Partida Rol por web

La casa de Marina Bragantes estaba ubicada en la zona residencial más pudiente de Puerta de Hierro, en el sitio donde cada casa es un palacio con sus propios terrenos alrededor. Sin embargo, y aunque la posición de aquella mujer podría garantizarle cualquier edificio de sus vecinos, los detectives comprobaron que la residencia de la magnate era más bien austera siempre y cuando se comparase con sus alredores.

La finca de aproximadamente un par de kilómetros cuadrados, con piscina propia, estaba rodeada por una muralla de piedra de dos metros de alto en cuya verja principal destacaba una cámara de seguridad. La verja, ahora abierta de par en par, daba a una carretera de piedra flanqueada por olmos al final de la cual estaba el edificio de una única planta y tamaño reducido que servía de lugar de retiro a la empresaria.

Era curioso ver aquel edificio de corte moderno, austero, pequeño, en contraste con el poder que emanaba la figura de Marina. Y estaba claro que allí antes tuvo que haber un edificio mucho más grande, antiguo y lujoso. ¿Quién derriba una mansión para construir un pequeño chalé? Esa quizás es la mayor muestra de poder adquisitivo que existe: escoger lo pequeño porque te puedes permitir todo lo demás.

Ante la puerta principal, de cristal, vieron dos coches patrulla con luces encendidas y uno de los coches de seguridad privada de la zona residencial. El tipo uniformado que hablaba con uno de los agentes tenía cara de circunstancias. Y no era para menos: que desollen a uno de los inquilinos ricos del lugar que supuestamente vigilas no es una de las mejores noticias que te pueden dar.

Los de la científica ya estaban allí marcando el lugar y recogiendo pruebas. La escena no dejaba de ser un deja vü en toda regla. En un silla de la terraza una mujer de unos cincuenta años, con traje de coctel, bebía a tragos cortos un botellín de agua mientras su mirada se perdía en el infinito. A su lado Mónica, la psicóloga de la unidad, intentaba tranquilizarla.

- El cuerpo está en el salón. Idéntico al otro caso.- dijo Gabriel, uno de los de la científica,  que había salido a recibirles - No hemos tocado nada todavía para que le echéis un vistazo a la escena tal como la encontraron. Pero es un calco de la anterior. Estamos jodidos: tenemos a un asesino en serie.

Guillermo descendió del coche con sus características ojeras visiblemente acentuadas por la labor del día. Saludó con gesto taciturno y mecánico a todos los compañeros que se iba encontrando por el lugar. Tal como ocurrió en el primer crimen se mantuvo en un segundo plano intentando captar las sensaciones que el lugar le transmitía.

Resultaba en cierta forma paradógico que utilizará ese rito casi espiritista en este caso en concreto. Pero estaba muy lejos de los espíritus la técnica de Guillermo. O quizá mucho más cercano a los espiritistas. Callado, silencioso, recorría todas las zonas del lugar meditando sobre la vida de la mujer que habitaba esa casa ¿Tendría familia? Dejaba que el inmueble le respondiese poco a poco esa pregunta. Número de habitaciones, fotos, camas, armarios y el tipo de ropa que se encontraba en ellos. 

En un momento dado levantó con cuidado el teléfono fijo y trato de discernir la última llamada. Una técnica del pasado, un habito que no dejaba aunque en el fondo sabía que para el día siguiente iban a tener toda esa información en un dossier electrónico proporcionado por la científica. Mas tarde escucho un trocito de la conversación del guardia, no le importaba tanto lo que tenía que decir como el tono, las sensaciones que aquel lugar le transmitían para evaluar un perfil de la víctima que pudiese encajar con todo lo que habían averiguado en estos días. 

Pedro accedió con el grupo a la vivienda saludando parcamente a los compañeros de oficio mientras tomaba nota mental de la cámara de vigilancia a la entrada y del vigilante privado; cuando pudiera hablaría con él para informarse de la vigilancia.

