fuego rasgando la oscuridad hasta chocar contra el suelo alumbrando deflagraciones que, en ocasiones, permanecían y en otras desaparecían. Paarthurnax recuperó el control de su vuelo, casi sentíais como él su dolor, una herida invisible y agónica.
El dragón descendió al patio, agotado por el esfuerzo y, a medida que os acercabais, pudisteis reconocer rostros familiares de Helgen para vuestro asombro.
[Tirada de Sabiduría a CD 18 en tu escena personal]
Patio de Alto Hrothgar, Mes de Helada
El gran dragón que había aterrizado en el patio de Alto Hrothgar era viejo, testimonio eran sus cuernos y protuberancias oseas desgastadas y rotas. Pero a pesar de su imponente estampa no parecía mostrarse agresivo, pero sí que visteis una profunda tristeza en su rostro reptiliano.
—Por todos los Divinos.. ¿Qué dur ha caído sobre vus? La volum lo cubre todo.. —se lamentó la sierpe contemplando los presentes, los dos jinetes que iban sobre él eran Hati y Haming, los cuales estaban tan aterrorizados como vosotros y a duras penas sosteniéndose sobre el lomo del dragón.
—Bajad, joor.. este viaje ha terminado.. —se inclinó para que bajaran ante los presentes en el patio. Os contempló con aflicción antes de hablar —. Me llamo Paarthurnax, ¿dónde están los Barbas Grises? ¿Qué ha sucedido?
Patio de Alto Hrothgar, mes de Helada
Atonita y llena miedo admire el espectaculo.
Era inaudito y lleno de magnificiencia a la vez, siendo la maxima expresion de la destruccion. Estaba segura que ni el mismisimo Devora Mundos habia supuesto tal magnitud.
La lluvia de rocas continuo cayendo hasta que un Dragon se acerco a nosotros para hablar. Quien era yo para responderle, quien era yo en todo este circo que habia acabado con la destruccion de una Luna. A mi memoria llego el ultimo sacrificio del Barba Gris y solo pude sentirme apenada aunque agradecida de su sacrificio.
- El último barba gris murió por todos nosotros.
Pero no dije mas. Estaba segura que algun otro le daria mas detalles.
Bueno alli esta la tirada.
Como tengo competencia creo que agrego +2 pero no bastaria para la dificultad.
En unas horas salgo de viaje pero trato de estar pendiente.
Motivo: Sabiduria
Tirada: 1d20
Dificultad: 18+
Resultado: 11(+3)=14 (Fracaso)
Patio de Alto Hrothgar, mes de Helada
Había sido inútil, todo había sido inútil. Victoria ¿Aquello era victoria? Sus compañeros muertos, la sangre manchaba los alrededores y la oscuridad reinaba rota únicamente por la lluvia de fuego nacida de la destrucción de uno de los cuerpos celestes.
Su pueblo era uno de navegantes y sabía que la falta de Masser sería un suplicio si no la muerte para este mundo.
Miró, congelado, a su alrededor y se trepó por las escaleras que daban a aquel patio trasero para intentar ver al resto. Sus brazos parecían dormidos, las rocas se sacudieron a sus pies una vez más cuando un dragón hizo acto de presencia. Con dolor intentó tomar su arco pero el cuerpo no le respondía.
Solo Farasad quedaba vivo pero ¿Dónde estaba?
Desesperado intentó encontrarlo, quizás se quedase en el interior de Alto Hrothgar con los nórdicos, a salvo.
-¿Qué es esta maldición que se cierne sobre el mundo dragón?- preguntó Tavase sin aire en los pulmones -¿Qué es lo que han hecho?- quizás otros padeciesen de miedo o respeto ante un dragón, pero con la muerte tan cerca ya el guerrero no tenía motivos para seguir huyendo de ella.
Aferró con fuerza el arco, sin poder siquiera levantarlo.
Patio de Alto Hrothgar, mes de Helada
Todo sucedió demasiado deprisa. Bjorn parecía haber perdido el norte, con la mirada perdida en un odio asesino y deseos de venganza. Sus ojos puestos sobre Volkar y sólo sobre él.
