Partida Rol por web

Montalbano y Pedro estaban dispuestos a realizar un poco de trabajo de campo e investigación, lo que fuera necesario para buscar conexiones en este nuevo asesinato.
 

Una sonora carcajada cortó el ambiente. Guillermo la necesitaba y había llegado en el mejor momeno.

—No hombre Pedro. No le pregunto por sus habilidades de oficio. Me refiero a que si sabe algo de los chicos de criminalistica. Algo de pendrivis ese. El cacharro que le dejamos ayer para que lo analizaran—[1]

—Si te parece nos pasamos un momento por ahí antes de salir. Y ahora que lo comentas. Yo también estoy muy mosqueado con esto de Spinola. La verdad es que me gustaría pasarme a darles el pésame a los allegados.

- Ah, la cosa esa de la contabilidad... - recordó Pedro - Le pedí a Sheldon que lo copiara para todos y lo pusiera a buen recaudo pero no pusimos a ningún oficinista a trabajar en ello. Yo le eché un vistazo y así encontré el almacén con las cosas esas... - dijo conteniendo un escalofrío, para añadir acto seguido como queriendo cambiar el flujo de sus recuerdos - Podríamos consultarlo para ver si Bragante figura entre sus clientes, pero no me suena haberla visto. Ah, lo que sí que le pedí fue que rastreara un teléfono que no existe, aunque no me ha dicho nada.

Una sonrisa macabra asomó un segundo por su rostro - Hombre, de momento Spinola está en coma...

Como si la mención de su nombre lo hubiera convocado, al estilo de los djinns de los cuentos, Jesús 'Sheldon' apareció por el umbral de la puerta.

- Coño Jurado, a ti te estaba buscando. Que movida más chunga la del número ese. Di con un colega que se interesó por el tema y se puso a indagar. Lo que ha descubierto es algo parecido a lo que te conté: que existen números que nadie usa, que no figuran en ningún lado y que están ahí sólo para recibir mensajes. Yo pensé que eran leyendas urbanas y resulta que no. Aún así encontrar lo que buscas es chungo... salvo que sepas con quien hablar, claro. Resulta que el colega éste que curra en la compañía de teléfono estaba preparando un documental sobre las comunicaciones durante el franquismo y la guerra fría. Dice que tiene un contacto, un viejete que está ahora retirado en un asilo de las afueras, que al parecer cuando vivía Paquito era un agente doble soviético y español. Ese tío puede que sepa donde se encuentra alguna de esas líneas, y que la tuya tiene boletos para ser una de esas. Me dijo también que no te hicieras ilusiones porque el hombre está bastante senil y recibió de lo suyo cuando los de Franco se enteraron que jugaba a dos bandas. Sobrevivió escapándose a Rusia pero allí no le perdonaron que perdiera su tapadera. Total que lo destinaron a Siberia 'por si acaso'. Regresó hecho un pingajo y está ahora en un geriátrico de Alcorcón.

A Pedro no le sorprendió que lo del número tuviera un turbio trasfondo. No le entusiasmaba que la única persona a la que podía acudir fuera un anciano senil, pero al menos era algo. Lanzó una mirada a Montalbano recordando que había mentado a los espías en la reunión de hacía un par de días.
- Vaya, muchas gracias Jesús - agradeció apreciativo al técnico - Eso es lo mejor que tenemos para investigar el número, así que tendremos que hablar con ese espía. ¿Me pasas sus señas? - pidió a Sheldon.

Acto seguido pasó a dirigirse a Montalbano. - ¿Spinola? ¿Espía? ¿Entorno de Bragante? - preguntó al veterano policía por sus preferencias. - Por mi vamos a ver al espía. - Los informes de Aldara le habían intrigado desde el inicio del caso y esa línea de investigación podía descubrirles algo de sus misteriosos redactores.

Montalbano simplemente se encogió de hombros así que Jurado tomó la decisión por ambos.

Cuarenta minutos más tarde estaban en el amplio salón común del geriátrico de alcorcón. Los ancianos pasaban allí las horas mirando por la ventana, jugando a las cartas o viendo el mundo pasar a través de una gran televisión de plasma colgada al fondo. Los dos agentes estaban ahora de pie junto a Ernesto Larraiz. Era difícil establecer la edad de aquel hombre porque daba la sensación de que en cualquier momento se iba a quebrar como un lápiz. Su piel tensa, repleta de machones, estirada sobre una calavera que le hacía parecer el superviviente de un campo de concentración. Miraba a través de la ventana con ojos ausentes, quizás recordando o puede que intentando olvidar todo lo que había vivido. Y dado su historial aquel hombre había vivido - y sobrevivido - a muchas cosas.

