Partida Rol por web

Algo se había despertado entre ambos cuñados. ¿Envidias, celos? Sentimientos guardados por tanto tiempo, que nunca se habían dado cuenta que existían. Siempre compitiendo por el cariño de la Abuela Alma, para demostrarse dignos de ser Madrigal.

Se encontraron en aquel jardín sin buscarse, pero al mismo tiempo sintiendo que algo los estaba llevando allí. Algo les unía, si, pero no de forma amable. De pronto se descubrían como nunca se habían imaginado: rivales.

En ese momento, Agustín sintió un inmenso dolor. Su gesto cambió repentinamente y todos pudieron notar cómo su mano ahora se tornaba roja e hinchada, como si acabase de sufrir una violenta reacción alégica, que tan comunes podían ser en él. Supo quien lo había hecho y frunció el ceño, enfadado por primera vez en muchos meses.

-¡Félix, has sido tú! ¡A tu propia hija, Félix! -exclamó, con horror-. ¿Cómo pudiste?

Aún no era capaz de entender qué estaba sucediendo ni cómo lo sabía, pero estaba convencido de que Félix no era precisamente el buen cuñado al que había considerado hasta el momento.

-¡Aquí nadie nos oirá! Será tu palabra contra la mía. ¿Fuiste tú quien lo hizo? ¿Por qué? -le preguntó, desconfiado y tenso pero también temeroso, pues aquel vínculo podía haber sido forjado por alguien que quisiera destruir a los Madrigal.

¡Agustín! ¡Esto es cosa tuya! ¡lo sé, así que no me vengas con esas!

Exclamó el corpulento cuñado llevándose el dorso de la mano a la boca para soplar en ella como si oe escociera o se hubiese quemado.

¡No se habla de Mariano-no-no-no, pero lo de atacar a Dolores jamás te lo perdonaré! ¡enclenque!

-¡Esto no es cosa mía, Félix! -le espetó Agustín a su cuñado, molesto y enrojecido por la reacción alérgica. Le mostró la mano en la que se había producido la reacción, tan grande y enrojecida que parecía un guante de béisbol-. ¡Lo has provocado tú, estás detrás de todo lo que ha sucedido!

El hombre no podía creer que le considerara el causante del ataque de Dolores. El propio Agustín consideraba que el responsable tenía que ser Félix.

-¡Aparecías en la profecía de Bruno! ¡Está claro que tienes que ser tú porque mi niña Isabela no es! -declaró, intentando sonar lo más convencido posible sobre aquella última afirmación.

¡Oh, vamos! ¡No me mientas! ¡Sé que todo es culpa tuya! ...

¿y esa estrategia de contar lo del jardín en público para decir que a ti te ha pasado lo mismo que a mi? ¡Seguro que es un farol para intentar pasar por inocente!

-Félix, piensa un poco -le pidió Agustín a Félix, intentando hacerse una idea de lo que estaba sucediendo-. No dejes que tus celos porque soy el favorito de la Abuela Alma te cieguen. Era necesario exponer esto en público. Es la única forma de que sepan que vamos de frente. No debemos esconder información a la familia, incluso si entre nosotros estamos tensos porque yo soy el mejor yerno -aseguró el hombre, ajustándose bien las gafas.

No obstante, Agustín sabía que aquel vínculo que ahora poseían tenía que ser aprovechado. Hablar entre ellos era la mejor forma de comunicarse sin que otros lo escucharan.

-Recuerda la profecía de Bruno. Antonio, mi hija Isabela y tú. De entre los tres hay un culpable -le recordó a Félix, en tono más serio y bajando la voz, como si temiera ser escuchado-. Y Bruno no se equivoca, no, noooo... Si Antonio ya nos ha demostrado que no es él, tú sabes que eres inocente, solo nos queda como culpable... mi hija Isabela -expresó, con tristeza-. El diablo está en los detalles, Félix. Sí, sí. Fíjate cuando dije ayer que te había votado y que era un voto a ciegas, sin motivo alguno. ¿Quién saltó para encararte? Mi hija Isabela, sí-sí. Dijo que sentías envidia de mí. Y hoy... hoy siento envidia y celos de ti. E imagino que tú los sientes por mí. No creo que sea casualidad que Isabela haya mencionado la palabra "envidia" sobre nosotros antes de que estos sentimientos surgiesen entre nosotros. Ella es la abeja podrida del trío que profetizó Bruno.

La hinchazón y enrojecimiento de las manos se fue atenuando, y con ella también los sentimientos de enojo que les había invadido de pronto. Confundidos, tanto Agustín como Félix se alejaron de aquel lugar, quizás de ese modo no se verían afectados de nuevo. El jardín pareció cerrarse tras ellos, impidiendoles el paso por si intentaban regresar.

Algo se había despertado entre ambos. ¿Rencor, envidia? Sentimientos guardados que ahora se daban cuenta que existían. Bruno entre las paredes había visto a Antonio crecer bajo el amor de la Abuela Alma; Antonio había crecido sabiendo que había que temer la simple mención del tío Bruno, y que había sido su tío quien tantos dolores de cabeza diera a su familia, a su mamá especialmente.

Se encontraron en aquel jardín sin buscarse, pero al mismo tiempo sintiendo que algo los estaba llevando allí. Algo les unía, si, pero no de forma amable. De pronto se descubrían como nunca se habían imaginado: un peligro para el otro.

En cuanto vi a Antonio, una rabia interna me invadió. Maldito... niño!! Apreté fuerte los puños y le miré con rabia. Pero yo tenía las piernas más largas, y sería el primero en llegar a Casita desde ese jardín. - ESTÁS ACABADO ANTONIO. SABÍA QUE NO PODÍA FIARME DE TI! - Corrí como un loco hasta la casa.

 Antonio no podía creer el torrente de odio que sentía ahora por su nuevo tío. Aquel extraño de las paredes, que ahora volvía triunfal al círculo familiar... ¿quién se creía que era? Hacía el papel de la mosquita muerta. De la eterna víctima de la familia, nunca tomando responsabilidad de sus actos.

 El chico ni siquiera reflexionó sobre por qué pensaba de repente todo eso de su tío, pero no importaba. Ahora su misión era destruirle frente a los demás.

- ¡Eres un hombre malo! ¡Hombre malo! ¡No te mereces a esta familia!