Mayor rabia sintió aun cuando el sacerdote no hizo intento alguno por defenderse. La espada de Bjorn había descrito un arco casi perfecto. Ni el mejor espadachín habría logrado detenerla. Pero Volkar no se movió ni un centímetro. De hecho, se adelantó a lo inevitable abalanzándose sobre el filo del arma.
Y eso enfureció de nuevo, y todavía más al nórdico. Todo acabó tan rápido como había empezado. Sus recientes aliados hicieron un despliegue de magia y pericia como Bjorn nunca había visto, y la maldita gema de alma negra se rompió en pedazos.
Cuando Bjorn abrió los ojos sólo contempló el cielo. Estaba tumbado. Sentía los dedos algo entumecidos y notaba el fuerte golpe que se había dado en la cabeza al caer.
El espectáculo de aquel cúmulo de energía ascendiendo al cielo e impactando contra Masser fue espectacular… y aterrador. Lentamente, Bjorn se fue incorporando, incapaz de quitar la vista del cielo y de aquellos pedazo de roca gigantes que caían por todo el planeta.
Lo supo. Habían fracasado. Fuera lo que fuera lo que Volkar planeaba… lo había conseguido. Quizá en parte o quizá del todo… pero aquella lluvia de muerte y destrucción tenían que haberla evitado. Y no lo habían conseguido.
Bjorn apretó los puños. Elevó la mirada, estoico e impertérrito, y posó sus ojos en los de la imponente sierpe que aterrizó junto a ellos. Apenas se fijó en los dos jinetes.
El ser que se autollamaba Paarthurnax era un hijo de Akatosh. Y Bjorn lo contempló en toda su magnificencia.
Patio de Alto Hrothgar, mes de Helada
La oscuridad se alzaba, en su máxima y aterradora magnificencia. La oscuridad gemía y lloraba, antes de lamer, a modo de desgracia materializada, la superficie de Masser, cerniéndose por completo sobre Nirn, robando cada fragmento de luz y de esperanza, atenazando el espíritu de cada ser viviente que osase habitar sobre Tamriel.
Seretide observaba. Observaba, congelada, sobre el suelo cubierto de nieve, sintiendo que su corazón dejaba de latir. Que su respiración se congelaba en el centro de su pecho cuando el eclipse finalmente llegaba a su cénit, robando consigo su cordura, y el gris oscuro que caracterizaba a su larga cabellera, que parecía escaparse progresivamente de su pelo, como si quisiera asimismo sumarse a aquel torrente gimiente que ascendía hacia los cielos.
La negrura remitía sólo para mostrar una escena que generó un grito de terror tan intenso en su garganta que a penas pudo ser vocalizado, quedando sus labios entreabiertos y enmudecidos en un profundamente atemorizado asombro que la hizo temblar como si una garra gélida atravesase su cuerpo paralizado. Masser se rasgaba. Masser se convertía en una lluvia ancestral y devastadora, tan hermosa y violenta como el estallido de la Montaña Roja.
El olor a sulfuro volvía a aturdir sus sentidos. Lluvia de rocas candentes, ríos de muerte. Su propio rostro negaba, incrédulo y con aquella mirada carmesí que lo caracterizaba clavada en lo alto, sin que ella siquiera fuese consciente de que de hecho lo hacía. El vacío en si mismo amenazó con tragarla, con devorarla a pesar de que su ser siguiese presente, al mismo tiempo que su pelo acababa por refulgir bajo la luz incandescente de los restos precipitados de Masser, blanquecino, indistinguible del agua congelada que rodeaba su cabeza.
Incapaz de correr, de vocalizar palabra alguna mientras aquella arrebatadoramente hermosa desgracia llovía sobre la tierra, a penas supo reaccionar ante el acercamiento de la sierpe apesadumbrada, desdibujando en su mente que de hecho, aquel debía ser el final. Su final.
