Pasos tras pasos... ¡¡cómo costaba!!
Un funeral había iniciado las andanzas de los Vangadores en Ravengro y curiosamente, un sepelio sería el final de sus pasos allí. Caminaban sumidos en la pena, taciturnos y encerrados en su propia prisión, en su propia ruina embrujada. Harrowstone había sido un adversario taimado, falaz y despiadado, y la herida que había hendido en lo profundo del ser, más allá de piel y huesos, tardaría mucho tiempo en sanar.
El sol brillaba en lo alto del cielo. La marcha se hacía compleja, pues eran muchas las heridas que lastraban al grupo. Se miraban a los ojos, y una mueca cercana al llanto emergía entre un velo de ojos vidriosos. Harrowstone había sido una prueba cruel, una guerra sin clemencia ni vacilación, y ahora, a pocas millas del poblado, sabían que la inocencia había muerto para siempre, que jamás volverían a corretear por los pasillos del templo mientras los ojos de Lorrimor aprobaban con ternura contagiosa... ¡¡Todo había acabado!!... Pero... Ahora... Ahora eran algo grande, pues se alzaban como un puño vengador entre necesitados y oprimidos, y no dudarían en usar los dones que Pharasma había engendrado en ellos, si ese era el camino a seguir.
La Senda Susurrante debía temerles... pues no cesarían hasta darles presa.
La noche ya había llegado. Habían sido recibidos como verdaderos héroes, pero eso no era suficiente para llenar de alegría el corazón de Erzsen. La posibilidad de perder a aquellos extraños a los que adoraba como hermanos, le causaba tanto miedo como el abrazo de mil fantasmas. Miró al cielo desde lo alto del tejado de la mansión Lorrimor. Le encantaba observar las estrellas desde allí, y bien pensado era un lugar magnífico para reflexionar...
La prisión intentó que Erodel volviera, el miedo y la desesperanza que sintió en muchos momentos tentaron y probaron al joven conde, pero la fuerza y sacrificio de sus hermanos le ayudaron a superar sus complejos de inferioridad. En su mente evocó el recuerdo de Sicarius, el gran guerrero... ¡¡Por Pharasma que los bardos sabrían de la historia de su hermano!!
- ¡¡Juro por mi sangre que ninguno más caerá!!- mientras su mano se cerraba con fuerza sobre el colgante de león de su padre y un par de lágrimas caían sobre sus carrillos.
La hechicera intentaba hacer un inventario de todo lo hallado en Harrowstone. Estaba cansada y algo herida, pero su mente vivaz le impedía conciliar el sueño. A pesar de llevar muchas horas sin dormir, el hecho de tumbarse y dejarse llevar... era una idea que le atormentaba. Últimamente soñaba con bosques lejanos y extrañas ceremonias, y no conseguía desoír una insistente voz que la aturdía...
De repente oyó un ruido arriba. Se estremeció por unos segundos, pero luego su parte cerebral, esa que tanto le gustaba a Lorrimor, le dijo que tal vez fuera Jarik, que quizás al pistolero se le había caído su estruendosa arma. Bien sabía la muchacha que al chico le gustaba limpiar su artefacto por las noches. Abandonó la idea de posibles peligros y volvió a enfrascarse en sus tareas. Frente a ella había un buen número de objetos que debían ser escudriñados y estudiados, y no había nadie como ella para hurgar e indagar en los misterios de tales enigmas. Al rato, dejó la espada de Jarik a un lado y giró su cabeza hacia el cajón de libros esotéricos del Profesor. Según el testamento, debían llevarlos hasta Lepidstatd. Eso es lo que quería Lorrimor y así lo harían, pero... la Senda Susurrante... ¡¡La Senda Susurrante pagaría todo el daño hecho!!
La simple mención mental de dicha secta malvada, provocaba furia y descontrol en la muchacha de ojos dispares...
Ya cuando se relajó un poco, pudo contemplar cómo su parte más visceral la había dominado por completo... Un gran arañazo cruzaba la tabla de la mesa... ¡¿De dónde salían esas garras?!
Primero el percutor, luego el cañón y luego el tambor...