Cuando salió a recibirles Gabriel recibió sin un ápice de sorpresa lo que les decía. Valoró y descartó en el acto la posibilidad de que fuera un imitador. Un asesinato tan... ¿complicado? era difícil de hacer y, consecuentemente, muy difícil de imitar. Pero ¿un asesino en serie? Algo no cuajaba en el asunto, aunque aún no sabía qué.

- ¿Cuándo fue vista por última vez con vida la víctima? - Se limitó a preguntar, antes de pasar a ver la macabra obra que les había llevado allí.

Montalbano miró a su alrededor empapándose del ambiente de la casa. Hizo un primer recorrido obviando lo evidente, que era el cadáver, para fijarse en los detalles. Era una casa lujosa aunque pequeña en la que había dos habitaciones. Una de ellas parecía ser la principal¹ mientras que la otra estaba decorada de una forma neutra que sólo podía significar que era de invitados². Aquel lugar, de todos modos, no parecía un vivienda principal sino algo accesorio. A juicio del detective era demasiado escasa para una vida diaria, salvo que la fallecida fuera realmente espartana, cosa que dudaba. ¿Una segunda vivienda de recreo? Sí, tenía más pinta de ser aquello. Echó un primer vistazo a los armarios, superficial, constatando que sólo había ropa de mujer. Al menos a ese lugar acudía sola por lo que parecía.

Levantó el teléfono para ver la última llamada. Era de un número registrado como 'E. MC', de Madrid.

Por su parte Pedro había estado atento al camino. Aquella urbanización no era la clásica cerrada de viviendas cercanas. Cada una de ellas poseía su propia finca a la que se accedía a través de una verja, como a la que habían llegado ahora. La carretera principal era la conexión entre todas ellas. Mientras entraba en la casa lanzó su pregunta al policía que estaba en la entrada.

- No lo sabemos todavía.- dijo el hombre - La testigo que la encontró a duras penas es capaz de hablar.- señaló con la cabeza a la mujer del vestido de cocktail.
 

Pedro decidió dejar que la psicologa trabajara antes de hablar con la testigo, así que echó un vistazo rápido a la casa, temiendo ¿o esperando? encontrar una carta del tarot o un anillo extraño en ella.

Recordó lo espartana que era la vivienda de Aldara y empezó a comparar ambas. Mujeres de poder que vivían solas... ¿Marina tendría una vivienda tan aséptica como la pitonisa? ¿O dejaría ver algo de personalidad en su casa?

Pero a fin de cuentas habían venido por un cadáver, así que se centró en él. Tras ver las estatuas, pocas cosas le revolverían el estómago hoy. Recordando lo que dijo el forense, lo primero que hizo fue fijarse en los ojos, preguntándose si tendría algo de cierto esa intuición de que Aldara había estado consciente durante todo el proceso...

Patricia salió casi disparada hacia el salón. Quería que lo primero que su mente registrara del lugar, fuera la escena del crimen, para poder comparar con el anterior.

Tal como era su costumbre, tomó algunas fotografías rápidas con su móvil, a modo de recordatorios, y luego activó su programa de grabación, para ir volcando sus impresiones.

-Mujer blanca, sin otros rasgos de violencia física más allá de la extirpación del corazón, desnuda, en medio de un pentagrama... -siguió relatando lo que veía durante un minuto o dos y luego pausó un momento su relato para hablar con una ayudante de la científica.

-Oye... ¿Miranda? -esa chica había estado en la escena anterior, Monteros la recordaba-. Podrías fijarte si aquí también hay rastros de sangre que hayan sido lavados?

Luego se acercó a la mesa y se puso a inspeccionar la zona de sus patas, para ver si había sido movida hasta allí o era su ubicación natural, buscando determinar si en este caso el asesino también había actuado solo o si había tenido cómplices.

Al terminar su inspección, se percató que su compañero también examinaba el cuerpo.

-Hey Pedro, ¿has visto si hay cámaras de seguridad en la zona? Estos barrios de gente rica suelen estar bien custodiados.

Sus compañeros apenas esperaron a que el coche frenara para salir disparados hacia la escena del crimen, ansiosos de captar algún detalle que les permitiera avanzar en la investigación.