Y aún escuchando su voz profunda, observando su mirada inteligente, fue incapaz de levantarse. Su cuerpo estremecido a penas era capaz de respirar, y finalmente su angustia brotaba a través de un sollozo agudo, que trató de verbalizarse en palabras inconexas- Muertos... Muertos... Todos...-dijo, como si de hecho su mirada se encontrase lejos, muy lejos de allí- Lo intentamos... Lo intentamos... -se lamentó, rompiendo finalmente a llorar, arrodillándose, con dificultad, para abrazarse a si misma con fuerza, tratando de paliar aquel frío tan íntimo que recorría sus mejillas y que amenazaba con destrozarla por dentro.
Patio de Alto Hrothgar, Mes de Helada
Es una pesadilla, sólo es una pesadilla, me dije, con los ojos cerrados y las manos doloridas aún cerradas fuertemente en torno a las protuberancias óseas de la vieja sierpe. Escuché las voces, meros ecos espectrales demasiado lejos, fruto quizá de mi imaginación.
Despierta, Hati, despierta... es un mal sueño, tiene que serlo. Mas no era ningún sueño y mi mente traumada se encargó de recordámelo: El cráter de la Cuesta del Antiguo, Julkooruth y los malditos akaviri, Paanthurnax... la tormenta que casi nos arranca a Haming y a mí del lomo del dragón, el eclipse... y el terror más absoluto.
Recuerdo gritar sin que mi garganta emitiera ningún ruido, como si aquella oscuridad se hubiera tragado mi voz antes de que Masser se agrietara. Algo en mi interior se agitó, desgarrando mis entrañas mientras el pavor paralizaba mi cuerpo y mis ojos verdes se clavaban temerosos y desorbitados en la hermana agonizante de Secunda. Juraría que de mis labios surgió un "no" lastimero, como una súplica que nadie escucharía, antes de que Masser se partiera en mil pedazos. Me cubrí el rostro con el antebrazo, pero ni siquiera Magnus se atrevió a brillar después de aquella catástrofe.
De nuevo recuerdo haber gritado, pero esta vez poniendo mi alma en ello, como si mi espíritu sintiera el dolor de la propia luna antes de sucumbir al miedo. Horrorizada, las lágrimas brotaban de mis ojos, quemando mi piel, mientras luchaba por aferrarme a la sierpe. Paanthurnax evitó que Haming y yo pereciéramos, esquivando los fragmentos de Masser que caían sobre Tamriel en una lluvia de polvo y fuego. Aunque no sé si habría sido más compasivo que nos hubiera dejado caer...
¿Cuánto duró? No sabría decirlo, pero demasiado para una sola vida.
Hati... abre los ojos, me dije una vez más, fue entonces cuando escuché al dragón decir que nos bajáramos y preguntar por los Barbas Grises y, con ello, volví poco a poco a la realidad.
-N...no, no, no...- negué con la cabeza, pues no quería aceptar que aquello fuera real. Como una niña pequeña, me abracé a la sierpe, sollozando, hasta que escuché una voz familiar, en un murmullo. Abrí los ojos... mis ojos verdes otrora llenos de luz y vida, ahora se veían apagados, sumidos por la oscuridad, como si hubiera presenciado algo que no debía.
Vi a la dunmer abatida, con el cabello blanquecino, pero era ella, sin duda. También reconocí a otros, pero mi corazón se congeló momentáneamente al ver los cadáveres, rezando porque uno de ellos no fuera el del imperial. Me bajé presta del dragón, con el rostro desencajado, pero al tocar el suelo las piernas me fallaron y caí de rodillas.
Y lloré, lloré y grité de dolor, de impotencia... de miedo.
Patio de Alto Hrothgar, mes de Helada
La muerte de Volkar precedió una serie de acontecimientos, que pese a presenciarlos con sus propios ojos, Aster no fue capaz de procesar. La oscuridad lo anegaba todo, con el eclipse en su cenit, cuando aquel torrente de energía emano del altar ascendió hasta la mismísima Masser.
Tratando de incorporarse, Aster se encontró tendido en el suelo, apoyado sobre sus brazos, observando sobrecogido la escena que se desarrollo ante él y los que se hallaban en aquel patio de Alto Hrotghar. La sensación térmica a su alrededor descendió de manera drástica, no estando seguro si era real o solo el resultado de la inquietud que se había apoderado de su alma. Un terror como nunca había sentido, turbaba su mente incapaz de mover un musculo, ni tan siquiera era consciente si recordaba como respirar.