Una y otra vez el pistolero repetía dichas acciones con precisión y cuidado, como si de una ceremonia sagrada se tratara. Neopimentera se hallaba sobre una mesa completamente desmontada, pieza por pieza, mientras Jarik, callado, templado y taciturno pasaba las últimas horas del día con su soledad y los recuerdos.
Aunque jamás lo expresaría abiertamente, una parte de él había caído con el testarudo Sicarius, y esa muerte era como la bala que se encasquilla en el interior del tambor, una trayectoria perfecta y pura truncada por un destino fatal, anodino y mísero.
Comenzó a montar el arma como si estuviera recogiendo su propio saco de dormir. Jarik podía montar su pistola con los ojos cerrados... era algo mágico, increíble, magistral...
De repente un estruendo resonó a unas habitaciones de distancias. Jarik se detuvo. Pensó en ir a mirar. El cuerpo de Sicarius reposaba amortajado en una de ellas, pero... - ¡¡Bah!!- Seguramente fuera el conde pensó, o Lyria investigando los objetos hallados o Ishaya... -Pobre Ishaya-... se detuvo dutrante unos segundos en el sacerdote enano, recordando lo mal que tanto él como Sicarius se lo habían hecho pasar. Con sus estúpidas rivalidades...
Las balas nunca miraban hacia atrás...
Abrió los ojos con una bocanada de vida. Parecía como si alguien lo hubiera estado asfixiando durante horas...
Allí estaba. Sobre el suelo de una habitación y amortajado. La Dama le había concedido una nueva oportunidad y no dudaría en fallarle. Ahora conocía su origen, pues la Jueza Suprema se lo había enseñado, y sólo podía sentir la vergüenza de un niño egocéntrico. Ya no volvería a dudar de nada...
Se levantó rasgando las vendas que lo recubrían. Se sentía perfectamente. La fuerza volvía a correr por sus brazos como si nada hubiera sucedido, pero era mucho lo ya acontecido. El mocetón no podría olvidar jamás Harrowstone ni el hacha del Cercenador. La mácula que lo llevó hasta el final, la soga que lo llevó hasta su propio juicio... y allí estaba ella.
Había pasado parte de su vida esperando que sus hermanos le agradecieran su trabajo, pero... él era el escudo y... ¿Qué recibe un escudo si no son sólo golpes?
- No os fallaré mi Señora... ¡¡No volveré a perderme nunca más!!
El sacerdote pasaba las horas contemplando la armadura de Sicarius. El blindaje estaba abollado, rasgado y lleno de desperfectos, y para el clérigo pharasmita se le hacía una tarea imposible contener las lágrimas. Paso su robusta mano sobre la pechera de la cota, acariciándola con cariño, deseando que fuera el tacto de su tozudo hermano el que se hallara frente a él, pero jamás podría volver a reprenderlo por sus malos modos o su tosquedad...
La puerta de su habitación se cerró tras él. En un principio pensó que se trataba de Lyria o incluso Kendra que le traían algo de cena, pero pronto notó que un ente de magnánimo poder había hecho acto de presencia en su alcoba. Ishaya se giró sobre sus talones, y sus ojos fueron a parar frente a la nítida mirada azul que desprendían los ojos de la niña que su hermano Sicarius había llamado días atrás Angela... pero... esos ojos... esa mirada rezumaban ternura y justicia, calma y severidad... esos ojos azules describían unos espirales como los símbolos que tantas veces el inquebrantable enano había dibujado con su dedo sobre su pecho...
- ¡¿No me reconoces Ishaya Torok?!- dijo la niña dando un paso y recogiendo entre sus manos la vara tallada con labras de la Luz Sanadora - ¡¿Acaso soy capaz de engañar a tus ojos y tu corazón?!- dio unos cuantos pasos más hasta el sacerdote, que era incapaz de pronunciar una sola palabra - Has sido un siervo sabio y fiel. Sigue así. Vuestro camino acaba de iniciarse y no estará falto de peligros... Sigue siendo la unión de aquellos que te siguen, y no dudes en que siempre me hallarás a tu lado... El destino se encuentra escrito en los huesos,...- sentenció la Jueza Suprema.
-..., pero los huesos pueden romperse.- acabó la plegaria el sacerdote boquiabierto y estupefacto. Acto seguido sólo pudo añadir... - Loada sea Pharasma.-
NOTA DM: THE END.