Guillermo se adelantó a mirar por la ventana con las manos cruzadas en la espalda. Dio un suspiro profundo intentando apartar de su mente los recuerdos de una época pasada. Tal cantidad de vivencias le inundaron que no pudo más que empatizar con aquél pobre diablo que seguro tenía muchas más que olvidar.

—A todos nos llega la hora de contemplar y callar ¿no?— intentando interpelar a Larraiz para encontrar una forma de entablar conversación con él. Se acerco y extendió la mano.

—Soy Guillermo Montalbano, inspector de policía y este es Pedro Jurado—

El hombre levantó la mirada hacia Montalbano.

- Ahora sois más educados ¿eh? Antes empezabais las conversaciones con una buena hostia después de enseñar la placa. O incluso antes.

Se destilaba un profundo desprecio en cada palabra de aquel hombre. Pero su mirada se había recuperado y ahora, aunque hostil, observaba directamente a los ojos a Montalbano.

- A mí ya me jodisteis la vida entera.

Y tras decir esto volvió a mirar hacia el infinito, a través de la ventana, como si diera por terminada la conversación.

Nunca había uno fácil pensó para si mismo Guillermo con una sonrisa de auto complacencia en su interior mientras interpretaba la cara de sabueso en su interior.

—Vaya, veo que empezamos con mal pie. Espero que por lo menos este dispuesto a escucharnos... ¿Que... ¿Que le parece a usted Jurado?—

- A mi me parece que le han dado lo suyo y lo de unos cuantos más... - dijo Pedro sin ambajes. Había conocido a varias personas que habían sufrido abusos policiales y negárselo sólo empeoraría las cosas.

- Nosotros no nos dedicamos a seguridad nacional ni a cosas de espías de esas, sólo a homicidios y cosas así... - Dejó caer el inspector, intentando marcar las distancias con la policía franquista. - Y a lo mejor sus conocimientos nos pueden ayudar a encontrar a un asesino. Si hay alguna manera de convencerle para que nos eche una mano...

- Ya... son de los buenos ¿verdad jóven?

Al menos el individuo se había dignado a retomar la conversación. No los miraba a ellos, continuaba mirando hacia la ventana, pero hablaba con una firmeza algo desconcertante:

- En mis tiempos se decía que siempre hay que escuchar. Saber era valioso, te podía salvar la vida. Mi vida ya se ha terminado. Aquí no soy más que un cascarón vacío. A veces me pregunto a qué espero. Pero les escucho. No tengo nada mejor que hacer mientras espero a la parca. - hubo un momento antes de que repitiese para sentenciar - Escucho.

—Investigamos la muerte de una famosilla de tres al cuarto— empezó a farfullar Montalbano, siguió con la mirada el punto del horizonte que observaba el viejo —Entre sus cosas encontramos un número de teléfono. Nos hemos dado cuenta de que era una de esas líneas que usabais en los buenos tiempos. Alguien dijo su nombre y aquí estamos. 

Extendió la mano indicándole a jurado que le revelara el número. 

—De cualquier otro de los parroquianos de esta casa dudaríamos que recuerde estas cosas. Pero de usted... —

—Lo que necesitamos es saber un dónde o un quién que nos de una pista más para segur indagando—

El tipo miró el papel de reojo, como si no le importase demasiado. Durante un rato largo quedó en silencio, tanto que los agentes temieron que no fuera a contestar nada. Pero finalmente sonrió y empezó a hablar:

- ¿Aún queda alguna de esas líneas? Las Voces del Más Allá, las llamábamos. Porque nadie sabía nunca quien estaba en ninguno de los dos lados. El secreto mejor guardado de toda la puta guerra fría. ¿Quién sabe cuantas órdenes erróneas se dieron por ahí? Pensé que ya todas estarían desmanteladas con la mierda digital. Y todavía queda alguna.- se rió y con la risa vino una tos desagradable. Cuando le pasó continuó: - En Madrid había un teléfono de esos en la Estación 0, Chamberí. La cerraron a mediados de los 60. Hay una trampilla que conduce a unos túneles de mantenimiento, pasaba por debajo del tapiado. Allí había uno de esos terminales.