Grietas de rojo brillante recorrieron la superficie de Masser, presagiando el desastre que se cernia sobre Nirm, desgarrando su corazón. La tormenta de destrucción que inundaba el paisaje de todo Tamriel de puro caos, eran tan hermosa como violenta y abrumadora. Su pensamiento se fue directo a las gentes de Helgen, horrorizado de lo que podría sucederle a su pequeña, seguido por la apremiante necesidad de regresar. Pero seguía inmóvil, turbado por la magnificencia del terrible espectáculo, no comprendiendo si lo que habían hecho al matar al sacerdote Akatosh había sido para bien o para mal.
El magestuoso y anciano, Paarthunax, descendió entre la lluvia de fuego, provocada por la muerte de Masser, dirigiendose a ellos tras alcanzar el patio. Junto a él, a escasos pasos, se encontraba Seretide. No había sido consciente de ese hecho hasta que escucho su balbuceante y lastimera voz, cayendo de rodillas en un mar de lagrimas. Su cuerpo respondió a regañadientes cuando se levanto para dirigirse junto a ella, recorriendo con la vista el lugar donde se encontraban sus demás compañeros, tratando de asegurarse que estaban todos vivos.
Yo te sostengo, no estas sola – susurró solo para la dunmer, al arrodillarse junto a ella ajustando una de sus pieles sobre sus hombros. Noches atrás ambos habían hecho un silencioso pacto de consuelo mutuo y aunque aquello no era lo pactado, no podía si no tratar de proteger a la destrozada mujer; desconocía toda la historia que había tras aquellos fieros ojos carmesí, aunque intuía la tristeza que en ellos se reflejaban cuando creía que nadie la observaba. Ella jamás confesaría y él jamás preguntaría.
La sierpe pregunto por los Barbas Grises, haciendo que el druida alzara la mirada y tomando una bocanada de aquel helado aire respondió.
Los Barbas Grises han dejado de existir, el último de ellos, Arngeir, era su nombre dio su último aliento para que pudiéramos impedir la aberración que se estaba llevando acabo en ese lugar...- trago saliva viendo a su alrededor como la nieve que caía sobre ellos, continuaba tiñendose de rojo sangre al tocar con los restos de los cuerpos allí sacrificados – decidnos, Parrthunax ¿sabéis que tenebroso ritual se estaba llevando acabo aquí? ¿han tenido éxito en su cometido?
No podía dejar de apreciar que la Estrella Azul continuaba brillando y no podía ser para nada un augurio de éxito. No quería creer que el sacrifició de Arngeir, último de los Barba Grises, había sido en vano.
Patio de Alto Hrothgar, mes de Helada
En un momento estaban en plena lucha y al siguiente se encontraba tendida en el suelo tras ser derribada por la onda que había provocado la destrucción de la gema. A su alrededor todo pareció perder el sonido y la movilidad, solo podía contemplar la columna de energía que se alzaba al cielo y se estrellaba contra Masser. Por un momento pensó que lo habían conseguido, que había logrado parar aquello. Hasta que líneas rojas comenzaron a surcar la superficie de aquella luna. Abrió aún más los ojos, dándose cuenta de lo que estaba pasando. Masser estaba rompiéndose.
Y en el momento en que el satélite estallaba el miles de pedazos, aquella sensación de inmovilidad y de vacío silencio desaprecio dando paso a un caos como nunca antes había visto.