Gutierrez, por su parte, no tenía prisa por el ver el cadaver, suficientes había visto en su vida e incluso había sacado alguna del Manzanares¹ en su tiempo, por lo que aparcó tranquilamente y se tomó su tiempo para observar la zona que rodeaba el chalet.

- Tranquilo, chaval. - dijo acercándose al guardia de seguridad y haciendo un gesto de saludo a los uniformados que le interrogaba. - Un par de preguntas rápidas. La cámara de seguridad de la entrada, ¿es del chalet o va a una central vuestra? ¿Hay más cámaras, bien en el chalet o en los de al lado?

Comenzó a juguetear con un cigarro, sin llegar a encenderlo para que los de la científica no entraran en rabia por contaminación cruzada, mientras observaba el exterior, tratando de pensar cómo entrar y salir de allí de la forma más fácil y sin ser visto.

Pedro revisó la escena del crimen buscando paralelismos. Los ojos de la víctima estaban abiertos de par en par y su rostro mostraba un terrible rictus de sufrimiento. No necesitaba al forense para corroborar sus sospechas: estaba viva mientras le hacían eso. Aunque en esta ocasión el asesino no había sido tan cuidadoso. Había salpicaduras por todos lados, incluyendo el techo. Miranda los señaló contestando a Patricia:

- ¿Ves eso? Cuando el cuerpo está vivo la sangre sale disparada. Esto ha sido una carnicería. Pero hubo limpieza. Al menos parte de ella... pero tengo la sensación de que esta vez el asesino no tuvo tanto tiempo. Tuvo que irse antes.

Fue Gutierrez quien resolvió la duda de Patricia con sus preguntas al guardia de seguridad. El chico intento parecer lo más profesional posible pero estaba claro que aquella escena le había superado.

- Es... nuestra. La de la entrada. La señora Bragante tenía contratada la seguridad con nosotros. Hay algunos chalets que la tienen doblemente. Nosotros cubrimos toda la zona, pero sólo podemos entrar en las casas que.... en las que tienen contrato con nosotros. En la carretera no podemos poner nuestras cámaras, pero hay tres de tráfico. Nosotros patrullamos todo el día pero el área es amplia... alguien puede colarse por las zonas agrestes. Es lo malo de las fincas. Tienen muchos puntos muertos de vigilancia. Aquí tenemos tres cámaras externas: una en la zona de la piscina, la de la entrada y otra en la parte posterior.

Montalbano revisó la hora de la llamada. Las 10:30 de la mañana. Miró su reloj: ahora eran las 23:50. Alguien había cogido la llamada porque no figuraba sin contestar. ¿Habría sido la víctima?

Patricia revisaba la escena. Aquella era la posición de la mesa. En este crimen el espacio era suficiente como para que el asesino sólo se tuviera que preocupar de poner a la víctima en su posición, el pentagrama, la tortura y muerte. ¿Cuánto tiempo? Probablemente con una hora y media podría haberlo hecho todo. Pero luego tendría que salir de allí, claro. Una hora y media, sin limpiar, con prisa. ¿Por qué? ¿Por qué no esperar a que regresase tras el cocktail y tener toda la noche? Algo había apresurado el procedimiento, una ventana de oportunidad que provocase esas prisas. Pero ¿por qué motivo?¹

Pedro echó un vistazo general al salón. Al menos no era tan neutro como el de Adela. Había un gusto concreto en la decoración. Elegancia y dinero. Mucho dinero. Pero tenía un toque personal. En la mesa había varias fotos de la víctima, algunas de estudio, otras con personalidades famosas. Vanidad. Pero eso, al menos, era un rasgo personal.

Guillermo masticaba su pipa gastada mientras caminaba dando tumbos por la casa. Hasta aquel momento su instinto había revelado un dato interesante sobre la vivienda y la víctima. Por supuesto nada que una investigación de Sheldon no hubiese arrojado. Ese pensamiento avivo su acidez por lo que tuvo que detener sus pesquisas un par de minutos mientras dejaba que el dolor remitiese. 