Ambos detectives habían oído de la Estación cero. Se había tapiado, efectivamente, en los años 60. La estación permaneció inutilizada durante más de cuarenta años, reduciendo los trenes su velocidad cuando atravesaban sus instalaciones, a las que se recortaron los andenes para facilitar la circulación. El hecho de que los accesos exteriores se hubiesen tapiado permitió la conservación de muchos de los objetos cotidianos de la época, como carteles publicitarios, tornos y hasta billetes en las papeleras. Hacía una década aproximadamente se había restaurado la estación, convirtiéndola en museo, y por ella pasaban miles de turistas anualmente para contemplar como era el metro de Madrid en 1916.

Montalbano tocio el gesto casi de forma imperceptible. No le gustaba esa pieza de información, pero al menos tenían algo. Mirando aún hacia al jardín se acercó a la vidriera e intentó tratar de comprender a aquel hombre en el final de su vida. No podía evitar sentir pena por él, aunque sabía que probablemente ese tipo de sentimiento no le serviría para sacarle más información. 

—¿Cóm... cómo es? ¿ser parte de la historia tal como lo es usted?— se aclaró la garganta en un acto reflejo provocado por la tos de Larraiz girando sobre sus talones le enfrentó directamente —Estamos acostumbrados a cubrir todo esto que ustedes vivieron en una halo de glamour. Pero a veces me pregunto si acaso para alguien como usted aquello quizá no fue mas que sobrevivir. Decisiones sencillas tomadas en el calor de los acontecimientos... 

Por primera vez el hombre aparto la vista de la venta y clavó sus ojos en Montalbano. Su gesto se suavizó, como si hubiera atravesado esa barrera de desprecio inicial.

- Sobrevivimos. Empezamos como todos, por ideales. Pero al final aunque quieras dejarlo todo ¿qué vas a hacer? Es un oficio extraño, lleno de enemigos. Nada que ver con el glamour de las películas. Tampoco los ingleses o americanos eran mejores. Todos éramos peones en manos de una gente sin escrúpulos que nos utilizaba para sus propios fines. Nunca sabré cuantos creímos que se habían retirado para acabar en una cuneta con un tiro en la nuca. Después de todo se puede decir que fui afortunado.

Chasqueó la lengua. Parecía a punto de volver a dejarse caer en su ensimismamiento pero de pronto decidió seguir hablando.

- Hubo una vez... pasó algo con esos teléfonos. Les dije que les llamábamos las voces del Más allá. Pero no siempre bromeando. Algunos escuchamos... a gente. Gente que ya no podía hablar. Un día escuché la voz de mi padre. Murió al principio de la Guerra Civil, en el bando nacional. No nos llevábamos bien. No lloré su muerte, siempre le había tenido más miedo que respeto. Mi madre había muerto en un accidente que nunca se aclaró. Un día esperaba una llamada en esa misma línea, en Chamartí. Cuando terminé de hablar con mi contacto hubo un chasquido en la linea. Y me habló. Mi padre. Nunca se lo he contado a nadie. Me habían contado historias raras pero pensé que eran colegas que habían perdido la cabeza. Yo era joven todavía. Mi padre me dijo al otro lado de la línea. Tan claramente como ahora hablo con usted oí su voz. Me dijo que no fuera a una reunión, que era una trampa. Luego me dijo que siempre me había querido pero que no sabía como ser padre. Que le daba miedo. Tuvimos una conversación. Me contó que mi madre se había suicidado y mis tíos lo habían tapado todo por vergüenza. Él nunca quiso aclarar lo sucedido porque pensaba que era culpa suya. Hablamos durante casi diez minutos, hablé con mi padre muerto. Y luego se cortó. No me atreví a preguntarle donde estaba.

El hombre miraba ahora fijamente el cristal. Su rostro impasible parecía ahora frágil.

- No fui a la reunión y me salvé de ser atrapado y torturado. Hablé con una de mis tías que todavía seguía viva y me confirmó lo de mi madre. Unas semanas después fui a la fosa común donde lo habían enterrado. No sé donde estaba ni como se podía hablar por teléfono con un muerto. Nunca tuve que volver a usar esa línea. Pero desde aquel entonces cuando escuchaba un chasquido en una línea de teléfono temblaba como una vara verde. Si ese teléfono sigue ahí... quien sabe quien estará al otro lado.

Se sumió en un silencio total, sumido en sus recuerdos. ¿Por qué les había contado aquella historia?