Se levantó y se acercó casi al borde, viendo como los pedazos de Masser se estrellaban contra la tierra, dejando una inmensa destrucción a su paso, lugares en llamas y muerte. Al ver todo aquello, su rostro se tornó en una mueca del más absoluto terror, alzando unas temblorosas manos hacia su cara como queriendo ocultar de su vista aquel desastre. En su mente solo podía ver a todas aquellas personas que le importaban, y que se encontraban desperdigadas por Tamriel y en lo que aquella lluvia de meteoros lunares significaba. No podía producir sonido alguno, pues cualquier palabra que intentaba escapar de su interior moría en su garganta mientras por sus mejillas corrían ríos de lágrimas hasta que un grito desgarrador surco el aire. No podía creer lo que sus ojos le mostraban, no podía ser que de nuevo todos ellos le hubieran sido arrebatados. Ni siquiera cuando sintió los brazos de su padre rodeándola, amortiguando el sonido de sus gritos, en los que podía sentirse como su alma y su corazón se hacían añicos con cada uno que daba. El dolor que sintió fue mil veces peor que aquella primera vez que recibió la noticia de la muerte de toda su familia. No solo era dolor emocional, no, aquel dolor había traspasado todas las barreras y se había convertido en un dolor físico, recorriendo su cuerpo y centrándose sobre todo en donde se había llevado el golpe anteriormente. Tal vez por llevar el peto de cuerpo, no vieron el resultado de aquello que estaba sintiendo.
Los brazos de su padre se apretaron más a su alrededor, meciéndola suavemente y susurrando palabras en su oído que no llegaban a calar en su psique, ni siquiera cuando todo ceso consiguió calmarla. Solo podía pensar en aquellos que le habían sido arrebatados nuevamente.
Patio de Alto Hrothgar, mes de Helada
La descarga de mi hacha rompe aquella demoníaca gema, destruyéndola en mil pedazos que liberan un enorme poder maldito desde su interior. Salgo despedido varios metros por la violencia de aquella energía, para caer de espaldas con los ojos muy abiertos para ver el macabro espectáculo que le sigue. Un ardor muy intenso marca mi pecho y parte de mi cuello pero poca atención le presto al ver elevándose hacia el firmamento aquel poder desde la gema partida y destruyendo una de las lunas. La escena mantiene mi boca abierta y mis ojos llenos de terror.
Me pongo de pie para ver la lluvia de meteoritos que azota todo Nirn, lo que podemos ver desde una posición privilegiado que no deseo. Solo un pensamiento me inunda la cabeza mientras veo como los enormes trozos de roca revientan todo el mapa:
"Es mi culpa. Yo rompí la piedra, yo destruí este mundo."
Un dragón baja del cielo y aferro mi hacha con fuerza hasta que veo que Hati y otro chico vienen sobre él, que no parece ser hostil. Bajo mi arma y resbala de mi mano mientras entiendo que no valgo una sola pieza de plata en este momento. Mi rostro refleja asombro y culpa a partes iguales mientras escucho que mis compañeros hablan con el dragón. El ardor de mi pecho es intenso y, desesperado más por instinto que por pensamientos, saco mi armadura para ver una enorme quemadura que abarca casi todo mi pecho y parte del cuello. Al verla bien, asemeja al rostro de un dragón de costado. Duele como si aún estuviese siendo marcada en mi piel.
Ni siquiera me he acordado del hecho de que no tengo a nadie a quien preguntarle sobre los Akaviri y el posible destino de Titus.
No sé qué decir y no entiendo nada de lo que sucede, por lo que solo mantengo mi boca abierta y mis ojos enterrados en la imagen del mundo que conozco siendo destruido por mi acto.
No tengo una imagen aún, pero no me canso de buscar algo que represente la marca mencionada. xD
Mi hechizo surtió efecto, aunque demasiado tarde.
Luego todo ocurrió de una forma tan vertiginosa que apenas fui capaz de asumirlo, tirado en el suelo, tratando de incorporarme, presencié aterrorizado cómo Masser se resquebrajaba, explotando en millones de trozos incandescentes que caían sobre Skyrim.
Arrodillado, mirando al cielo, incapaz de moverme, sólo podía pensar en mi visión, y en mi fracaso. Y el terror de lo que acontecería, de lo que pudiera ocurrirle a mis seres queridos. Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras mi respiración se entrecortaba.
-No... no... No tenía que ocurrir así- murmuré casi inaudiblemente.
Oí entonces el rugido a lo lejos y observé incrédulo cómo un dragón sorteaba las brasas ardientes para posarse ante nosotros, aun más atónito me quedé cuando se dirigió a nosotros.
Seguía inmóvil y apenas pude murmurar unas palabras después de Aster, con los ojos fijos en el dragón.