Se llevó una mano al chaleco y rebuscó en busca de una pastilla. No le gustaba tomarlas, como buen cascarrabias, pero en momentos como este cuando forzaba la máquina eran necesarias. 

Caminó hasta la cocina y aprovecho para echar un vistazo a fondo, cajones, nevera, basura. Cuando estuvo satisfecho se sirvió un vaso de agua del grifo y trago la pastilla como si de una penitencia se tratase. Después intentando ocultar su travesura de los de la científica limpió el vaso apurado y lo colocó donde estaba. La pastilla aún tardaría unos treinta minutos en hacer efecto. Pero la punzada había remitido momentáneamente, así que volvió donde lo había dejado. 

Al volver de la cocina el experto agente se detuvo un momento pensando en algo que había visto de pasada. Retrocedió hasta el pasillo que llevaba a la habitación secundaria y se detuvo en la puerta que había allí. Al parecer llevaba a una despensa¹ pero se percató de que la cerradura era de seguridad. ¿Una despensa con cerradura de seguridad? ¿Tan mal estaba el tema de la dieta? Aquello era absurdo. Regreso a la cocina y abrió el cajón del que había sacado el vaso. Allí había una llave de ese tipo. Volvió a donde estaba la despensa y la abrió. Encontró un montón de comida pulcramente apilada en diversas estanterías.

Se agachó junto a una estantería y tocó la pared. Bingo. Una de las paredes sonaba hueca. Su corazonada era correcta: nadie cierra con una llave de seguridad una despensa. Empujó la pared y vio que se inclinaba hacia adelante. Esperaba quizás encontrar una caja fuerte o un compartimento se secreto pero se quedó sorprendido al ver que la pared cedía para mostrar un hueco por el que alguien podía colarse a gatas. Y conducía a unas escaleras de mano incrustadas en la pared, como las usadas normalmente para descender a una alcantarilla.

- Tranquilo, que sé que vosotros hacéis lo que os mandan y solo cuando os pagan. - Gutierrez prefería mantener al chaval calmado, sabedor que así sacaría más de él. - Si me das el número de tu jefe o de la central, nos encargamos de pasarles la petición de las cámaras y nos quitamos de follones.

Pidió una linterna a los de científica y comenzó a pasear por el perímetro exterior del chalet, comprobando si alguna ventana había sido forzada o si había alguna pisada o rastro.

Montalbano exhaló un suspiro largo, cansado. Un suspiro honesto. 

«Vaya con la matraca. Ya estoy viejo para estos menesteres»

Sosteniéndose en el marco de la despensa recuperó la verticalidad con dificultad. Salió de allí en busca de alguien que pudiese ayudarle. 

—Tú, muchacho— increpó a uno de los policías que vigilaba en la entrada —Es... Espinola₁— 

Le miró de arriba a bajo como queriendo sopesarle. 

—Uno de los grandes— dijo, señalando la solapa del agente. —Aunque este castellanizado. Si usted tiene la mitad de los huevos que aquél... vaya!— 

Le comentó rápidamente para que le necesitaba y paso a la sala donde estaban Pedro y Patricia para ponerles al corriente. Además de poner al corriente al resto del equipo. 

Se cruzaron en la puerta: Espinola y Montalbano se dirigían a la misteriosa despensa mientras que Gutiérrez salía al exterior con una linterna prestada.

El agente rodeo la casa. Las ventanas parecían estar todas en su sitio, nada roto. Se aproximó a la muralla, alejándose más del edificio y adentrándose directamente en la oscuridad de la finca. Por suerte la linterna era de las buenas. Tampoco es que el viejo polícia fuera un tipo impresionable. Si se encontraba con alguien en aquella oscuridad sabría hacerse cargo.

Se detuvo junto a la muralla. El haz de luz apuntando para arriba alumbraba una altura considerable pero que podía ser escalada con un gancho, por ejemplo, con bastante facilidad. Echó un vistazo a la hierba. Estaba pulcramente cortada y no había huellas recientes. Pero estaba claro que podía ser un punto de entrada. Echó un vistazo a la extensión de la finca. Demasiado para revisarla él solo en aquella oscuridad.