-Él... se sacrificó para ayudarnos a detener el ritual... pero hemos fracasado.-
Patio de Alto Hrothgar, mes de Helada
La consternación, el miedo y la incertidumbre causaron en vosotros una miríada de sentimientos que, en ocasiones, os azotaron con descontrol y, otras, enfriaron vuestros ánimos amenazándoos con la inacción total mientras asimilabais lo que habías presenciado. El infierno que se extendía por donde os alcanzaba la vista era desolador, lo mismo que el campo de batalla que habías sufrido con todos los cuerpos tendidos en el patio de Alto Hrothgar.
El dragón Paarthurnax se demostró como una criatura sabia y contenida, pero incluso vosotros pudisteis ver la tristeza desgarrándole por dentro. Vuestras preguntas fueron escuchadas, pero el viejo dragón pidió tiempo para comprender lo sucedido. Había respuestas que admitía no poder dar. Pero mientras esto sucedía disteis sepultura a los Barbas Grises, que encontrasteis asesinados en una de las estancias del monasterio, y los unisteis al cadáver de Arngeir en cuya cara se apreciaba un rostro sereno, un oasis de paz en la vorágine de tanto horror.
Quemasteis los cuerpos con todos los respetos que eran exigidos para tan importantes figuras, los otros no gozaron de un mejor destino, a estos también añadisteis los inocentes asesinados y amigos perdidos como Kamal o Nabar, amigo y mentor de Tavase. Quemados también, pero agolpados en una fosa para ser olvidados y defenestrados, el aliento de fuego de Paarthurnax dio buena cuenta de ello, casi sentíais su rabia reflejada en las llamas que emergían de su garganta. El silencio volvió a la montaña, pero ahora era un silencio oscuro y triste.
Mas no perdisteis tampoco la oportunidad de buscar entre los restos de vuestros enemigos algo útil, algo que os explicara lo que había sucedido, esta empresa careció de éxito, pero os pudisteis hacer con una cantidad de tesoros que procedían de los saqueos de los akaviri, amontonados en una sala de Alto Hrothgar con desprecio. Como si lo que ahí había no les importara, parecían convencidos del final que estaban intentando causar.
Preparados para descender, Paarthurnax os anuncio que él se quedaría en Alto Hrothgar para velar las cenizas de los Barbas Grises, que una vez cumpliera su duelo se uniría a vosotros para compartir lo que hubiera descubierto. Era una sensación extraña, colaborar con un dragón, pero tampoco teníais demasiado tiempo para prolongar vuestra estancia allí. Algunos teníais seres queridos cuyo destino debíais saber, otros.. queríais alejaros de ese horror mudo que ahora era Alto Hrothgar.
Vuelta a Helgen, Mes de Helada
Vuestra primera parada fue Paraje de Ivar, el pueblo se había mantenido ileso de la lluvia de fuego, pero a medida que descendíais por los Siete Mil Escalones pudisteis ver pequeños fuegos dispersos por la zona. La claridad del día iba regresando tras su reino de penumbras, pero los efectos de su devastación permanecían. Pero al llegar al pueblo se reveló que las consecuencias para Paraje de Ivar no habían sido la de la lluvia de fragmentos. Fue la primera vez que supisteis que el eclipse había traído algo más que fuego al cielo, los muertos se habían alzado de sus tumbas y atacado a los vivos.
Afortunadamente la escasa guardia de Paraje de Ivar había aguantado el ataque de los muertos que habían salido del túmulo cercano del pueblo. La empalizada y el fuego fueron capaces de contener la marea de draugr que amenazaba al pueblo, y no solamente la guardia participó en la defensa, sino todo nórdico capaz de empuñar armas habían protegido su hogar. Los habían repelido, pero las nuevas que circulaban eran de bandadas de muertos vivientes que deambulaban por los bosques y caminos, como si aquel ritual nefasto hubiera animado todos los difuntos de Skyrim, ¿quién sabía si eso mismo sucedía por todo Tamriel?