El joven policía se asomó a la escalerilla. No parecía especialmente entusiasmado por la idea de bajar a un sótano que alguien había escondido de forma tan siniestra, pero no tenía opción alguna. Órdenes son órdenes, parecía decir su rostro mientras descendía por la escalera, haciendo flaco honor al nombre que portaba.

Cuando llegó abajo - Montalbano calculó que habría bajado unos cuatro o cinco metros, por el tiempo que le llevó - hubo un momento de inquietante silencio. Finalmente el joven dijo con voz entrecortada:

- Agentes... creo... que... deberían bajar a ver... esto...

Nadie en su sano juicio se sentiría tranquilo en medio de la oscuridad cerca de donde se había cometido un asesinato horrendo pero Gutierrez había pasado más miedo en algunas calles del Carabanchel de los ochenta.

Revisó el muro y supuso que, con la luz del día, varios patrulleros les tocaría patear la finca por si llegaban a encontrar algo.

Él, por su parte, regresó al chalet con intención de comentar lo del muro a la científica y ver por fin la escena del crimen, a ver qué habían sacado en claro sus compañeros.

—Me cago en la mar— masculló Montalbano por debajo de su aliento. Agachándose con algo de dificultad se arrastró hasta la entrada de la abertura y buscóoayuda entre sus compañeros para bajar hasta el sitio donde el agente le esperaba. 

—Mand... manda... manda huevos. Esp.. Espinola. Que haga... usted bajar a un... anciano. Como yo. A estos menesteres. 

—Pero dígame hombre, dígame, no se quede ahí. Ahí... pasmado. ¿Qué es lo que tengo que ver?

Gutierrez entró en la casa en el mismo momento que Montalbano descendía por la escalerilla. El silencio que siguió a las quejas del veterano agente al bajar hizo que los demás, impelidos por la curiosidad, bajasen también para ver que era lo que escondía aquella sala secreta dentro de la despensa.

Las escaleras de metal que estaban ocultas tras la pared falsa conducían a un sótano amplio, de unos cuarenta metros cuadrados. Sus paredes de hormigón tenían varias luces de emergencia dispuestas a espacios regulares que alumbraban fantasmalmente aquel área subterranea. Y lo que guardaba aquel sótano era una serie de vitrinas repletas de lo que parecían antigüedades: códices, armaduras, espadas, piedras grabadas... Aquello parecía el Museo Británico. Había también un extraño animal disecado que parecía algún tipo de composición articial: una criatura simiesca con alas de murciélago del tamaño de un gorila adulto. Y una momia sentada en una especie de silla con grabados mesoamericanos.

A ninguno de los presentes se le escapaba la posibilidad de que una persona como Bragante pudiera tener una colección de artefactos antiguos o simplemente extravagantes como aquellos pero ¿por qué ocultarlos bajo tierra a través de una entrada secreta en una despensa? ¿Podrían ser obras adquiridas de forma ilegal? ¿Tenía aquello algo que ver con su asesinato?

- Joder...  - fue la primera palabra que salió de la boca de Gutierrez mientras observaba el pequeño museo privado de excentricidades que la difunta escondía bajo el suelo.

No obstante, su mente de detective había comenzado ya a trabajar y chasqueó los dedos hacia su compañera de pesquisas.

 - Monteros, ¿no habló Salinas de un favor para el ex-marido de Adela para pasar algo por aduenas? Porque esto tiene pinta de no haber sido declarado...

Repasó la manoseada libreta hasta dar con la página que buscaba.

- Indonesia. Y pagó una pasta.

- Creo que eso eran las cosas esas de la nave. - dijo Pedro secamente, sin querer evocarlas más de lo necesario.

Echó un vistazo por la colección intentando entender lo que motivaría a Marina a mantenerla escondida pero como una exposición, como parecían indicar las vitrinas. Y, sobretodo, si tenían algo en común, salvo la antigüedad y el precio.

- A saber qué pone ahí... - dijo casi pensando para sí ante los códices y los diferentes grabados.