En Paraje de Ivar, Arnvid, el padre de Eldrid, tomó la decisión se recoger las cosas. Después de un feliz reencuentro familiar, los progenitores de la nórdica decidieron marchar del pueblo para acompañar a su hija a Helgen. Así lo hizo la mayoría de sus habitantes, temerosos de que una nueva horda draugr volviera a atacar y la guarnición de la Legión Imperial acantonada en Helgen ofrecía mejores garantías que los escasos guardias del pueblo. Pronto os visteis capitaneando una caravana de refugiados que llevaban consigo todos sus enseres, eso frenó el paso, pero afortunadamente la mayoría de los nórdicos estaban acostumbrados a los rigores de viajes como aquel.
El Paso Escalofriante no os deparó sorpresas desagradables, pero pudisteis escuchar el eco de los rugidos de los muertos propagándose por el paso. El miedo se había pegado a vosotros como alquitrán, temerosos de un ataque inminente que nunca llegó, pero al cabo de poco tiempo vislumbrabais Helgen. Y Helgen era un hervidero de movimiento, gentes, refugiados, toda la gente de la región había tomado la misma iniciativa y se había repartido entre Carrera Blanca y Helgen, ¿por qué no en Falkreath?
Al llegar lo supisteis: Falkreath había sido anegada por los muertos vivientes que se alzaron de su necrópolis, hubo una matanza incluso mayor que la que pudo provocar el dragón Julkooruth. Los rumores decían que el hijo del jarl Balgruuf, Frothar, había muerto defendiendo la ciudad de los draugr, así como toda la guarnición nórdica dando un tiempo precioso a los que huían de la muerte. También se supo de la muerte de innumerables sacerdotes de Arkay, que fueron copados por las hordas muertas al verse sorprendidos en el propio cementerio que protegían. Habían más rumores, pero la mayoría faltaban demostrarlos.
Alto Hrothgar, mes de Helada
El nordico miraba impotente el aterrador destino de su tierra, su corazon se sobrecogio ante la magnitud del desastre que de manera directa o indirecta habian desatado, los demas guerreros que su lado habian batallado con valor reaccionaban de manera consecuente, al ver el cuerpo del maldito artifice de este ritual casi deseaba revivirlo a patadas y destrozarlo mil veces pero ahora su patetica busqueda de venganza valia menos un grano de arena en el desierto.
Malditos seamos si nuestra mano ha causado esto, se recrimino el nórdico que avergonzado miraba los cuerpo de aquellos a quienes les habían fallado, si tan solo no hubiese fallado esa flecha, si fuera mas fuerte, si no fuera tan imbécil para dejarse cegar por su venganza, a su lado la hacha de garrosh era un recordatorio de su arrogancia, susurro al arma como si esperara una respuesta que nunca llegaría:
Garrosh dudo mucho que esto es lo que deseabas, ¿podrías perdonarme por arrastrarte a toda esta mierda? La apariciòn del dragon en otros tiempos le habría hecho perder el aliento de la emoción, pero inicialmente solo apelo a buscar una flecha en su carcaj pero las palabras de este era algo inesperado, al parecer queria parlamentar y antes que ser atacado por los aterrados aventureros estos le abordaron con preguntas, viggo se aleja del grupo con sigilo y dejando que las palabras de unos y otros se las lleven el viento. Al ingresar de nuevo a la estancia donde el argoniano estaba muerto, se acerco a los resto de polvo del orco, tomo un puñado de los restos y los guardo en un saco pequeño de cuero, si bien lo conocía hace poco vería la manera de encontrarle un buen lugar los pocos retos que de el habían quedado, una vez recogida su tarea prosiguió con sus pasos a la salida. Se dirige a la cara sur de la montaña, lo que debería ser un buen lugar para echar un vistazo a las tierras de skyrim, el joven proyecta su atencion sobre lo que seria Riften, allí vivía su hermana y su cuñado desde hace algún tiempo y al estar tan cerca de la tormenta le preocupo de sobremanera su seguridad, dedico una ultima mirada a Alto Hrothgar, si Talos era piadoso quizá algún día podría regresar en situaciones mas favorables.
Katrina voy en camino fueron sus palabras de despedida mientras con la pisada de un lobo de las nieves guió su frenética carrera a la base de la montaña y de allí a la ciudad de su hermana y su cuñado.